Un pueblo de modestas y maltratadas edificaciones era el escenario de una intensa batalla. Disparos hacían eco recorriendo todas sus calles. Varias personas huían atemorizadas de la violencia que avanzaba.
—¡Atención! Estamos bajo ataque por olros fuertemente armados.
Alertaba una voz proveniente de un intercomunicador colocado en un poste.
—Por su seguridad abandonen las calles y retírense al refugio más cercano hasta que las fuerzas del orden controlen la…
La explosión de un cóctel molotov cortó abruptamente la transmisión, envolviéndolo en llamas que lo inutilizaron. Contemplando con sadismo los cadáveres y la destrucción material que estaban dejando a su paso, un grupo de cinco criaturas con rústicas e improvisadas armaduras de acero caminaban exhibiendo sus potentes armas de fuego, criaturas identificadas por sus víctimas como “olros”. Su apariencia y sus rasgos eran bastante finos y humanoides, a excepción de su piel verdosa, sus orejas puntiagudas, y el azulado cabello punteado y grueso como cuernos que sobresalía en sus cabezas.
TATATATA
Un escuadrón de tres guardias de seguridad intentó emboscarlos con sus subfusiles, disparándoles desde unas barricadas que bloqueaban la entrada a una calle. Sin embargo, los asaltantes apenas recibían daño de aquellos disparos. Respondieron con los proyectiles de sus propios rifles y escopetas de alto calibre, los cuales fulminaron instantáneamente a los oficiales.
—¡¿Estos peleles son todo lo que tienen estos invasores?!
Gritó a manera de mofa el líder los asaltantes, el más alto y fuerte de los cinco.
En las afueras del pueblo, alguien observaba las llamas de ese caos desde una pequeña colina. Los estruendos de los disparos llegaban continuamente a sus oídos.
—Supongo que tengo que hacer algo…
Se dijo a sí mismo con sumo desgano, procediendo a moverse hacia su dirección.
Mientras tanto, los olros seguían imparables. Ingresaron en la plaza llena de tiendas y kioscos de un mercado abandonado al aire libre.
—¿Ya no hay más de esos cobardes?
—¿Se rindieron?
Se preguntaron algunos de esos asaltantes al verse rodeados del silencio y la aparente soledad de aquella parte del pueblo. Separándose algunos metros entre sí, se dispusieron a explorarlo.
—No se molesten en rendirse, ¡no dejaremos a nadie con vida! —amenazó su líder con una voz burlona y desquiciada—. ¡Bailaremos con sus cadá…!
Una bala repentina, que por poco evadió, lo interrumpió. A continuación, otros disparos fríamente calculados y consecutivos volaron las cabezas de sus compañeros.
—¡Carajo!
El olro sobreviviente rápidamente buscó protección tras las paredes de un kiosco. Sus sensibles oídos le indicaron que quien fuera el que les había hecho ese ataque sorpresa estaba cerca, muy cerca. Podía sentir sus pasos.
«¡Te tengo!».
Asomándose por una esquina del quiosco, lanzó un par de certeros disparos que abatieron al blanco que acababa de rastrear.
—Ahí estás, humano.
El olro salió de su escondite caminando con pasos tranquilos hacia su presa desafortunada: un joven vestido con una ligera y futurista armadura de combate. Permanecía inmovilizado en el suelo por sus graves y sangrantes heridas. Sin poder hacer nada, vio por la pantalla de su casco de protección cómo aquel demente criminal se dirigía hacia él con la intención de intensificar su sufrimiento.
Pero…
«¡¿Eh?!».
Alguien entró inesperadamente por un lado hasta interponerse entre los dos. Aquel sujeto, un hombre joven, despertó totalmente el asombro y desconcierto de ambos; no sólo por su sorpresiva aparición, sino por su aspecto totalmente fuera de lugar con la ambientación y situación. Vestía una camiseta negra y unos anchos pantalones cortos de playa. Su calzado consistía en apenas unas simples chanclas verdes que dejaban expuestos sus pies. Un par de auriculares blancos se conectaban a cada uno de sus oídos, con cables que conducían a un pequeño smartphone que colgaba de su cuello como un collar.
El desconocido se giró hacia el soldado herido, observándolo con sus cejas levantadas y la boca levemente abierta; sus únicas señales de emoción en un rostro que en sus demás rasgos denotaba una desconcertante inexpresividad.
—¡Tú!
El olro le gritó, intentando atraer su atención.
—¡¿Quién eres?!
El hombre se volteó a mirarlo, quitándose sus auriculares.
—Disculpa, ¿me dijiste algo?
Le dijo, sin ningún temor.
—¡Si, maldito imbécil! —insistió el olro. Lo apuntó con su arma, cada vez más irritado por su actitud—. ¡¿Por qué no has huido a esconderte como el resto de los gusanos de este asentamiento?! ¡¿Quién carajo eres tú?!
El hombre esbozó una sonrisa fría y despreocupada.
—Un jugador del montón atrapado en una mierda de videojuego…
Fue su corta y concisa respuesta al ser hostil.
—Tengo un apartamento que limpiar, y mucho trabajo que adelantar. Ya llevo más de una hora aquí y no tengo la más remota idea de cómo salir. No estoy de humor para esconderme de una fabricación virtual…
Agregó. Se tocó su barbilla con su mano derecha, mirando al suelo pensativamente.
«Espera… ¿Y si la solución que tanto busco es salvar a esta gente? Quizás es un paso obligatorio de ese tutorial que me salté por la cara…».
Merci pour la lecture!
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