—¿Piensas entrar a la fiesta vestida así? —dijo mirándome de arriba para abajo con desprecio.  —¡Quiero bailar! No me iba a venir en tacones para cansarme a la media hora —dije yo mirando que mis zapatos planos no tenían nada de malo.  —Esperemos que nos dejen entrar a la discoteca, y si no, ahí miramos que hacemos. Aunque ya sabes que vienen mis otros amigos y no los puedo dejar plantados —dijo sonriendo condescendiente. 

—¡Holiiiii! Te extrañamos tanto en el concierto —dijo una de ellas. Me daba mucha rabia saber que habían conseguido boletos gracias a un trabajo que habíamos hecho las tres y no habían sido capaces de decirme nada. —¿Por qué no viniste? —dijo la otra haciéndose la estúpida.

—Amiguiiii, ¿qué haces aquí? —dijo deteniendo su auto junto a la acera haciéndome brincar del susto. —Me perdí, al parecer el GPS del taxi no funcionaba y me dejó donde no era —dije emocionada de por fin encontrar una cara familiar. —Tienes que comprar carro, y más para venir a sitios como estos. Obviamente no aparece la dirección en el GPS. No está bien visto llegar en taxi, menos mal que te ví y te recogí. —Sí, qué bueno…

—Perdón por llegar tarde, estaba en terapia —dije corriendo la silla para sentarme. Todos me miraron mal. —¿Vas al loquero? —dijo uno de ellos y soltó una carcajada. —Sí —dije tratando de ignorar las risas. —Obvio que lo necesita, está loquita. Mentiras muñeca, sabes que te queremos, loquita o como sea… —concluyó otra abrazándome de lado. —Locos ustedes diciéndole loquero a un psicólogo… Maduren chicos —dije riendo.

—Te voy a dar un consejo gratis, por que te quiero…  Ya qué iba a decir…  —¿En serio crees que a ese man que estás mirando le gustaste? Jamás le vas a gustar si no cambias un poquito, si no te arreglas, si no compras ropa de marca, te haces mani-pedi, si no te maquillas o algo. En serio —dijo mirándolo mientras se mordía los labios.  —Pues tú tampoco, ahí llegó su novia…

Me había aguantado humillaciones tanto tiempo, pensando que estaba bien que los amigos te juzgaran, se metieran en tu vida, criticaran tu físico, tus gustos, tu entorno. Había aguantado todo esto, solo porque quería pertenecer a… y ser “feliz”. A costa de mi identidad, a costa de mí misma.

Llegó el mejor día de mi vida, el día en que me amé lo suficiente para revelarme y pararlos a todos. No más, no más, no más.  Los verdaderos amigos aman sin condición, están en las buenas, las malas y las neutrales...

—Te voy a recomendar un nutricionista buenísimo que te va ayudar con esos kilitos de más —dijo sacando su celular, pasando el dedo hacia arriba una y otra vez, buscando incansablemente hasta dar con el tal número.  Si supiera cuánto daño me hacía cada que me decía algo así… 

—¿Cómo que nunca has ido a “EcoBristo”? Es el mejor restaurante de la ciudad. Bueno entiendo que no tengas conexiones para ponerte en la lista… o pues… si quieres yo invito, pues para que lo pruebes y no te quedes sin la experiencia.  Yo bajé la mirada avergonzada. 

—Mis amigos me invitaron a un toque de su banda en un bar de rock, no sé si quieres ir… —dije sonriendo emocionada. —¿Tus amigos los raritos o los cool? —dijo riéndose. —Supongo que los raritos, porque los cool son ustedes…

—Vamos a hacer un tour por todo el país ya que estamos de vacaciones. He pensado que lo mejor para los que no tengan los medios, es hacer como una rifa o algo —me miró—, pues para los que no puedan pagar y pues que si puedan ir. ¿Qué dicen? —Qué buena idea, eres la mejor —respondieron varios.  Qué mal me sentía en ese momento.

—Qué asco la celulitis —dijo él riendo. Todas nos miramos diferentes partes del cuerpo al mismo tiempo. —¿Qué te pasa? Tú también tienes, que estupidez… —Perdón, me refería a cuando es exagerado, así horrible… —Así como yo…

—¡No puedo creer que les hayas contado a todos lo que te dije! —escupí exasperada por su actitud.  —No sabía que era un secreto —me miró con el ceño fruncido—, bájale a la neura. —¿De qué hablas? ¡Te dije que no le dijeras a nadie! —dije llorando de la rabia—. Todo lo entiendes como se te da la gana. 

—Ay perdónanos, estábamos hablando en francés y no sabíamos que estabas aquí… Hacía 10 minutos que había llegado.

—¡Feliz Cumpleaños! Yo abrí el regalo emocionada y me encontré con un paquete de productos para alisar el cabello. —Por fin vas a poder controlar esos rizos rebeldes. Te lo compré con todo el amor del mundo. Ojalá te funcione. Yo amaba mis rizos...

Luego de siete años de noviazgo, no nos veíamos hacía más de dos años. Se suponía que nos íbamos a encontrar en ese año. Todos los sueños se fueron a la basura, los vuelos cancelados, los dos encerrados, tan lejos y al mismo tiempo tan cerca. Quería volverme a perder en su esencia, aunque fuera una vez más. La tristeza me estaba consumiendo. —Podremos estar cerca a pesar de toda esta locura —dijo por medio de una videollamada, tratando de calmarme mientras yo lloraba. —¿En cuantos años?

—No llores preciosa, que esto se va a acabar en algún momento, además puede que nos sintamos mucho antes de lo que piensas. Esa última llamada me había dejado pensando… ¿A qué se refería con que nos vamos a sentir mucho antes de lo que pienso? Observé cómo caía la nieve por la ventana cubriendo el árbol de navidad de mi edificio, al tiempo que llamaban a mi puerta. Mi corazón saltó pensando que podía ser él, tenía que ser él, lo sentía, pero cuando abrí la puerta, sólo había una caja.

Adentro había un cilindro de cristal con un post-it que decía «conéctame junto a la ventana y tócame». No era su letra, aunque lo esperaba a él, hice lo que dijo, vi como se puso color amarillo y al tiempo en la ventana de enfrente también lo hacía. Con los ojos abiertos ví a mi madre tocando una lampara igual poniéndose roja, la mía también cambió de color. Levantó un cartel «Solo debemos guardar cuarentena, espero disfrutes el regalo de navidad». «¿Debemos?» Lo ví a él, detrás de ella.

Supe que algo estaba mal cuando su aroma llegó a mi nariz. Mi amada Jen jamás había traído a nadie a casa desde que me adoptó. Empecé a olfatear la puerta hasta que se abrió. Impaciente vi como dio paso junto con un hombre rudo y corpulento.  —Tranquilo Rocky, él es Juan, ven salúdalo —dijo su dulce voz. —Ven amiguito —dijo esta voz ronca que no me inspiraba confianza. Estaba siendo muy cariñoso con Jen, solo yo podía serlo. Le ladré fuerte, a lo que sacó algo de su bolsillo. Esas galletas...

Cada vez veía a Jen más triste y a Juan más feliz. Un día de madrugada me obligó a salir al parque, yo estaba calientito en la cama. Nuevamente no íbamos hacia el parque y esta vez tampoco hacía el feo callejón. —¡Juani! —gritó una chica que olía a gatos. —Bebé, te he extrañado mucho. —¿Ahora tienes perro? —dijo mirándome de manera extraña. —Es Rocky, es de un amigo, lo estoy cuidando.

Estaba en esa casa desordenada y maloliente, aguantándome a ese gato feo que no paraba de querer morderme la cola, mientras Juan se había desaparecido con esa mujer que se parecía a su gato. Quería irme a mi casa, quería estar con Jen, ya ni ganas tenía de ir al parque. —¡Vamos Rocky! Tenemos que correr o llegaremos tarde —gritó Juan agarrándome fuerte de la correa jalándola hacia la calle, mientras la mujer lo lamía antes de salir.

Me dolía mucho mi patita, aunque Jen me advirtió, me había enterrado un vidrio. Ahora estábamos donde la doctora fea, que me chuzaba cada tanto. —¡Hola Rocky! —dijo acariciándome y aunque se sentía bien, ella no me gustaba tanto. —¿Qué tal hermosa? Soy Juan. —Oh, mucho gusto ¿Eres el novio de Jen? —No, no. Sólo un amigo…

—¿Así que soy solo una amiga? —gritó Jen haciéndome asustar. —Cálmate amor, ¿por qué nos recibes así? —dijo Juan tranquilo. —¿Qué te pasó mi amor divino? —preguntó Jen mientras me acariciaba y revisaba mi patita. Yo ladré varias veces, recostándome en su pecho. —¡Tu no entras más! —dijo Jen cerrándole la puerta a Juan en la cara. Pensé que ahí se había acabado el infierno con Juan, pero estaba muy equivocado.

Jen corrió y me encerró en la cocina, mientras yo solo escuchaba gritos. Aunque ladraba fuerte, no venía por mi, ni ella, ni Juan. Sentí que había pasado una eternidad cuando Juan abrió la puerta, yo empecé a ladrarle fuerte. Corrí hacia la habitación y Jen estaba acostada llorando. La miré con tristeza, ¿qué le había hecho a mi Jen?

Pasaron días donde todo estaba triste en casa. Jen lloraba todo el tiempo y se gritaban con Juan. Yo también estaba triste, no solo porque Jen ya no era feliz, sino porque mis paseos al parque eran muy cortos. Juan me llevaba siempre a diferentes sitios y me dejaba amarrado por horas mientras se lamía la cara con otras que no eran Jen. —Vamos Rocky, deja de resistirte a todo, perro maldito —dijo dándome una patada, haciéndome chillar.

Juan era bueno conmigo. Cada vez venía más seguido a casa, aunque a veces no me gustaba como olía su ropa, olía a otros perros y animales. —¡No muerdas eso Rocky! —gritó Juan arrancándome el paquete de figuras graciosas de mi hocico. —Amoooor, que lindo reloj, gracias —escuché decirle a Jen. A mi me seguía oliendo mal. —Grrrrrrr...

¿Qué hacía Juan otra vez en mi casa? Con el tiempo me caía cada vez peor y ahora Jen me decía que era como mi papá, ese tipo… olía cada vez peor y hacía llorar cada vez más a Jen. Ella no merecía eso, no lo quería más en nuestras vidas así que empecé a comportarme mal. Me orinaba en su ropa, rasguñaba su computador, tiraba sus papeles y me negaba a salir con él… hasta que Jen me regañó, jamás la había visto tan enojada conmigo, no quería perderla...

Cuando por fin sentía paz y calma, Jen y Juan empezaron a pelear, yo me escondí bajo la silla de la sala pero Juan decidió agarrarme de mi correa y tirar de mi cuello. —Ya no aguanto más —gritó Jen, mientras lloraba sin cesar. Yo no quería ver más sufrir a mi amada Jen, no quería ser más un instrumento de Juan. Tiré con todas mis fuerzas y me solté, corriendo a toda velocidad hacia la calle. Lo último que escuché fue un estruendoso pitido y los gritos de Jen. Espero esté bien.

Jen había estado triste, yo la consolaba poniendo mi hocico en su rodilla, eso siempre la hacía sentir mejor. De pronto un día, corrió a abrir desesperada la puerta. Juan entró con muchas cajas y cosas. Empecé a olfatear y olía a mucha gente y a animales diferentes, así como había olfateado antes. —Vine para quedarme amiguito. Yo empecé a ladrar, ellos pensaron que era de felicidad, pero no, era de preocupación.

—Hoy quiero sacar a pasear a Rocky —dijo Juan luego de que llevara días sin salir de nuestra casa. No entendía por qué no se iba, pero al escuchar la palabra pasear me puse muy feliz porque me llevaría al parque. Podría correr y ser libre. —Sí amor, llévalo —respondió la dulce voz de Jen. Salí corriendo hacía el parque, pero Juan no iba hacia allá, tomó una calle extraña y desconocida… Empecé a sentir miedo.

—¿La tipa te puso problemas para salir con este chicuelo? —dijo la mujer queriéndome acariciar, pero yo le gruñí. Era muy diferente a Jen, era más grande y no era dulce. Juan me alejó y me amarró a algo que no pude ver. —No, cielo, no me puso problemas, cada vez confía más en mi… —dijo Juan lamiéndole la cara. Ladré varias veces, ellos me callaron y desaparecieron cerrando una puerta tras ellos.

Estaba furioso, me había hecho esperar mucho tiempo, Juan casi no me lleva al parque.  —Rocky ¿qué te pasa? cálmate —dijo arrastrándome de nuevo a mi casita.  —¿Por qué tardaron tanto? —dijo Jen abrazándome y jugando conmigo. La amaba tanto.  —Amor, hubo un accidente en el parque, nos quedamos mirando. Un ancianito se desmayó, tuvimos que socorrerlo. Rocky fue muy valiente y lo encontró desmayado.  Solo olfateaba sus mentiras. 

Empecé a ladrar furioso, no entendía por qué mentía.  —Rocky, ¡NO! —gritó Jen al ver que estaba mordiendo la pierna de Juan.  —Tranquila amor, debió quedar nervioso por todo lo que pasó en el parque —dijo Juan calmadamente viendo su pierna—. No pasó nada, las botas me protegieron.  —Grrrrrrr…

—Rocky, no puedes morder a Juan. Eso está mal —dijo acariciándome. Jen intentaba calmarme, inclusive me dio un hueso gigante y delicioso.  —Amiguito ven, duerme con nosotros, cero rencores… Juan me invitó a la cama y era una oferta irresistible. Salté emocionado y Jen me empezó a acariciar y besar mientras sonreía. Me hizo olvidar todo.

Llegamos a casa y Jen nos esperaba enojada, Juan había comprado un ramo de flores apestosas por el camino y se las había entregado. —Se demoraron demasiado, me tenían preocupada… Jen se acercó a acariciarme, yo empecé a ladrarle, quería advertirle que Juan se había estado lamiendo con la del gato feo, pero ella solo se dedicó a jugar conmigo, sin entender absolutamente nada.

Estaba dormido soñando con huesos gigantes que me rodeaban, cuando un estruendoso sonido de algo rompiéndose al lado mío me despertó. Asustado corrí a ver qué pasaba y estaba Jen atacada llorando sentada en la cocina, no sabía qué podía hacer para ayudarla. —¡Rocky, cuidado con los vidrios! —gritó. No entendía nada, solo veía que había sangre en sus manos.

Un día Juan desapareció por varios días, Jen no paraba de llorar, en medio de eso llegué a abrazarla, me acosté a su lado y ella me abrazó fuerte. —No entiendo que he hecho mal Rocky, Juan se comporta muy extraño, yo lo amo, pero no acepto que te golpee… me puede golpear a mi pero a ti no. Yo la miré sorprendido, ella no merecía nada malo.

—¡Amiguito! —gritó Juan en mi oído haciéndome saltar del susto.  No podía creer que estaba de nuevo en casa y Jen sonreía mucho aunque en sus ojos podía seguir viendo su tristeza.  —Grrrrrrrr —No gruñas Rocky, es Juan, es como tu papá —dijo Jen pasando su mano por mi cabeza y orejas. Qué rico se sentía...

—Rocky, tienes que querer a Juan, él va estar en nuestras vidas para siempre… Yo gruñí apenas dijo que iba a estar para siempre, no podía creerlo, no quería creerlo. Pero Juan empezó a traerme huesos y pelotas… No podía pensar que fuera alguien tan malo si me traía huesos, hasta volvió a llevarme a donde las mujeres que lamia, aunque esta vez Jen estaba feliz y no notaba nada raro. Yo ya no ladraba, ni gruñía.

—Rocky, tranquilo, ven acá amiguito. Juan estaba ya exasperado por la fuerza que estaba haciendo para no entrar en ese edificio en ruinas. Olía mal, olía a muerte, olía a lo que me olían las cajas de él. —Grrrrrrrr Yo no quería entrar ahí, pero Juan me obligó a entrar a ese sucio apartamento. —Casi que no llegas… —escuché a una mujer decirle—. Y trajiste el perro…