Perdió el aire tras el primer golpe. El segundo, un puñetazo en las costillas, fue suficiente para hacerla retroceder dos peligrosos pasos hacia el acantilado. Los dedos de Titán rodearon su cuello antes de tener oportunidad de estabilizarse, sujetándola con tal fuerza que sus opciones se vieron reducidas a dejarse empujar cada vez más al vacío.
Gris se negó a suplicar. El momento decisivo entre la victoria y la derrota comenzaba a dar señales poco prometedoras, aún así, mantuvo la boca cerrada. La mitad de su cuerpo se encontraba suspendido en el aire, sus pies rozando el borde de piedra resbaladiza del Templo. Su único soporte, aquello que evitaba una caída desastrosa de más de veinte metros de altura, era la mano de Titán.
«Mátame ya», quiso decirle, pero todavía conservaba algo de dignidad. «Ganaste, idiota, felicidades».
El rostro del joven, perlado de sudor, se estremeció ante el esfuerzo de sostener todo el peso de su enemiga con un brazo. «¿Demasiado para ti?», pensó ella con gracia. Si tan sólo no le faltara el aire, quizás incluso podría burlarse de él en voz alta.
Titán pereció leer la intención en sus ojos. Caminó un par de pasos hacia la orilla, ejerciendo más presión sobre el cuello de Gris.
—¿Lo terminamos de una vez o prefieres esperar?— dijo él. Una sonrisa blanca y torcida cruzó su rostro manchado de hollín.
La espalda de Gris se dobló peligrosamente sobre el borde. De todo lo que podría preocuparle en ese momento, la caída era lo que menos le pesaba.
—Vete a...— intentó decir, pero las palabras asfixiadas no lograron pasar de esas dos. —¡Ja! Me encanta que finalmente hayamos llegado a esto— exclamó Titán—. La buena noticia es que podremos volver a dormir en nuestras camas. La mala, para ti, es que no ganaste nada. «Claro, gracias». El dinero, eso era lo que más le dolía. Titán volvería al mundo real forrado de billetes, ella lo haría con un “gracias por participar” colgado de la espalda. Tres meses de su vida, tirados por la borda en el último minuto del juego.
—Qué triste, de verdad— siguió Titán—, por algo te propuse que te unieras a mi equipo. No eres rival. Aunque sí me diste pelea, eso no te lo voy a negar.
Los pies de Gris perdieron el poco suelo que aún quedaba debajo. Titán la estabilizó de un tirón, todavía no dispuesto a dejarla ir.
—Fue divertido, Gris, en serio— el joven mostró una sonrisa de medio lado—. Pero alguien tiene que quedarse con el premio— Gris de pronto sintió el vacío prominente. Qué importaba la falta de aire, Titán estaba listo para soltarla—. Si aún quieres nos podemos ver en la próxima partida. Únete a mi equipo y te irá bien, te lo prometo.
Gris resopló, y eso fue lo único que pudo hacer antes de que Titán aflojara el agarre sobre su cuello. No cayó enseguida. El joven tuvo el descaro de mantenerla en aquella posición peligrosa para volverle a sonreír. Sólo después de asegurarse de que Gris lo veía a los ojos, la soltó.
—Buen juego— le dijo él, antes de caer. Lo demás no logró escucharlo.
Gris recorrió los veinte metros de caída libre en cuestión de segundos. Lo que sucedió después, al impactar contra el suelo empedrado de la explanada, no fue más que dolor. Un dolor intenso y puro que la hizo ver tonos rojizos. No volvió a levantarse. La sensación de sus huesos destrozados le atravesó el cuerpo como una descarga eléctrica. Todo se convirtió en oscuridad. Una musiquita ambiental llenó su cabeza por varios minutos, para luego dar paso al silencio aterrador del reinicio.
Gris maldijo, por última vez, la pretensión de Titán. Después, finalmente perdió la consciencia.
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