Al abrir mis ojos me encontré en una vieja capilla, no tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero el hambre que sentía me hizo suponer que estuve allí varios siglos. —Veo que no estoy en Italia… —susurré tras levantarme y caminar hasta una ventana de cristales quebrados. Los edificios eran modernos, pero un aura de apatía envolvía la ciudad. La sociedad parecía estar bajo una ley marcial, no había ciudadanos en las calles, solo soldados dedicados a vigilar y patrullar la zona.

Sin perder tiempo, conté el número de hombres cercanos a la capilla. Solo eran dos, los demás estaban muy lejos para preocuparme, cosa que me ayudaría siempre que actuara con prudencia y sigilo. En ese momento mi cuerpo se hizo intangible, mi sangre y carne dieron paso a una espesa niebla carmesí, en esa forma atravesé la ventana sin romperla. Me deslicé docenas de metros, reptando como una serpiente en la oscuridad. Segundos después, logré posicionarme detrás de uno de los incautos soldados.

La niebla se arremolinó hasta que de esta emergió mi cuerpo, luego sujeté al militar incauto y clavé mis colmillos en su cuello. Cuando su compañero llegó, solo encontró una carcasa carente de vida, que alzándose como mi sirviente, lo atacó para segar su vida. Viendo el espectáculo, decidí hacer de ese lugar mi nuevo hogar, aquella villa maldita se volvería mi santuario, el lugar en el que, con el tiempo, un nuevo horror tomaría forma y una oscura leyenda emergería.

—¿¡Muerdes a la gente, les quitas la sangre y luego las dejas ahí tiradas?! —La humana parecía asustada. —¡Claro que no! —El vampiro se sentía indignado—. Hay otras formas y de eso quiero hablar contigo. Necesito un voluntario.

—¿Quién te crees? Antes de que me lo pidas, mi respuesta es no. No te voy a dar mi sangre. —La chica se levantó y comenzó a caminar, ofendida. De pronto, furioso y con un movimiento rápido el vampiro le bloqueó el camino y la tomó fuerte de los hombros. Ella perdió el aliento.

—¿Quién me creo yo? ¡¿Quién rayos te crees tú?! No quiero que me des TU sangre. La humana se quedó pasmada. —Perdón por mi reacción. —Ahora estaba más calmado—. Me gusta el olor de tu hermano. Quiero pedirte que me ayudes a convencerlo.

ÉL era hermoso, su belleza era fuera de este mundo se encontraron por casualidad, la segunda fue planeaba y la tercera fue apropósito él, quedó flechado desde el primer día que se encontraron, claramente se había encontrado a la persona que lo haría escuchar el sonido de las campanas, la invito a ver a su gato, pero él, no tenía gato, desde aquel día estuvieron enredados en un amor clandestino, fuera del alcance de la prensa, era doloroso pero el amor y la pasión los hizo olvidarse del mundo.

—Karl, por favor, dígale al señor Alfred que lo esperar 3 en el sótano —dije. —Sí Madame —se acerca aún más—. ¿Lo presentará ante las demás? —Lo haré, ellas quieren conocer a un completo Alfred. Karl abandona el sótano y sube las escaleras hasta llegar al cuarto del joven Alfred. —Madame lo solicita en el sótano. —¿Le dijo para qué? —No. —En un momento bajo. La pequeña llama de la vela se desvanecía cada vez más. Sólo habían pasado cuarenta minutos del último rito que realizó.

—¿Me necesitas? —me preguntó al pararse a mi lado. —Sí Alfred, ven conmigo —lo tomo de la mano y lo hago sentar frente a las muñecas. —¿Hoy es el día? —preguntó ensimismado. —Sí. Noté cómo mis muñecas aún conseguían ese sentimiento en él. Antes de empezar lo miré y luego apagué las luces. Todo quedó en la oscuridad y los murmullos que había dejado de oír desde que lo convertí en mi fiel compañero volvieron a aparecer.

—Ellas te quieren conocer, saben que quien las acompaña no eres tú por completo. —Yo también las quiero conocer —me mira y luego a ellas—, pero si después quieren que me quedé con ellas y no contigo. —Eso no pasará. Abrí nuevamente mi boca y las prendas que lleva se agrandaron. Pronuncié unas palabras de bienvenida y todos estábamos en un mismo sitio con una vela en medio del sótano. —Bienvenido amo Alfred —dijeron todas las muñecas. —En las próximas noches empezaremos con nuestra cacería —dije.