René Descartes, uno de mis filósofos favoritos, usó un método muy interesante para llegar a la conclusión de la existencia del ser. El método del Strip Tease. Comenzó narrando que estaba en una habitación y que esa habitación contenía una chimenea y que la tal chimenea encendida le proporcionaba calor. Inmediatamente después comenzó a interrogarse si fuera posible que la habitación, la chimenea y el calor producido por el fuego no existiesen en realidad y sólo fueran producto de su imaginación, de su intelecto. Es posible, se dijo. Pudiera ser que no estén aquí esos objetos o el calorcito que irradia la chimenea. Lo que no sería posible es que yo me lo esté imaginando, que lo esté pensando, si yo no existiera. De modo que la única conclusión lógica es que aunque todo lo demás no fuera real, el pensamiento que estoy teniendo acerca de que si es o no real el mundo que me rodea es auténtico: pienso, yo pienso. Y entonces se larga con la famosísima frase: “Pienso, luego existo.”
¿Qué por qué le llamo el método del Strip Tease? Fácil: porque Descartes se fue despojando de cualquier indicio de realidad sobre el que pudiera caber la duda. Al final quedó una verdad desnuda: si el ente que está dudando puede dudar de su propia duda, de la acción intelectual de dudar, entonces no habría ser. Pero si a pesar de todo se da un sujeto que duda, Descartes, entonces el ser existe porque la nada no puede, no es capaz de pensar.
Tal vez este podría ser el mejor de los inventos, sin embargo no lo es.
El mejor de los inventos se revelará si seguimos la línea de pensamiento racionalista que inauguró René Descartes hace poco menos de cuatro siglos.
La pregunta que sigue es ¿qué requirió Descartes para poder llegar a la conclusión a la que llegó?
Estudió, desde luego, con mucho ahínco durante años. Necesitó libros, profesores y algún amigo paciente que no se durmiera con sus disquisiciones de principiante.
Requirió también tener un sistema nervioso que le permitiera la capacidad de razonar, un cerebro perfeccionado a través de millones de años de evolución.
También tuvo a su disposición el tiempo y la salud necesarios para reflexionar. Quizá si hubiera tenido que laborar dieciséis horas seguidas en un taller de carpintería no hubiera tenido tiempo ni ganas para pensar. No, él recibió una pequeña fortuna como herencia. Tuvo lo que los clásicos llamaban el ocio creativo y lo aprovechó. ¡Claro, Bien sûr Monsieur, que lo aprovechó!
Todos estos ingredientes colaboraron para que escribiera su Discurso del Método. Pero hay algo sin lo cual nunca hubiera podido llegar a esa conclusión, no hubiera podido ni siquiera pensar, algo que inventó un ser desconocido o quizá muchos seres en diferentes partes y a diferentes tiempos. Ese algo es el que yo considero el mejor de los inventos: el lenguaje.
Estoy convencido que lo que nos hace diferentes de otros animales que pueblan el planeta no es la capacidad de sentir, de reaccionar a los estímulos o de adaptarnos a nuestro entorno. No, lo que nos hace únicos como especie es este invento que carece de patentes o de un creador personal que podamos identificar, la diferencia estriba en el lenguaje. Una serie de signos a los que por convención les asignamos significados y que nos permiten comunicarnos con los demás de varias maneras. De forma presencial o remota. Verbalmente o por escrito. Y también nos permite comunicarnos con nosotros mismos: re-flexionar. En una conferencia memorable a la que asistí, Antonio Marina, el psicólogo que se convirtió en filósofo nos planteó un ejemplo muy sencillo: preguntó si los animales sabían, respondió en seguida afirmativamente. Un perro sabe quién es su amo, a qué hora debe esperar que lo alimenten o lo saquen a pasear. Entonces sabe. Pero la gran diferencia entre el perro y su amo es que éste tiene la capacidad de saber que sabe. Esto es reflexionar: darme cuenta de que estoy pensando, como Descartes, o darme cuenta de que me doy cuenta, que como enseñan los gurús orientales, es en lo que consiste el estar consciente.
Me pregunto: ¿Podríamos reflexionar sin lenguaje? ¿Existiría la ciencia, la religión o el derecho sin el lenguaje? Desde luego que no.
Y sin embargo, en la práctica, como sociedad, hacemos con el lenguaje lo mismo que con el aire que respiramos, lo ensuciamos, lo contaminamos y al final lo reducimos a unas cuantas expresiones infinitamente repetidas. Por eso me parece vigente el lema de la Real Academia de la Lengua: “Limpia, fija y da esplendor”.
Algunos autores como George Steiner, Rafael Echeverría y el magnífico Nietzsche[1] van más allá. Proponen que no es el hombre quien creó el lenguaje, sino que es el lenguaje lo que nos creó como seres humanos. Desde luego que de esta premisa derivan muchas consecuencias, algunas de las cuales negarían rotundamente el descubrimiento del sabio francés. No pretendo con esto iniciar una controversia, solamente soltar unas pistas por si alguien deseara seguirlas…
[1] Echeverría, Rafael. Ontología del Lenguaje. J.C. Sáez, editor. 6ª. ED. Chile, 2003.
Nietzsche, Federico. La Gaya Ciencia. Edivisión. México, 2000.
Steiner, George. Después de Babel. Fondo de Cultura Económica. 2ª. Ed. México, 1995.
1 Août 2021 19:02 0 Rapport Incorporer 0Nous pouvons garder Inkspired gratuitement en affichant des annonces à nos visiteurs. S’il vous plaît, soutenez-nous en ajoutant ou en désactivant AdBlocker.
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