A veces la vida es una completa mierda. Jeon Jungkook pensaba eso, su vida lo era, ¿Lo merecía? Tal vez sí, o eso es lo único que había aprendido a lo largo de los años.
Lo detestaba, odiaba infinitamente su hogar, odiaba a su padre y principalmente se odiaba a si mismo. Él tenía la culpa, ¿No es así?
Alfa. Quiso reír ante el término, si no fuese por los malditos celos y el estúpido aroma chocolate amargo, ni siquiera podría considerarse como uno. Sentía que incluso su mismo lobo lo odiaba.
No conocía la felicidad, hasta que llegó él. Un hermoso omega con olor a rosas, que le ayudo a curar sus heridas con sus abrazos y sus besos. Que le enseñó otra perspectiva del mundo a través del arte. A través de su amor.
Pero todo fue tan mágico como fugaz, tan hermoso y desastroso. No le quedó nada, más que la viva imagen de aquellos ojos apagándose y ese cuadro, esa obra que mantuvo oculta como un cobarde. Hasta que ese día llegó.
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