Pasaba las horas sentado en aquella barca con la esperanza de que picasen, no importaba el tiempo que tuviese que esperar, la paciencia se había convertido en parte de su esencia desde que pescaba truchas con su abuelo cuando era pequeño; toda su vida se había dedicado a vender pescado y tras jubilarse no quería perder aquella afición que le acercaba tanto a su antiguo oficio. Sin embargo, él no era como su abuelo y había sustituido los peces por algo con un poco más de sustancia por lo que, inmerso en la oscuridad de aquel callejón, lanzaba una y otra vez el anzuelo con la esperanza de que este se clavase en la piel de la que sería su próxima víctima.
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