La niebla acariciaba las calles con suavidad de legua aquella madrugada de septiembre, en la que el verano comenzaba a despedirse abriendo paso al otoño. Las clases habían comenzado hacía cuatro días y los estudiantes ya sentían el peso de los exámenes en sus espaldas.
Todavía seguíamos ajustando nuestras pertenencias en aquella habitación, mientras vaciábamos cajas Ashley repasaba en voz alta sus horarios de asignaturas.
—No puedo creer que sólo hayamos coincidido en dos clases— dejó caer la caja al suelo y antes de que esta llegará se echó hacia un lado.
—Más vale dos que ninguna— aclaré.
La primera semana transcurrió en pruebas de adaptación y exámenes iniciales para conocer el nivel de los alumnos; lo típico de cada año.
El sol brillaba con fuerza cada mañana y cada tarde, cuando nos era posible nos escapábamos al centro de la ciudad para acudir a la playa y darnos un chapuzón. No ocurría muy a menudo pero cuando nos era posible era una auténtica satisfacción.
Ashley comenzaba a salir algunas noches salteadas y aparecía superando las dos de la madrugada, sabía que se estaba viendo con alguien pero esperaría a que ella me lo contará por iniciativa propia y no por presión.
Ninguna emoción nueva, extraordinaria o amenazante. Todos comenzábamos a conocernos de vista y entre los compañeros de clase nos saludábamos con un movimiento de mano.
Todo estaba muy calmado, salvo por las dos próximas semanas que iban a convertirse en un auténtico infierno.
Marieta García
