{Viktor/Yuuri}
Parte 1.
Cualquier pensaría que diez años de matrimonio serían suficientes para afirmar que conocía a la persona que estaba a su lado. Lo que piensa, lo que siente, lo que sueña... Lo que desea.
Su caso... Su caso no fue uno de ellos.
Después de saltar obstáculo tras obstáculo que la vida misma les fue poniendo en el camino que recorrieron juntos, año tras año, resultó que al final su camino no era el mismo... O tal vez sí, pero no para cruzarlo juntos.
No existe un manual que indique cómo debes proceder el día que el "Amor de tu Vida", tu "Alma Gemela", la "Mitad que te Faltaba", se acerca a ti con lágrimas en los ojos para decirte que el amor que le has ofrecido todo ese tiempo, no era lo que esperaba... Así, sin más.
Esa misma noche, se marchó como un vil ladrón en plena madrugada después de haber delinquido... y lo era. Lo fue.
Fue un ladrón, un estafador, un malhechor que se llevó con él su corazón, su alma... Sus ganas de vivir.
Huyó dejando una escueta disculpa en un trozo de papel. Un mensaje que aun guarda en el mismo cofre donde atesora los poemas de amor que antes le dedicó... Una simple nota excusándose en que el amor había llamado a su puerta y no había podido rehusarse a responder, por que, esta vez... Esta vez sí había encontrado a "la persona indicada" en su antiguo amor de niño... Y este nuevo amor ya gestaba su primer fruto.
Un hijo... Un hijo que él jamás podría darle, no de su sangre y la suya, no de su carne... No de su vientre.
Así fue...
Trató de continuar con su vida, de refugiarse en el trabajo, en sus amigos, en sus aficiones... Pero, ¿cómo lograrlo cuando su mayor afición era adorarle?... ¿En quién confiar cuando su mejor amigo era él?... ¿Cómo seguir cuando su único objetivo en el trabajo fue proveerle para que nada le faltara, para forjar un futuro juntos?
A veces, en su lecho mientras duerme, escucha voz llamándole, susurrándole cuánto le necesita, cuánto le extraña... Alguna que otra vez siente su mirada, en las calles, en el parque, en la pista de hielo... En la casa.
En esa casa que ambos convirtieron un el santuario para su amor... En el hogar donde verían crecer a sus futuros hijos... En ese castillo naipes que se derrumbó con la puerta al cerrarse tras su partida.
Cambio su apariencia, una, dos, tres veces. Dejó crecer de nuevo su cabello recordando la cantidad de elogios que le dirigía a su apariencia en sus fotografías de antaño, secretamente esperando que todavía sea de su gusto, y que, cuando le viera, recordara el momento en que se declararon su amor ante el altar.
Su voz era la música con que añoraba seguir despertando cada día. Su melodiosa risa la canción que adoraba escuchar en bucle sin hartarse.
Estaba muy seguro que ese nuevo amor jamás le amará como él lo hace... No existía un sólo corazón en este mundo que sintiera por él lo mismo que ése dentro de su pecho, que latido a latido imploraba regresara a su lado...
Era imposible dejarlo de amar... Lo tenía tatuado a fuego en cada célula, en la sangre... En el alma.
No existía fórmula para olvidarle, ya lo había intentado todo. De todo. Y tales intentos le confirmaron que la única forma de olvidarle sería solamente la muerte...
~*~
-¿Qué vas a hacer mañana? ¿Qué le dirás si se acerca a saludar y te pregunta cómo estás?- Le preguntó el moreno parándose a su costado dirigiendo su mirada también al exterior de la ventana.
-Si le pudiera mentir, le diría que todo va marchando muy bien, que soy feliz... Que le he olvidado... Pero, ambos sabemos que no es así, y además... Nunca aprendí a mentirle- Musitó viendo los árboles del parque agitarse por el viento, apenas visibles entre la penumbra nocturna. -¿Y tú, qué harás con Él si...?- Añadió la pregunta sin mirar a su acompañante.
-No lo sé... No lo sé... No quiero pensarlo... Es una mierda que nuestros respectivos calvarios tenga el mismo nombre, ¿cierto?- Respondió soltando un suspiro pesaroso.
Casi... Tienen casi el mismo nombre, Beks-. Susurró para después dejar caer su cabeza sobre el hombro contrario, ocultando las furtivas lágrimas tras la larga cabellera platinada.
-Tienes razón... Casi el mismo nombre, Vitya-. Afirmó igualmente susurrante el moreno que lo abrazaba por la cintura intentado consolar y consolarse con su presencia.
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