Tenía tan solo dieciocho años de edad cuando dejó su pueblo, él, era un joven un tanto problemático y a la vez tranquilo y calmado, no toleraba demasiado las tonterías de los demás pero, vaya que amaba hacerlas el mismo. Yei, el joven, vivía con su madre y quien acompañaba a su madre además de un pequeño hermano, el cual, por cierto, solía destacar en todo lo que se encontraba por el camino, haciendo siempre todo de una manera casi excelente, de hecho, de ahí es de donde surgía el fuerte lazo entre Yei y Lyoto, juntos hacían una dupla perfecta, porque, Lyoto, era el cuál buscaba siempre algo nuevo para hacer y le enseñaba a su hermano Yei como lo hacía, entonces Yei, al ser el hermano mayor, intentaba ponerse al nivel , dando como resultado que, las competencias entre hermanos no faltasen.
Yei no gustaba de la gente que lo rodeaba desde que había llegado al lugar, o al menos no desde el año siguiente a sus dieciocho, porque, esta gente, según algunas lenguas y la crítica teóricamente subjetiva de Teo, era de intenciones malévolas y a la vez incordiosa cuando se trataba de expresar quien fuese libremente. El lenguaje era el mismo, pero el acento y los lunfardos no. La dicha gente del nuevo pueblo, era muy irrespetuosa con Yei, tratándolo como si fuese menos cada vez que se les presentaba la oportunidad, aunque eso, daba igual, el muchacho estaba a punto de tomar conciencia y comenzar a ver el verdadero mundo, el mundo espiritual.
Aquella era una noche sobria en cuanto al clima, todo estaba en demasiada calma pero ¿Cuanta mas calma podía haber? ¿Cuanta mas calma se podía sentir? No había forma, no había la oportunidad de que eso ocurriese, y de hecho, había un motivo para que todo estuviese de manera tal, todos se estaban preparando para el momento en que Yei despertase, y no para regalarle flores ni bombones, no, todo se trataba de ver quien se quedaba con su corona, una corona que le esperaba a cambio de que vendiese su cuerpo a un demonio muy famoso entre los malvados. Miles de rituales le esperaban al pobre joven y no sería una prueba facil de superar, incluso, podía hasta llegar a morir debido a todo esto.
Yei salió de la cabaña de su madre la cual estaba junto a muchas otras cabañas y, tras saludar, cerró detrás suyo la puerta haciendo estruendo. Yéndose a encontrar con una joven muchacha, una que tenía tanta belleza por dentro como por fuera, una que si no lograba enamorar, al menos hacía sentir mariposas en el estomago durante una fracción de segundo partió. El niño caminó por el pueblo hasta llegar a la fuente de agua que se encontraba en el centro de aquella, y cuando lo hizo, allí estaba esperándolo ella.
— ¡Al fin has venido!
— ¡Lo siento! ¡Estaba comiendo algo!
— ¡Vale, pero no grites más que nos escucha medio pueblo!
— Vale —dijo al acercarse a ella y la besó— ¿Cómo estás?
— Bien, un poco agotada.
—¿Agotada? ¿Que has estado haciendo? ¿Ejercicio?
— No, tonto. Mi madre, siempre busca discutir y yo no lo aguanto más...
— Oye, tu madre es buena gente, no sé por qué habéis discutido pero no vale la pena.
— Es que siempre quiere saber todo lo que hago y-..
—Es porque le preocupas. Entiéndelo.
— Si te pasara otra vez con tu madre y yo te dijera eso tu no lo entenderías...
— Es diferente.
— ¿Ah, si? ¿Por qué?
— No lo sé, es diferente.
— Excusas...
— Buah... ¿Te apetece ramen?
— Claro.
— Vamos —dijo y cogiéndola de la mano la ayudó a levantarse y se marcharon de aquél sitio.
Tras irse ambos de la fuente, Yei notó algo raro en Haruko, esta miraba hacia todos lados y no paraba de hacerlo en ningún momento, pero, lo dejó pasar, sabía que ella bebía Lemm y esto la ponía nerviosa, aunque, en verdad, aquello no era lo que la tenía así.
Algo importante estaba a punto de suceder.
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