— ¡Entiende Leonor, los niños tienen que irse! Podría ser arriesgado. — escuché a papá decir esto desde su estudio, yo permanecí quieta en las escaleras, no quería interrumpir.
— Pero Rubén ¿De que cosa hablas? Tú no tienes más que un resfriado.
— Eso no importa, ya tomé la decisión, se irán con mi hermano Ricardo esta tarde.—escuché que alguien se acercaba, la puerta se abrió y mi padre salió — ¿Lourdes, qué haces aquí? — dijo al verme. Subí corriendo los últimos escalones y lo abracé muy fuerte —Te extrañaré mucho mi niña.
— ¡No quiero irme! — grité aferrándome más a él.
— Tranquila, tú no irás a ninguna parte, está vez seré yo quien se va.— con su brazo izquierdo me devolvió el abrazo, en la mano derecha traía un viejo cuaderno. No comprendí sus palabras, pero no hubo tiempo de razonar mucho antes de que alguien llamara a la puerta.
El sonido de unos nudillos contra la madera fue lo que me despertó. Cuando estuve cociente noté que tenía lágrimas secas en las mejillas.
— ¿Una pesadilla de nuevo?— preguntó mi hermanita Angélica desde su cama.
— No estoy segura si sea la forma correcta de llamarlo.
— Si quieres me lo puedes contar, si cuentas un mal sueño no se volverá realidad.
— No te preocupes, es imposible que se vuelva realidad, porque ya pasó: Soñé con el día que nos mandaron aquí, pero... Había algo distinto...
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