1992...
Comenzaba el frio de la noche, el viento hacía sonar de una manera impresionante las ventanas y el gélido aire era tan fuerte que podías sentir que te rasgaba a pedazos la piel. Los árboles se movían tan bruscamente hasta casi caerse al piso.
Un borracho, que no estaba completamente en sus cabales, caminaba en la calle de la pequeña vereda, se caía y luego se paraba, pero lo importante es que no se rendía. Por el álgido vendaval, debía estar congelándose en el interior de sus pocas y rotas prendas de vestir. Parecía haber sido expulsado de un bar hacía poco tiempo.
La luna estaba un poco cubierta por las nubes, no del todo, por lo que aun así sus rayos de luz de un color perla se reflejaban claramente en el pavimento como si fuese un espejo.
El gato hacía crujir muy fuertemente la madera vieja del piso. Las puertas se cerraban brutalmente. Las luces se encendían y luego instantáneamente se apagaban. El aire aullaba sus palabras a través de las ventanas que habían dejado medio abiertas.
Un perro gruñía a su propia sombra, parecía bastante desquiciado, ¿Era su sombra o había algo más? Las paredes estaban un poco desgastadas y estaban heladas al tacto. El techo tenía telarañas a lo largo del pasillo que resguardaba veintitrés habitaciones.
Me levanté levemente de la cama, la cual pensé que rechinaría por lo vieja que era, pero lo curioso es que no fue así. Mi hermosa novia Diana se encontraba al lado izquierdo de la misma, quien no mostró signos de estar despierta ni en un solo segundo. Pisé la vieja madera y mis pies sintieron el cambio de temperatura. Al erguirme por completo, agarré suavemente la camiseta que me había quitado horas antes, y me la puse.
Al caminar lentamente, chirrió la madera, había un ambiente tenso, lo podía sentir, empecé a escuchar voces que me susurraban palabras tan extrañas. Una que sí pude oír patentemente fue "Non vis permanere", alguna palabra extraña del latín. Lo ignoré por completo, pude sentir como todo mi cuerpo se erizaba muy rápidamente, eso no era una buena señal, continué retando mi vida.
Al llegar a la cocina, estaba llena de humo y vi la estufa encendida a fuego alto, el aire olía claramente a gas natural proveniente del fuego. Corrí a apagar la estufa, aquella que se había encendido sola. La acción fue rápida, me preocupé al ver aquello.
Me dirigí a la salida, abrí lentamente la puerta del aposento casi hecho pedazos, al hacerlo chirrió como una tiza presionada fuertemente contra una pizarra, parecían garras de algún demonio o algo por el estilo satánico. Pero mi ego no daba como para cagarme de un susto tan rápidamente, sería algo poco profesional.
Al salir, el lugar olía a cadáver. Un bombillo hacia chispa, y había marcas de sangre en el piso, me puse a seguir cada una de las gotas aterradoras de sangre húmeda, y por muy hombre que fuera, en mi mente estaba petrificado.
Llegué al lugar donde las huellas finalizaban, era una puerta, en el borde que da la puerta entre el piso y la misma manaba un charco de sangre, rojo como una manzana fina, y de un olor increíble a metal oxidado.
Al abrirla, otra vez lentamente, yacía el cuerpo de Carla, una muy cariñosa empleada de servicio, que aun así no hacía correctamente su trabajo, me agradaba. Casi vomito al ver el cuerpo, ingresé al cuarto para tocarle el cuello y revisar si aún tenía pulso... estaba fría y no se sentía nada. Sus pupilas estaban completamente dilatadas y la herida que terminó con su vida, había sido causada por un cuchillo clavado en el corazón.
¿Quién será aquella persona, capaz de hacer un feminicidio tan macabro y en un hotel en medio de la vía?
Un grito tan desgarrador se escuchó en todo el lugar e hizo estremecer a todos los hospedados en la toda la zona, un grito que hasta a mí me aturdió y además me asustó hasta más no poder.
Era mi novia Diana, quien me había visto el lado de la puerta en tan horrible escenario.
—¡Dime que no lo hiciste —dijo Diana, con una cara aterradora—, dime que no fuiste tú!, ¡joder no pudiste ser tú!
El guardia del hotel, ¡que, por Dios, ni estaba enterado del asesinato!, había llegado corriendo por el grito, con el arma en la mano y el corazón saliéndosele del pecho.
—¿Qué carajo ha pasado aquí?
Merci pour la lecture!
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