Subyugado por el miedo y sin una mejor idea, me encerré en casa. La ciudad estaba en ruinas. Las plantas, los animales y hasta las personas estaban muriendo sin razón aparente, sin que alguien pudiera hacer algo. Pero yo sabía que estaba pasando. Había visto a las sombras arrastrarse por las calles, segando vidas y cosechando almas. Ahora esas tinieblas invadían mi habitación, donde yo, inmóvil e indefenso, aguardaba sobre mi cama, orando para que alguien me salvara de aquellos lúgubres seres.
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