Muchas de las calles que se presentan en la ciudad de Londres son a menudo mostradas con un tránsito pacífico, pulcro e inclusive algo idílico, pero para toda regla llega su excepción. A penas en el momento en que estas calles perdían luz y fulgor, donde la única iluminación era el de carteles de neón y postes de luz en cada esquina, se halla un callejón estrecho, donde se escucha de forma muy leve el sonido que precisan los insectos al estrellarse con las luces. A lo lejos, adentrándonos en la calleja se escucha el ruido estridente de un cristal en su rotura, pasando así de un ambiente cercano a lo lúgubre, a uno donde la sangre de alguna persona de aquel lugar con un indiscutible infortunio, se regaba y esparcía en el suelo mientras su cuerpo y ser desvariaban conforme el tiempo pasaba, su respiración oscilaba y se agitaba al compás de la nada, perdiendo todo su fulgor llegados a un punto en que todo lo que él pensaba, su propia visión y mundo se tornaba cada vez más oscuro cual abismo, seco cual desierto, sórdido y helado semejante a un páramo helado.
Aunque aquel hombre deseara pedir algún auxilio, era completamente socavado, pues no podía siquiera articular palabra alguna; cada gesto de aquella persona solo concluía en un suspiro silencioso que anhelaba la vida. Para entonces el sol y las nubes no se perdían aún en el cielo casi despejado, cuando ya una persona perdía la llama de su vida y daba un aliento desesperado previo a desfallecer.
Un desconcierto, se apodera de ti, de tu cuerpo, esto lo expresas como un salto en la cama haciéndote despertar nuevamente de golpe, puede que haya sido la tercera, o la quinta vez esta noche, eso no lo recuerdas con exactitud pero ya no importa; porque al levantar la mirada con cierta soñolencia, el cálido sol dentro del frío clima inglés que tanto agrada a las masas se había hecho presente, junto con ello, rayos aún débiles de luz se hacen presentes en tu habitación.
Estuviste a punto de cerrar nuevamente tus ojos y esperar a que tu alarma sonara, pero te abstienes y tras ello observas desde tu ventana la imagen de un cielo en su amanecer, como las nubes tornaban claras y dotadas de color, mirabas cabeceando este panorama hasta divisar como se posa un ave peculiar fuera de tu ventana, un gran cuervo lleno de plumas negras que batía las mismas al momento de su llegada, para luego mantenerse estático entre las rejas.
Al observarlo precisas por completo cada uno de sus detalles, quedas inmerso en tus pensamientos hasta que te ves interrumpido, quedas sobresaltado al momento en que el animal da un alarido y se va, dejándote solo en la escena. Posterior a ese encuentro, te levantas torpemente de tu cama, caminas tropezando con una que otra cosa que se encuentre en tu camino, tomando una libreta, ya con cierta autonomía de tu cuerpo, empiezas a escribir en ella. Es entonces cuando te habrías librado recientemente de un sopor inmenso que ocupaba cada rincón de tu cuerpo, esto causado por el insomnio que sufrías en ciertas ocasiones donde desvariabas sobre ti mismo.
Sostenías conversaciones contigo mismo manteniendo la compostura e impidiendo rendirte nuevamente, al tanto que leías con cierto ímpetu que te caracterizaba como persona aunque fuese solo para ti, tu habitación era una poco espaciosa, con la cocina casi a la par de tu habitación, pero con todo y eso estaba muy bien iluminada, pero algo que destaca es que siempre estaba llena, por no decir repleta de múltiples artículos de diversas índoles algunas incluso no guardaban relación alguna entre sí, cada una eran herramientas que usabas para entretener los numerosos hobbies que tuvieras en tu vida, contentándote mucho y sintiéndote conforme con tu desvarío propio.
Todo esto, puedo sumarlo al hecho que no tienes más nada, todo lo que precisas en ocasiones es seguir tu labor y vivir sin más, sin relaciones o amistades contigo, pues cualquier familiar que conoces le tenías fuera de contacto y lejos de ti, donde tras eso habría muchas incongruencias en tu persona, anhelos y forma de ser, por ello el ambiente que generabas como inspector te imposibilitaba el socializar con total confianza o afecto, igualmente variando tu deducción en muchos casos de los que eres partícipe. Todo eso en conjunto hace de ti, el inspector que se le reconoce como "Robert Doyle".
Ya era la hora cercana de las 06:30 del meridiano de Greenwich para cuando estabas completamente listo, arreglado además que en alerta, preparado para lo que sería un día laborioso como inspector. Pero aún sin recuperarte del todo de la soñolencia, has tomado un par de tazas de café, divagado y de más, aún con eso eres incapaz de pensar con total claridad, tu sueño no lo recuerdas del todo, pero te perturba hasta cierto punto el qué es, y el porqué ha hecho tanto estrago en ti.
Y es allí cuando te contactan a través de tu teléfono, reconoces fácilmente el tono de la llamada y terminas de alistarte de golpe, esto pues era tu momento de esclarecer las cosas como debías hacer cada vez.
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