Sabía que tenía que hacer algo, tal vez…
—Première —en un movimiento fluido, me alcé en la punta del pie izquierdo, girando el tobillo hacia ese mismo lado mientras estiraba un poco hacia fuera el derecho, trayéndolo de vuelta para juntar ambos talones contra el suelo, separando los brazos de mi cuerpo y manteniendo las palmas hacia arriba, sin tocarlas entre ellas.
Tal vez debería tratar de hablar esta vez.
—Deuxième —deslicé la punta de los dedos izquierda a un pie de distancia del talón derecho, plantando ahí el talón izquierdo, con los dedos hacia afuera, al tiempo que estiraba los brazos a los costados, con las manos aún direccionadas hacia dentro.
No miré cuando unas uñas rasguñaron mi muñeca derecha en lo que se suponía que era un accidente, pero había pasado tantas veces que sabía que no lo era. Intenté no pensar en ello, hablar en este momento no valía la pena. Concentración.
—Troisième —con demasiado alivio recogí el brazo derecho para que regresara a la primera posición, trayendo de vuelta el pie izquierdo en puntas, descansando el talón justo detrás del comienzo de la pierna derecha.
A pesar de ello, tenía que intentarlo. Hablar. No porque lo había prometido, sino porque me lo debía. Un solo intento estaría bien. Nadie me pedía mucho más que eso.
—Quatrième —deslicé la pierna derecha a un pie de distancia, y un poco más a la izquierda, de la izquierda, para que el talón se encontrara a la misma altura que los dedos contrarios y viceversa. Tampoco olvidé, ya que sería un error imperdonable, alzar el brazo izquierdo por encima de mi cabeza, con los dedos apuntando hacia dentro.
Por alguna razón, esa postura en particular me llenaba de coraje. Balanceaba mi centro entre el soporte de ambas piernas, alzaba la barbilla. Sabía dónde se encontraba la Madame, pero prefería mantener la vista perdida al frente, mirando a nada en particular. No quería saber nada de nadie más, tenía que concentrarme.
Y tal vez así podría hablar al final de la clase.
—Cinquième —exhalé suavemente mientras recortaba la distancia del pie derecho con el izquierdo, levantando el brazo derecho para que acompañara al otro en la misma posición. Me agradaba todavía más estar estable.
Cerré los ojos al percibir más que ver el bastón de la Madame alzarse cinco centímetros del suelo. Juntó ambas manos en la cima y presioné los ojos cerrados con fuerza cuando lo estampó tres veces contra el suelo, esforzándome en no sobresaltarme. La quinta postura era mi base de hierro.
Así comenzaban todas nuestras clases.
🩰
Todavía tenía oportunidad de hablar.
—Saut de chat.
Toda la fila de bailarinas, incluyéndome, dimos pasos cortos de puntillas, entrecruzando los pies a medida que avanzábamos. La disciplina era clave, debíamos movernos a la vez. Tras el pequeño brinco que nos impulsaría, saltamos estirando las piernas hasta tenerlas rectas, con un brazo al frente y el otro hacia arriba en perfecta posición.
No habíamos tocado el suelo cuando:
—Fouetté.
No me detuve a hacer la postura cuando aterricé sobre el pie izquierdo. Como todo el espacio delantero se encontraba ocupado por nosotras, estiré la pierna derecha hacia delante para impulsarme a hacer giros hacia atrás. Sentí más que vi el segundo de retraso de mis compañeras, dedicándoles precisamente un segundo para fruncirles los labios.
Iba por la segunda vuelta cuando:
—Révérence.
Oh, rayos.
Me detuve de frente al frente del salón apoyando la punta de los dedos derecha en el suelo. Descarté toda la pantomima al dar tres cortos pasos hacia adelante para deslizar mi pierna izquierda abajo hasta que la rodilla apoyó el suelo, inclinando a la vez mi cuerpo, dejándole a mi pie derecho todo el peso. Mi brazo izquierdo atravesó fluidamente todo mi pecho durante el agradecimiento.
Abrí los ojos sin ser capaz de descubrir eso que pasó mientras me levantaba. Siempre estaba pendiente, no tenía idea-
Dos golpes del bastón contra el suelo detuvieron el rumbo de mis pensamientos.
Rápidamente se despejó el salón y fui hasta una esquina a coronar la cabeza y centro de un trío, lista en posición para lo que fuera que Madame-
—Trois pirouettes.
Di dos pasos al frente, alzándome sobre las puntas diestras para girar a la izquierda apenas mi pie izquierdo rozó la rodilla.
“No”
Ellas giraron a la derecha al mismo tiempo, como si fuera la primera vez que eran agrupadas conmigo. No sólo eso.
Di otro paso antes de volver a alzarme en el pie derecho para dar otra vuelta.
Algo se soltó en mi cabello.
—Troisième arabesque —exigió.
¿Por qué?
Ellas dieron tres pasos cuando yo di sólo uno para sobrepasarme, girando por tercera vez al mismo tiempo que yo, aunque al lado contrario.
La cinta que sostenía mi cabello se rompió.
“¡No!”
Las largas hebras negras cayeron en rulos a mi alrededor mientras al final de la pirueta me apoyaba por completo en el pie derecho, estirando el izquierdo hacia atrás. Alcé ambos brazos al frente, el izquierdo recto y el derecho inclinado, con los dedos casi rozando los de las otras dos bailarinas que me acompañaban.
Podía ver sus sonrisas en los bordes de mis ojos, pero mantuve mi atención adelante, a la nada. Y a pesar de que mis ojos insistían en anegarse de lágrimas, fui capaz de contenerlas, alzando la barbilla para conservar la posición.
“No es algo que no puedas controlar”, me recordé.
Pero gracias a eso había perdido mi oportunidad de hablar.
Pasé saliva por mi garganta con fuerza.
Con el golpe del bastón abandoné la postura, enderezándome, juntando las manos al frente y mirando al suelo sin bajar la cabeza. El resto de bailarinas se colocaron a ambos lados, dejándonos en el centro de la fila.
La Madame levantó con su bastón mi cinta para el pelo.
—Esto es una vergüenza —su acento me atravesó, pero luché por no trastabillar.
Parpadeé rápidamente para espantar las lágrimas.
Tomé la cinta cuando me la estiró, sosteniéndola entre ambas manos.
—Ya van tres semanas y siguen fallando las pirouettes a pesar de que las practican día con día a su lado.
Mi mandíbula se desencajó, al igual que las del resto, al descubrir que el regaño no se dirigía hacia mí. Me recompuse de inmediato, presionando los labios juntos para esconder la sonrisa.
—Amayah está en el centro de la formación. Kasumi, Mieko, si fallan otra vez…
De acuerdo, cero sonrisas. La pesada bola imaginaria cayó con fuerza en mi estómago, enviando una ola escalofriante por todos mis nervios. Si antes mi oportunidad de hablar se había perdido, ahora era definitivamente inexistente.
Bajé la cabeza, ignorando los murmullos y el movimiento de mis compañeras apenas la Madame abandonó el salón, dando por concluida la lección de hoy. Algunas me chocaron el hombro con brusquedad, supe quiénes fueron, pero no demostré que me importaban, tenía que rechazarlas.
Mi cinta se encontraba deshilachada en el punto en el que fue cortada, muy lejos del nudo que le había hecho. Eso fue lo que hicieron. Kasumi tuvo que haber convencido al resto para sabotearme, ya que nunca se colocaba a mi lado a menos que nos llamaran a formación.
No hice nada para evitar que me la arrancara de las manos cuando se detuvo frente a mí, con su bolso colgando de su hombro.
—Eres una inútil, ondulada.
Hizo la cinta una bola y me la lanzó a la cara, pero pude atraparla sin movimientos bruscos antes de que cayera al suelo. La miré a los ojos, por cortesía.
—Si sientes envidia de mi cabello- —intenté.
—¿Envidia? —se burló con un gesto, las otras dos chicas a su lado demostrando lo divertido que les parecía el asunto—. No te creas especial sólo porque peinas tu cabello de un modo diferente. No seas tan ridícula. Lo único que das es pena —sonrió con satisfacción cuando bajé la mirada, era más rápido cuando ‘cooperaba’—. Por alguna razón estás sola y nadie te apoya cuando las cosas te pasan —rio, dándose la vuelta para salir con su grupito de amigas.
Una onda caliente se abrió paso a través de mis venas, propulsándome a soltar aquello que pensaba.
—La Madame me apoya —no pude evitar sonreír ante el pensamiento.
Tragué en falso cuando me di cuenta.
Kasumi se giró vuelta una furia, con el rostro colorado y las manos en puños. Era una fibra sensible, lo sabía. Lo que no entendía era por qué aún sabiéndolo lo había utilizado en su contra. Como si fuera a hacerme algún favor.
Sus pasos fueron pesados y nada cortos en mi dirección. Alzó el brazo. Sabía que iba a abofetearme, a dejarme marcada la cara por el resto del día por tan fuerte que me golpearía. No hice nada más que cerrar los ojos y esperarlo, porque eso era lo que me aguardaba cuando abría la boca como no debía.
—¿Qué están haciendo?
Sólo que la bofetada nunca llegó.
Todas se giraron a la voz, esa que de tan bien que la conocía me hizo relajar inmediatamente.
Daba miedo porque era intimidante. Jess se encontraba recostada del marco de la puerta con los brazos cruzados, su chaqueta apretada por la postura marcando sus músculos. No sonreía, no solía hacerlo casi nunca, y sus ojos rojos eran, según mis compañeras, regalo del diablo. A mí me parecían muy bonitos. No expresaba nada con los labios en una fina línea, lo que le daba una presión equívoca al ambiente.
—¿P-Por qué no te metes en tus asuntos? —le contestó Kasumi, tratando de ocultar la impotencia mientras reacomodaba su bolso.
—¿Debemos tener esa conversación de nuevo? ¿Tan mala memoria tienes? —se apartaron de su camino cuando decidió acercarse a mí, rodeándome los hombros con uno de sus brazos—. Mis asuntos tienen que ver con ella —apuntó hacia mí con su barbilla—, así que si la molestas… —tanto como yo lo hice antes, Jess dejó su oración en el aire para que pensaran en lo peor.
A ella le funcionó. Todas las chicas, aunque mucho más a las que les caía la amenaza, retrocedieron. La diferencia entre ella y yo residía en que a ella la temían porque Jess se hacía de temer. Diría que gracias a eso tenía las cosas más fáciles, pero lo cierto era que sólo debían tratar con Jess para la hora de salida y ni siquiera todos los días. De hecho, que haya venido a buscarme directo al salón me sorprendió.
—¿Estás lista?
Tampoco esperó a que Kasumi o alguna otra encontrara su valor para contestarle, le importaba realmente poco que se metieran con ella.
—S-Sí —asentí.
Lo que sí la encendía era que se metieran conmigo. Especialmente porque mis respuestas eran: 1) luchar contra las lágrimas que pugnaban por salir, 2) agachar la cabeza y 3) recibir el golpe. A Jess le ardía en demasía que sólo me quedara a esperar el golpe.
No perdí más tiempo, por lo que mientras ella se echaba mi bolso dorado al hombro, me puse a pelear con el nudo de mi cinta para hacer uno nuevo entre ambas puntas cortadas a la vez que caminaba.
—Espero que no estés pensando en atarlo de nuevo —comentó Jess por encima de mi hombro, mirando lo que hacía con mis manos.
Sonreí.
Podía caminar sin tener que mirar al frente, por lo que no choqué con el marco de la puerta o la pared al salir del salón junto a ella.
—Tú sólo amas lo que haces —señalé.
—Yo sólo amo cómo te quedan —estiró una mano para tomar uno de mis mechones ondulados—. Te ves preciosa.
Casi reí, evitando al centrarme perder uno de los dos pedazos de la cinta, empezando a unirlas.
—Eres la única que lo ve así —le recordé.
—Claro, soy la única —se llevó una mano al pecho—. Junto a tu papá. Y tu mamá —alzó los dedos para contar—. Y Riku. Y Harumi.
—Ellos no cuentan —reí.
—Y Sabirah —asintió—. Apuesto mi vida que mi papá también —regresó la mano al pecho, sobre su corazón, como si fuera una promesa.
—Jess —volví a reír—, todos son familia.
—De acuerdo —asintió, dándome la razón—. Entonces todos los chicos del departamento de música, y las chicas —inclinó un poco la cabeza, para nada sorprendida con ese descubrimiento—. Todos los chicos del departamento de arte. Y las chicas —asintió otra vez—. Cada persona que te sonríe en la calle. El poli que siempre detiene el tránsito para dejarte pasar —me señaló con el dedo que le aludía.
Mi carcajada resonó por todo el pasillo.
—El chico que trabaja en la cafetería que nos gusta —continuó, alzando la mirada al techo—. Ah, y Kasumi.
Negué con la cabeza, divertida, atando la cinta en mi muñeca para tener las manos libres.
—Sólo te odia porque no puede soportar que seas tan guapa y, de paso, te atrevas a remarcar tu individualidad.
—¿Desde cuándo lees la mente? —le pregunté con tono entretenido, agradecida por la distracción.
—Desde nunca —me sonrió mostrando todos sus dientes—, pero puedes comprobar mis teorías. Y todas son ciertas —me acusó con un dedo— porque, por si no lo sabías, soy buenísima en mi trabajo —se vanaglorió con un movimiento de la mano, resaltándose.
Me encantaba cuando hacía eso. Y, por supuesto, claro que lo sabía.
Le sonreí con cariño.
—Siempre lo he sabido.
—Genial —apoyó el dorso de una mano en su frente—, porque recordártelo es agotador.
Volví a negar con la cabeza, sin dejar de sonreír.
Dramática.
—Por cierto —abrí el bolso para sacar una blusa café con mangas, la cual me puse por encima del maillot rojo, tirando suavemente de mi cabello para que no quedara atrapado entre ambas prendas, sin dejar de caminar—, ¿por qué saliste tan temprano?
A la blusa le siguió un pantalón capri negro que no me importó ponerme encima de los leggins en medio del pasillo, no estaba desnudándome.
—No salí tan temprano —ocupó sus manos para sacar mis ballerinas negras en su intento de hacerme pasar por alto su nerviosismo. Solía quedarme media hora o una hora completa y poco más aprovechando el tiempo y el calor del cuerpo para practicar la coreografía del día, esperando por ella. Afilé mi mirada en su dirección, brincando en un pie para sacarme una zapatilla roja de ballet—. Me tomé un café en el camino, vi que tenía tiempo y creí que llegaría para verte bailar.
—Te tomaste un café —repetí en tono escéptico y Jess hizo bien en evitar cruzar miradas conmigo.
Me intercambió una ballerina por la zapatilla y al fin pude bajar la pierna. Sólo para repetir lo mismo con el otro pie.
—Sí-… dulce —se vio en la obligación de confesar.
—Un café dulce —alcé una ceja, esperando que escuchara lo que acababa de decirme.
Aunque por mi voz era evidente que no le creía nada, mantuve mis ojos en ella, porque sus secretos no tardaban mucho en salir a la luz ante mi presión. Al menos hasta que algo externo me obligó a cambiar mi foco de atención.
Una chica se acercaba por el pasillo. El cabello liso le rozaba los hombros y el flequillo le cubría la frente, pero no le alcanzaba las cejas. No era muy expresiva, mas el fruncimiento de ellas y la emoción impresa en sus ojos castaños era definitivamente evidente. La cinta para el pelo le colgaba del cuello y todavía vestía su uniforme violeta de ballet.
—Nomura-sama —llamó a pesar de que ya tenía mi interés, retrocediendo un largo paso al topar con la mirada de Jess—. Y Nomura-sama —susurró.
Era muy natural la confusión, ya que éramos bastante parecidas. Teníamos la misma estatura, aunque en este momento ella parecía más alta gracias a sus botas y a que yo tenía ambos pies planos contra el suelo. Las ondas de mi cabello le daban una apariencia de corazón a mi rostro que era innato en el de Jess. Nuestra piel era del mismo tono, a pesar de que el contraste con sus ropas oscuras la hacía ver más pálida. Y quitando todos esos detalles, junto a la diferencia de color de nuestros ojos, nuestras opuestas expresiones faciales -Jess parecía mirarla con molestia sólo por el fruncimiento de sus cejas mientras yo la invitaba a continuar, esperando que sintiera mi aceptación- y lo diametralmente diferentes que eran nuestros comportamientos, añadiéndole nuestro evidente trato con la otra, solían decir que éramos gemelas. Y a veces lo aclarábamos y a veces no, como con mi clase de ballet.
Que recordaran constantemente a Jess tenía sus pros en incontables situaciones, la mayoría referentes a Kasumi.
La chica reunió valor para volver a verme y comunicar el mensaje que tenía para mí:
—Lo siento mucho.
Ni siquiera parpadeé. Si existía alguien que sentía aún más presión que yo en ese grupo, esa era Mieko. Su sonrisa durante el arabesque fue de vergüenza y pena, sentimientos que todavía no la habían abandonado. Juntó las manos al frente y se inclinó, permitiéndonos ver la parte trasera de su cabeza y su espalda.
—Mieko-chan —murmuré con la intención de intentar que abandonara su propósito, pero decidí mejor esbozar una pequeña sonrisa sabiendo que lo que hacía era un paso más para su inconsciente progreso personal. Comprendía bien los sentimientos que sufría en su interior.
—No quería ayudar a Kasumi-chan, pero en el momento me sentí muy nerviosa y no pude girar a la izquierda en lugar de la derecha. Lo hice en automático. Sé que eso no me excusa, pero de veras lo siento.
Suspiré con suavidad y no tuve que mirar a Jess para saber que estaba vigilándome. Lo sabía, y su bendita mirada ‘del diablo’ no lo era por exagerar. Me conocía, demasiado bien para mi propio gusto a veces, y esa era su manera de cuidarme, y presionarme, para evitar que me fuera de la lengua.
Funcionaba.
Porque quería decirle que muy perfectamente podía dejar de girar a la izquierda y hacerlo a la derecha tal como tuve que haberlo hecho la primera vez. Confesarle que no se me hacía problema inclinarme a un lado o hacia el otro, pero que me salía más natural el izquierdo. Explicarle que esa misma gracia la tenía para ambas direcciones. Pero en su lugar, me decanté por hacerle caso a Jess.
—No te preocupes, Mieko-chan. No tengo nada que perdonarte —le sonreí cuando alzó el rostro, esperanzada—. Había imaginado que fue por algo así —le revelé—. Además, todo resultó bien, ¿no?
Sonrió, aunque no con toda la seguridad que me gustaría.
—Si te hace sentir mejor —solté como un impulso, sintiendo la penetrante mirada de Jess—, podríamos practicar un poco antes o después de clases para que te sientas en confianza —intenté entre balbuceos, esperando haber sido clara a pesar de que lo arrojé sin pensar.
Pero su rostro se iluminó, ni siquiera hacía falta que expresara cuánto le agradaba la idea, lo que me hizo creer que había dicho lo correcto.
—¡Muchísimas gracias, Nomura-sama! —se inclinó aún más y lo resentí por su espalda.
Alcé la mirada por una sensación y mi sonrisa decayó hasta ser una fina línea al descubrir la atención de Kasumi y su grupo al final del pasillo. La distancia fue mi refugio de su ira, la cual ni ocultó ni disminuyó al girar con orgullo la cabeza y liderar la salida hacia la otra puerta.
Tal vez por hoy me encontraba a salvo, y realmente me creía capaz de soportar cualquier idea que se le ocurriera, pero… tal vez Mieko no.
—¡Nos vemos mañana, Nomura-sama!
—Sí… —no podía dudar—. ¡Mieko-chan! —se detuvo al instante para volver a verme, aún radiante. Esa emoción y toda su convicción podrían desaparecer de pronto con un solo momento de Kasumi—… Sal por esta puerta —señalé a mi espalda—, ¿de acuerdo?
Se mostró confundida por un segundo, pero sonrió todavía más grande y asintió con rotundidad.
—¡De acuerdo!
Sonreí un poco, esperando que fuera suficiente para mantenerlos por al menos un día más.
—¡Hasta mañana!
—Nos vemos…
La vi trotar de vuelta al salón y no pude evitar pensar que en realidad no estaba ayudándola en nada.
Jess abrió la boca y decidí adelantarme al sermón que fuera.
—Sé que no debí-
—¿No deberías pensar en lo que estabas pensando? —me interrumpió de todas maneras—. Sí, no deberías —y sólo pude mirarla con sorpresa porque esperaba que estuviera molesta conmigo—. No debes sentirte mal por ayudarla. Por un momento creí que dirías algo que implicara que cambiaras tú.
—Lo pensé —murmuré, bajando la mirada y jugando con mis dedos—. Podría cambiar mis giros…
—¿Por qué harías eso? —me increpó.
—Para hacerlos como todas las demás —me hundí entre mis hombros.
—Eso no responde mi pregunta.
No tenía que mirarla para saber que me observaba con reproche, con las manos apoyadas en la cintura.
Tomé un mechón de mi cabello, enredándolo en mis dedos.
—¿Por qué cambiarías lo que eres? —insistió.
Abrí la boca para responder, pero no me dejó.
—¿Porque es más fácil? —adivinó mis pensamientos y preferí cerrar la boca—. ¿Porque eres una y ellas son más? ¿Porque no quieres hacerlas enojar? ¡Maya!
—¡¿Qué?! —di un pequeño salto por su tono exigente—. ¡No he dicho nada!
—¡Precisamente! Y tu maestra tampoco —acertó, haciéndome fruncir los labios—, ¡lo que significa que está bien! —estiró los brazos a ambos lados antes de apoyar las manos en los míos—. Lo estás haciendo perfecto, porque eres asombrosa. No tienes nada que cambiar.
Inflé las mejillas y fruncí el ceño, evitando sus ojos llenos de apoyo, amor y cariño, conociendo que no iba a soltarme hasta que lo aceptara. Peleó contra mi resistencia, siendo más insistente de lo que yo podía ser, haciéndome caer en su amorosa mirada.
—Bien —bufé—, no voy a hacer nada.
—Asombroso —sonrió victoriosa, rodeándome los hombros con un brazo e impulsándome para que volviéramos a caminar.
—No creas que me he olvidado del asunto de tu café —le recordé, mirándola de reojo.
Ahora fue su turno de sobresaltarse y frunció los labios como si estuviera conteniendo una maldición, resignándose.
—Digamos que… mesuspendierondeltrabajo —se encogió mientras yo abría grande los ojos.
—¡Jess!
—Y no precisamente por golpear a mi superior… —se rascó la mejilla con la mano libre.
—… ¿Jess? —la miré alarmada, eso era algo que ella definitivamente haría, pero no lo había hecho… ¿verdad? Sentí una gota de sudor frío resbalar por mi cuello.
—¡Ni siquiera fui yo! —se excusó, hundiéndose entre sus hombros, y su apretada trenza oscura salió volando hacia atrás cuando empujamos las puertas dobles, las atravesamos y una brisa nos chocó con sorpresa.
Mi cabello también cayó en esa dramática tentación de jugar con el viento y me encogí un poco, presionándome contra Jess ante las personas que se me quedaron mirando con atención, pero en ningún momento nos detuvimos.
—Belle se dejó llevar por sus emociones —continuó contando, ignorante del interés masculino, gesticulando excesivamente y moviendo las manos—, una cosa llevó a la otra y acabó lanzándole el café recién servido, barato y lamentablemente frío a la cara —me había tensado, pero saber que no estuvo caliente me ayudó a respirar—. Y así me llevé un suspenso por el resto de la semana —alzó los hombros.
—¡Jess! —fruncí el ceño.
—El lado bueno es —añadió rápidamente, levantando un dedo— ¡que tenemos más tiempo para pasar juntas esta semana! —me zarandeó, rodeándome con sus brazos en un cariñoso abrazo—. Así que espero que me lo cuentes todo.
🩰
‘Todo’ no era tanta información como ella esperaba, pero por su profesión terminaba con mucha más de la que creía haber recolectado, y debería estar acostumbrada. A ambas cosas.
Desde pequeñas, Jess siempre tuvo esa predisposición de preguntar cosas, descubrir otras e hilar dos informaciones distintas para encontrar un trasfondo oculto a simple vista, inexistente para personas normales como yo. Eso la ha llevado a ser tan exitosa siendo tan joven, y a ganarse varias vacaciones a mitad de semana, bien merecidas, nada que ver con su violento comportamiento.
Por ello consiguió sacarme mis verdaderos pensamientos acerca de mi inseguridad en el ballet y mi relación con Kasumi. Así que me tenía en el suelo de su habitación, esforzándome por no llorar y escondiéndome tras la maraña de mi húmedo cabello.
—Es una niña engreída más —chistó—, deberías ignorarla. ¡O mejor —tronó los dedos de su mano libre—: responderle!
Sostenía en la otra mano el rizador de cabello con uno de mis mechones en él, por lo que me convenía mover la cabeza a donde su impulsividad la llevaba a estirar el brazo.
—¡No es! —insistí, sosteniendo mi rostro entre mis brazos, que estaban apoyados sobre mis piernas cruzadas—. Hay mucha tristeza detrás de sus palabras, me preocupa cómo le van las cosas en casa.
—¡Oh, no! No, no, no, no, no. ¿Maya? —se inclinó para mirarme antes de enderezarse con determinación—. ¡No! ¡No te vas a acercar a esa busca problemas esperando encontrar la paz! ¡Si no ha hecho nada más que molestarte! ¡¿Por qué irías a ayudarla?!
—Porque ¿y si ese es su grito de ayuda? —me enderecé y la miré directo a los ojos—. ¿Y si la está pasando mal? ¿Y si necesita a alguien que la escuche?
—¿Por qué tienes que ser tú? —gimió, dejándose caer sobre sus piernas dobladas, profundamente preocupada.
—Porque… —bajé la mirada, pensando en algo que ya sabía—… soy la única que lo nota —alcé los hombros.
—Eso no significa nada. Díselo a sus amigas —insistió.
—No me harán caso —negué con la cabeza—. Sabes que no van a creerme —la miré.
Nos mantuvimos sosteniendo la mirada de la otra por largos segundos. Sabía que Jess lo entendía, habíamos pasado precisamente por eso no hacía demasiados años. Mi intervención marcó un antes y un después en su vida. Ella podría saberlo todo sobre una persona basándose en su lenguaje corporal, pero lo que yo era capaz de hacer, esa habilidad que había descubierto… iba más allá. Y no me equivocaba.
Empezó a sacudir la cabeza como último recurso, ya había ganado.
—No —exigió sin fuerzas.
Volví a darle la espalda, regresando a mi postura para que pudiera continuar secando mi cabello. Tomé los dos mechones a ambos lados de mi rostro, presionándolos con fuerza.
Podía estar segura de eso, pero no sabía en dónde me estaba metiendo.
—Ayudar a todo aquel que lo necesite —cité, perdiendo la fuerza en las manos, deslizándolas por mi cabello hasta las puntas—. Eso fue lo que nos enseñaron.
Merci pour la lecture!
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