Algunos omegas se arrastraban por la nieve, apunto de colapsar a causa del frío.
Otros se mantenían de pie, temblando pero intentando resistir.
Jimin, quien a duras penas marcaba el camino, cargaba con dos pequeños lobitos agarrados en cada uno de sus brazos.
Con las prisas de la improvisada huida no pudieron transformarse, pues eso conllevaba desvestirse y las condiciones climáticas tampoco lo facilitaban.
La nieve chocaba en su rostro, cubierto malamente por una bufanda de lana, desgastada y agujereada.
—Resistir por favor —Gritó Jimin a pesar de que su garganta quemase, probablemente tenía fiebre—. Estamos cerca...
Muchos habían quedado atrás, inconscientes. Y, Jimin, tardó poco en acabar como ellos.
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