Gulf no era de las personas que creían en los malos presentimientos, no, él siempre fue una persona pragmática hasta el punto de la terquedad y, cuando esa mañana abrió la puerta de su casa, una extraña sensación le hizo revolver el estómago. Revisó los bolsillos de su pantalón, llevaba billetera y teléfono, estaba seguro de que en la mochila guardó su laptop y la caja de herramientas que solía usar. También tomó sus supresores al levantarse, la habitual rutina, jamás lo olvidaba. Palpó el envase alargado que contenía el inhibidor de aromas y suspiró, aliviado, pero el malestar no desaparecía.
Se supone que era un buen día, el único del mes en que se permitía salir, cada primer jueves caminaba las seis cuadras que lo separaban de la empresa de su cliente favorito, luego pasaba por la heladería en que tenían el mejor helado con sabor a café del mundo y regresaba a casa con una sensación de plenitud que nadie podía quitarle.
Pero si le dolía el estómago, sobrevendría el mal humor, no podría disfrutar de la conversación con el viejo abogado y su estómago se sentiría débil para un helado. Mordió su labio antes de que el puchero se formara y respiró hondo, sujetando los tirantes de la mochila en busca de estabilidad.
Suspiró, de pie frente al edificio de tres plantas, enjugando el sudor de su frente con el dorso de la mano y se decidió a entrar.
Ser un informático fue su sueño desde la adolescencia, comenzó con su gusto por los video juegos y, de a poco, fue incursionando en programación. Esas habilidades lo hacían sentir cómodo y se convirtieron en la manera de aislarse del mundo y de la realidad que nunca quiso para sí mismo: ser un omega.
Pocas personas lo sabían, sus familiares más cercanos, porque fueron testigos de su primer celo, pero no tenía amigos a quienes darle una explicación, tampoco se relacionó con muchas personas cuando asistió a la universidad.
Todo el mundo asumía que era un alfa, a veces un beta y Gulf no lo confirmaba, pero tampoco lo negaba. Su aspecto físico daba pie a esa confusión, era alto para la media de la gente, pero no tanto como lo fue su padre, un alfa realmente poderoso.
Durante la niñez, estaba demasiado ensimismado en sus desgracias familiares para prestar atención al hecho de que algún día su lobo mostraría su verdadera naturaleza y desde que era un bebé, sus padres habían asumido que sería un alfa y Gulf siempre creyó que ese sería su destino.
Al cumplir los doce años, sus compañeros comenzaron a discutir por cuál sería la decisión para cada uno de ellos. Los profesores trataban de controlarlos, porque podían ser muy invasivos en sus apuestas. Tenían clases especiales para enseñarles cómo enfrentar los cambios y qué significaba ser Alfa, omega o beta.
Gulf ya era alto, pero muy delgado y, por primera vez en su vida, cuando creyó que nada peor podría pasarle después de quedar huérfano, un temor totalmente fundamentado se instaló en medio de sus entrañas.
Luchó contra ello, comenzó a ejercitarse, fortaleciendo su cuerpo y logró crear músculos, pero seguía pareciendo delgado, así que aprendió a fingir. Estudiaba el comportamiento de los alfas en la televisión, su tío y profesores, convirtiéndose en un gran actor
Su primer celo se presentó durante las vacaciones de verano, estaban en la playa, con sus tíos y fue su prima, Grace, quien lo presenció. Ella todavía no se había presentado y, junto a la tía, fueron las únicas que estuvieron ahí para consolarlo y alentarlo, pero sus esfuerzos fueron inútiles.
Decidió que no sería una víctima nunca más y si ocultar su condición de omega sería el modo, entonces haría todo para lograrlo.
En vistas de su determinación, fue la tía quien le enseñó qué supresores debía tomar, el uso de los atomizadores que ayudaban con el aroma y los anticonceptivos, por si algún día se veía tentado a tener relaciones sexuales.
De esa manera pasaron los años, terminó sus estudios escolares, ingresó a una prestigiosa universidad y, como sus habilidades eran notables, los mismos profesores lo ayudaron a conseguir pequeños trabajos para adquirir experiencia en el mundo laboral.
Cuando su padre falleció, el seguro por accidentes fue millonario y, al morir su madre, su tío se encargó de administrar esos fondos para los gastos que tendría. De ese modo, graduado de la universidad, tenía aún bastante con que formar su propio negocio.
Suppasit y asociados fue su primer cliente, cursaba el tercer año en la carrera de informática cuando conoció al viejo abogado. En la actualidad no necesitaba este ingreso, tenía la mayor parte de su tiempo ocupada creando y programando para grandes empresas internacionales. Pero el hombre removía algo en su dormido corazón que le hacía esperar ansioso este día del mes, escucharlo hablar de sus aventuras de juventud, los viajes que hizo y cómo conoció a la omega que amó desde el primer instante, la que le dio tres hermosos hijos y con la que pretendía ser feliz hasta el último de sus días.
Hablaba de ellos de sus carreras y, cuando su hija menor falleció, lloró frente a Gulf y algo le dijo que a nadie más le mostró ese dolor, aunque nunca supo las circunstancias, esa pérdida también significó un dolor para sí mismo, porque traía recuerdos de su propia desgracia.
Su padre era piloto comercial y no pasaba mucho en casa, pero cada vez que volvía, su hermosa madre trataba la ocasión como una verdadera fiesta. Y Gulf era feliz de ver la emoción en ella. Él le había enseñado desde muy niño cómo debía cuidarla en su ausencia, la delicada omega que lo crió, que lo abrazaba cada noche y lo regaba de besos en el rostro, que cocinaba el pastel favorito y lo bañaba en su dulce aroma a fresas con crema.
La ausencia del padre siempre significaba que estaba un poco más triste de lo habitual, pero la esperanza del regreso le daba la fuerza para cuidar de Gulf y él se encargaba de hacerla sonreír cada día.
Hasta que una mañana el hombre no apareció, la angustia de la mujer se filtraba en el corazón de Gulf y, aunque trataba de alegrarla con sus besos, era imposible. Cuando la televisión comenzó a mostrar las imágenes del avión accidentado, ella nunca volvió a ser la misma.
Tenía ocho años en ese momento y había cosas que entendía, pero otras le parecían tan desconocidas y no había nadie para explicarle por qué su madre no salía de la cama, llegando al punto de que ni siquiera lloraba, su rostro se volvió inexpresivo y su tío diciéndole que la abrazara, con todas sus fuerzas, que le dijera que la amaba y así supiese que tenía un motivo para seguir adelante.
Vio la marca en su cuello comenzar a volverse putrefacta y sus ojos se llenaron de lágrimas, recordando esas mañanas en que despertaba con la herida brillante, renovada por los dientes de su padre y le explicaba que algún día Gulf haría a una omega tan feliz como ella lo era.
El día en que el corazón de la mujer se detuvo para siempre, Gulf se prometió a sí mismo que nunca marcaría a nadie, porque si esa herida era tan poderosa como para que su madre no luchara por él, su hijo, a quien se suponía que amaba, entonces no debía ser buena, nada buena.
Mientras saludaba con la cabeza a la recepcionista y ella le daba acceso para realizar la mantención del equipo; su mente se preguntaba por qué estaba teniendo esos recuerdos justo hoy. No era una fecha trascendental, ni le había ocurrido algo significativo que despertara sus emociones. Sólo ese pequeño malestar en su vientre en el que no quería pensar, para no darle fuerza y se convirtiera en un verdadero dolor.
Subió por el ascensor y pasó por todos los equipos, como era habitual, entrando a la habitación de servidores, conectando su laptop para hacer los análisis necesarios, luego fue a ver al señor Suppasit. Se encontraba a medio camino cuando divisó a Fluke caminando hacia él con decisión. Era el hijo menor del abogado y, no es que fuese una mala persona, pero cada vez que lo encontraba, el chico solía ser algo agresivo y eso lo desconcertaba. Había comenzado a trabajar en las oficinas el último año, encargándose de lo administrativo y muchas veces tenía que lidiar con él, cuando había que renovar o reparar un equipo, todo aquello que saliera de su presupuesto mensual.
— Kanawut —exclamó a la distancia— mi papá tuvo que salir por una emergencia, pero dejó su oficina abierta.
— Gracias por avisar —murmuró, controlando la expresión de su rostro ante la desilusión.
— Mi hermano vino hace poco, dejó su notebook, dice si puedes revisarlo, algo no funciona bien.
— No hay problema —sujetó el tirante de la mochila con más fuerza y se preguntó por qué Fluke no se movía de su lugar, parecía confundido y Gulf sintió un temor inexplicable en medio de su pecho.
— ¿Qué es ese olor? —murmuró— como a… helado de menta y… berries.
— El ascensor —dijo con rapidez— tenía ese aroma, quizás quedó en mi ropa —dio un paso al lado, tratando de esquivar al chico, pero sus ojos inquisitivos lo persiguieron.
— ¿Me estás mintiendo?
— ¿Por qué tendría que hacerlo? —exclamó con molestia, sacando a relucir su entrenamiento alfa y una sonrisa de suficiencia apareció, viendo cómo el beta se sorprendía y decidía apartarse.
— No quise ofenderte —suspiró— espero el informe.
Caminó con rapidez, controlando la necesidad de oler su piel, sacando el atomizador de la mochila al mismo tiempo que abría la puerta de la oficina del abogado, un aroma a café recién hecho llenó sus fosas nasales y su ser comenzó a calmarse, haciéndolo sonreír de manera inexplicable.
Con la calma encontrada, aplicó el inhibidor de aromas, sintiéndose triste de que eso significara que el aroma a café también desapareció. Respiró hondo, tratando de no pensar en los motivos por los que el efecto haya durado tan poco, cuando el atomizador solía mantener su aroma controlado durante toda la mañana.
Sus manos temblaban mientras comenzaba la mantención del equipo del abogado y miró el notebook sobre el escritorio, era antiguo y deteriorado, pero, al abrirlo, notó que tenía una buena capacidad, había una nota escrita en un papel pegado en la pantalla, la letra era imposible de entender y recordó que una vez el viejo le dijo que su hijo mayor era médico, todo tenía sentido.
Dejó una nota pegada en el escritorio diciendo que se lo llevaría a casa y suspiró, otra vez, mientras guardaba el equipo en la mochila.
Y la primera ola de calor apareció.
Fue instantánea y brutal. Espasmos de dolor retorciendo su vientre, fuego subiendo por el medio de su cuerpo, llenando el rostro de sudor y debilitando sus piernas. Se dobló sobre sí mismo, intentando buscar la manera de no caer al suelo, pero los espasmos se reproducían, uno tras otro, provocándole gemidos de dolor.
No supo cuánto tiempo pasó, pero, en algún instante, el calor comenzó a disminuir y el revoltijo se hizo menos intenso, aunque nada desapareció del todo, le dio tiempo para ir hasta el baño privado del abogado.
Lágrimas corrían por su rostro enrojecido al mirarse en el espejo y se lavó con agua helada, sintiendo el temblor de sus manos mientras quitaba la sudadera de su cuerpo y ver que la camiseta abajo estaba humedecida de sudor.
— ¿Qué me está pasando? —sollozó, tratando de encontrar un pensamiento cuerdo en su cabeza, pero parecía que una nube espesa, brumosa llenaba sus sentidos— ¿Por qué? —se lamentó y esta vez el dolor le avisó que una nueva ola venía.
No se resistió, cayó al suelo y mordió el interior de su brazo para evitar gritar con cada convulsión, haciéndose consciente de la erección entre sus piernas, pero eso no era lo peor, sino que la parte trasera de sus pantalones estaba mojada y eso sólo significaba una cosa, la necesidad llamando el miembro de un alfa masculino, cualquiera, el primero que apareciera.
Sabía que tenía poco tiempo, rodeó su cintura con la sudadera, tomó el tirante de la mochila y esparció el inhibidor de aromas en su cuerpo, sabía que no lo protegería, pero esperaba que lo ayudara a llegar a casa.
Corrió por el pasillo, esperando no encontrar a nadie y entró al ascensor, viendo al muchacho descontrolado en el reflejo del espejo, usó la manga de la misma sudadera para limpiar las lágrimas.
Supo que chocó con alguien al salir, pero no se dio por enterado, corriendo hasta la calle, pensando en llamar un taxi, pero eso significaría arriesgarse a que el chofer fuese un alfa y la mejor alternativa era ir a pie, eran seis cuadras, sólo seis cuadras.
Trataba de correr, pero se encontraba demasiado débil y sabía que la gente lo miraba, sin embargo, sujetaba el tirante de la mochila con aún más fuerza.
— Ey, omega, que rico hueles —escuchó de pronto y el pánico lo ayudó a aumentar la velocidad.
— ¡Déjalo en paz! —gritó alguien más y el barullo quedó atrás.
— Por favor, por favor —comenzó a murmurar, rogándole a no sabía quién, pero teniendo fe en llegar sano y salvo a su hogar.
Los murmullos se fueron alejando y reconoció la esquina del lugar, buscando las llaves en su bolsillo, dedicó dos segundos a recuperarse del nuevo espasmo que venía y la puerta estaba ahí, abriendo a tientas, lanzándose al interior y cerrando con un pie mientras caía de rodillas al suelo, gimiendo ante una nueva oleada de necesidad.
Cuando logró ponerse de pie, comenzó a quitarse la ropa, sin dejar de llorar. Largó el agua de la ducha y gimió ante el placer del frío líquido deslizándose por su piel.
Se sentía más tranquilo al salir del baño, buscando un short en sus cajones y sacando dos comprimidos de supresores de la caja en su mesa de noche. Respiró hondo, rogando porque la siguiente ronda le diese algo más de respiro y buscó el teléfono en los pantalones que dejó en el pasillo, marcando el número de su prima con rapidez.
— ¡Grace! —sollozó, esperando que el grito en respuesta pasara para continuar— mi celo llegó, ven, por favor.
Ella dijo algo más, pero el dolor que lo atravesó le impidió seguir sujetando el teléfono en su mano. Contorsionándose en oleadas de fuego y dolor, se retorció en el suelo de madera, rogando un poco de compasión.
Grace sintió el aroma a helado de menta y berries desde la calle, necesitando tomar una gran bocanada de aire antes de entrar a la casa en la que vivía su primo.
Tenían la misma edad y, a pesar del aspecto taciturno de Gulf, su vínculo se había fortalecido con los años, incluso luego de que ella se hubiese presentado como alfa. Grace sabía que era la persona que él aceptaba en su vida con libertad y, por este motivo, entendió que la haya llamado para ayudarlo en este momento, pero, como esposa de una linda omega, sabía lo que significaba la llegada de un celo y no dudó en decirle a Pleng, porque cuando regresara a casa con el aroma de Gulf incrustado en sus poros, no quería que la enviara a dormir al sofá, si es que no algo peor.
Hizo uso de toda su fortaleza para mantener a su alfa controlada mientras caminaba por el pasillo de entrada, tomando entre sus manos la ropa desperdigada por el lugar, dejándola en el canasto de ropa sucia al entrar en el dormitorio que Gulf solía ocupar.
Su corazón se contrajo al verlo, en posición fetal en medio de la cama, parecía dormir, así que trató de ser silenciosa. La sábana tapaba su cadera, pero podía ver la piel enrojecida de su espalda, el sudor evaporándose, producto del mismo calor.
Las comisuras de sus ojos se aguaron y eso que era una alfa bien compuesta, pero ver el arcaico nido que había hecho a su alrededor la conmovió, un par de cojines, rollos hechos con su propia ropa y, enredada entre las manos, la cobija de bebé que Gulf trajo consigo el día que llegó a vivir con ellos, cuando murieron sus padres.
Sabía que el interior de un nido era sagrado y no osó cruzar el borde, incluso cuando el aroma de la necesidad del omega comenzó a llenar el espacio una vez más.
— ¡Gulf! —llamó, escuchándolo gemir, mientras sus piernas se estiraban y el torso parecía inclinarse en una extraña forma— no puedo —gruñó y, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, se alejó, buscando el refugio de la cocina, encontró botellas de agua y yogurt.
Con un paño húmedo cubriéndole la nariz, de todos modos, tuvo que contener la respiración para acostumbrarse al condensado olor en la habitación, se arrodilló junto a la cama, notando que los espasmos habían terminado y comenzó a llamarlo.
— Tienes que tomar agua, comer algo, sé que es difícil, que estás muy débil, pero si no lo haces, tendré que llamar a un médico.
— Grace —su voz enronquecida, una mano etérea estirándose hasta ella— ayuda —lágrimas se deslizaron de sus comisuras.
— La única manera de que se calme es si te masturbas —susurró y vio esos ojos abrirse lentamente, como rendijas, las lágrimas hacían brillar el oscuro iris— ¿Lo hiciste? —lo vio asentir y llorar un poco más, como si la última esperanza se hubiese esfumado para él— levanta un poco la cabeza y te ayudaré a tomar agua —lo vio beber ávidamente, pero no aceptó el yogurt— las sábanas están mojadas, pero no me atrevo a perturbar tu nido.
— Quiero un helado de café —dijo de pronto, dejando salir su labio inferior, arrugando la mantita azul en sus manos al mismo tiempo que una vaporosa oleada de aroma comenzaba a aparecer.
Corrió hasta la cocina nuevamente, lavando su rostro con agua fría y marcando el número de su esposa en el teléfono antes de perder toda cordura.
Pleng llegó luego de dos extenuantes rondas de necesidad, permitiendo que Grace saliera al jardín trasero para despejarse. Gulf estaba desmayado y no puso reparos en que esta cruzara el borde del nido y humedeciera su cuerpo con toallas frías, obligándolo a tragar un par de analgésicos junto a un poco de agua que no fue capaz de beber, entonces decidió llamar a su médico de cabecera.
El hombre no dudó en conectarlo a una bolsa de suero y aplicar un sedante que por lo menos haría menos intensos los calores. Escuchando la versión de Grace sobre la historia de Gulf, suspiró.
— Es una suerte que haya mantenido a su omega dormido durante tantos años, la venida de su celo es algo que pasaría tarde o temprano, pero ¿Ustedes saben quién es su alfa? Es el único que podría detener o por lo menos atenuar los síntomas antes de que las consecuencias sean irreversibles.
— No tiene alfa —exclamó Grace con enojo— Gulf no se relaciona con muchas personas y estoy segura de que sigue siendo tan virgen como siempre.
— Si es cierto, entonces algo más debe suceder, porque el modo en que su omega se resiste a los medicamentos es como cuando conocen a su alfa predestinado, una vez que llega a su vida, nada puede convencer al omega de lo contrario, es casi como si llevara su propia marca.
— Conozco a Gulf y sé que no se permitiría llegar a esto.
— Bueno, si es así, esperemos a que haga efecto el suero y los analgésicos, quisiera llevarlo al hospital, pero está demasiado débil para correr el riesgo.
Para alivio de todos, los síntomas se fueron atenuando, aunque no al nivel que el médico hubiese esperado. A la mañana siguiente Grace fue capaz de hacerse cargo mientras su esposa dormía en la otra habitación, viendo a Gulf recuperar la consciencia por un breve periodo de tiempo antes de caer en el codiciado sueño. Un escalofrío lo despertó, buscando a tientas con que cubrirse, pero sólo notó su desnudez y suspiró, arrugando el entrecejo ante el entumecimiento de su cuerpo. Parpadeó dos, tres veces, sus ojos ardían y la luminosidad entrando por la ventana parecían cuchillas, cubriéndose el rostro con la mano.
— ¡Gulf! —el sonido de su nombre atravesó su cráneo y lo hizo gemir de dolor— estás despierto, qué alivio, me tuviste tan asustada, ya estás aquí otra vez.
— Agua —rogó y rápidamente sintió el borde de una botella en sus labios, comenzando a beber rápidamente, sintiendo el líquido desbordarse por las comisuras de su boca, pero no parecía ser suficiente.
— El médico dijo que podías estar sediento ¿Crees que puedas comer algo? Tengo gachas o si quieres algo más frío.
— No —susurró luego de analizar su estómago que parecía algo inestable— ¿Qué pasó? —murmuró, reconociendo la incomodidad de sus músculos.
— Tu celo, eso pasó.
Los recuerdos de la agonía vivida aparecieron en tropel, llenando sus ojos lágrimas, aunque parecía imposible que pudiese llorar una vez más.
— ¿Por qué no me dijiste que tienes un alfa? Y dime dónde lo encuentro, porque después de dejarte solo en estas condiciones, te prometo que lo mataré con mis propias manos si tu no lo haces.
— ¡No tengo alfa! —contestó indignado, llevando la mano a su garganta al sentir la quemazón de sus palabras— sabes que no lo tendré nunca.
— El médico dijo que esto que te pasó es porque conociste a tu alfa y tu omega no quiere a nadie más que él.
— Bueno, está equivocado —hizo un esfuerzo sobrehumano para incorporarse, notando la sábana cubriendo su desnudez y la mezcolanza de fluidos en la cama lo hizo enrojecer— gracias por ayudarme, pero quiero estar solo.
— Ni en sueños, después de estos dos días en que casi me matas de la angustia, no te dejaré solo hasta saber que estás totalmente recuperado.
— Entonces ve a preparar esas gachas, así me das un instante de intimidad.
— Si te dijese las cosas que tuve que hacer por ti en estos días, créeme, tu intimidad ya se fue por el garete, pero te concedo tu deseo, grita si necesitas ayuda.
Desapareció dejando una estela de furia que hizo suspirar a Gulf, tenía que ver la manera de compensarla. Por ahora, tocaba levantarse, si es que era posible.
Sus piernas parecían aún más delgadas al deslizarlas por la orilla y era capaz de ver las costillas asomando por la piel, eso casi lo hizo llorar, pero sacudió la cabeza y, respirando hondo, salió de la cama.
Llegó hasta el baño, afirmándose de las paredes, largando el agua tibia que lo hizo sollozar por la sensibilidad de su piel, pero pronto la sensación se convirtió en alivio, permaneciendo varios minutos sujeto de la pared de azulejos, respirando pausadamente, hasta encontrar la energía para lavarse.
Con una algodonosa bata cubriendo su cuerpo, regresó a la habitación, caminando lentamente, sintiendo un leve mareo y la necesidad imperiosa de acostarse, pero se encontró con Pleng sacando las sábanas de la cama y la vergüenza se apoderó de él.
— Quería hacerlo yo —susurró, en un pobre intento por mantener algo de dignidad, pero la chica se giró, sonriendo con amabilidad.
— Descansa —tomó la cobija arrugada y húmeda y se la entregó con suavidad— espero no te moleste que haya desarmado tu nido.
— No recuerdo haberlo armado —murmuró, sentándose en el pequeño sofá junto a la ventana— gracias por tu ayuda, lamento mucho haberte puesto en esta situación con Grace.
— Confío en ella, si es esa tu duda, pero agradecería no tener que pasar por esto nuevamente.
— Lo siento —la vio voltear el colchón y poner sábanas limpias, cambió las fundas de las almohadas y guardar la ropa con la que formó el nido sobre la cama.
— ¿Esto está bien para ti? —era un pantalón de pijama y una camiseta que aceptó con una sonrisa.
— Gracias.
Una vez vestido, lo ayudó a acostarse, secándole el cabello suavemente. Entonces Grace apareció con las gachas y, cuando el médico llegó, tenía un aspecto medianamente saludable para recibirlo.
— Buenas tardes, Gulf —tenía ojos amables y no tuvo reparo en que se sentara al borde de la cama— es un gusto verte despierto, mi nombre es doctor Mild Suttinut.
— Gulf Kanawut —sonrió, estrechando la mano helada del hombre— gracias por su ayuda, lamento las molestias que pude haberle ocasionado.
— Mi mejor premio es verte recuperado —presionó sus dedos antes de soltarlo y volverse a mirar a las chicas en la habitación— quisiera un poco de privacidad.
— Sé lo que me va a decir —bajó la cabeza, avergonzado, aunque ya estuviesen solos en la habitación— es por los supresores, me lo han dicho muchas veces, pero nunca pensé que podría ocurrir esto.
— Cuéntame a qué edad te presentaste.
— A los dieciséis y nunca había tenido un celo hasta ahora, tengo veinticinco.
— Son muchos años, realmente me sorprende que tu omega haya soportado durante tanto tiempo, cuéntame, cómo lo hiciste.
— Cambiaba de supresores cada seis meses y cuando me decían que debía tener por lo menos un celo al año, entonces buscaba alguien nuevo que me los recetara o mentía.
— ¿Por qué?
— Nunca quise ser omega —sorprendiéndose de que las lágrimas se deslizaran con tanta facilidad— debía ser un alfa, me criaron para serlo y no tuve más alternativa que fingirlo.
— Tu omega ha despertado enfurecido y ya no lograrás dormirlo nunca más, podrás tomar supresores para aliviar los síntomas, pero tal vez ni siquiera esperará tres meses para que tu celo vuelva.
— ¿Ah? —levantó la cabeza con rapidez, sus ojos llenos de terror— no puedo pasar por esto otra vez —arrugó la sábana en sus manos y vio la cobija en el sofá— por favor, haga algo, por favor.
— Existen terapeutas que se especializan en readaptación de omegas, hay muchas situaciones que pueden llevarte a este tipo de desorden, pero tu caso es especial.
— Creo que especial en esta ocasión no es algo bueno.
— ¿Tienes un alfa? —negó enérgicamente— porque tu omega se comporta como si lo tuvieras y no un alfa cualquiera, él reconoce la presencia de tu predestinado ¿Sabes lo que eso significa? Que el único que tu omega aceptaría para aliviarte en tu necesidad es ese alfa, ningún otro y mientras más permanezcas apartado de él, más débil te volverás ante tu omega, es casi tan grave como una marca desatendida.
— ¡No! —su grito hirió su garganta— no es posible, se lo juro, doctor, yo no tengo alfa, no tengo.
— No es a mí a quien tienes que convencer, es tu omega quien lo cree, es primordial que comiences una terapia, aprender a hablar con él, es eso, o encontrar realmente al alfa que necesitas.
— ¿Predestinado? Pero eso suena a magia a cosas raras, yo no soy ese tipo de persona, no puede ser, tiene que haber otra solución —sus ojos se veían desorbitados al mirar al médico otra vez— hay estudios que dicen que podemos matar a nuestro omega, los he leído, tiene que haber una opción.
— Existen, pero no soluciones de verdad, nunca he escuchado que uno funcione de manera exitosa.
— Conmigo funcionará, estoy seguro, por favor, ayúdeme.
— No suelo hacer este tipo de concesiones, no me parece que sea saludable, pero conozco a un médico que está trabajando en algo así, no exactamente matar al omega, pero cortar ese lazo que te hace dependiente de él, en el fondo, poder elegir.
— Dígame qué hacer.
— Voy a conseguir los datos y te haré una cita si es posible, son muy exigentes con los sujetos que reciben, pero ellos te explicarán las condiciones.
— Gracias —exclamó, abrazando al médico que pareció contrariado con su efusividad— perdón, no siempre soy así, supongo que son las hormonas.
— Por ahora voy a pedirte que dejes de tomar supresores hasta nuevo aviso, puedes usar el atomizador para el aroma, pero no abuses, también tiene químicos que pueden afectarte, es mejor si tu omega cree que es libre por un tiempo, ya veremos cómo progresas.
— Lo prometo, seré un buen paciente.
Retorcía sus dedos hasta el punto del dolor, incluso mientras Pleng acariciaba su espalda en movimientos circulares que se suponía debían calmarlo.
— Gracias por acompañarme —susurró, mirando a la chica sentada a su lado en la sala de espera— siento mucho los inconvenientes.
— No es molestia, lo hago por Grace.
— Pero debes tener cosas que hacer y estás aquí, perdiendo el tiempo —las manos de ella eran tibias al tomar las suyas— ¿Crees que esto funcione?
— Creo que es una soberana locura, pero si realmente estás convencido, nadie podrá convencerte de no intentarlo.
— Lo siento ¿Sabes? Como una segunda piel, está enojado, ahora sabe que hablo de él y gruñe ¿Cómo puedo vivir con alguien que me odia y a quien detesto?
— Sé lo que es, mi omega siente temor de sus gruñidos, pero hace tiempo entendí que no somos entes aparte dentro de un mismo cuerpo, al principio fue difícil, sobre todo cuando sus deseos eran tan contrarios a los míos, pero encontramos a Grace y somos felices.
— ¿Dejarías que ella te marque? —su voz apenas un aliento.
— Mi omega anhela que suceda y es tentador, poder saber qué le ocurre a Grace, qué piensa, qué siente, poder ser para ella como lo es para mí y entonces recuerdo que también podría sentirme y asusta.
— Si ella muere, tu morirías.
— ¿Es lo que le pasó a tu madre?
Asintió lentamente y las lágrimas comenzaron a caer. No estaba seguro si eran los estragos del celo o el hecho de no estar tomando supresores, pero todas sus emociones parecían estar sin control. Lloraba, reía y se asustaba con tanta facilidad y su omega aullaba pidiendo algo que no entendía cómo darle. Sólo habían pasado dos días y su vida era un desastre, ni pensar en trabajar, acumulando pendientes en su agenda, pero no tenía cabeza para concentrarse. Había vuelto a armar el nido cuando quedó solo y aunque eso parecía calmar a su omega, no duraba mucho tiempo, siempre había algo que faltaba, algo más.
— Sé que llevas un vida de aislamiento, así que no creo puedas entender lo que te digo, pero dejar de vivir no es la respuesta, el miedo siempre va a estar ahí, pero los accidentes acurren y creo que, si hay algo que aprender de esta experiencia es eso, Gulf, lo que les pasó a tus padres fue horrible y entiendo cómo te sientes, pero eso no quiere decir que lo mismo te pasará a ti.
— ¿Gulf Kanawut?
Se puso de pie, observando al enfermero afirmando la puerta abierta y respiró hondo antes de entrar, tomando asiento en la silla que le indicó.
— El doctor Suttinut nos envió tu ficha, dijo que estás interesado en ser sujeto de prueba para el tratamiento experimental.
— Sí, estoy dispuesto a lo que sea necesario —limpió las lágrimas con nerviosismo y metió las manos entre sus piernas ¿Hacía tanto frío aquí?
— Bien, llene este formulario mientras preparo todo para obtener algunas muestras —le entregó una tabla con un papel y lápiz.
Gulf tuvo que entornar los ojos, sintiendo un leve mareo al comenzar a contestar. Era información habitual, como edad, fecha de presentación, casta de sus padres. ¿Has tenido relaciones sexuales? Al decir que sí, había más preguntas que lo hicieron sonrojar al leerlas, pero su respuesta no tenía dudas, marcando el pequeño cuadrito que indicaba no.
El enfermero lo hizo pasar a otra sala donde recolectó varios tubitos con sangre, pesó, midió y Gulf sintió su piel ruborizarse, cerrando los ojos mientras era fotografiado, recordándose mentalmente los motivos por los que estaba haciendo esto cuando otro tipo de examen y toma de muestras mucho más íntimas tuvo lugar.
Volvió a la silla del comienzo en lo que le pareció una eternidad, nuevamente vestido, aunque su respiración no dejaba de ser agitada.
— Debe firmar este documento de consentimiento, además de un contrato con todas las instrucciones que seguirá al pie de la letra, por supuesto, irá una copia para usted, si tiene dudas, puede llamar a este número —golpeó la hoja con la punta de un dedo— y acá firmar por la entrega de este localizador.
— No entiendo —murmuró, recibiendo el aparato, viendo la pantalla en blanco.
— Desde ahora no puede usar ningún tipo de hormona o relacionado, no supresores, tampoco inhibidores de aroma, eso es muy importante, si falla en alguna de estos, tendremos que volver a cero —espero a que le diera una respuesta afirmativa a que entendía— en el momento que llegue su celo, marcará el localizador, nosotros recibiremos la alerta e iremos a su hogar, si cambia de domicilio, lo debe informar con anticipación al mismo número de consultas, eso es muy importante.
— Entiendo —tragó saliva, ciertamente asustado ante la posibilidad de otra experiencia como la pasada, pero entendía que no había más por hacer que someterse, todo fuese por ser libre.
— Uno de nosotros acudirá al llamado, recolectaremos las muestras necesarias y se le administrará supresores y analgésicos para un descanso posterior, personalmente le recomiendo que, si necesita ayuda durante estos días, busque la compañía de algún beta que lo asista desde ahora, no recomendamos la presencia de alfas ni omegas, ya que pueden contaminar las muestras con sus hormonas.
— Esta es una copia de la llave de mi casa —la dejó sobre el escritorio y suspiró, sabía que debía preguntar algo, decir algo, pero su mente estaba en blanco y lo único que lograba visualizar era la seguridad de su nido.
El enfermero dijo otras cosas más, pero los oídos de Gulf habían dejado de prestar atención, sabía que tenía todo en los documentos que llevaba pegados a su torso y, como en piloto automático, dejó que Pleng lo guiara a su hogar.
Pidió quedarse solo, necesitaba descansar y un momento de tranquilidad para asimilar lo que se venía. Con movimientos afirmativos de su cabeza, prometió avisar si algo sucedía y cerró la puerta de calle.
Caminó lentamente por la que una vez fue la casa de sus padres. Cuando salió de la universidad, decidió prescindir de los arrendatarios, hacer una remodelación y convertir un área en su lugar de trabajo, donde no había entrado en todos estos días. Suspiró, viendo los monitores en el mesón, teclados y equipos periféricos, todo de última generación. Su silla especial para evitar lesiones lumbares y se fijó en la mochila sobre ella. Seguramente Grace la dejó ahí, porque no recordaba bien dónde la dejó cuando llegó a casa ese día. Abrió el cierre y sonrió al ver el equipo del hijo mayor del abogado, eso sería algo con que distraer su mente mientras intentaba regresar a su rutina, al menos hasta que el nuevo celo apareciera.
Escaneaba su cuerpo cada mañana, buscando cualquier síntoma que pudiese significar novedades, náuseas, dolores estomacales, calor inusitado, sensibilidad emocional, antojos. Excepto por la creciente necesidad de consumir cafeína, parecía estar volviendo al Gulf de siempre, concentrándose en su agenda, enviando correos electrónicos a sus clientes explicando la situación, aunque nunca diría de qué se trataba realmente, pero “estar enfermo” calzaba dentro de otras muchas condiciones.
Había llamado al señor Suppasit, pidiendo perdón por haber dejado sus oficinas de manera tan abrupta ese día y estaba seguro de que el hombre era demasiado caballero para hacer más preguntas, pero seguramente Fluke lo había puesto al tanto de lo ocurrido, situación por la que se negaba a dar más explicaciones. De todos modos, le dijo que el equipo de su hijo necesitaba un repuesto y lo llamaría en cuanto estuviese reparado.
Era viernes y Grace había estado insistiendo en visitarlo, pero se negaba a verla, poniendo como excusa sus hormonas. No quería ver a nadie. Sabía que todos querrían hablarle, hacerlo cambiar de opinión y entendía que su preocupación venía desde el cariño, pero cuando Gulf Kanawut tomaba una decisión, muy pocas cosas podían hacerlo cambiar de opinión.
Con el temor fluyendo por sus entrañas, cedió a la necesidad imperiosa de tomar un helado de café, no iría a su gelatería favorita, pero al menos compraría un sustituto en la tienda de conveniencia más cercana. Comprobó todo en sus bolsillos y caminó lentamente, repitiéndose palabras calmantes y, al llegar, el aroma de un café recién hecho asaltó sus sentidos, sintiendo el sudor cubrir su frente. Compró el helado y pidió un vaso de café caliente, pagando con manos temblorosas.
Sabía lo que estaba ocurriendo, pero quería tener la esperanza de que manteniéndose tranquilo, su omega no se alteraría y sería capaz de llegar a casa antes de que todo explotara en su interior. Bebió el humeante líquido, desilusionado, porque no era el sabor que tanto deseaba sentir y, cuando el contenido llegó a su estómago, un espasmo de dolor le hizo perder el control, entonces fue consciente por primera vez del llamado de su omega.
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