juls_berri Julieta Jaureguiberri

El capitán de la division casos mayores de la policía federal, Anibal Loren, decide tomarse unas breves vacaciones para regresar a su pueblo natal a su vez que la fiscal de distrito, Eleonora Pluma, atiende a un congreso en el mismo lugar. Por obra del destino conocen a una joven pareja que le trae recuerdos de una vieja amiga de la que ya no sabe nada... Un crimen no resuelto desde hace diez años y otra fiscal que esperando pacientemente una verdad que nunca llegó volverán a cruzarse en su vida junto a una estatua que desatará un desenlace que tendría que haber ocurrido antes, ¿La catástrofe llegará por fin en plena tormenta de nieve?


Thriller/Mystère Déconseillé aux moins de 13 ans.

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Mis ojos no me engañan...

Había un sujeto con expresión levemente preocupada, de frente a una estatua de una mujer en el parque. La miraba con atención, como así también paseaba su mirada por sus alrededores, pero por alguna razón a mí no me veía.

El viento frio de la cordillera despeinaba su cabello ondulado y lo obligaba a esconderse levemente en su abrigo largo mientras seguía esperando parado frente a aquella estatua de bronce.

Lo gracioso era que la estatua no le prestaba atención, sino que tenía una eterna expresión de aburrimiento y su mirada inexpresiva se hallaba perdida hacia la nada, como si estuviese ofendida con él por algo que hubiese hecho en un pasado reciente.

Al principio asumí que aquél sujeto estaba esperando a alguien debido a que miraba a su alrededor a cada rato buscando; Pero con el correr de los minutos comprobé que me equivocaba. Esperaba con parsimonia, casi como un joven delincuente disimulando para luego realizar alguna fechoría. Su mirada cansada pero de brillante agudeza era lo que me hacia prestarle atención.

No estaba allí matando el tiempo. Tenia otros planes.

Luego de unos tres minutos, al comprobar que no había testigos, abrió una de las solapas de su abrigo y extrajo una pequeña cajita de cartón brillante como las que consigues en las chocolaterías artesanales y la extendió hacia la estatua de bronce.

Recuerdo mi incredulidad en aquel momento, escondido tras un arbusto, como parte de un juego del que me había olvidado por completo.

Llegue a pensar que ese sujeto estaba bastante mal de la cabeza si esperaba una respuesta por parte de una estatua de bronce que ni siquiera lo miraba, pero lo que pasó después me dejó sin palabras.

La mujer giró su cabeza para mirar al sujeto y estuve seguro de que mi boca tocó el pasto bajo mis pies de la profunda sorpresa que me produjo ver a una estatua de verdad moverse con tanta facilidad. Sin embargo el sujeto ni se inmutó, solo le dedicó una sonrisa triste, llena de nostalgia y se puso a conversar con ella como si nada pasara. Sin poder recuperarme de la sorpresa, me aferré al arbusto en el cual me encontraba y seguí observando, presa de la curiosidad.

El bronce oscurecido por el paso el tiempo brilló sutilmente cuando la figura bajó de su pedestal con una gracia inpensada para el material del que estaba hecha, y se puso a interactuar alegremente con el sujeto dando vueltas a su alrededor mientras este le hablaba con calma. Sus largas y bien definidas túnicas se movieron como si realmente fueran de tela y no de un metal sólido y frio. La dama de bronce bailó alegremente alrededor del sujeto y sacó otro chocolate de la caja que había traído él...

-¿Qué pasa? – Me preguntó Mariana con curiosidad, interrumpiendo mis re cuerdos. Se había dado cuenta de que no estaba prestándole atención a su monologo sobre lo retorcidas que eran sus compañeras de trabajo. – Llevas cinco minutos mirando fijo a ese tipo – Señaló dejando el celular sobre la mesa del café en el que nos encontrábamos para desenvolver un bombón de chocolate artesanal - Si fueras un superhéroe ya lo habrías agujereado accidentalmente con tu visión láser – Bromeó.

Reí con falsedad pero no dejé de mirar a ese sujeto. Conocía a ese hombre de otro lado, pero no estaba seguro de si era él. Después de todo habían pasado más de siete años de aquél incidente.

-No es nada... - Mentí, pero por supuesto, Mariana no me creyó.

-Como digas, detective... -Se burló ella y regresó su atención al dispositivo móvil.

Desvié la mirada hacia mi izquierda, ofendido conmigo mismo al ser tan obvio.

Los enormes ventanales de vidrios casi impolutos me permitieron ver lo que pasaba en el basto espacio abierto minado de mesitas y pequeños árboles de aquél café perdido a los pies del cerro. Los rayos del sol de aquella tarde bañaban las afueras de la ciudad cordillerana con una calidez primaveral que lo embellecían aún más.

Mi café ya se había enfriado y la porción de torta que había pedido me parecía demasiado empalagosa para ser un comestible.

Me distraje nuevamente viendo a cinco niños jugar a las escondidas: uno de ellos se dio la vuelta, apoyando su cabeza contra el pequeño pilar de una farola, tapando su cara con sus dos manos mientras contaba en voz exageradamente alta hasta veinte.

Sonreí divertido.

Jugar a las escondidas me había ayudado a descubrir varios secretos de las personas...

Primero me había hecho dar cuenta de cómo mis amigos pensaban que era buena idea esconderse: algunos de forma obvia y otros más rebuscada pero poco efectiva. Incluso con el correr de los años había concluido que encontrarlos se habia reducido a un mero experimento social. Y segundo, y no menos importante, habia descubierto otra clase de secreutos.... Cosas, datos que me serian útiles en caso de tener que salir de una situación complicada.

Pero aquél sujeto que acababa de pagar dos cafés me había traído al presente un recuerdo enterrado en mi memoria porque nadie se había animado a creerme. Pero también, había generado una incertidumbre porque no estaba tan seguro de que fuera el mismo sujeto del recuerdo. Los años habían pasado para ambos, si bien eran pocos, habíamos cambiado bastante: yo había crecido unos treinta centímetros, víctima de la pubertad. Y a aquél sujeto había comenzado a ser atacado por la vejez a través de las primeras arrugas a los costados de sus ojos y mostrando sus primeras canas que matizaban su cabello oscuro.

Llamaron a su nombre pero no presté atención hasta que lo vi avanzar, tomar ambos cafés con las manos y comentarle algo al joven que acababa de atenderlo, fue entonces cuando lo vi sonreír y me di cuenta: ¡Esa sonrisa! Esa sonrisa triste y su mirada cansada pero aguda. No había cambiado ni un poco. ¡Era él! Definitivamente era el sujeto que había visto aquella vez.

-¿Qué hago? ¿Qué hago? – Susurré nervioso.

-¿Qué te pasa Joaquin? – Me preguntó Mariana preocupada.

-Es él... - Le susurré – Es el tipo...

-Así que lo conoces... - Se sorprendió ella.

-Más o menos... - Respondí contrariado.

No estaba seguro.

No podía dejarlo ir sin sacarme la duda. No sabía si iba a volver a encontrarlo pronto, o tal vez nunca más lo volvería a ver. Tenía que vencer el miedo y hablarle, incluso si quedaba como un loco. No podía perder la oportunidad.

-Disculpe... - Le hablé intentando disimular mi nerviosismo.

El sujeto se detuvo y me miró con curiosidad.

-¿Si? ¿Qué sucede? – Me preguntó con voz queda, parándose frente a la mesa.

Mariana lo observó y luego a mí con preocupación.

-Usted... ¿Vive aquí? – Intentó ser prudente.

El sujeto alzó las cejas confuso.

-No ahora pero... Pero hasta hace siete años si – Aclaró con calma, como si seleccionara sus palabras - ¿Te conozco?

-Ah, me parecía – Mentí fingiendo una sonrisa – No pero, se me hacía conocido...

-¿De dónde? – Preguntó el sujeto con interés

-Ah.... – Intenté disimular el pánico – Puede ser del parque que está, aquí cerca... El de la estatua del angel caido...

Hubo un momento de silencio en el que nos miramos con atención. Sentía que el corazón estaba a punto de escaparse de mi pecho para salir disparado hacia el techo.

-En realidad es un guardian... - Le aclaró el hombre - Asi que sean amables con ella cada vez que la visiten...

-¿Amable? - Preguntó Mariana con tono de burla - Es una estatua...

-Nada es lo que parece... - Le dije con voz queda.

-Oh, Eres el chico del arbusto ¿No es cierto? – Me preguntó el hombre con una sonrisa afable. -Ha pasado el tiempo...

El alma me volvió al cuerpo, y el oxígeno llenó mis pulmones, devolviéndome la vida.

Oí a Mariana ahogar una risa

-Se escondía muy bien de sus amigos – Le aclaró con una sonrisa - Pero no del resto de nosotros...

-Ah.... Si –Sonreí abochornado – Mi nombre es Joaquin

- ¿Cómo estás AJoaquín? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Ocho años o quizás más?

-Más o menos ocho años si – respondió confuso ante su buena memoria - ¿C-Cómo me recuerda? –

-Tengo muy buena memoria, Joaquín – Me dijo despreocupado – Ese lunar debajo de tu ojo izquierdo es bastante particular y tu expresión de susto es inolvidable – sonrió de forma burlona.

Mariana ahogó otra risa.

-Te lo dije – La oí burlarse en susurros. - ¿Cuál es su nombre? – se dirigió al sujeto.

-Me dicen Loren – Respondió con calma el hombre mientras lo veía intentando no quemarse con los vasos de café que tenía en las manos, para terminar, dejándolos sobre nuestra mesa - ¿Y tú eres...?

-Mariana – Se presentó ella con una enorme sonrisa ante mi silencio estupefacto - No se asuste. Joaquín es muy.... Directo -

-¿Puedo preguntarle algo? – Los interrumpí.

-Adelante...

-La estatua.... – Me mordí la lengua y miré a Mariana de reojo mientras reordenaba mis ideas rápidamente – No espera ¿Que pasó esa tarde con la estatua Señor Loren?

El sujeto me miró curioso y luego a mi amiga.

-Lo que viste – Se limitó a responder con esa sonrisa particular – Le pedí un deseo – dijo para aclararle a mi novia, que lo miraba confusa.

-¿Un deseo? – preguntamos los dos casi al unisono.

-Así es... - Se encogió de hombros el sujeto – Estaba desesperado por un problema que tenía en ese momento – Me explicó sin ahondar mucho en detalles – Y mi padre solía contarme una historia con respecto a esa estatua... Había probado de todo así que no perdía nada con intentar. Por eso fui esa tarde y le pedí un deseo

-¿Y resultó? – Preguntó la joven rubia.

-Pues...

La puerta del local se abrió, tocando una campañilla y entró una joven mujer muerta de frio, refregándose las manos.

-Loren ¿Qué estás haciendo? – Preguntó con cierta impacienta mientras se acomodaba su marea de rulos colorados, para sostenerla fuertemente en una cola alta.

-La verdad es que si – Me respondió el sujeto con tono cómplice y lo vi darse vuelta para entregarle el café a la mujer que acababa de llegar.

-Les presento a Eleonora, mi compañera – La mujer nos saludó confusa y sostuvo el vaso caliente con las yemas de sus dedos – Ellos son Joaquín y Mariana

-Hola – Articuló la mujer aún con frio y tomó un sorbo su café. Cerró los ojos y tragó con rapidez – Este es el tuyo, salame – Le dijo con tono de protesta y cambiaron de vasos.

-Lo siento – Se disculpó él sin lamentarlo mientras ella lo fulminaba con la mirada.

Me sorprendí al ver a aquella mujer elegante y con actitud resuelta, casi desafiante en compañía de aquél sujeto que daba la impresión de aspirar a una vida simple y sencilla. Sin embargo, ambos parecian compartir una historia que posiblemente, llevaba varios años. Pero la duda aún me carcomía por dentro y necesitaba preguntarle lo importante.

-¿Qué les hiciste a estos chicos para que tengan que soportar tu presencia? – Preguntó ella interrumpiendo mis pensamientos mientras nos miraba a ambos con cierta pena.

-Esta vez nada. Lo juro – Río con sorna el sujeto – Este joven me preguntó si lo conocía....

-Ah con respecto a eso – Intenté intervenir de nuevo sintiendo como mi corazón insistía en golpearse contra mis costillas – ¿Lo del ángel era cierto?

Hubo un breve silencio.

Sentí la confusión tanto de Mariana, como la de la recién llegada Eleonora solidificarse sobre mis hombros. El hombre que respondía al nombre de Loren medió unos segundos.

-Por supuesto que si – Me dijo – Ella cumplió con su palabra

"¿Ella?" La duda de las dos mujeres y La mía se acrecentaron aún más.

20 Décembre 2020 05:08 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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