criseme Cris Eme

Takeru Takaishi es un joven novelista parisino sumido en un profundo bloqueo de escritor desde hace años. Para poner fin a un problema que pronto destruirá su carrera y su sueño, decide aceptar la propuesta de su amigo Daisuke y mudarse a Nueva York en busca de la escurridiza inspiración que parecía haberle abandonado de forma irremediable. Aviso: Los personajes de esta historia pertenecen a la franquicia Digimon y sólo los uso como entretenimiento y sin ánimo de lucro.


Fanfiction Anime/Manga Tout public.

#digimon #takeru #mimi #daisuke #taichi #nuevayork
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Prólogo


El sol entraba a través de los postigos de las ventanas, posándose sobre su cuerpo y regalándole una caricia cálida y agradable. Sentado en una cómoda y elegante silla, se encontraba en un ostentoso despacho rodeado de libros, perfectamente iluminado y muy acogedor. Un lugar perfecto para entrevistar a un escritor.

Takaishi Takeru esperaba de forma paciente a que el equipo al que había decidido conceder la entrevista terminase de preparar todos los aparatos que necesitarían para empezar. Veía a los encargados del sonido caminar de un lado a otro enganchando cables y probando los sistemas operativos para que todo fuera perfecto. En ese momento, entraba por la puerta la mujer que le entrevistaría: Catherine de la Fountaine, una periodista muy conocida en Francia, famosa por la profesionalidad en su trabajo y su escasa tendencia al amarillismo en sus artículos. Por eso, en parte, había aceptado la entrevista.

Monsieur Takaishi, encantada de conocerle —se presentó ella tendiéndole la mano para estrecharla.

—El gusto es mío —se apresuró a contestar aceptando el gesto.

—En cinco minutos comenzamos. Espero que esté preparado —dijo ella sonriendo de forma abierta, tratando de ganarse su confianza.

Él asintió y vio cómo la periodista se acomodaba en la silla que acababan de colocarle justo enfrente de él mientras se afanaba en tener preparada la grabadora, seguramente para después mecanografiar lo que hablasen en su redacción.

Cuando los técnicos terminaron de ponerlo todo a punto, salieron todos de la habitación dejándoles solos por fin. Vio que ella sacaba su teléfono móvil y ambos posaron para sacarse una foto que seguramente luego se encontraría compartida en redes sociales por todo el mundo.

—Takaishi Takeru es un joven escritor franco-japonés que ha revolucionado el panorama literario con su nueva obra tras varios años de sequía literaria, como él mismo nos ha insistido bastantes veces —le sonrió después de decir aquello y él sintió que podía relajarse—. Usted nació en Japón, pero reside aquí en París desde los dieciocho años, donde la mayor parte de sus tramas se han desarrollado... salvo su última novela. ¿Por qué Nueva York, señor Takaishi? ¿Por qué decidió instalarse en Nueva York durante tres meses para escribir de nuevo?

—Bien, como usted ya ha indicado antes, estaba sumido en una profunda sequía. No tenía ideas y parecía que toda inspiración me había abandonado. Por ello, decidí romper con todo e ir a recuperarla donde quisiera que estuviera —se apresuró a explicarle, evocando aquellos momentos tan desagradables.

—¿Cómo supo que su inspiración le estaría esperando allí? —preguntó ella sonando un tanto sorprendida.

—No lo sabía —contestó él con una sonrisa relajada—. Pero si Nueva York había inspirado anteriormente a artistas como Lorca, Truman Capote, Woody Allen o Sinatra, ¿por qué no iba a pasar lo mismo conmigo?

—Está claro que podríamos añadirle a usted en esa lista tan selecta —intervino la entrevistadora con una sonrisa.

Takeru se sentía cómodo con aquella entrevista. Habían hablado de su trayectoria, de sus proyectos para el futuro y luego sobre cómo se sentía por su nominación al Grand Prix du Roman, uno de los premios más importantes en Francia. Sin embargo, cuando ya pensaba que la entrevista había llegado a su fin, la periodista tenía aún una última pregunta:

—Se ha comentado mucho sobre su novela y los supuestos tintes autobiográficos que posee, ¿qué tiene que decir al respecto? ¿Acaso Princesa, su personaje protagonista, es una mujer real que usted conoció en Nueva York?

—Eso lo dejaré en el imaginario colectivo —contestó él ahogando una carcajada—. No querrá usted que un escritor rompa la magia de la ficción.

—Ni mucho menos —replicó ella en un tono divertido—. Muchas gracias, monsieur Takaishi. Le deseo muchos éxitos en el futuro.

Tras su despedida, ella apagó la grabadora y le estrechó la mano mientras le decía lo mucho que había disfrutado con la entrevista. En ese momento, aparecieron los fotógrafos y comenzaron a indicarle dónde colocarse para comenzar con las fotos que acompañarían a la entrevista en la revista. Había salido todo a la perfección.

Cuando se disponía a marcharse de allí después de despedirse de todos los presentes, fue interceptado por Catherine, quien también estaba preparada para abandonar el lugar e insistió en acompañarle.

Bajaron las escaleras que separaban las dos plantas del edificio de la calle intercambiando elogios a sus respectivas carreras hasta alcanzar el exterior.

El ruidoso bulevar Saint Michel les dio la bienvenida con su acostumbrado trasiego de tráfico y viandantes que discurrían por el mismo con su habitual ritmo frenético. Iba a dirigirse hacia donde se encontraba su moto cuando de pronto oyó detrás de él:

—Es casi la hora de comer y conozco un lugar por aquí donde hacen las mejores crepes saladas de toda París —se volvió para encontrarse con la mirada azul de la periodista— ¿Le gustaría acompañarme?

Takeru no pudo evitar sonreír. No le había pasado desapercibido cómo el tono de su voz se había suavizado a lo largo de la entrevista y cómo había estrechado su cercanía con él mientras se sacaban las fotos. No hacía falta ser un escritor de éxito para no apreciar el interés que había despertado en ella.

—Es muy amable —comenzó a decir Takeru mientras fingía que consultaba la hora— pero me está esperando mi abuelo para que almuerce con él. Es un hombre muy mayor y, por desgracia, nos vemos muy poco.

Vio cómo ella se encogía de hombros y sacaba de su cartera una tarjeta que le colocó entre los dedos. En ella estaba impreso su nombre y un número de teléfono. Levantó la mirada con una ceja arqueada y todo lo que recibió de Catherine fue un guiño coqueto y una despedida:

—Muy bien, disfrute del tiempo con su abuelo, señor Takaishi. Llámeme.

Con la sonrisa aún presente en su rostro, Takeru se alejó de Catherine y se acercó a su moto para arrancarla sin dejar de pensar en que nunca se acostumbraría a la espontaneidad e iniciativa de las mujeres occidentales.

Prendió la moto y se acercó hacia la carretera para perderse por el bulevar en dirección al distrito de Montmartre, donde residía. Cruzó la isla de la Cité dejando a un lado la catedral de Notre Dame sin evitar echarle un pequeño vistazo antes de continuar su camino. Amaba París, jamás se cansaría de la capital francesa.

Pronto alcanzó la Rue Magenta y comenzó a desacelerar cuando vislumbró a lo lejos el edificio en el que vivía. Se adentró en una plaza atestada de artistas exponiendo sus pinturas y cuadros para una escasa multitud que parecían más que dispuestos a adquirir alguna de sus obras. Había llegado a su destino y logró aparcar la moto justo enfrente de su portal.

Sin embargo, no pudo evitar pararse a mirar una lámina expuesta en un pequeño puesto que había quedado a la altura de donde había aparcado. Se acercó hasta allí y contempló la imagen, no pudo evitar sonreír al reconocer el lugar. Era Central Park en Nueva York.

Podía apreciar el castillo Belvedere sobre aquel gran lago y ese verde césped que sólo había podido descubrir en Nueva York. Cerró los ojos de forma inconsciente y evocó los recuerdos que había guardado de aquel lugar. Casi podía percibir el olor a césped húmedo y el sonido del agua grabado para siempre en su mente.

—¿Cuánto por la lámina de Central Park, monsieur? —preguntó siguiendo un impulso y echando mano a su cartera.

—Tres euros, monsieur —se apresuró a decirle el artista acercándose a él para contemplarla también—. Tiene usted muy buen gusto, es sin duda mi favorita de todas.

—¿La pintó usted en Central Park? —preguntó interesado sin apartar la mirada de la lámina.

—Así es —le contestó y no pudo ignorar el matiz melancólico que había adquirido su voz—. Estuve recorriendo la costa este de Estados Unidos buscando nuevos paisajes en los que inspirarme. Este fue pintado una húmeda mañana de primavera, aún puedo recordar la brisa fresca despejándome la cabeza. ¿Le interesa comprarlo?

Takeru asintió de forma mecánica y se llevó la lámina con él, despidiéndose del artista quien estaba encantado con la compra. Se alejó de allí con su nueva adquisición bajo el brazo y muriéndose de ganas por volver a contemplarla.

Cuando llegó a casa, dejó todo lo que llevaba con él a un lado y se apresuró a alcanzar el salón para desplegar la lámina sobre la mesa. Se quedó hipnotizado contemplándola, reconociendo el lugar y uniéndolo en su cabeza con sensaciones experimentadas en aquel lugar, rescatándolas otra vez a su consciencia.

De pronto, se sintió extraño. Las emociones le embargaron y se sorprendió a sí mismo con los ojos anegados en lágrimas. Se llevó la mano a los ojos para enjugarlas y no pudo evitar reírse por aquel momento de debilidad. Había sido tan feliz esos días en Nueva York.

Sus ojos entonces se posaron de forma mecánica en una foto que tenía en la estantería. En ella, sonriendo y visiblemente contento, aparecía abrazándola a ella, quien parecía relajada bajo su tacto. Ella, la Princesa de su novela, la mujer que todos quería conocer. Su única musa.

Se quedó prendado de la forma en la que ella le miraba en el momento en el que se sacaron la foto y de los mechones de pelo castaño cayendo desordenados a ambos lados de su cara. Era la mujer más guapa que había conocido jamás.

Sacudió la cabeza espantando aquellos recuerdos que dejaban rastros de angustia por todo su cuerpo y se fijó por primera vez en que el teléfono fijo del salón tenía titilando la lucecita de la llegada de un mensaje al contestador automático. Consultó su reloj y, volviendo a la realidad, le extrañó que su abuelo Michel no hubiese llegado aún, así que supuso que era un mensaje de él.

Pulsó el botón para escuchar el mensaje y, efectivamente, era de él informándole de que debía cancelar la visita por haberse levantado con malestar y que se iría al médico en cuanto terminase de enviarle el mensaje.

Suspiró resignado a tener que comer solo y ya se dirigía a la cocina para prepararse algo rápido cuando, de pronto, sonó el timbre de la puerta. Intrigado, se acercó y descubrió al otro lado a un repartidor con un enorme paquete que había dejado en el suelo debido al enorme peso que debía tener. Con la voz entrecortada por el esfuerzo, preguntó:

¿Monsieur Takishi? Le traigo un paquete de la editorial. Firme aquí, por favor.

El obedeció y ayudó al repartidor a poner el inmenso paquete en la mesa del salón. Cuando por fin se quedó solo, se lanzó a abrirlo para encontrarse con la segunda edición de Princesa.

No pudo evitar gritar de alegría y sacó varios de los libros de la caja para apreciar la portada, a pesar de haber visto la misma muchas veces más. Pero no podía evitarlo. Se sentía muy orgulloso de su obra.

Se quedó sentado en el suelo con uno de los libros en la mano y lo abrió en la primera página, provocando que otra oleada de recuerdos volviesen a él como antes. Su mente extrañaba Nueva York y él no iba a ser quien le impidiera evocarla una vez más.

Leyó la primera frase del libro y se dejó llevar. Llegó a Nueva York en medio de una ventisca, como si de una advertencia sutil se tratase…

22 Mars 2021 21:28 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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