ryztal Angel Fernandez

«Molly Black, episodio 1» es un relato de fantasía dividido en tres capítulos para su fácil lectura. Molly Black es una niña que perdió a su abuelo. Antes de la muerte de su abuelo, habían creado un mundo ficticio para huir de la realidad. Irvenalice era su hogar. En un día de invierno, Molly no quería ir a la secundaria, al contrario, deseava que volviera Harold, su abuelo. Un acontecimiento imprevisto, hará que ella viaje a Irvenalice con unas simples palabras: «Me quiero ir de este mundo».


Fantaisie Tout public.
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Capítulo 1

¿No quería despertar en un lugar mejor? Molly Black deseaba cerrar los ojos y flotar en la perpetuidad del onirismo, libre del dolor emocional. ¡Oh! La cruda realidad pisoteaba los fragmentos de sus sueños rotos, ya que sonaba la tediosa alarma en la mesa.

¿Para qué iba a levantarse? La motivación para ir a clases era vaga. El diáfano rayo de luz recorría su alcoba. Ingrávidas virutas de polvo danzaban en la atmósfera. Molly agarró su manta y se cubrió de pies a cabeza. «No quiero ir a clases», pensó. «Estoy cansada de este mundo».

—¡Hija, tu desayuno! —avisó su madre desde la cocina.

El olor del desayuno se deslizaba por las fosas nasales de Molly. Su estómago rugía como un monstruo de en una caverna. Quizá tuviera uno dentro de ella. Por otro lado, su alma pedía auxilio con una voz ahogada. Era consecuencia de la barbarie que enfrentaba su mente perturbada.

Nació en una familia humilde y trabajadora. Sus padres eran el obsequio de Dios, pues la complacían en todo. Aunque ellos no disponían de suficiente dinero, ahorraban para comprar un regalo de navidad a Molly. Esta abnegación por su hija guardaba un profundo secreto, debido que el primer parto de Dorianna resultó un desastre. Por tanto, el que iba a ser hermano de Molly, fue sepultado por una madre que había luchado por sobrevivir en el hospital. Desde aquel funesto acontecimiento del pasado, Dorianna y Jacques habían prometido querer a Molly, su única hija.

En los años venideros, Molly gozó del candor de la infancia. Aquella inocencia la había cegado de un truculento lobo al asecho, me refiero a la insidiosa «realidad». Así que, guardó en su baúl pueril tiernos momentos originadores de sonrisas. Durante las noches de su adolescencia, procuraba sumergirse en el lago neblinoso producto de la nostalgia, y evocaba un mundo distinto que había dejado atrás: la niñez. Siempre traía de vuelta a su abuelo paterno. «¡Abuelito, abuelito!». El sonido de los recuerdos, quedaban esparcidos como tañidos de campanas.

Harold, su abuelo, sentaba a la niña en las piernas que una vez formaron parte del ejército. Entonces, iniciaba un relato plagado de fantasía. Molly, toda oídos, permanecía abstraída con los dragones, hadas, gnomos, duendes, fantasmas, demonios, villanos… Ella guardaba aquellos relatos en su memoria, dado que escuchaba la voz de su abuelo antes de acostarse a dormir. Cuando se atrevía a salir al patio con una espada de madera a los siete años, Molly relataba su propia aventura.

¡Y qué bello era cuando participaba Harold! Viejo y gastado, imitaba un popular mago negro de la corte de hechiceros. Iban al arroyo a luchar contra ogros, y pixies malévolos. Las batallas duraban hasta el atardecer. Antes de dormir, Molly hacía que Harold narrara unos cuentos de Hans Christian Andersen. En vista de su fascinación por los cuentos del escritor Danés, Molly se dedicó a la lectura. Así surgió su pasión por los libros de fantasía e historia. Más tarde conoció a Juana de Arco, su heroína francesa preferida.

Cuando Molly cumplió diez años, el corazón noble de Harold estaba en sus latidos finales. Aquella mañana, el viejito iba a salir a jugar con la niña en el patio. Debían cazar un cíclope que conspiró contra Su Majestad. En ese entonces, habían planificando el asedio contra el cardenal Borgio, puesto que su poder político era capaz de dominar tierras que creían indómitas.

—¡Abuelito!

—¡Buenos días, guerrera! ¿Partimos en pos del bellaco Borgio? —preguntó Harold, entusiasmado.

—Debemos acabar con el cíclope para atravesar el bosque del noreste —informó Molly y tomó la espada y el escudo, ambos hechos por su abuelo—. ¡Vamos!

—¡Iré por la vara del trueno! —avisó, imitando la voz de Gandalf—. Espérame.

Molly se sentó a jugar un rato Final Fantasy IX en el PlayStation. Su abuelo, antes de ir al patio, ataviado con la túnica de mago, se sentó para ayudarla a completar una parte del videojuego.

—¡El mago oscuro eres tú! Yo soy Freya, me gustan las guerreras —declaró Molly, entregando el control.

Turnaban el mando cuando les tocaba elegir comandos. Los personajes de su universo estaban inspirados en los personajes del juego. Final Fantasy es un videojuego que había expandido el universo fantástico de nieta y abuelo.

—¡Cúrate! —exclamó Harold.

—¡Usa Firaga! —ordenó Molly.

—¡Tiene espejo! —replicó señalando a la pantalla.

Con la llegada del PlayStation, nieta y abuelo apasionados por un hobby en común, se enamoraron al contemplar personajes, monstruos y mapas. Por consiguiente, Harold se dedicó a crear, con base en sus conocimientos de cartografía, un mapa de Irvenalice. Entonces, Molly olvidaba su triste vida escolar, y Harold no regresaba a Vietnam. Además, encontraban la felicidad en Irvenalice.

Cuando apagaron la videoconsola, viajaron a Irvenalice y adoptaron sus roles. Fueron al patio para cazar a Borgio. Lamentablemente, Harold falleció de un infarto fulminante antes de encaminarse al bosque.

—¡Abuelito! —Molly se acercó y lo zarandeó—. ¡Te han herido! —Ella no entendía, pensaba que Harold actuaba—. ¿Abuelo? Debemos ir a buscar el cíclope… ¡Abuelo! —Sus ojos se anegaban en lágrimas. Luego de comprender que Harold murió, prorrumpió en llanto—. ¡MAMÁ! —desgañitó.

La fantasía se esfumó por la muerte de su abuelo. En consecuencia, Molly se aisló dentro de una burbuja depresiva. Aunque la muerte de su abuelo no era el único motivo para su temprana depresión. Molly callaba los abusos escolares.

Ella era una alumna de notas admirables. Además, los profesores hablaban del excelente comportamiento de Molly. No obstante, nadie sabía lo que ocurría. Todos los muchachos de su edad, se burlaban de ella. Creía tener amigos, y los puñales traicioneros no cesaban. Al final acabó sola, ya que nadie quería estar con la «perfecta anormal».

Molly, cuando quería jugar con sus compañeros, la rechazaban por comportarse de manera «infantil». Le decían de un modo despectivo: «Deberías madurar, estás en sexto grado». En los lavabos, las chicas, como una manada de hienas, lograban intimidarla, y no paraban de señalar el aspecto «mediocre» de su débil apariencia. La insultaban así: «Esos lentes asquerosos, delgada, plana… ¡Por suerte tendrás algo que lucir a tus quince!».

En una ocasión se acercó un mastodonte hembra y la empujó contra la pared. Molly, que había caído por el empujón, estaba aovillada en el suelo. Esperaba una tunda de patadas, pero gracias al cielo no llegó a desarrollarse tal escena. El grupo de chicas la señalaron con los dedos y se rieron a mandíbula batiente. Afirmaban que una chica de segundo año, que pesa noventa kilos, no empuja tan fuerte.

En esos días lúgubres, Molly subía a zancadas los peldaños de la escalera de su casa. Luego se encerraba con llave, buscaba la túnica de su abuelo y se echaba a llorar.

La situación empeoró cuando inició séptimo grado. Molly, cargada de rabia, en el lavabo golpeó a una de las chicas, esta chica era la hermana menor de la mastodonte. Al día siguiente citaron a Dorianna en la secundaria, ya que Molly estaba en la enfermería. Cuando llegó, vio que su hija sangraba a borbotones por la la nariz rota, y a duras penas podía hablar. De manera que el impacto emocional al recibir un puñetazo directo, y la amenaza de la mastodonte, tuvieron un efecto catastrófico en la psique de Molly. A pesar de la agresión física, Molly no delató a la mastodonte, pues una amenaza de muerte era suficiente para asustarla.

Dorianna, asustada, buscó otras secundarias en el condado, pero eran costosas. Molly parecía una muerta en vida. Por otra parte, sus notas habían bajado drásticamente, y cuando tenía la oportunidad de llorar, lloraba sin parar, aferrada al recuerdo de su abuelo.

Los insultos de la sociedad escolar, imparables, causaron un mayor daño psicológico que expandió la herida de la muerte de Harold. Por lo tanto, Molly adquirió la manía de verse al espejo y escupir su reflejo. De odiar a los demás, pasó a odiarse a sí misma por no ser como los otros querían.

Dejó de jugar Final Fantasy. Rompió las revistas mensuales de ciencia ficción. Enterró los libros de fantasía que su abuelo leía. La espada y el escudo los arrojó al arroyo. Descargaba la furia de su alma afligida, golpeando una almohada. A medida del decurso de los meses, se agravaron las circunstancias. Una vez llegó a orinarse en un examen por miedo de ir al baño, dado que temía ser golpeada otra vez. La humillación era incesable, los alumnos se empeñaban por hacerla sufrir. Entonces, de los puños a una almohada, comenzó a autolesionarse con un cuchillo frente al espejo.

—Esto es por ser fea… Esto por inmadura… ¡Esto por ser débil! —gritaba mientras se hacía cortes en ambos brazos. Veía su sangre con desprecio—. Me odio… Me odio… —Terminaba por abrazar sus piernas y llorar. En su piel se trazaban líneas bermejas. La luna era testigo de la autolesión de Molly.

Transcurría el invierno. La calles estaban atiborradas de nieve. A causa del viento, los árboles movían sus brazos tortuosos. Los copos caían despacio hasta la capa blanca que cubre el techo del hogar de Molly. Ella seguía aterida bajo la manta. Soportaba el hambre y continuaba sin ganas de presentarse en la secundaria.

En la víspera, durante la clase de deportes, jugaban a la guerra de bolas de nieves. Muchos habían apuntado a Molly. Con el ingenio infectado de maldad, ponían piedras en la compacta nieve. Molly soportaba las piedras con miedo. Entonces, el profesor usó su silbato para detenerlos. Durante la pausa, regañó a los estudiantes, pero uno de ellos con la sangre fría, lanzó una bola a la cabeza de Molly. Ella, que iba a beber agua, soltó el termo y se agachó con las manos en la testa. Había emitido un grito ahogado, debido que no quería que la oyeran expresar dolor.

El acuerdo grupal era pegarle a Molly en el cuerpo, y evitar herir su cabeza. Ellos establecían un límite, pues sabían, como animales racionales, comportarse. Al menos no se rieron. Una de las muchachas acudió a ayudarla. El silencio se había adueñado del ambiente, ya que estaban llegando hacia la frontera de lo posiblemente moral. Aun así, en sus mentes perversas, juzgaban la opción de disculparse con una chica que nunca les hizo nada.

Debajo la manta, aún latía la herida en la cabeza. Su madre había parado de llamarla. Oyó pasos en la escalera.

—Molly —dijo la voz gruesa de Jacques—. Ya el auto funciona, puedo llevarte.

—No quiero —susurró.

—¿Molly? —preguntó y tocó suave. Dio un suspiro—. Hija, ¿podemos hablar?

—No quiero ir, no quiero hablar… Quiero que vuelva abuelito…

—Molly, debes ir a clases por tu futuro. Por favor, baja y come. Tu madre hizo las tostadas especiales y preparó la lonchera.

La ufana voz de una chica que se burló del almuerzo hecho con cariño de Dorianna, resonó en el abismo de sus memorias. La voz decía: «¿Tú mamá aún te cocina? ¡Qué mantenida eres!».

—Quiero irme lejos de aquí… Muy lejos de este sitio… Lejos de la gente… Lejos del dolor. —masculló.

Cerró los ojos, una gotita cayó hasta sus cabellos que, como tentáculos, estaban esparcidos en la almohada. A un lado estaba la túnica que despedía el aroma de Harold.

—Voy a buscar la llave y abriré la puerta —advirtió su padre, irritado por la actitud de Molly.

—¡Me quiero ir de este mundo! —gritó con la rabieta en la garganta.

Y esperó la llegada de su padre. El sonido del exterior se convirtió en una letanía que se perdía en la ignota distancia. Una oscuridad total absorbió la luz. Como Molly estaba cubierta con la manta, desconocía los sucesos anómalos a su alrededor.

Percibió, al cabo de un cuarto de hora, que su padre continuaba sin subir. Un sopor repentino la hizo bostezar. El fluir de la corriente de un río la hipnotizó. La brisa álgida dirigía la serenata del follaje de unos pinos. Un pulso cálido en el pecho, calmó sus nervios como si de una pastilla para dormir se tratase. El ritmo cardíaco descendió. Molly cerró sus párpados y se durmió.


12 Mai 2021 22:29 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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A propos de l’auteur

Angel Fernandez Escritor y fotógrafo venezonalo. Nací en Carabobo, Puerto Cabello. Tengo 23 años. Me dedico a mejorar en la escritura y mantener la meta de representar a Venezuela junto a otros escritores noveles en la literatura del siglo XXI. Todas mis obras están registradas en Safecreative.

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