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El miedo

ABRIL 1, 2018

He leído varias veces sobre ese horrible monstruo llamado miedo. Desde niña me enseñaron que era “el coco”.

¡Qué miedo no poder comer!

¡Qué miedo que la muerda un perro!

¡Qué miedo caerse!

¡Qué miedo que me roben!

¡Qué miedo perder el año!

¡Qué miedo que se muera alguien!


… Y así. Todo tenía como base el miedo, lo que hacía y lo que no hacía, y aún.

Pero ¿es realmente tan malo? Seguramente no. Muchas personas, por miedo, hacen cosas “super-humanas” y salvan sus vidas. Por ejemplo, no seguir saliendo con esa persona que ya mostró que no vale la pena porque "qué miedo me rompa el corazón", eso es “super-humano”, porque lo más fácil es dejarse llevar y… ¡rico! y luego el corazón está roto pero fue feliz en algún momento.


Esperen ¡paren todo! Pero eso no me parece tan bueno, qué belleza tener la oportunidad de entregar el corazoncito, completico, como un cupcake perfectamente decorado y recién horneado, y que luego se lo devuelvan en harinitas; ¿suena masoquista? Perdón, tengo la filosofía de que, a los golpes, se aprende.


Hablando de golpes: no sé andar en bicicleta. Sé que estoy un poco grande para andar diciendo estas cosas, pero también sé que es más común de lo que creí, tan común como el síndrome de ovarios poliquístico, al que también le tuve miedo porque tal vez, algún día quise ser mamá.


Volviendo a la bicicleta, ¡qué miedo intentarlo! ¡Qué miedo porque me puedo caer! ¡Qué miedo! Porque si caigo mal, pueden pasar muchas cosas, desde lastimarme superficialmente hasta llegar a un quirófano en el que no puedan hacer mucho más por mis piernas o mi columna. Y también: ¡qué miedo dañar la bici! Más si es prestada; qué miedo provocar un accidente peor en el que alguien más que yo salga mal; ¡qué miedo!


Y es lo mismo, en últimas qué miedo vivir, porque es similar a lo del corazón. Venimos al mundo a entregar estos cuerpos recién salidos de una cómoda “caparazón” llamada: vientre de mamá. Y una vez aquí comienzan los tropiezos, los mordiscos, los manoseos, los saboreos, las amarguras y las dulzuras, las pruebas, los golpecitos, los caminos, y todas esas otras cosas que se les venga a la cabeza cuando digo la palabra: VIVIR. Y qué miedo, qué miedo todo eso que puede pasar cuando nos da por vivir pero qué miedo también esa sensación de NO VIVIR. ¿Les ha pasado? A mi sí, y no la recomiendo.


Porque, por un montón de movimientos extraños que al “Universo” le ha dado por hacer en mí, ando con el miedo a flor de piel, así que ahora no sólo temo a la bicicleta sino a hablar, a buscar, a avanzar, a fracasar. Tristemente creo que el 80% de los tropiezos de la vida se deben a ese miedo que nos frena. Hacemos las cosas con miedo, y luego, cuando funcionaron, pero igual se acaban (porque en serio, de verdad, Darío Gómez tiene razón: “nadie es eterno en el mundo…”), decimos: “no debí hacerlo, yo tenía miedo de hacerlo”… ¿Y?


La reflexión aquí es que, definitivamente no es posible deshacernos del miedo, así como no es posible deshacernos de vivir, porque por eso estamos aquí. Mejor hagamos las pases entre el miedo y la vida, para que cada vez que pensemos “qué miedo…”, digamos mejor: “qué rico vivir”, hacer que esas dos palabras se den la mano y nos recuerden que sentir el miedo, también hace parte de vivir, sin que ello nos paralice, nos disminuya o nos aísle de lo que soñamos o del lugar en el que merecemos estar.

16 Juillet 2021 13:44 0 Rapport Incorporer 0
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