maldonado Fernando Maldonado

El son cubano y los mojitos marcarán el compás de una intensa atracción entre dos seres que desconocen si se volverán a ver.


Récits de vie Tout public. © Fernando Maldonado

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Mojitos

Decenas de parejas bailan al compás de un ritmo tropical. Las mujeres menean sus caderas con mucha fuerza y sus rostros muestran felicidad. El calor es insoportable para el que va llegando, apenas y hay como avanzar entre tanta gente.

Poco a poco me abro paso hacia la barra. He escuchado que en este sitio preparan los mejores mojitos de la ciudad.

La música que da vida al lugar no es grabada, es interpretada en vivo por un grupo de cinco personas. La vocalista es una mujer de más de sesenta años. Su voz y su actitud no han envejecido a la par de su ser, se resisten a jubilarse.

La propuesta musical de esta banda proviene del caribe. Tocan son cubano, un ritmo endiablado que provoca que hasta el más introvertido suelte uno que otro paso.

En la barra he ordenado un mojito. El sabor a hierba buena combinado con hielo y ron blanco, refresca mi boca con cada sorbo. El ron relaja mi cuerpo, me siento un poco más ligero.

No hay mucha luz en el ambiente, apenas uno que otro reflector se enciende y se apaga, a veces coincidiendo con el ritmo de la música que rodea el lugar.

La banda está prendida, la gente baila con más actitud, con más pasión. Me he adaptado al entorno, soy uno más, un nuevo miembro de esta tribu de danzantes, aunque por el momento, estoy incompleto.

Ese instinto primario que alguna vez fue mucho más desarrollado en los humanos me permite sentir que alguien me observa, es como si pudiera oler una mirada.

Efectivamente esto ocurre. En el fondo, un grupo de mujeres bailan entre si, como cuidándose una a otra. Son tres en total. Una de ellas me mira disimuladamente, yo caigo en este juego. La veo, me ve. Manipula su cabello, yo sorbo un poco de licor. Ella fija su mirada, su rostro se muestra serio a veces sonriente, su cuerpo permanece estático aunque relajado, solo su pie izquierdo se mueve al compás del ritmo.

Yo observo, miro a su alrededor, esperando que no aparezca algún sujeto de la nada, aquel que pueda interrumpir mis intenciones. Decido, es hora de actuar.

Bebo el último sorbo y dejo mi vaso atrás, camino disimuladamente entre la multitud. De reojo me doy cuenta que una de sus amigas se ha fijado en nuestro juego de miradas, eso no es bueno ya que podría ser un obstáculo para mis deseos.

Hago una pausa, la duda me influye. Cambio mi ruta, entro al baño, me veo al espejo. Me doy cuenta que el calor ha ondulado levemente mi cabello. Mojo mis manos y las sacudo fuertemente. Refresco mi rostro y acomodo mi pelo. Saco mi móvil, tengo dos llamadas perdidas, las ignoro, lo vuelvo a guardar. Salgo con destino a la barra, sin mirar atrás.

Me ha gustado mi primer mojito, pido otro y me lo dan. Este está muy cargado, siento que mi boca ha hecho una mueca, trato de controlar esto sin dudar.

- ¿Está muy fuerte? Escucho esa pregunta. Alzo la mirada, !es ella! Con la pajilla en mi boca, trato de no mostrarme sorprendido, ni indiferente, ni arrogante, ni sencillo; ni lento, ni rápido, ni estúpido, ni muy inteligente…

- Un poco, contesto. Sonrío y siento que me he sonrojado.

No hay tiempo para hablar, el ruido del ambiente tampoco ayuda a esto. Sin pensar, pregunto: - ¿quieres bailar?

Me ve a los ojos, sorbe un poco de su licor -por coincidencia es un mojito- sonríe y toma mi mano, me lleva hacia la pista de baile.

Apenas y he podido absorber un poco de mi trago. Con mucha audacia, alcanzo a dejar mi vaso junto al de ella. Se han quedado nuestros mojitos en la barra, conversando. Una luz los alumbra desde arriba, formándose un ambiente ideal para que surja el amor.

Ya en la pista, nuestros cuerpos se empiezan a conocer, me encanta su aroma, me doy cuenta que tenemos el mismo color de ojos, no se lo menciono. Su cabello es lacio, muy suave; le llega hasta un poco más arriba de la mitad de la espalda.

Guío a mi pareja, propongo el paso. Mi mano derecha se posa en su espalda, ni muy arriba ni muy abajo, rozando un poco lo prohibido. Mi mano izquierda comenzó sosteniendo sutilmente su mano. Conforme pasa el tiempo, nuestros dedos se han intercalado; eso es una buena señal.

Ya no nos miramos, solo nos sentimos. Ella da vueltas, yo la sostengo, ella mueve sus caderas, yo me guío de esto.

Sin embargo, nuestros rostros coinciden eventualmente. Veo sus blancos dientes muy parejos, como si hubiesen sido producidos por una mano ajena. Sonríe, sonrío.

La música nos lleva al paraíso, la banda está inspirada, toca con más son.

En una de tantas vueltas, veo de lejos a sus dos amigas. Una de ellas conversa y ríe con un individuo, se han perdido en su mundo. La otra nos mira fijamente, al parecer no es su noche, o ella no quiere que lo sea.

Vuelvo a lo mío, cada vez bailamos mejor. La química crece. Algunos aprueban nuestro acto con miradas alegres, otros irradian envidia, ésta los hace tropezarse.

De pronto sucede lo impensado… la banda se ha callado. Solo el sonido del bajo acompaña las palabras de la cantante. Se están despidiendo, el show ha terminado.

Paramos por primera vez. El sudor, el calor y la falta de aire se hacen más notorios. En sincronía, soltamos un fuerte suspiro, sus manos aún agarran las mías.

Me abraza y la abrazo, siento la piel de su espalda húmeda ya que su blusa escotada me lo permite. También percibo su agitado corazón. Nuestras mejillas se han rozado, están calientes. Unas leves gotas de sudor nos refrescan mutuamente.

Las luces se prenden, me muestran a la mujer ideal. Por su sonrisa parece que también le he gustado. Nuestros dedos siguen entrelazados. Nos damos cuenta de esto, nos reímos y nos soltamos avergonzados.

¿Quieres tu mojito? le pregunto. Ella asiente positivamente la cabeza.

Nos volvemos a tomar de las manos, caminamos a la barra y brindamos.

Como por arte de magia -de magia negra diría yo- aparece su amiga; aquella que decidió amargarse la noche. La toma del brazo y le dice que es momento de salir, de regresar a casa, o tal vez de ir a otro lado. La verdad he perdido el interés por escuchar. Cualquier decisión la he dejado en manos del destino (esto quiero aparentar).

Mi mojito sigue casi intacto, el de ella está a medio terminar. A unos cuantos pasos observo una discusión. Un chantaje se está cocinando, su solitaria amiga lo ha condimentado.

Ella viene a mi, se toma lo que resta de su vaso. Su rostro muestra tristeza e indignación. Se dirige a mi oído y susurra cálidamente: la próxima semana vengo sola; misma hora y mismo lugar. Se aleja levemente, parece ver mi cara de decepción. Sin pensarlo, se acerca y me besa. Son varios los segundos en que puedo sentir esos labios carnosos y húmedos con sabor a hierba buena.

Nuevamente se aleja, sonríe a medias y se va.

5 Décembre 2020 20:35 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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Fernando Maldonado Más allá del pie de foto.

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