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Patricia Berges


Un relato muy breve inspirado en el siguiente reto de escritura: "Haz un relato sobre un personaje que está solo, pero se siente muy bien acompañado." Al final, se ha convertido en la descripción de una parte de mí, sin ser historia de mi propia vida, y de cómo veo yo la soledad.


Récits de vie Tout public.

#soledad
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El sentimiento de la soledad

Soledad.

Cuando lo perdí todo, todo lo que me ataba al mundo, a los demás, tomé la decisión más radical que muchos podrían haberse imaginado. Cogí mis cosas, mi vida entera, y me marché lejos, muy lejos. A un lugar donde no tuviera que mirar nunca más a nadie a la cara, donde no tuviera que afrontar la realidad cada día. Si ya nada me unía a esa vida, ¿qué sentido tenía seguir sufriéndola?

No quería tener que seguir soportando las miradas de pena, de angustia, de simpatía, de aflicción. No más preguntas, no más sonrisas forzadas, no más falsa empatía, no más… Nunca me habían comprendido. No como la poquísima gente que tuve cerca de verdad y que me abandonó tan prematuramente, uno tras otro.

Por eso, con el corazón agrietado mil veces, cogí mis maletas, y mis cajas, y mis cosas, y viajé. Me subí a trenes destartalados que alcanzaban lugares donde ya nadie se bajaba ni subía. Monté en autobuses vacíos de asientos desconchados que llevaban a ninguna parte. Y caminé por caminos desolados, desiertos de toda señal de vida humana, escondidos del mundo, hasta aquella casa desamparada y perdida en el tiempo.

Allí, me quedé sola.


Un repentino escalofrío me recorrió la espalda, así que abracé con más fuerza mis rodillas, apretándolas contra el cuerpo. Desde la superficie de madera del exterior de mi casa, alcé la vista al horizonte. Ante mí, se extendía una enorme pradera, del verde más intenso sobre el que ningún ojo había posado la vista jamás. El sol, en lo alto del cielo despejado, iluminaba el paisaje con fuertes destellos blanquecinos, haciendo refulgir las hojas sobre las copas de los árboles que bordeaban la llanura con la riqueza de los bosques en primavera.

Una suave brisa agitó mis cabellos sueltos e hizo ondear las suaves prendas que vestía.

Tan sola…

Me recliné hacia atrás, apoyando las manos por detrás de mí sobre las irregulares tablas de madera, y giré la cabeza para contemplar el interior de mi hogar. Toda la pared exterior estaba cubierta de enormes cristaleras, incluso las puertas abiertas que dejaban penetrar el frescor de la naturaleza en la acogedora y amplia estancia. Eché un vistazo por encima de las innumerables estanterías que tapizaban las paredes, decoradas con infinidad de colores de cada uno de los libros que llenaban sus huecos. Grandes, pequeños, finos y gordos, unos viejos y desgastados con páginas amarillentas, otros más nuevos y lustrosos con aquel olor tan inconfundible, pero todos ellos llenos de miles de historias, de vivencias, de personajes, épocas y lugares totalmente diferentes. En cada uno de ellos, una podía perderse, empatizar, llorar, reír, enfadarse y sorprenderse. Al finalizar, cada uno de ellos dejaba una huella diferente en el corazón, cada uno llenaba un vacío, como una pieza única e irrepetible.

En un pequeño rinconcito, junto a un acolchado sillón de cuero, descansaba una mesa estrecha con una simple silla mal colocada y un cuaderno abandonado sobre ella, abierto, junto al que reposaba un boli negro medio gastado. En aquel cuaderno, yo misma daba vida a mis propios personajes, tan interiorizados en mi alma que sentía que los conocía personalmente; ellos me hablaban, me decían lo que sentían, actuaban según sus decisiones, con vida propia. Donde yo meramente me limitaba plasmar sobre el papel la historia que ellos me contaban en susurros.

Junto a mí, tirado en el suelo, yacía otro cuaderno, un poco más grande y con suaves hojas en blanco, acompañando por un sencillo lápiz, de extremo verde, acortado por el uso, y una goma que una vez fue cuadrada y blanca, pero que con el tiempo se había redondeado y ennegrecido. Este otro cuaderno también era muy especial, pues allí era donde plasmaba las imágenes que me invadían la mente cuando escuchaba música de todo tipo. Allí se recogía todo mi espectro emocional, toda la capacidad que tenía de sentir, en una mezcolanza de bocetos, dibujos a medio terminar e imágenes cuyos detalles me había llevado horas completar.

Volví a alzar la vista a la indómita belleza del paisaje natural que engullía mi sencilla casa, justo cuando unos pocos pajarillos de intensos tonos azules y amarillos silbaban alzándose en vuelo hacia el cielo. Más abajo, en la gran pradera, un pequeño grupo de caballos de variopintos pelajes pastaban mansamente. A mis pies, sobre las densas matas de hierba de múltiples especies, dormitaba un enorme perro, tan tranquilo como grande era; podía escuchar los leves resoplidos cada vez que su pecho se hundía para expulsar el aire de sus pulmones. Un suave maullido anticipó la llegada de la pequeña gata atigrada, que me miró con grandes ojos verdes antes de descargar todo su peso sobre mi costado, con la cola en alto, refrotándose una vez antes de alejarse en silencio hacia los alrededores del jardín.

Observé como una libélula roja, con aquel vuelo a trompicones tan característico, sin lugar a dudas traída desde el arroyo que discurría por mitad de mi jardín, se posaba con suma delicadeza en lo alto de una gran flor de iris, de un intenso morado. Una diminuta hormiga recorría el entablado en busca de algo sustancial con lo que alimentar a su colonia, mientras una lagartija, apostada muy quieta sobre una piedra al sol, giraba rápidamente su cabeza para mirarla con interés.

Inspiré hondo, dejando que la brisa me inundara con aquel olor puro que solo en las primeras semanas de primavera podía apreciarse, mientras escuchaba el lejano resonar de los saltamontes y los grillos.

Tan sola en el mundo.

Pensé en los libros, con sus personajes e historias inacabables; pensé en mis cuadernos, espejos de mi alma, mi mente y mi corazón; pensé en la vida de infinitas formas que me rodeaba cada día, que vibraba sin fin llenando el vacío de mi existencia. Y comprendí, comprendí en aquel momento, que no me sentía en absoluto sola, porque no estaba sola. Estaba acompañada de la vida, en todas sus formas y expresiones, sanada, viva.

22 Novembre 2020 00:09 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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