Negras nubes acompañaban la callada noche en los llanos orientales del país cafetero que en estos momentos enfrentaba muchos problemas internos.
En una casa de buen tamaño descansaba en una hamaca un hombre de rasgos simples, no se le podía llamar atractivo ni feo, sólo era un hombre que pasaría desapercibido para la mayoría de personas.
Tal vez sintiendo el sonido de la madera, él abrió sus parpados dejando ver uno de sus elementos más llamativos. Esos eran sus ojos cafés tan claros que podrían pasar por blancos y, por consiguiente, hacía que los demás pensaran que era un invidente, cosa que lo beneficiaba algunas veces.
Concentrándose en el sonido, sus pupilas captaron el suave y largo cabello castaño de su mujer acercándose con pasos lentos causa del pequeño bulto que llevaba en sus blancos brazos delgados. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando sus ojos se encontraron con los violetas de ella.
- ¿Cómo estás? – Una barítona voz salió de su boca cuando se sentó para darle espacio a la mujer.
- Hay algo que me agobia, Mario – Soltando el nombre del hombre, ella dejo escapar lo que pensaba.
- ¿Es sobre eso?, creí que ya lo habíamos hablado – Descansando su mentón en el puño siniestro él habló, para después recordar que ya habían decidido que hacer
- Lo sé, pero tú has visto que los números de desplazados ha crecido y nosotros ya hemos recibido amenazas – Agarrando el antebrazo derecho, la mujer jaló a su marido de nuevo a su lugar anterior.
- Esos hijuepu – A punto de soltar un insulto le tocó detenerse al notar como los ojos de ella cambiaba. Tosiendo para evitar la incomodidad, volvió a hablar – No le tengo miedo a esos pendejos, el abuelo de mi abuelo se levantó en armas contra España en el siglo XIX, y su hijo luchó en la guerra de los mil días, y mi abuelo sirvió al Batallón Colombia en la guerra de las Coreas, yo como su descendiente no puedo huir corriendo cuando lucho contra unos desvalidos – Sacando pecho como lo haría un Palomo, Mario casi grito de la emoción.
- Siempre con lo mismo, diciendo esto y aquello. ¿Qué dejó el sacrifico de tus familiares? – Preguntó ella recibiendo como respuesta un frío silencio. – Sabes que respeto a todos ellos, pero lo único que consiguieron fue lo mismo, unos pocos en el poder y la mayoría ni pa’ comer. Además, el Estado dejó en el olvido a tu abuelo y si no fuera por mi suegro, que en paz descanse, no tendríamos este terreno. Lo mejor es irnos para Bogotá y buscar una nueva vida así sea desde la nada – Acercando su mano a las morenas mejillas de su esposo, ella terminó de hablar.
Un bufido escapó del campesino llanero, que todavía se aferraba al pasado glorioso de una olvidada nación que reunió a cuatro países. Lo único que hizo fue cubrir la mano diestra de la bella mujer paisa para llevarla delante de sus labios y besarle sus delgadas falanges.
- Olivia, déjame pensarlo – Fascinado por la mujer que le dio un hijo, el besó su tersa y suave mejilla.
Unos gorjeos y balbuceos vinieron del pequeño bulto en los brazos de la mujer.
- Parece que alguien está celoso – Susurrándole en la oreja a su marido, la señora alzó al pequeño.
- Ven, dale un beso a papá – El hombre recogió al pequeño en sus brazos, permitiendo que sus callosas manos se deslizaran por el cabello negro y castaño de su hijo.
Pasaron unos minutos hasta que ellos decidieron ingresar de nuevo a la vivienda para poder dormir y prepararse tal vez para un nuevo día laboral o partir hacia la ciudad que despreciaba a la fuerza laboral colombiana.
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Colombia, Llanos Orientales.
17 de febrero del 2000.
2:37 a.m.
Un caballo galopaba a través de los campos colombianos con furia e impaciencia del caballero que lo montaba. Su camiseta blanca estaba manchada de rojo oscuro en una clara señal de su sangrante herida. Muchos podrían pensar que era estúpido que estuviera haciendo tal esfuerzo físico, pero sólo lo hacía para proteger la vida de su <hermano> y ahijado, permitiendo así pagar sus deudas.
Pronto llegó a la vivienda y ató la cuerda a un poste para su uso posterior.
Un quejido se escuchó después de que la adrenalina dejara de recorrer su cuerpo, acto que limitó su accionar.
Su puño derecho manchado en sangre golpeó la puerta de madera dejando manchas oscuras en el material.
- ¡Mario! - Su garganta se movió para que un grito pronunciara el nombre de su compadre.
Por su parte, Mario se levantó de golpe al escuchar el grito de su cercano amigo y vistiéndose con su pantalón marrón junto con un esqueleto blanco rápidamente caminó hasta la puerta después de bajar al primer piso, abriéndola justo antes que otro golpe cayera en la estructura produciendo que gotas de sangre cayeran en la blanca vestimenta.
- ¡Dios mío! ¡¿Qué te pasó?! – Asustándose, el campesino se acercó y apoyo al hombre para que se sentara en el sillón marrón en medio de la sala.
-No hay tiempo compadre, cojan sus cosas y váyanse- Al hombre no le importaba su seguridad, cosa que se notó cuando se detuvo y le pasó su revolver al moreno.
- ¿Qué pasa aquí? - Una somnolienta voz provino de las escaleras del segundo piso. – ¡Julián! ¡Santo Padre, hay que llamar a un médico! - Acercándose rápidamente, la mujer exclamó sorprendida.
-No es eso, préstenme atención, la guerrilla vino y comenzó a matar a la gente del pueblo, sólo quedé vivo para venir a advertirles- Se detuvo para momentáneamente para apretarse la herida del dolor insoportable que lo afligía. – Cojan sus cosas y huyan, no pueden morir aquí-
Gotas de sudor caían por su frente en una clara muestra del padecimiento del organismo.
Mario tragó saliva al escucharlo, sus ojos claros giraron por toda la sala hasta chocar con los violetas de su mujer, no se necesitaron palabras, pues ambos eran almas unidas con pensamientos tácitos.
- Voy por las cosas y el niño, ya regresó y nos vamos – Olivia Marino dio media vuelta y corrió a su habitación como alma que se la lleva el diablo.
Sin titubear recogió una maleta y la llenó de ropa femenina y masculina, en un pequeño bolso metió cosas para su bebé, que asustado comenzó a gritar en un intento de llamar la atención de los adultos.
- Todo va a estar bien, amor. Mami está aquí para ti – Soltando las cosas de sus manos la mujer recogió al infante calmándolo con unas pocas palabras.
Después de ello continuó arreglando las cosas, especialmente la caja donde guardaban ahorros para emergencias.
Su pulso se detuvo cuando una voz desconocida llegó a sus orejas desde atrás.
- ¿A dónde se dirige señora? – Un asqueroso acento izó los vellos de su cuerpo.
Volteando, ella vio el uniforme fácilmente reconocido por las siglas en su brazo derecho, ahí estaba escrito <<FARC>>.
-Dios- Murmuró el nombre de la figura abrahámica en un burdo intento de que se cumpliera un milagro cuando vio al hombre caminar hacia ella mientras se quitaba el cinturón que mantenía los pantalones en su lugar.
La cara de esa cosa llevaba una sonrisa mientras se acercaba a la bella mujer, pero antes de que siquiera la tocara su cabeza explotó en mil pedazos manchando la habitación y varias cosas en su camino.
-Mujer, mujer, ¡mujer! - Gritándole para que se tranquilizara, Mario bajo la escopeta que cargaba en sus brazos.
-Mario- Las palabras de ella escaparon de sus labios como si fuera la luz al final del túnel o así sería si la mancha de sangre en el costado inferior izquierdo sangre amenazaba con derramarse después de avasallar el esqueleto del hombre. - ¿Qué te pasó? –
-No hay tiempo- Torciendo su cara en una mueca dolorosa, Mario continuo – Coge las cosas, al niño y cámbiate por la ropa del malparido ese, ¡ya! – Asustando a su mujer, el hombre vio como la señora se cambiaba eficazmente.
Bajaron las escaleras, en el camino había uno que otro cuerpo desparramado con los ojos abiertos, clara señal de su ida al infierno.
-No hay tiempo, hay que subirnos al carro e irnos – Halando la mano de la castaña, ellos salieron por la puerta trasera de la casa hasta subirse al auto e intentar arrancarlo sin éxito.
-Vamos, por Dios prende. ¡Qué prenda hijueputa vida! - Enojándose con la máquina, Mario se tocó la sangrante herida y se miró en el reflejo de los ojos de su asustada esposa tomando una dura decisión al notar las lejanas luces que se aproximaban.
-Olivia, amor- Un bisbiseo escapó de sus labios.
-Mario, no lo pienses, por favor- Las delgadas y callosas manos de la mujer sujetaron las de su marido.
-Escúchame, sé que no te di lo que te merecías, un palacio, unos lujos- Él interpuso su manchado dedo índice en los labios de la mujer –Déjame hablar por favor. Soy terco, orgulloso de burradas, un mal tomador de decisiones, creo que soy alguien que no te merece como dijo tu familia-
-Mario- Un quejido soltó ella viendo los ojos, esos ojos que la habían enamorado parecían destellar vida por momento al verla sosteniendo a la pequeña vida
-Pero, aun así, te amo tanto como no lo imaginas, tu sonrisa, tus ojos, tu esencia siempre están en mí, sólo sé que eres única en este mundo. No sé si te hice feliz como prometí ante tus padres- Soltando una carcajada autocrítica continuó- Sostienes al ser más bello del mundo, no importa nada más que tú y él. Cuídate, cuídalo y cuida mi recuerdo es mi última mísera exigencia -Abriendo la puerta después de que encendiera el coche, él comunicó su última frase cara a cara con su mujer.
-No pienso dejarte, no pienso irme. ¡No lo haré! - Gritó ella intentando abrir su puerta fallando en el intento.
- ¿Puedo pedirte una última cosa? - A través de la ventana, el hombre habló recibiendo un asentimiento de la cara manchada en lágrimas de su esposa –Me das un beso-
Sus labios se tocaron finamente, sus manos acicalaron las caras del otro, sus ojos rogaron por el otro, sus corazones se sincronizaron en sus últimos latidos juntos y como si el voto se adelantara ellos jamás volverían a unirse hasta la otra vida quizás. Se separaron al final de cuentas, el hombre acarició al niño fruto de su amor, sus manos acariciaron ese cabello tan suave en el instante, el pequeño abrió los ojos para mirar la sonrisa de su padre al notar la herencia que había dejado. Y con un mudo <<te amo>>, él se despidió de su amada que echó el auto a andar entre lágrimas y sollozos.
- Supongo que tenías razón papá, los pobres siempre terminamos mal. Ruego para que a mi chino le vaya bien. Amén – Mirando al cielo y hablando con un conocido y extraño, él se santiguó caminando hacia su esperado final que nuevamente llegaría a tierras colombianas que se lamentaban por la pérdida de sus hijos.
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Dos siluetas corrían a través del barro del pueblo bañado en sangre, sus manos callosas se sostenían entre sí mostrando su unión a pesar de los problemas que los atormentaban.
José a través de su cabello negro logró divisar entre las hojas de los arboles una opaca luz haciendo que se detuviera en compañía de su acompañante.
El mutismo se apoderó de ambos que olvidaron respirar al escuchar las hojas y ramas ser aplastadas por las botas de caucho de los guerrilleros que avanzaban por la zona buscando posibles objetivos que hayan escapado.
Uno de los líderes avanzaba arrastrando por la tierra el cuerpo de una niña que apenas se podía clasificar como adolescente. Los gritos de la inocente acallaban hasta el más ruidoso animal de la región. Sus ropas estaban maltrechas por la continua fricción entre los materiales de la ropa y la naturaleza. Sangre escurría de su piel desnuda acompañando en una incomprensible danza a la de su cara bañada en mechones marrones que escondían los verdes obres de la campesina.
-José, ¿qué piensas hacer? - Musitó la joven en la mitad inferior de sus veinte al notar como el hombre apretaba el fusil proveniente del burdo ejército colombiano.
-Claudia, no voy a dejar que esto vuelva a pasar ante mis ojos, no otra vez- Las venas brotaron en el cuello del hombre al recordar aquella noche que se repetía cada cierto tiempo.
La tez blanca manchada en agua, se volvió más pálida aún al cerrar sus párpados en un fraudulento intento de soportar esas oscuras remembranzas.
-Ella fue la que te rechazó, ¿no es así? - Una carrasposa voz producto del consumo excesivo de nicotina despertó al muchacho cabizbajo que caminaba con un arma más gruesa que sus extremidades inferiores juntas.
El silencio fue la respuesta más desagradable para el monstruo que lideraba a los otros iguales a él.
Los ojos de los otros tres que conformaban el quinteto se cerraron al ver como quien arrastraba la pequeña sacaba un revolver de la cintura y sin quiera rechistar la pólvora mandó el proyectil directamente a la glabela acompañada de unas pobladas cejas monas.
El sonido seco del cuerpo dejo sin posibilidad de duda la muerte del victimario que pasó a victima según las hipócritas ONG´s.
-Voy los dos primeros, y ustedes después- Quitándose el cinturón que mantenía el pantalón en su lugar, el hombre se bajó los ahuecados calzones dejando ver a la <<sin vida>> muchacha el erecto miembro a punto de volverla a violar como lo habían hecho otros militantes antes.
Su alma rogaba a ese Dios que le habían obligado a creer desde muy pequeña una mísera clemencia, un descanso para su alma y su cuerpo, triste para ella el no saber que ni los cadáveres se salvaban de los monstruos que predicaban una falsa libertad donde sólo ellos tendrían privilegio.
Su vista se ocultó detrás de la piel encargada de cerrarlos, sus puños se cerraron preparados para apoyar a su cerebro a no darle permiso a sus cuerdas vocales la acción de gritar, pues eso sólo ocasionaba mayor violencia y maltrato para con su alma.
El sonido de un gatillo siendo halado hacia atrás escuchó Claudia, la luz producto de la expulsión del proyectil que de manera obvia penetró la frente del líder dejando que el líquido carmesí recorriera el aire dejando en vilo el próximo accionar de las personas ahí.
Los otros guerrilleros quisieron huir, pero José no lo dudo más y rápidamente repitió su anterior accionar permitiendo que las balas reclamaran las vidas de unas escorias.
Claudia avanzó hasta la chica, que con pánico miraba la cara delante suyo, pero sin tiempo que perder tuvo que ser jalada y obligada a correr a través del paisaje llanero huyendo de los cercanos partidarios de las FARC.
Un grito inentendible se escuchó desde atrás escurriendo más sudor de los cuerpos de los dos adultos y la niña, que sin siquiera detenerse a respirar intentaban relegarse de su destino obscuro.
El aporreante y sonoro choque entre la cascada y las piedras servían para apaciguar los sonidos de las botas rasgando las ramas sin cesar.
-Vamos por aquí- El hombre informó a las dos féminas mientras apuntaba al negro camino de sus espaldas.
-Esperemos que no se caiga. Ve tú primero- Claudia empujó suavemente la espalda de la niña para que sus pies pisaran los temblorosos tablones hechos con árboles del puente colgante.
La climatología de la zona parecía empeorar con cada segundo que transcurría denotando así la fragilidad de la estructura que se asemejaba a una bolsa de plástico atravesada por un dedo en su último reaccionar.
Justo cuando José pisó tierra al otro lado llegó el aullar de las <<bestias>> que les perseguían. Sin pensarlo, él pateó con todas sus fuerzas el palo que sostenía la infraestructura hecha por los campesinos ante el abandono del Estado.
Los <<revolucionarios>> cayeron al agua como piedras, hundiéndose así en el olvido de quienes ni recordaban sus rostros.
Jadeando, la niña cayó al suelo, sus piernas parecían la espalda de aquella película religiosa, sus pies asemejaban los de un elefante, sus ojos los de un mártir y su alma la de un suicida.
Claudia, sin mediar palabras, con sus fuertes brazos alzó a la chica mirándola con sus marrones ojos los esmeraldas de la pequeña. Ellas se transmitían fiereza humana, esa misma que mantiene vivo al Homo Sapiens.
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Las llantas golpeaban el barro que volaba con inmunda gracia al encharcado pasto que impasibles esperaban otro cadáver que alimentara el odio en un país que seguiría muriendo en agonía.
Su respiración agitada ondulaba la blusa verde con estampado de flores manchada con sangre y barro. Sus manos apretaban el volante del coche que se balanceaba por el irregular terreno, el bebé se encontraba en una silla amarrado con los cinturones y cuerdas, las regordetas manitas morenas trataban de coger algo que calmará su llanto.
-Ya casi llegamos, amor. Guarda silencio, por favor- Comunicándose con el infante que curioso por lo que decía la mujer que lo trajo al mundo comenzó a balbucear hasta cerrar los ojos por el cansancio.
Los labios rosas dejaron sacar un suspiro acompañado del sabor salado deslizado en la lengua roja de la <<mona>>.
Gotas interrumpían la vista del coche impidiendo la ágil maniobrada que se quería lograr y en ese instante la llanta del vehículo piso un mecanismo que hizo levantar la parte delantera del carro volteando la vista de la fémina que con la última de sus fuerzas protegió al pequeño cuerpo regordete dejando que su cabeza chocará fuertemente contra el suelo derramando sangre y como si un dios se resistiera a ver morir al pequeño, una canasta de paja voló del asiento trasero permitiendo que cayera sobre ella evitando así que muriera en el mejor de los casos.
-A…- Las cuerdas vocales sólo pudieron producir la primera vocal antes de que el cerebro ordenara al cuerpo caer en descanso.
Merci pour la lecture!
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