Una masa negra era todo lo que se veía en medio de las penumbras y los destellos de luna entre los árboles. Una masa negra que avanzaba efímeramente con el viento.
No se distinguía su forma hasta que detuvo el paso para intentar orientarse, era una chica, una muy asustada. Sus cabellos le llegaban hasta las rodillas, eran color azabache y le daban un aspecto fantasmal a su piel clara.
La chica cayó de rodillas en la hierba y alzó la vista hacia la luminosa luna llena, implorando con lágrimas tormentosas que caían por su rostro; su cuerpo temblaba tanto por el terror como por la niebla. Miró a una de las aves que descansaban en los árboles y le pidió su ayuda. No supe si el animal le respondió pero daba la impresión de que la chica se quedaría allí a pasar la noche, cuando un sonido la alertó obligándola a levantarse.
—Me ha encontrado —pronunció con desconsuelo.
Entonces se internó de nuevo en la oscuridad desapareciendo entre los árboles. Se perdió en la niebla y el bosque entero se quedó en silencio, nada se oyó además de los chirridos de las lechuzas hasta que un grito penetró en las sombras y las obligó a abrir sus alas y volar lejos.
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