Volví a soñar que estaba en el pequeño pueblo de Hiraeth y todos los recuerdos que hice en ese lugar volvieron a mí con la fuerza del impacto de una cascada contra mi cabeza. Desperté a Miroslava con el grito que pegué y estoy seguro que casi hago que los vecinos llamaran a la policía, porque grité como si me estuvieran matando.
No era para menos mi reacción y ahora procederé a contarles el porqué.
Me pueden llamar Ricardo, no es mi nombre verdadero, pero es el nombre de mi padre. Soy de Nuevo de León, tengo cuarenta años recién cumplidos, hablo tres idiomas y tengo estrés postraumático por lo que viví de niño en Hiraeth, un sitio que en su momento no aparecía en los mapas y que sigue sin aparecer.
Mi historia comienza en México, en mi estado de nacimiento, en una hacienda a las afueras perteneciente a una pareja millonaria de ingleses que por alguna razón había encontrado una magia única en estas tierras que a mí me costó ver hasta muchos años después.
Les pondré el apellido Smith, aunque si son estudiosos pronto sabrán que no es muy acertado.
Los Smith tenían dos hijos, el hijo mayor, Jonas y la hija menor, Lindsey, y ellos parecían defecar el dinero. Muy diferente a mi humilde familia, un hogar monoparental desde que mi padre desapareció un día cruzando la frontera para llegar a los Estados Unidos y no supimos más de él. Nosotros vivimos toda mi infancia en un pequeño rancho, siendo mi madre con cursos de contaduría la cabecilla y único sustento de la familia. Pero que me parta un rayo en este momento si no admito que mi señora madre tenía un don con la palabra capaz de obnubilar el pensamiento y siempre había conseguido darnos un poco más de lo esencial para sobrevivir. Haciendo uso de esto se hizo amiga de la señora Smith y consiguió ser su asistente personal.
Con esa buena relación fuimos muy bien bienvenidos a la hacienda y por consejo de nuestra madre, Laura, mi pequeña hermana; y yo nos hicimos amigos de aquellos niños ricos que parecían tener toda su vida resuelta desde su nacimiento. Ellos sorprendentemente no eran tan sangrones ni pretenciosos, incluso se ofrecieron a darnos clases de inglés y no nos sentíamos que pertenecíamos a dos mundos completamente distintos. Todavía me resulta bastante sorprendente de lo rápido que hacemos amigos cuando somos unos niños, en esa época no es tan complicado vivir. Lástima que pronto los cuatro aprendimos que no siempre era así.
Los señores Smith murieron en un accidente de auto y los niños quedaron bajo la tutela legal de un tío paterno, quien no vivía en México y no tenía ningún interés en venir a vivir aquí. Él era un hombre de negocios bastante bien asentado en Inglaterra, pero no iba a dejar a los niños a su suerte y mandó a por ellos para llevarlos a una la mansión de verano que tenía la familia en el pequeño pueblo Hiraeth en Gales.
Aquello no eran buenas noticias para nosotros, los patrones habían muerto y mi madre tendría que buscar otro empleo que no le pagaría tan bien como el de aquella familia. Las opciones que tenía era irse a Monterrey a buscar empleo como asistente de contaduría o comenzar a limpiar casas de los vecinos. Además de que posiblemente me instara a vender dulces los fines de semana. Aunque ninguna de esas se cumplió, pues no estaría escribiendo esto. Podrán imaginar la sorpresa mayúscula que sentimos los tres cuando el tío nos envió una carta en un español bastante fluido dos semanas después de la partida de los Smith a Inglaterra, donde le proponía tanto a mi madre como a nosotros ir a vivir con los chicos Smith en ese pueblo alejado de la mano de Dios, con el propósito de no hacer el proceso tan traumático para ellos y más incentivado por las buenas referencias que le llegaron de mi progenitora. Entonces, sin pensárnoslo mucho y sin importar que dejaríamos todo lo que conocíamos, decidimos tomar la peor decisión de nuestras vidas.
Tenía doce años cuando me subí a mi primer avión para ir a un país del que solo había leído en libros. Mi historia transcurre en los años ochenta.
Merci pour la lecture!
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