Penetró la nostalgia en sus sentidos cuando el aroma de su hogar se presentó en su sueño. Los páramos que nunca envejecen le daban la bienvenida. Su visión ignoró su primer plano para evadir la realidad. Solo disfrutó las arboledas llenas de las hojas platas y bases negras, las punzantes cimas que chispeaban ese día despejado y que se cargan de las alhajas sin trabajar. Regresaba entre metales sólidos y encomendado por quienes alguna vez dirigió en combate. Acusado por los mismo que defendió.

En el pasado disfrutaba de los territorios que, por más obscuros que las mismas noches fuesen, encerraba en su corazón como su lugar de nacimiento. Caminaba halando los metales en ciclos que pesan mucho menos que las flamas concientes que él mismo arrebató. Culpable de levantar la voz ante un bufón de corona yerma y de esencia a cruór. Ámbitar Cinam, era colocado como a objeto de mostrador y ejemplo de que nadie debía cuestionar a un imperio que luce hermosas alianzas criminales en sus dedos.

Pasó el tiempo, ese que desgarra con su paso y quebranta las almas débiles con su marcha implacable. Ese que le transformó su cuerpo fornido a un cúmulo lastimoso de calcios remarcados y carnes blandas sin ánimos. Ámbitar Cinam, era removido de su podio acusador entre cadenas y aguas saladas en la costa. Ya no era un símbolo de desacato si no un despojo lastimero que se apegaba a la vida obstinado de sufrir por aquellos que mató. Ahora tocaba difuminarlo entre barrotes para evitar un mártir.

Gélida y amontonada, la nieve copiosa más provechosa. Cubierta de anillos en trincheras dedicadas a las cálidas aguas en medio de la tundra. Posan las columnas brillantes que aprovechan la alhaja caliente de eterno fulgor. Sobrepuestos los ingeniosos garrafones que acumulan la inquieta fría y la tranforman en artificial sauna. La aldea Vadguar, la anillada en cosechas. Su tubérculo el Vrunth, se las arreglan los vivos para producir su licor, ante la tundra inclemente y la incredulidad ajena.

Se fundaba y crecía a paso lento el Bastión Oeste y sus murallas solo eran una silueta de lo que llegarán a ser. Galthico Catrid heredaba por derecho de guerra los fértiles terrenos del norte. Su mente abrazaba los recuerdos con Ámbitar y Marckel Hodvega, este último ya no les acompañaba más en la vida. Ahora solo le restaba buscar a una acompañante para finalizar la suya. La pelirroja de apellido Reviéd, madre ya para ese momento, captó su atención. Cautivarla será más trabajo que la guerra.

Cuando puse a salvo a Almie en el oeste de Haranla, me retiré entonces por los desiertos dirigiéndome al norte. Debía apresurar marcha, pronto Tunler regresaría del ya extinto Vrahanon y debía presidir entonces como única sobreviviente de mayor edad de los Hodvega, ya que mi hermano menor todavía era muy niño. Todavía me aflige el corazón, haber abandonado a Magmalacio, peor aún a mi querido hermano mayor Marckel, que luchaba todavía en los páramos del sur, junto a Ámbitar y sus hombres.

Había pasado un año. Tunler y las familias más distinguidas firmamos el Precepto del Fulgor, como constitución de nuestro nuevo hogar, Hifend. La mayoría de nuestro linage murió luchando contra el imperio de Vrahanon. Así que como recompensa, se nos entregaron tierras en el recién formado Bastión Norte. Y se nos prometieron otras en la nueva capital que llamarían Grand Hifend. Ahora podía elegir que tierras podía heredar mi hermano menor. Yo tomaré las del norte y él en Gran Hifend.

Pasaron 200 años de la tercera era. Los descendientes de Almie Reviéd vivían en el Bástion Oeste, en el continente que llamaron Hifend. Gedios y su esposa Zaadas regentaban los ilustres aposentos de una familia de médicos por profesión. —Gedios, de nuevo el gobierno—dijo su esposa preocupada.. —Hifend ahora es un nido de corruptos y los Hodvega siguen presionandonos, querida llegó la hora de abandonar estas tierras—decidió con pena. Los Reviéd iniciaban su éxodo, a un nuevo hogar.

Toman como hogar una aldea humilde, de poco protagonismo al noreste de Kilod. Gedios y Zaadas dan fruto a mellizos; una hermosa niña, de cabellos rojizos a quien dan honores con el nombre de su antepasada Almie, y un varón, de cabellos obscuros, de necios lloridos que nombran Darek. Afligidos sus corazones por el hecho de no dar legado en el Bastión Oeste. Más les besa la calma de que sus retoños, ambos con el don de la vinculación de almas, no serán marionetas de un país egoísta.

Se recostaban serenos, costumbre de fantasía pacífica, en aquel oasis confidente de melancolías juveniles. Remolineaba sus cabellos, sutil esfuerzo a evocar su presencia. La dama, de irises carmesies y plateada cabellera, jugaba con el rubio de su amante, que miraba las tres lunas. Haranla adolece, y la chica llenaba su júbilo en enmancipar aquel dolo juntos. Su juicio jugaba en contra al deshonor. Tunler debía ser persuadido por su amada Yealad, en portar armas a la causa loable de su país..

Chispea en sus mejillas los minerales cristalinos de la arena dorada, que acarician su rostro abatido en el terreno. Sus ojos clausurados y la faz gesticulada en deshonrosa comisura baja. El sendero remarcado de sus lágrimas se muestra desvergonzado en el cúmulo de su trillo donde la arena se dibuja frondosa. —¿Me escuchas?, ¿sigues con vida?— La voz suave y tersa de una dama se inmiscuye en su camino a la muerte. Sus ojos de nuevo abren. Ella es lo primero que observa de regreso a la vida.

—Ten, bebe un poco.—La dama acerca el cántaro que reposa en su espalda. El sujeto se posa ergido a peripecias desesperado por el líquido que chapotea frente a su faz. El varón se apropia de buena parte del agua. La chica pone atención al rubio arrapiento. —Gracias señorita—El planior regresa el agua a su dueña. —De nada. —La dama recibe sonriente el objeto—. Y dime, ¿qué haces en medio del desierto? —Huía del imperio sin un rumbo marcado, pues mi vida se perdió tras mis huellas en la arena.

—Si, bueno, aunque no entiendo nada de lo que dices, debo preguntarte ¿qué harás? —Yealad permanece observando al extraño rubio, que pérdido en su interior solo se digna a callar—. Oye, te hablo. —Perdona—dice Zorger mirando las arenas—, no tengo rumbo, así que me dejaré guiar por la hipnótica belleza de la montaña Garmanos. —Mejor dejate llevar por mi belleza a la aldea. Sin preparación no tardarás ni tres horas en volver a besar las arenas. Ambos ríen con fuerza a una petición seria...

Se mecía agotado y su armadura pesaba muchísimo, el destino lo llevó a un asentamiento de aquella enorme rivera. Un pequeñita Tempalie, miraba al cielo emocionada en el zaguán de su humilde chosita, revoloteba su colita mirando la luna verde en el cielo. Se percaron ambos de sus presencias. Le miró inocente. —Señor, señor, ¿ Por qué la luna es verde?—dijo la niña. No contestó, su inocencia pura le hiso desistir de llevar a cabo la ejecución que tocaba de su pueblo. Le llamaron hereje...

El tempalie le miraba, su espada corta derramaba el crúor en lento torrente del sin nombre. Envainó pues el incesante tremor del coliop daba señal derrotista. —Eres un incapaz coliop, trituraré tu cuerpo y serás un alma más en el Valaron de su ilustrísima. —Posó su palma abierta direccionada al derrotado. El aura se concentró en ella, luego en el sin nombre, más nada sucedió—. Tú, acaso eres un acólito. Un acto silencioso interrumpía. El tempalie se retiró sin mencionar palabra del lugar.

Despertaba esa mañana. Tan adolorido como deprimido, derrotado y frustrado. El viento fue atrevido. Le maquilló durante su letargo con el obscuro sedimento y remanente de buqué a carne de los incinerados antes de su llegada. Los adolece sin reconocer en su memoria alguna faz que quizo honrar con su acero. Tomó una manita inocente, que se desintegró. Lágrimas acompañaron al infante de polvo negro en el suelo, atormentadas por las últimas palabras culposas que talló en su cabeza el asesino.

La brisa gélida aventó las cenizas del infante y su llanto mutado a nieve le sigueron. Los matices de claro obscuro teñirán el suelo que acurruque su caída y no entenderá a la realidad. Levantó su cuerpo, pero mayor labor le tomó a su orgullo postrarse al verse mansillado por lucides, esperanzado y temeroso también. Ahora entendía, ni su nombre ni su pasado eran menesteres pertinentes de sus búsquedas, eran a los acólitos a quienes debía perseguir y de los cuales formó parte alguna vez...

Se posó en la cumbre elevada de aquel escampado en las montañas del este de la rivera. Mirando el templo de su señor al oriente. «Ese lugar...¡lo recuerdo!... Recuerdo el ritual...Fuí seducido por mi ambición de dinero, poder y respesto...renuncié a mí moral...era todo un honor para un Coliop pertenecer a los Dragcnare...¿qué he hecho?» rememoró el acólito. Agobiado por el pasado evasivo, huyó al norte sin destino. Buscando respuestas...tratando de encontrar al menos su nombre.

Aquel coliop sintió repugnancia ante aquellas palabras pretenciosas. —No tienes potestad para asesinar a inocentes, infeliz—manifestó su desacuerdo desenvainando su espada de filo dentado. El tempalie no inmutó, acusando caminata a su dirreción. Prepotente andado, que acrecentó en el valiente coliop el miedo, por la ausencia de mirada en aquel yelmo que cubría la cara del asesino. —La ignorancia es atrevida. Pronto entenderás a qué has desafiado—increpó con absuluta confianza el tempalie.

La hiperventilación acorraló su valentía. El sin nombre pensó que cometía el error de su vida, al chocar con ese tempalie que no dudaba a lidiar. Observó sus periferias, laderas y árboles. Luego al frente. Posó sus pupilas verdosas en la montaña de fuego y cadáveres la silueta de un niñó. Recordó a la niña tempalie, sus irises magentas y su faz llena de inocencia, que ayudaron a salir del trance. Tomó postura, espada dentada al costado de cadera, reclinó, pierna adelante e inició el duelo.

La bruma, bufanda caprichosa, arreboza sus maderas de ligero púrpura y hojas de pálido dorado, de los árboles Aujirl que descansan en su bosque. Descansa las fúnebres lápidas, de valientes que dieron su vida por au amado continente. Tempanos cristalinos les acompañan. Durante las velas obscuras, ellos resuenan, ornamentando la bruma con su fulgor. Atmosfera inquietante para cualquier viajero. La muralla de cristales le llaman. Al bosque de Mjirl, desolado y perjuiciado, dentro de Gunthar.

Entre las faldas del actual volcán Titan, se esconde un paraíso boscoso, de termales riachuelos, y pesares recuerdos. En el pasado fue refugio de muchos de los soldados de Vrahanon. Que perdieron la vida, mientras defendían los ideales de un imperio decadente. Para los curiosos puede ser una visita grata, para los historiadoreses de Bana, trago amargo a cada tanto encontrar los anillos nupciales de aquellos que murieron. Se ubica al oste de Boca del Titan. Tranda el bosque de los adoloridos.

Las botas elevaron el manto marrón al dar el primer paso. Derramaba su vitalidad mansillada por las grescas que, a la voluntad de sus hermanos de armas, abandonó por cumplir el objetivo. Vrahalesk se mantenía vigilante al profanar el pórtico defendido por las lloronas artesanías de mármol obscuro, que precedieron en lamentos. La pureza del ambiente le recordaron por quién lucha, más el fétido de las sensaciones tangibles también abogaban a proseguir y eliminarle. Losh el corrupto le espera...

Advertido fue antes de encararlo, la valentía y la cobardía daban tertulia amena mientras su alma resolvía el debate a elegir ganador, y observaba a la cara. Los árboles cárnicos se lamentaban en baritono mezclado con la resonancia de los obeliscos esmeraldas, acto de preámbulo al recibirle gustoso. Vrahalesk, el tempalie fue juzgado por las irises verdosas de fulgor divino, mientras el anfitrión tragaba la carne del vivo que cautivo era deborado por ese ser que no necesita alimento...

La ciudad Laop apenas daba sus primeros sorbos de vida, en la nueva era. Cincuenta años quizá, tenía la tercera era. El navío llamado "Trastabillado", capitaneado por Solver, un viejo Coliops marino, se preparaba para atracar. Razones escazas, por no decir nulas. Un Tempalie propuso construirlo en el mar. Un faro iluminado de joya Linme, seria su obra soberbia. Como no olvidar cuando la nave culminó a honores a su nombre, Se maldijeron ambos. Nadie quiso enderezar la obra absurda.

—Tú... ¿eres al que llaman, «el corrupto» entre acólitos? —Dudó, su mano y la hoja sin mango le temblaron, las irises blancas, el desdén en su sonrisa la presencia misma le intimidaron. —Así es, mortal—afirmó levantando copa para darle trago al líquido rojizo. Limpió sus labios, asotó el brazo al acabar y el acto provocó vendavales atemorizantes, haciendo bailar los pelajes del tempalie—, y tú, atreves a posar pies en suelo sagrado, ¿quién eres? —...Vrahalesk... y vengo a detener tu locura...

Rondaba el año 600 de la tercera era. La ciudad de Kuhuf, como de costumbre, acaudalaba muchas personas. Un Tempalie observaba, su cola se mecía de emoción, maravillado por el obelizco erigido en la plaza del comercio. —Es maravillosa, es increible, una obra de arte voluptuosa de este planeta—comentaba. Una bastiana, de albures cruzaba por el lugar. Por alguna razón se sintió aludida por el comentario. De un bofetón lo dejó incrustado en la obra. La silueta sigue marcada en el obelisco.

¿Leyenda o mito? En el vocalizar que se expanden en las eras de Bana. Tildado de personaje de fábula. El jovial palpar del aprecio desorbitado, del auditorio en la especial acogida de sus palmas topar. Finiquitado mi recitar histórico de nuestro hogar. Abraza la dicha sentida por mi magistral actuar. Soy agrabiado y declarante, amigo y confidente. De todas las eras he sido presente. Soy un rapsoda, esperando por aldea. Mosa de buen ver y alguna moneda. Real o fantasma, sea lo que aplaudan.

Vaivén molesto, sus horizontes inquietos, sacudidos por las violentas olas. Esa mañana regresan después de dos años en Gunthar. —Amigo, ¿qué harás a partir de hoy?—La ventisca incansable arropa con la nieve a Doblú, quien voltea a mirar a Vind, ambos de pie en la proa observando el puerto de Alba. —Regresaré a esa aldea, Oril. Por alguna razón me sentí a gusto en ese lugar—responde Vind. —Yo veré qué hacer, no deseo volver a Jabald. Yo... necesito purgar mi alma de tantas decisiones.

Aguardan vigilantes sus irises al contemplar a la chica mientras esta aún observa al suelo. Segundos eternos, el vaho de su boca escapa sutil al incorporse tras el acrobático salto y su espectador obligado responde con presión a los maderos de la ballesta. La pelirosa levanta su mirar tan abrupta como jocosa su sonrisa, algo que él reprocha con rictus. —¡Responde de una vez mocosa! ¿Qué quieres de mí?— Asoman su colmillos al dar último aviso Doblú. —Cálmate, no busco nada, enserio, ves.

—Antes de responder, ¿me devuelves mi ballesta? ves. Es mi única arma y bue...—calla su voz la chica con el murmullo silbante del virote besando sus mechones. Doblú baja lenta el arma y sus ojos retraídos le hablan claro—. Tres días, tengo tres días acompañandote. —¿¡Tres días!?—Sin creer lo que escucha, el bastiano hace memoria sin encontrar fisuras en su guardia—. Mientes niña. —¿De verdad quieres que hable de esto? ves. Quizá quieras que sea muda. Silencio incómodo arropa al varón...

Los riscos relucientes titilan esporádicos al ritmo calmo del rocío madrugador. Los puentes se llenan de los niños que acompañan a sus padres en las labores del día a día en la ciudad de Thodre. —Bien amigo, aquí tomamos sendas distintas, me dirigiré a Dran, espero algún día verte de nuevo. —Doblú apuntala su mano al compañero. Vind responde dándole la espalda e iniciando su paso al sur. El bastiano observar a su amigo fundirse entre las nieblas. Ahora él debe enfrentarlas también.

La floresta densa y frescor eterno. El cambio a primavera se nota, lloriqueo incesante en trillos de cristal, los cerros obscuros desvelan sus minerales con lentitud y el cobijo blanco desaparece de sus cimas. Doblú apega su solitaria búsqueda en las cadenas de picos centrales de Alba. Han sido tres semanas buscando su propio dogma. Los sueños diurnos no dejan de acecharlo. Repujados se lamentan en sus irises las vidas que arrebató en Gunthar. —¿Valieron algo o valió de algo sobrevivir?...

El terreno es propicio a su necesidad tras cruzar la montaña. El último vestigio solar que se escapa entre las puntas de las cimas del oeste, es aprovechado por el bastiano para montar un hogar prestado. Doblú acaba su acomodo con la inición de la fogata. Toma lecho en el pasto y mira al cielo. Mikalosh, la luna esmeralda, brilla única en el cielo. «Tan calmado es este sitio, que puedo escucharlos aún suplicar... Crepitar de huesos y armas a ritmo de recital ¿me permiten hoy olvidarlos?».

Doblú mantiene su guardia y observa a la delgada chica levantarse. Desmesurado, al verse desarmado, ruge al divisar la ballesta que, en manos y cargada, la pelirosa tambalea mientras pone en pie. Lanza su ataque movilizándose como bestia sin criterio racional. Su visión nublada por su propia naturaleza ignora los sutiles movimientos de la atacante, y solo percata cuando sus garras perforan el árbol Aurora. —Oye, tranquilízate, ves—dice la chica entre las ramas. Sonriente y desarmada.

Permanece unos instantes observando a la pelirosa que le sonríe desde la altura. Doblú da un paso, el sonido del metal a sus pies le obliga a posar su horizonte a los mismos. La ballesta cargada descanza a sus suelas. —Ten cuidado es mi única arma, ves. —La chica reclama mientras el bastiano recoge la misma y la aprisiona con sus garras—. Por favor no la destruyas. —Deberás explicarte mocosa, ¿por qué tratas de emboscarme?—Doblú fulmina con su mirada a la joven, que responde con risotada.

Era de madrugada, calmada y silenciosa. Dos soldados, un Coliop y un Bastiano, vigilaban la cima de las tres torres que custodiaban la entrada a la caverna con forma de boca. —¿Nos atacarán?– preguntó el nervioso Coliops. —Dalo por hecho amig...— es interrumpido por un estruendo. Una enorme piedra envuelta en fuego golpeo la torre del este. La batalla había iniciado. La bóveda que reposa en medio de las tres torres cerró. Nunca más nadie volvería a abrirle jamás. Vrahanon caería pronto.

Marcada por tragedias y conflictos egoístas. Las tierras de Bana encierran misterios y sangre. La primera era, la de los acólitos. La segunda era, la del imperio de Vrahanon y la actual era que no posee nombre. Que hubiese sido de las dos primeras, sin la intromisión de los vinculadores del alma. Adalides de la justicia, otros más de su propio juicio. Con amargura o dicha, algunos rememoran a esos seres que, capaces de manipular elementos, controlaron el giro de la historia a bien o a mal.

Son tantas cosas las que pasan por mi mente que es por ende que a mis pensamientos llegues de repente me gustaste entre tanta gente que ya yo sin conocerte te veía con ojos diferentes.-

Los rumores viajan con las brisas de desierto. Tan inciertos como anhelados por quienes a su corazón provoca sombras frescas a la llama resentida de odio. Los tempalies de Smirdhal se levantan en armas y sus actos de sangre son atendidos con el cariño tan sutil como la lija afina las astillas por los demás continentes. —Poco importa la verdad.—La melena plateada de Galthico vacila con los vientos e inconforme habla a su pueblo—. Dejemos de inspirarnos por ajenos y luchemos por nosotros mismos.

Los dorados polvos que cubren el árido terreno son empujados por el hálito natural y resuelven sus diputas a la cara de Galthico, quien observa su aldea acompañado de Zigara su fiel amiga. —Yo, no puedo tolerar más nuestra desdicha.—El sujeto da la espalda. —Entonces ¿qué harás?—La chica persigue atenta al varón. —Lucharé solo...no puedo seguir intentando convencer a quienes por temor no pueden luchar por sus sueños e ideales y escudan su incapacidad admirando a otros...eso yo no lo entiendo.

Rumor sordo, tímido y timorato pasea por las comísuras sin libertad. Diálogos aquí y por allá cercanos a los vértices sombríos de cada taberna miserable, arribando a sus oídos. Consciente a su pertenencia a esa minoría que prefiere toser vida en combate a refugiarse en el regazo del sumiso miedo, Galthico se permite guiar por los rumores. El norte fresco, donde las arenas cálidas se dejan amar por vegetación, se reunen los pocos para enrutar al continente gélido a luchar por su liberación...

En el extremo norte de Bana, donde las alfombras pálidas jamás secan, se ubica Gunthar. Hogar de los varusmos aurora. Extensas tundras, y fríos eternos. Gunthar es dueña de los gélidos paisajes y peligrosas bestias. Sus pobladores, por lo general engalados de cabellos blancos, sobreviven de la caza y de los pocos cultivos que puedan lograr. Sus capitales, Atland al suroeste, Kilod al sureste y Gran Gungred al norte central, dan cobijo a un pueblo orgulloso que lucha por sobrevivir.

Empieza por un sueño, un varusmo tímido que lleva a cabo su plan idílico. Cercana a la cuarta centuria de la tercera era. Trillos movedizos, columnas de piedra. Camino de hierro y vapor. Surca junto a las rectas de cuerda en inentendible laberinto que finiquita en la sierra, sentencia final de los troncos partidos a la mitad. Así transitan libres los niños por sus sendas. Mientras la aldea Mitgal, un aserradero enorme y hogar a la vez, trabaja para darles lo mejor a los pequeños.

Soy adam un cavernicula el cual esta a punto de morir por una razon estupida y es que asi son los humanos !estupidos! por eso me e puesto la meta de acavar con todo y cada uno de ellos. quien dijo que un protagonista tiene que ser bueno eso lo decidire yo. pronto mi historia humanidad innecesaria espero y les valla a gustar.

La nieve los asechaba esa noche. Zadien, un coliop de queratina obscura, llamado por sus enemigos, "la lluvia de sangre", miraba a su compañero varusmo. Sus dedos inquietos y el sudor que bajaba de él lo alertó. «La hoja fundida en sagre de Morald... ¿Está nervioso‽ ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial esta batalla‽»pensó Zadien. La fría noche y los hálitos de todos acresentaban, la batalla en la aldea Polaris avecinaba el fin de un conflicto. Y el pesar de mucha sangre derramada.

Cuestinomientos del viajero, que a dar primeriza ojeada, no concibe. ¿Por qué de vivir así? Los árboles cubren el área, y es esquiva al glacial de Gunthar, como pequeño paraíso templado. Sus hogares parecen escalar entre los maderos. Reforzadas bases de roca, se recuestan sus viviendas entre las copas. Tubulares laberintos del macizo mineral o leño que entrelazan tan curiosa aldea como calles flotantes. El bosque de Elkel da abrigo a los vivos humildes que merodean sus topes en extraña vida.

Era algo tímido y humilde. Su choza no era más grande que su taller, donde pasaba mucho de su tiempo. Disfruta tambien el mirar los rojizos árboles de su la isla. Xiorz lo nombraron, Coliop de queratinas azules obscuras, bendecido con alas, algo muy raro para su especie, un único cuerno en su frente, y algunos detalles en sierra en su armadura natural. Su trabajo, refinar minerales en su taller. Disfrutaba de experentar con diversos líquidos en su forja. Esa curiosidad cambió a Bana.

Xiorz trabaja tranquilo en su taller. Aletea sus alas con suavidad para avivar las llamas de su fragua. —¡Xiorz abre, tengo algo para tí!—grita una voz conocida. Le fastidia con demasía dejar labores a medias, más su educación le supera. Coloca la pinza sobre la mesa y toma rumbo a dar bienvenida a la visita. —Mira Xiorz, que cosa más rara—dice el varusmo moreno, no más asoma Xiors su cara a la puerta. En manos carga un cristal, magenta. Reflectante, hermoso. Algo que el coliop nunca vio.

Sostiene curioso la joya, le da vueltas. Se refleja en sus cuatro ojos la magenta cristalina, una rareza para un coliop experto en minerales. —¿Que opinas Xiorz?—pregunta el amigo. —Pues, nunca vi un cristal magenta, es muy hermoso—comenta el coliop—. ¿Por qué me traes esto Tem? —Pues, la verdad para que te la quedes. Hay muchas de donde la saqué. Quizá valga algo, pero tú podrías sacarle uso. Xiorz observa con detalle, huyen las ideas de que puede ser, pero no puede dejar pasar el oportuno.

Tem no da largas al tema. Señal de manos amistosa y un adiós. Retoma curso a la aldea. Xiorz despide igual. Ingresando a su hogar con la joya magenta en sus manos. Camina por la sala e ingresa por la puerta de maderos rojos a su taller. Deposita la nueva rareza sobre una mesa para volver a lo suyo en la fragua. Pasa el tiempo, martilla el hierro que trabaja con poco menos que ganas. La vista periférica le gana el duelo, que se posa sobre la magenta. «No puedo más, debo analizarla», piensa.

Xiorz deja su trabajo. Camina por el taller con algo de prisa. Su martillo a la mesa, el hierro caliente y las pinzas a la cubeta de metal con agua. Se dispone a tomar la joya magenta. Adjunta a la mesita más pequeña su lupa, un mazo pequeño con cabezal de caucho y un cincel fino. Inicia el curioso su nuevo trabajo, encontrarle un uso a su nueva cristalina magenta. Primero decide verificar las propiedades físicas. De inicio, la alhaja se razga con poca fuerza. Algo que puede ayudar después.

Orgullo y prepotente. Dibuja entre sus montañas el poderío de su silueta. Un palacio principal y dos elevadas torres, reguardadas a sus costados por dos enormes tridentes, esculpidos por rocas. Los arcos monumentales de sus tres entradas dispersas. Preámbulo son sus escaleras que le llevan a su sobreposición a la ciudad. Que los dos descansan, sobre los escampados rocosos y son reverenciados a sus faldas por los casi infinitos campos de cultivos. Esta es Medaralk, la capital de la Dran.

Acurrucada en un pequeño rincón olvidado entre las montañas, donde la nieve es eterna, se esconde la aldea Nevada. Tan humilde como su nombre, se ubica entre la despampanante capital de Alba y el glamoroso puerto de Frekit, al norte de Ecino. —Jamás he sido participe de jocosas conversaciones, todo viajero acaba en la aldea con sus pesares a cuestas—se quejaba Artena la posadera tempalie de la aldea. Nevada, como su atmosfera nostalgica, atraerá siempre al corazón abatido por la desventura.

Cruza inteminable y obstinada, que da luz en las tinieblas. Se le vinculó con la primavera y el verano. Las madres decían de la jalea de Pamos en su folclor, ante las preguntas de sus retoños por su color . Todas las vigilas nocturnas acompañará al viajero, al trotamundos y quizá a las juveniles parejas pícaras de Bana. Se muestra en su verdor, reluciente y soberbia. Eterna y confidente, de toda la historia escrita y censurada. Mikalosh, la luna esmeralda de los amantes y poetas sin sueño.

Cansino y deseperante, trayecto traidor más con cauto demarcado por las columnas talladas. El viajero empeñado, recorrerá aquel paso gustoso y atravesará el colgante cruce de astillas entre la niebla. Saciará sus iris, al emerger triunfate de las brumas, cuando la vea. La ciudad de Olhamet, instaurada en el regazo de la media luna conformada al natural. Edificada con el sudor del labrado en el mineral duro de sus hospedador, salpicada del aguilla gélida blanquecina. Honor a su héroe nombrado.

En esa época vivía muy apresurado. Ni los insectos más dedicados a su esfuerzo rutinario se comparaban a mi ansias de amasar dinero y retirarme pronto al vil deseo de resguardarme solitario en la tundra. Por suerte ella me acompañó en esos días de locura. Su voz era suave y le cedí un espacio en mi corazón, única y ligera tal como las ondulaciones lentas del océano se precipitan a su destino desatándose en audio sereno. Creo que este romanticismo es su culpa y yo su cómplice nostalgico.

¿Cuándo acabas acostumbrado a un suceso que sientes molesto a sus inicios? Nunca encontré la respuesta, pero al tiempo conocerás la rutina y la abrazarás natural como ella cuando se sentaba a mi lado. —Excusas, he pensado mucho en ellas.—Puse atención—. Son molestas y acarrean frustración al que las escucha. Y ese es el problema, pero siento que encontré un camino. Son mentiras disfrazadas de ego. Algo así como que me exijo mentir para no exponer mi la falta de voluntad pese a que te vale poco.

Ubicada al suroeste de Dran, en la frontera sur con Marfif. Se situa Dorád. Ciénaga donde aus habitantes trabajan el Almigor, planta de tabaco que se cultiva en terreno pantanoso. Su escencia, producto de la deshidratación, es poderoso afrodisíaco. Que se comercializa como jugo de moras negras para su dulzor junto con otras hierbas. —¡Conquista el corazón de tu amante con esta poción!— se grita amenudo entre los puentes de aquella pequeña aldea a oeste de la capital Medaralk en Dran.

Se ha acompañado de su hermana la incansable. Más ella descansa cada lapso, no tanto que la tercera. Se vincula con el invierno, y es amada por el continente de Gunthar. Comparada, como a su hermana, con postres. La verde con jalea ella con helado. Ambas a la mano de la creativa madre que inició aquel relato. Hermosa y deslumbrante. Destella sin cesar, el topacio que engalana las noches de toda Bana. Argaela, la luna celeste, delirio de rapsodas, que ven en ella la lírica de su música.

Cada tanto da espectáculo, cuando necia a su afán esquivo, acompaña a las otras dos. El folclor acaba, la madre dictamina los pequeños curiosos, en su invento inocente. La verde de jalea, la celeste de helado y ella de miel. Postre imaginario que endulza a los niños, jugando a ser sus caballeros. Zakael, la luna de ámbar. Auroras se reúnen en su aparición, cuando Mikalosh y Argaela se ven acompañadas de su hermana la huraña. Noches de recuerdos multicolores, atesora Bana cuando la disfruta.

Se posaba orgullasa, cubierta de las nevadas que nunca acaban en las tierras del norte, El emblemático monumento de la dama y heroína vinculadora Jitral. En el pasado, Morald había sido una bonita aldea, llena de cazadores y agricultores dedicados. Hoy, solo Jitral levanta su espada, en un vestigio doloroso para una aldea en ruinas, al noroeste de Atland, en Gunthar. Decenas de piedrecillas fúnebres le acompañan en su descanso. Donde nadie sabría jamás quien los enteró, en ese frío eterno.

Enormidad abrumadora, encapuchado glacial cubre su grandeza. Sus faldas acurrucan el hogar. Una ciudad en armonía con su coloso activo. Bienvenida tan cálida, como el verdor caliente de sus líquídos termales, que hacen famosa a la llamada Tenaz. Edificaciones que ingresan a lo profundo de la roca, otras más apuntalan al cielo en afán de señalar las tres fumarolas del volcán incansable. Thirmogad «Tenaz en el idioma tempalie» Refugio lejano, entre el inhóspito norte de Kilod, en Gunthar.

Esa noche Doblú, un bastiano de pelaje plata, abría su taberna después de dos años de esfuerzo en aldea Ampar. Sus primeros clientes, bandidos. —¡Oye gatito! danos licor, y claro que sabrás quien te dará protección a partir de ahora—increpó un varusmo—. Gratis fue el golpe instantaneo que recibió por parte de Doblú. Le arrancó el cabello del jalón al levantarlo del suelo y expursarlo del lugar. —¿Quién sera el siguiente?—preguntó Doblú. La taberna "El descabellado" abría esa noche.

Se acercaba el crepúsculo de una era, poco más de una decada antes del año 0 de la tercera. El clan Gudfa y la unión de Bana resonaban en el planeta. Derrotando y ganando terreno al imperio Vrahanon. Ilustres héroes ganaban fama. Galthico Catrid, Ámbitar y Marckel Hodvega. La orden Smirdhal daban su lucha en el anonimato. Una tropa de tres soldados. Menos renombrados en la historia. Algo torpes, valientes y tenaces. Aquellos tres fueron pilares de la lucha, que nadie escribió en la historia.

La fogata se sacude, el viento gélido y los cristales de agua helada la hacen desfallecer lentamente. —Ahora que se levantan los Gudfa, Haranla y Jitrugal se unen a ellos. ¿Qué haremos nosotros?—pregunta Nexlion, el coliop de rojizo cuerpo. —Seguiremos nuestra propia senda—responde Rajlar, el bastiano de pelaje café. —A partir de hoy seremos la tropa de Varanex y ayudaremos ahí donde la unión no desea hacerlo—comenta Vakna, el varusmo aurora tenaz. Los tres dan camino al este sin dudar.

Desolados campos, cubiertos por el cobijo invernal, al noroeste de Atland. Se desplazan los pocos viajeros y bandidos. Entre sus arbustos rojizos, magentas y azulados. pocos son los árboles que rara vez acompañan la vista. Sacudida por las dos eras pasadas. Se levantan cada tanto los túmulos fúnebres en piedra, de las fosas comunes de tantísimos soldados. La tundra de los valientes le llaman, paraje de luto y sangre, que recuerda a los vivos no repetir la historia sangrienta de Bana.

Ubicada en entre todas, sede del gobierno federado de Linme, las de mayor terreno. Tem extrae, Obelisco produce ella les da poder. Alquímia línmica llaman al proceso, que acopian con recelo. Máquinas de vapor, elevados carruceles de tubos encaminan por los aires, hermosos edificios de rojizos colores. Elevadores que utilizan la presión del agua, pasean sus torres. Línmica es la isla capital más importante de Linme. Tecnológica y noble, terreno envidiado por muchos y protegido por más.

Diferencias claras a su hermana la tundra de los valientes. La presente arropa los campos, distantes entre ellos, los bosquesillos de los árboles de Geliko. Dureza extraordinaria, marrón obscuro, con hojillas doradas. Cubiertos de las auroras que no descansan. Sin sentirse solos, decenas de ruinas, armazones mohosos y bastiones de pulverizados, marcan una era de caos con la tranquila tercera. La tundra de Geliko, auroras eternas y memorias perdidas conviven al paso temporal bañados en nieve.

Dí de qué hablar en Línmica, una vez entregué los restos del objetivo. Unos 400 hegliares de recompensa. Precio elevado para una pandilla de locos. Más no me interesaba tanto el dinero como el mantenerme activo. Pronto el contacto del gobierno me asignó de nuevo. Una vez más el gobierno federal necesitaba ayuda de un asesino a sueldo. Cabo pezuña se encontraba acorralada por más mafias, de los que se hacían llamar Dracgnare. Interesante destino era aquella isla, que me dió mucho trabajo.

Una pequeña aldea que se levantaba entre ruinas. Las colunmas de un vestigio pasado y olvidado. Siempre famosa por sus perfumes exquisitos, extracto de la flor Gungrika, de hermosos pétalos multicolores, celestes, magentas y turquesas. Esencia fresca y de agradable dulzor. Laberinto de chozas humildes, entre la roca trabajada, sobreviven al clima nevado sus pobladores auroras. Grabados en los pilares de las ruinas, extrañas lenguas relatan su pasado, a ojos de quienes no entiende de ella.

Dibujan con verdor las telas de araña, la seda refleja esa luz en las irises carmesí del joven. Haranla inicia su arremetida y su linaje lo obliga a marchar para derrocar un imperio injusto. Esa noche observa con detenimiento a la luna verde, Mikalosh. Su ser se llena de nostalgia en tan solo pensar en abandonar a su hermana y hermano pequeño. «Ahora toca pagar con mi vida tanta amargura que he vivido. Luna esmeralda, tú y yo, testificaremos juntos el inicio de una nueva era», jura el rubio.

Los fulgores de Mikalosh, hilos esmeraldas de centellante presencia, indicretos dibujan las siluetas de los presentes. El heraldo en papiro se recuesta en la mesa. El candil y su ayudante derraman la cerilla, que acompañan el ritmo del llanto silencioso de ambos. —Nali, él ha muerto. Y como su hijo no puedo rehuir de la campaña.— Marckel acompaña el dolor de su hermana, abrazandola. —Cuídate, Marckel—Le besa la mejilla, el varón voltea y sale de la sala, de reojo asoma al menor dormir.

Aun si el control infinito es lo que buscaban con su acto de amor embestido de curiosidades y algo de egoísmo. De sus manos se escapaban las obligaciones sujetas a lo natural y de las cuales aún al ser eternos sus alcances, se deben postrar a las leyes. De tres nacen nueve, así fue pactado sus planes cuando tomarón en sus manos la creación, ponerle cadenas al caos que dominaba y que no permitía. De uno nacen dos y el restante tal como estaba, pero sin el cuerpo que los concibió, así fue dado.

Al finalizar la batalla y cuando los cuerpos habían sido sepultados me le acerqué. —Ahora que esto acabó, ¿Cuál será el próximo objetivo—pregunté. La hoja fundida en sagre de Morald y yo La lluvia de sangre nos encontramos en punto muerto acaba la labor. —No lo sé compañero, pero no permaneceré más en Gunthar—me respondió. Jamás habría encontrado tal desazón en sus ojos. Fue la última vez que le vi. Agobiado y sin rumbo. No sé que pasará más adelante, pero no creo volverle a ver.

La ciudad de Cabo Pezuña, un cúmulo de edificaciones que rascan el techo de la piedra mohosa y escapan algunas chimeneas de sus metalurgias. «Hijáraga» la posada donde se pactó el encuentro con mi contacto. Una edificación modesta de estructura de astillas Eleor. Y poco más que un refuerzo de metal línmico en sus bases. Afortunadamente llegué con tres días de anticipo. Con ese tiempo pude asegurarme de algunos cotilleos. Todo era muy interesante. Restaba solo saber cuál era mi presa e iniciar.

Con aquel sujeto fuera de la escena y tratando de costurar de nuevo mi orgullo, tomé el papel sellado con el emblema en cera que acostumbra el gobierno de Linme. «Investiga a Yorlan; información y asesinato», decía el papel. Detestaba cuando me daban órdenes sin mayor detalle que los objetivos. Información, se podría investigar cualquier cosa y en todo caso soy un asesino, de qué o a qué iba este roll de detective sin valor. Más adelante sabría la razón, muy rara pero beneficiosa y onerosa.

Húmedo, mohoso con adornos de buqué indescifrable. El vapor ajustaba el tono según las cuerdas vocales trasmutadas a grietas se lo permitían, entre la maraña de tubos oxidados y rocas sudorozas. Maldije al gobierno de Linme; pisé excrementos, respiré a saber qué y tragué algunas de las sudoraciones del techo en las cloacas de Cabo Pezuña. Una ciudad debajo de otra, cargada de ermitaños, lunáticos y ladrones. Jamás imaginé que existieran seres tan repugnantes que me hicieran ver a mí, normal...

Clavé mi lanza frente a su faz, el rictus de horror compitió con las chispas en fugaz aparición al tocar la roca. —Dime dónde se oculta.—Cuando percaté a la idea de una respuesta tardía, pues el miedo le era más, decidí apoyar mi cuerpo al arma y apretar su tórax con el pie—. Responde de una vez, insutar. ¿Dónde se oculta Yorlan? —No lo sé—sollozaba babeante el cobarde—, no lo sé en verdad.—Respuesta errada, rompí la primera costilla. —Se me acaba la paciencia niño, así como tus costillas.

—¡Por favor! argh—traqueteó la segunda costilla, al escucharle en súplica asquerosa opté por mayor presión—, tengo familia, hijos... ¡no quiero morir! —Varusmo estúpido, piensas que puedes ablandarme con romantisismo ridículo. —Liberé la lanza clavada al suelo, para permitirle refrescarse con los muslos del insutar—. ¿Entiendes? Las suplicas han dado de comer a mi arma, dime lo que sepas de Yorlan. —Está...está bien... busca en Línmica, él se está reuniend...—Le corté la cabeza, era suficiente.

Cuando desembarqué en la isla de Obelisco en Linme, y de hacer mis movidas en el bajo mundo, al fin lograba ser contratado. Ni más ni menos que el gobierno de la capital de Línmica. —Estas son las intrucciones—le dijo el mensajero bastiano—. Se te pagará con la entrega del cuerpo del cabecilla. No me importaba mucho quien sería la víctima, por fin volvería al tramo. La lluvia de sangre iniciaría su leyenda en solitario. El ser un Coliop trae sus ventajas, como ser reconocido con facilidad.

Predicaban de las grandezas atribuidas a poderes divinos. Y que su lider, un varusmo insutar decía poseer. Al cuarto día, ni poderes ni deidades se postraban en ese lugar. Y como no soporto la incredulidad e hipocrecía descidí por presentarme. Aproveché su reunión nocturna, que iniciaba siempre igual. —Oh divina luna verde, somos testigos de tu gran poder, ven y llenanos con tu luz—parloteaba siempre su lider. Esa noche fuí amable. Caí del cielo, y decapité a los primeros cuatro con radidez.

El tipo no razonó lo sufiente. Más en su obtinación por hacer duradera su farsa me increpó. —¿Quién eres? acaso no sabes que soy un ser divin...—Le interrupí. Clavé el punzón de mi lanza a su abdomen. Inmediato brotó la rojiza asquerosa que rellena su irrelevante ser. Lo disparé al cielo, utilizé mis alas siguiendole la pista. Abalancé el filo de mi arma y le partí a la mitad, luego apresuré de nuevo la caída. La sangre y víceras bañaron mi cuerpo, «la lluvia de sangre» tomó escena de nuevo.

Puedo verte, preciosa Sé que me espías mientras escribo Puedo verte, preciosa Aparento distracción, Continúo escribiendo. Continúa sonriendo, Puedo organizar una expedición Que inicie por tu brazo. Séis cucharadas de café Hoy es tu día Sé que desde ayer no te bañas.

"Querido diario, hoy tendré que volver a sonreír, mostrarle a mis amigos y compañeros de instituto que he superado el dolor, dejar mis demonios del pasado y empezar de nuevo. Solo realemnete quiero que sea un buen año" Lara Méndez va cursando penúltimo año de instituto, debido a la muerte de sus padres, se sumerge en una fuerte depresión de la que no ha podido salir desde aquel día, pero lo que no sabes. Es que dos personas llegarán a su vida, para hacerla todo un caos más de lo que ya es.

Las ráfagas gélidas daban doloroso cobijo a su grupo. Vihdan lideraba a los otros dos cazadores. Las llamaradas de la fogata, luchaban contra el inclemente, en espasmos moribundos de luz. —Amigo, ¿por qué le trajiste?—preguntó Faenes su camarada—. Apenas tiene seis años. —Faenes, no somos eternos, la situación actual en Gunthar es aventurada—expresó con su hijo en brazos, que se aferraba a él en consuelo al frío—. Es duro, tener que prepararlo para lo peor. Pero es un acto de amor que merece.

Acompañan sus pasos, la glaciada nieve, el abrigo de pelajes y la muchedumbre púrpura. Incapaz meditar a lógica madura, divaga cargado de dolor. Solo tiene diez años. Armado con su arco y escudado con la poca sapiencia que progenitores le heredaron. Afronta único su nueva realidad. «Ahora ¿qué debo hacer? No debo volver, pero tampoco sé donde debo llegar. Padre, madre pueden guiarme», delira en su interior a causa de su desasosiego. Como él muchos, y ningún maduro soluciona el conflicto.

—Cuando te das cuenta, todo a tu alrededor cambia. Te llenas de dolor, frustración e ira. Pues al final de cuentas las personas son cúmulos de egocentrismo y solo velan por lo suyo. —Toma un poco aire el aurora. Sus palmas presionan fuerte, provocando el sangrado lento y furtivo—. Niño, solo puedes tomar dos decisiones o luchas contra o cargas con ello toda la vida. Yo en mi caso, juzgo, valoro y he luchado toda mi vida. Aquel día lo tomaba como pupilo, en su lucha personal y venganza.

Después de tanto tiempo regreso a estas tierras. Sonrío de tan solo pensar en su calidez, que he dejado de sentir. Han sido tantos años en el norte, que ver tanta estructura nueva me resulta estimulante. Grand Hifend ha cambiado y se dirige a la gloria. Es contradictorio, pues mi señor y yo regresamos con las ideas claras. Redefinir todo esto será trabajo duro, mancharnos de crúor es el menor de nuestros problemas. Más desechar aquello que nos vincula, es una historia muy diferente.

Levantaron su estandarte entre los témpanos, el valle rodeado por las laderas de espejos donde vivas las imágenes juegan con los reflejos del día y de noche ilusionan a los astros junto a las auroras, en el umbral norte de Bana. Vrahalesk, el tempalie de las corrientes liminosas del rayo. Haranlia, la bastiana maestra taciturna que danza con el fuego y Jitral, la varusma tenaz ama de los centelleantes hielos. Se juraron en votos ante ella y las lunas, naciendo la Orden de adalides Smirdhal...

Antes de ser llamado Gunthar, Jitrugal era el nombre del continente del norte de Bana. Y antes de ello, en la zona donde los hielos esclavizan con su dominio y los auroras se negaban a aventurarse, el hado guiaba a unos pocos a sus tierras. Su calma enamoró a la dama que era custidiada por los primeros vinculadores del alma. La llamó Smirdhal «verdadera justicia», pues el abrazo gélido de las sedas que envuelven sus valles son motivos suficientes para no degenerarse por la maldad y el egoísmo.

Ubicada entre Turod y Alba, en el medio geográfico del continente de Ecino, descansa Thodre. Se levantó entre un cañón producto de la deformaciones del Volcán Gunius. Y que en ambas laderas se forman descampados donde sus habitantes erigieron sus hogares. En la base, se estableció el comercio y sus plazas. Sobre ellos, inumerables puentes que conectan a cada ladera. Por ello le llaman ”La que flota", por su pintoresco único en toda Bana. Llena de gente buena y de niños en sus puentes.

Intransigente y soberbio, orgulloso sobreviviente. Se colma de coraje, entre las arenas del sur. Protegue su oasis personal, tras los muros y contrafuertes, que llevan a hombros el recuerdo de un imperio trasgresor. Luces latentes la advierten las sombras nocturnas. La arena reflectante, del salino natural lo cubren en ocasiones. Abrazan sus perímetros, las montañas calizas, de blancura impoluta. El Bastión Sur. Ciudad de recios sobrevivientes de Hifend, en el continente dorado de Bana.

—¿Sabes por qué la llamé así?—pregunta Asdirán. —No—contestó el cliente. —Porque la vida es tan corta, que muchos buscan ese cien de todo. E ignoran que un noventa y nueve es tan completo como el mismo cien. Adrede y con esta intención te digo que, todo lo que tienes hasta hoy es completo. Deja de buscar ese cien por cien, porque acabarás frustrado en la vida. Con esas palabras su cliente toma camino, pensativo, más lúcido por las palabras del tendero. Homenaje a mi microrrelato número 99.

Al sur de Ecino de encuentra la región de Marfif. Provincia problemática que como capital emblema se encuentra Ámbitar. Su paisaje es casi por completo macizos montañosos de piedra balsáltica, causa de su pasado volcánico. De poca vegetación y rica en minerales. Adolecida por un gobierno corrupto, es nido de bandidos, hambre y la pena de sus pobladores. Alguna vez llamada la potencia de Bana.

Los páramos del sur lo vieron nacer. Entre las grises montañas, los rojizos con turquesas en los acantilados y los árboles Onixtos. El bastiano de pelaje negro y manchas carmesies. Héroe y salvador, luchó contra el imperio Vrahanon a finales de la segunda era. Junto a Zorger Tunler, Marckel Hodvega y Galthico Catrid forjó su posición como uno de los pilares que más adelante harían posible el tratado de HEGL. En Marfif es idolatrado, y su legado de justicia permenece vivo en la tercera era.

Mayúsculo sentir recorría mis venas al pensar en cada comitiva que se me era impuesta. Respeté, admiré y no negaré mucho menos que mis esfuerzos eran impulsados por la idolatría hacia el imperio y su majestuosidad. Inmundas, dolosas y arrepentidas. Mis palmas son culpables de levantar tantas veces la hoja reluciente y mimada contra innocentes durante mis luchas yermas por una ambición que eclipsó a la verdad. Traicionar o encaminar, este dilema es mi tormento acompañado de culpa y penitencia.

Se reverenció a su ilustrísima e inició. —¿Cuánto más han de ser teñidos los terrenos de Bana? No basta con someter a Jitrugal y Haranla, quienes ya han rendido a sus retoños a nuestros soldados sedientos de sus carnes como carroña vulgar.—La asamblea escuchaba molesta al bastiano y repudio inmediato consigue—. Si las victorias representan seguir alimentando la putrefacción de nuestro imperio... entonces hoy prefiero ser el perdedor en una batalla que no esgrime absoluto honor ni justicia.

Tu voz sobre mis labios. Mis dedos entre tu cabello. Tú y yo muriendo de deseo,en total silencio. Me matas, me hipnotizas, me atrapas. Aún si hubiera un lugar donde huir o esconderme de todo esto que siento,prefiero quedarme frente a ti, viendo tus labios temblar, estando tan cerca de mi. Esperando a que decidas venir más hacia mi... Me pregunto, ¿debería de ir yo por ti?. Porque me estoy enamorando de nuestra química y no resisto más la atracción. Y tu resultas ser mi adicción.

1500 vistas ya, algo que realmente me sorprendio, avanzamos bastante en poco tiempo lo cual les agradezco de corazón, nuestra historia "La Caza Infinita" esta tomando a toda vela en el mar de escritores e ideas, 1500 gracias [email protected].

Clara: Shiro, deja yá esto ya no pelees más. Shiro: el me destruyó el Yo-Kai Watch Y. Fubuki-San: eso hera lo que menos importaba, el que importa eres tú. Valeria: mirate estás todo herido. Shiro: traté de vengar a mi madre y a ConeAgente pero no pude, soy una verguenza. Valeria: has dado lo mejór, tu madre y ConeAgente deben de estár orgullosas de eso. Clara: donde sea que estén ellas, ellas te agradecen por todo lo que les has dado. Shiro: tienes razón, he dado lo mejór.

—Escúchame bien Catlhog. Los fundamentos de este estilo son tres—dice su maestro. El niño escucha asintiendo a las palabras, empuñando con fuerza las armas que su maestro confío. —Deberás conocer bien tus armas, y sacar mayor provecho de ellas. La postura debe ser inquebrantable y defenderte al máximo. Y por último debes matar rápido y no hacer sufrir a tu oponente—explica el aurora—. Si dudas o muestras torpeza, quien entienda, acabará muy fácilmente con tu vida. Catlhog es hora de empezar.

En el metro de vuelta a casa después de clase, levanto la vista cuando tres cotorras gritan al unísono por algo que miran en el móvil de una de ellas y en mi campo visual aparece un chico delgado y poca cosa absorto con su móvil que prefiere la soledad a estar en un grupo al que no pertenece y eso me gusta de él. Lo observo detenidamente cuando nuestras miradas se cruzan y me quedo fascinada por su mirada profunda.

Conciencia. Lo que todos tienen, pero pocos saben usar. Lo que todos pueden trabajar, pero prefieren ocultar hasta el fondo de su mente. La conciencia es lo que te viene cuando haces algo mal, la que ignoras cuando prefieres hacer caso de tus impulsos e intereses. ¿Conciencia, por qué vienes después de las acciones? Eso significa que no la tienes entrenada y en forma para que aparezca corriendo desde el principio. La conciencia es la que siempre está contigo hasta el final. Cuídala.

Tem, Obelisco y Línmica, sus tres hermanas de riquezas y tecnologías no la agobian, ella tiene lo suyo. Abertura en arco, que asimila las queratinas de un bobino. Primera impresión si se le desea visitar. Se refugia toda una ciudad en la enorme caverna oculta. Repiraderos cuantiosos hacen de techo, donde las chimeneas expulsan su hollín al exterior del frondoso bosque en la superficie. Cabo pezuña, la cuarta isla de Linme, se reguarda en su privado natural, a ojos de visitantes fascinados.

Se mezclan con irritación las polvaredas del oeste de Haranla, ambiente desértico para un poblado que luchaba por sobreponerse. Nacía pertrechado por las dunas, el abrigo menguado de la tela delgada y el seno de su progenitora. Galthico Catrid, ayá por las últimas cuatro décadas de la segunda era. Luchó por la liberación de Haranla, acompañó a Tunler en Jitrugal. Victorioso emergió al lado de Ámbitar contra los remanentes de Vrahanon. Mereció para su legado, el Bastión Oeste de Hifend.

Llegaba el ocaso a Bosque Vital. Descansaban del entrenamiento ambas chicas; madre e hija. —¿Cómo conocí a papá? Las preguntas que haces hija—dijo sonrojada—. Papá fue, o es un hombre rudo. Causante de mi cicatriz en el abdomen...Al final tuve que seducirle yo, o nada hubiese pasado. Escúchame Aik, que no te apene luchar y tomar la delantera en el amor. Porque si no atesoras tú, lo hará alguien más. Terminó de relatar mientras le acariciaba la cabellera roja a la niña que sonreía maravillada.

Smirdhal, la tierras del hálito y vaho desnudos, mucho más al norte de la aldea que la vio nacer. Los cañones abrazan al campamento, laderas acorazadas en capullos diáfanos y astillas andrajosas. Esperan taciturnos, Almie y Jálino, a retomar la marcha para no lidiar con la ventisca helada. —Darek, me pregunto si estará a salvo.—Almie baja su mirada a la llamas que titubean en darle calor. —Tu hermano sabe luchar. Me preocupa más los Gudfa y su prejuicio a tu magia. Ocultarlo será lo ideal.

Esa noche, mientras miraban el lago. Magmalacio y Almie Reviéd se despedían. —Querida, huye a Haranla, ve y lleva a nuestro retoño a donde nos vieron nacer. Cuídate y cuidalo. Yo, un adalid de Sdmirdhal pronto partiré al reino de mi señora. Enamórate de nuevo, perdóname por no poder verle nacer— la besó en la frente, y la encomendó a la teniente Hodvega. Dió la espalda sin mirarle de nuevo, se invistió la capucha de adalid y se reunió con sus otros dos hermanos de la orden. Año 0 tercera era

La nieve era su confidente. Aquella tarde entrenaban; padre e hija. El varón con su alabarda y su hija con un palo madera. —¿Cómo conocí a mamá? Aik hija, preguntale a ella—reuhía a la pregunta su padre—. Concentrate en entrenar hija, ves te posas mal, es así. «Jamás podría decir la verdad...esa mujer es un demonio de sedución...bueno...al menos es mi amado demonio...que días aquellos»pensaba en su adentros. Ambos continuaron bajo la heleda, que prometía próxima tormenta en Bosque Vital.

Dictamen impetuoso que orientó al linage de Gedios y Zaadas Reviéd al gélido polo, en Gunthar. Doloroso para ambos en verse obligados a huir del Bastión Oeste. Más era resolución inteligente, al querer su gobierno manipular a sus futuros herederos. Lograron perder el rastro, se embarcaron en próxima salida a cualquier dirreción.En el puerto del Bastión Norte, Los Hodvega del norte ayudaron al dúo. «Rumbo sesgado» nombraban al navío tambaleante. Que apuntalaba trayectoria al puerto de Kilod.

El cielo naranja, la muerte de un día. La nieve es necia, es perfecta, es confidente de su necesidad. Almie y Darek, estaban reunidos en la propiedad que sus padres les heredaron. —Hermano, ven conmigo y Jálino, podremos escapar juntos. —Almie no deseaba separarse de su mellizo. —Hermana, si escapamos juntos seremos encontrados por Hifend y sus recursos. —Darek abraza a su hermana—. Si eso sucede, todo será vano. Los dos se vieron separados. Almie y su marido al norte. De Darek nada más...

Mucho tienen que perder aquellos que violentan su hogar. El bullicio de los metales que trocan por las aristas puntiagudas con los objetos heredados. Pierna cruzada, sentado en una vieja silla, donde su padre alguna vez les sentó a él y su melliza en el regazo, espera a que los insolentes ingresen. Los soldados ingresan a la biblioteca, Darek Reviéd los observa sonriente. —Estas bajo arresto, en nombre del Precepto del Fulgor. Ustedes los Reviéd son un...—El soldado acaba calcinado.

Las astillas ceden al verse derrotadas ante el aura rojiza que les empuja desde el interior. Algunos mantienen la calma, otros se muestran temerosos ante las irises carmesíes de fulgor cegador que se aproximan a los soldados fuera de la residencia. Darek camina mientras pasea del cuello a uno de los insolentes. Incinera a su presa y la brisa glacial da viaje a los restos, entintando la nieve. —Han escrito su propio juicio planiors.—Su calor rebaja a servidumbre al gélido terreno—. Empecemos.

Vendaval incansable, polvorosas de color del oro. Las dunas elevadas y la aldea calcinada. Ni el glacial nocturno, mucho menos las tres lunas en su espectáculo, pueden despreocupar al joven. Observa impotente sobre el montículo arenoso. El hollín de buqué mezclado de carne y hueso llega a lo profundo de sus sentidos. Su túnica flamea, sus cabellos rubios danzan con la brisa y las lágrimas recorren sendero entre sus mejillas. «Ahora debo resolver solo esta pena», piensa mientras camina lejos.

—Te agradezco el agua... señorita... —Yealad, mi nombre es Yealad Klant, ¿y el tuyo es?. —Escondida su cara bajo las telas de sedas azuladas, solo la mirada acusa al sujeto en la pregunta, con aires a una sonrisa disfrazada. —Zorger Tunler, o quizá lo fue... sé que es raro preguntar pero ¿Dónde nos encontramos? —De verdad que no tienes un rumbo marcado. Si te fijas bien, al este podrás ver la montaña de Garmanos. —¿¡Garmanos!? Es... abisal la forma como la cobardia te alienta a huir.

De pie observa a Garmanos, un paraíso ergido rodeado de los sedosos mares de granos dorados y coronada por las plantas de hojas escarlatas y naranjas, una cima esplendorosa para una nación que lame heridas aún sangrantes. —Es tan hermosa la montaña... pero, ¿se merece las maravillas naturales una nación que se permite el dolo?—Zorger deja salir su sentir. —¿Siempre hablas así? Te encuentro algo raro sabes.—Se burla la chica. —Raro es regalar tu vida a ingratos y, aún así, empatizar con ellos.

El sin nombre dio el primer ataque, su espada dentada zurcó el yelmo cerrado del tempalie a pocos centímetros. Le bastó al acorrazado obscuro evadirlo con lentitud. Aprovechó el coliop para rematar a corta distancia. Solo el reflejo del filo logró ver antes de su propia sangre en su visión y el aura verde que envolvió al rival. Su armadura natural no era rival y fue deshonrada en finos alijos. Aquel guerrero y su magia verde le derrotaron con tan solo un sablazo a su rostro.