El gato negro es un artista innovador. Para arreglarse las uñas de las patas traseras se tumba, se enrosca alrededor del tubo rascador y se desliza sin despegarse de él, rascando las uñas con cada impulso. Hace gracia verlo dar vueltas en torno al tubo, como un bobo, pero de bobo nada, su método de pedicura es sangrantemente eficaz.

Hay palabras que tienen música, ritmo, que vibran al ser pronunciadas y tienen cadencia de poesía. A mi amiga le gusta la palabra "palangana", Sonora y fiera. A mí me atrae el sonido de "coetáneo", tan esdrújula. Mi abuelo se decantaba por "paralelepípedo". Y hay palabras que la R.A.E. no reconoce pero que se merecerían existir, como "papanatada". No me diréis que no es una maravilla de palabra musical.

Creo en la suerte, pero también creo que la suerte hay que buscarla con un esfuerzo decidido y alimentarla con tenacidad.

Un día después de cumplir los tres años mi preciado chupete apareció roto de una dentellada feroz. Mi madre dijo que era un mordisco de ogro doméstico y que su baba había envenenado el chupete, así que lo tiré de inmediato, asqueada y temerosa de contagiarme algo. Lo peor fue que en la farmacia dijeron que no fabricaban chupetes para niñas de tres años. Me quedé sin chupete para siempre.

La época de exámenes es muy traumática. Hoy me ha llegado un mensaje de un amigo muy afectado. Decía: «En vista de mi situación personal y mi situación estudiantil he decidido que a partir de hoy cruzaré la calle sin mirar ni a un lado ni al otro».

Era la mejor de las artesanas. El mismo rey se vestía con los mantos y capas que ella tejía. Nadie más conseguía un tejido tan liviano y a la vez tan resistente, tan plateado y brillante. Nadie sabía que la artesana espiaba a la luna cuando esta se bañaba en el lago y le robaba hebras de su larguísima melena de luz reflejada para fabricar las prendas.

Mañana acabo los exámenes, pero no sabré las notas hasta dentro de mes y medio debido a la cuarentena: Sí, ponen los exámenes en cuarentena antes de corregirlos. Me parece demencial. ¿Imagináis lo que sería poner la comida o la ropa en cuarentena antes de pagarla? Pues eso. Tengo la impresión de que alguien se ríe de nosotros los estudiantes.

A mi perro no le gusta mojarse. Ya lo había contado. Ayer lo saqué de paseo con un sol brillante, pero casi de inmediato el cielo empezó a cubrirse de nubes grises que parecían mirarnos retadoras. Sin percatarse o sin tomarse en serio la amenaza, mi perro correteaba de un lado a otro y se paraba en cada matojo y en cada ladrillo. Ninguna nube amenazante iba a impedirle completar su revisión del barrio. El deber ante todo. ¡Aaachiiiiiiis!

"Abuela, abuela, mira. La ciudad ha amanecido cubierta de canas, como tú", gritó la niña.

Soy capaz. No necesito que me cedas el paso, basta con que no me pongas la zancadilla, y llegaré.

El asesino echó un vistazo dentro de la alcoba. Una luz pálida se consumía a un lado del lecho. La cortina del dosel estaba abierta. No había guardia ni servidumbre en la estancia. Iba a ser un trabajo fácil. ¿Cómo era que tantos antes de él habían fracasado? Lo supo en cuanto puso un pie sobre la alfombra. Cada pelo de la alfombra se alzó contra él. Como si fuesen dedos, apresaron su tobillo y lo retorcieron. Cayó y fue atrapado e inmovilizado por una alfombra hechizada. Fracasó él también.

Desde que tenía memoria había vivido entre espejismos que nadie más veía. La inmensa mayoría eran como alas sin sustancia ni color que se mecían en el aire y dejaban un aroma a hierba. Pero también percibía la silueta de intangibles seres mitológicos. Estaban por todos lados. Un día, un majestuoso unicornio de viento la condujo hasta un bosque de árboles de sueño. El bosque era brillante, hermoso y transparente, como el unicornio. Sin embargo, se perdió en él. Desapareció.

Me abro paso como puedo a través de la maraña que alcanza más arriba de mi cintura, el olor almizclado es tan intenso que me aturde. Pienso en retroceder, pero no hay senda a mi espalda, la glotona maraña la ha devorado. Percibo un rayo de luz mortecina a mi derecha y avanzo hacia allí. ¡Sí, la ventana! La abro y aspiro ansiosa el aire de la ciudad. He de convencer a mi hermana de que barra su habitación antes de que la jungla de polvo, pelusa y pelos invada el resto de la casa y nos devore.

Una adivinanza para niños dice: "Lana sube, lana baja, ¿qué es?". La respuesta correcta es: La navaja. Pero mi hermana, que es muy suya, está persuadida de que todavía más correcto es decir que se trata de una oveja en el ascensor. 😊

Se incendió el almacén anexo y las llamas abrazaron voraces la techumbre y las viejas vigas de madera de la posada. Desde la calle, espantado, el bardo vio en el fuego invasor la figura de un dragón rojo con alas de humo y ceniza que embestía contra la posada para devorar a la bella bailarina que moraba en la lumbre. Quiso luchar, atravesar el fuego y rescatar a su musa. Llegó tarde. A través del humo y las lágrimas vio alejarse al dragón. Sobre su lomo danzaba, libre y dichosa, la bailarina.

Mi perro se toma su tiempo antes de plantar un pino. Olfatea bien el lugar, lo observa, prueba a ponerse de un lado, del otro, vuelve a girar, hace un amago, se gira de nuevo, pone un costado, pone el otro... Da todas las vueltas que considera necesarias mientras estudia la velocidad y sentido del viento, la temperatura ambiente, la inclinación del terreno y la ortografía del entorno. Es concienzudo. Quiere que cuando plante el pino, el aroma llegue tan lejos como sea posible. 😁

Hoy se ha perdido la escalera de mano. Improbable, ¿verdad? Es que en mi casa hace mucho que subimos de nivel y ya no nos conformamos con algo tan básico como perder las llaves.

Parecerá una tontería, pero una forma infalible de hacerme perder la calma y provocarme ansiedad es darme una indicación del tipo: "Ve a la derecha". De inmediato mi mente colapsa, me echo a temblar y olvido no sólo cuál es la derecha y cuál la izquierda, sino también qué es arriba y qué es abajo.

Lo confieso: no me gustan los huevos con puntilla. Me gusta que la clara quede blanca, sin bordes marronaceos y rizados. ¿Seré rara por eso?

Entró por la ventana. En la oscura noche se veía como una cascada de motitas luminosas azules y verdes. Pese al calor, cerré la ventana y corrí a por el insecticida. La catarata de luz fue más rápida que yo: se expandió con un violento destello blanco y, de repente, yo estaba espatarrado en el suelo y con una enfurecida muñequita con alas subida sobre mi nariz. "A mí nadie me gasea", dijo el hada. Me pateó la nariz y desapareció. Nadie me cree cuando lo cuento, pero yo sé que sucedió.

Despierto sobresaltada y con una opresión en el pecho. Dos ojos amarillos me contemplan sin pestañear, un carraspeo ronco escapa de la criatura que me apresa. "¡Comida!", dice el sonido. Y una vez más me levanto obediente para servir al gato.

Si te digo que te quiero más que a mi osito de peluche, entiende que te hago un gran elogio. Pero nunca esperes oírme decir que te quiero más que a mi perro, porque eso es imposible para mí.

De pequeños teníamos un jabón con ojos de plástico. Mamá decía que el jabón vigilaba si nos lavábamos bien. Era muy eficaz: nunca dejé de restregarme a fondo los codos y las rodillas, no fuera que el jabón se chivase si no lo hacía.

Voy armada hasta los dientes de productos químicos y nada podrá detenerme. De hoy no pasa. No pararé hasta dejar mi habitación como los chorros del oro. Se la arrebataré al polvo y a la mugre y la reconquistaré. Será mía de nuevo.

Era un hada madrina milenaria y coqueta que se negaba a usar lentes. Cuando nació la princesa, se confundió y otorgó sus dones a la gata blanca. Nunca se vio otra gata con una melena más lustrosa ni que bailara y cantara mejor. Su voz hechizaba a todos los príncipes en cientos de kilómetros a la redonda.

Cuando vamos juntas, la gente piensa que mi hermana mediana es la mayor y que la pequeña y yo somos gemelas. A mí me hace gracia, pero a mi hermana, que tiene cinco años menos, se le pone cara de afrenta imperdonable.

Las ojeras son la pintura de guerra de los que dormimos poco.

Hizo tanto frío en el pueblo que se helaron las calles, la veleta del campanario, el agua del pozo y el arcoiris sobre los campos. Se desheló poco a poco como lluvia de colores. Al verano siguiente, los melones fueron más dulces que nunca.

Me gusta que me abraces y sentir tu calidez sobre mi piel. Me gusta tu tacto, tan suave, y me gusta tu olor y tus murmullos cuando me remuevo para acomodarme. Lo mío con el edredón fue amor a primera vista.

Hubo un silencio desilusionado hasta que Viec tuvo una idea. –A lo mejor este señor tiene más cartas… –¡Hip! –dijo el cartero. Y se quedó dormido sobre la mesa, con la boca abierta. Ese día las cartas se entregaron con advertencias garrapateadas en los bordes. Las notas mal escritas arruinaron negocios y rompieron noviazgos, pero también evitaron timos y fraudes, descubrieron secretos, resolvieron enigmas, dieron soluciones y avisaron a la princesa Glamurosa de la traición que planeaba el visir.

Dejó la carta sobre la mesa y esgrimió un cuchillo grande como la espada de un gigante. –O te abres o te convierto en confeti. Atemorizado, el sobre se abrió en canal y dejó salir un papelito que, al ver el espadón, se dobló a toda prisa, se transformó en pajarita de papel y echó a volar. –¡Que se escapa! –No, yo la cojo. –Chup, chup. –¡Requetemalo, atrápala! –ordenó mamá bruja. La cartita revoloteaba de un lado a otro, pero el requetemalo era un cazador infatigable. Y la atrapó. Y se la zampó.

–Una cagta –repitió el hombre. La agitó en el aire. Papá brujo la miró por todos lados, la olió y mordisqueó una esquina. Los brujos se comunican con bolas mágicas, no sabía qué era eso. –Brrreggg –dijo. Y escupió el pedacito de papel. Un requetemalo se lanzó en picado desde las vigas del techo y lo atrapó en el aire. –Hay que abrigla. –¿Qué hay que abrigar? –Abrigla, grompegla. ¡Hip! –Dame –dijo mamá bruja. Había hecho un curso de reparación de escobas por correspondencia y entendía del asunto

–Je, je. Es un señor muy divertido –decidió Viec. –Aunque es poco hablador –completó Agg. –Chup, chup. –Sho tlaigo una cagta –dijo el cartero, fiel a su deber, aunque con la lengua acolchada no pronunciaba bien. –¿Qué dice? –¿Por qué saca la lengua? –Es normal que la saque. Después de tomarse un vasito del licor de tu papá la lengua se niega a encerrarse en la boca durante un buen rato, necesita aire –explicó mamá bruja–. Pero a tu lengua no le pasa nada, así que a guardarla, jovencita.

El atribulado cartero se lo bebió de un trago. –Papi, este señor se está poniendo muy rojo. –Y le sale humo por las orejas. –Y por la nariz… –Chup, chup. –No lo atosiguéis, niñas. Tómese esto, que lo cura todo. Con la garganta en llamas, el cartero no estaba para ponerle peros a la tisana que mamá bruja le servía en una taza desportillada, aunque fuese amarillo pis de gato con lunares rojos y violetas. Se la echó al coleto, se apoderó de la jarra y se la bebió también, a morro. –Glu, glu, glu…

Una banqueta salió por patitas ante los ojos del alarmado cartero y se perdió por el pasillo, otra se apartó cautelosa, pero las niñas sujetaron la que quedaba para que se pudiera sentar. –¿Quién eres? –¿Cómo te llamas? –¿Chup, chup? –Dejadlo respirar, niñas. Papá brujo llenó un vasito con el líquido de una botella vetusta cubierta de polvo del Pleistoceno. Dentro de ella nadaban moluscos bivalvos y bichos de muchos tentáculos (hubo que empujar tentáculos hacia dentro para poder cerrarla).

–¿Qué es eso? –preguntó Viec. –¡Ay, ay! –Parece una mano –dijo Agg. –¡Aaaay! –Chup, chup –corroboró Puag. –¡Ay! ¡Ayuda! –¡Gatera mala, suelta ahora mismo ese brazo! –gritó mamá bruja. –Grrrrr –dijo papá brujo, siempre lacónico. –¡Ay, ay! –Ya está, ya está. No ha pasado nada, la gatera solo quería jugar. Ande, pase a la cocina, que le haré una pócima curativa que le dejará como nuevo. –Yo me quiero ir con mi mamá. –Tonterías, siéntese aquí. No ahí, no, a esa banqueta no le gustan los extraños.

–¡Ay! No me ha cogido la carta… Pues la echo por debajo de la puerta y me largo. La carta entró ¡Ziuuuu!, pero al momento siguiente… ¡Pluff! volvió a salir. –¡Qué raro! La volveré a meter... Ziuuuu…. Pluff. –Bueno, pues la dejaré caer por la gatera. En cuanto introdujo el brazo, carta en ristre, la gatera se puso nerviosa, le salieron dientes y atrapó al esforzado cartero. –Ñam, ñam, ñam. –¡Ay, ay! ¡Socorroooooo! ¡Que me come! ¡Ay! Al alboroto acudieron todos los habitantes de la casita.

–¿Están tus papás en casa? Tengo una carta para ellos. –Chup, chup. En ese momento la mamá bruja, desmelenada y con la enorme lima del 8 para garras de dragón en una mano, abrió la puerta de golpe. ¡BLAAMM! –¡Aaaah! –gritó, asustado el cartero. –¿Qué quiere? ¡Ah, ya veo! Ha encontrado a mi hija y me la devuelve. Muy amable, pero la próxima vez no se moleste, lleva localizador. –No, en realidad… La bruja empujó dentro a su hija y cerró la puerta en las narices del cartero. Literalmente. ¡BLAAMM!

Toc, toc, toc. –¿Es que nadie va a abrir la puerta? –repitió mamá bruja. –Puag, ve a abrir –dispuso Agg, la mediana–, que yo estoy comiendo mocos. –Chup, chup –repuso Puag, la pequeña, con el chupete en la boca. Era demasiado bajita para abrir la puerta, pero esa menudencia no podía detener a una bruja de primera como ella. Salió por la gatera. Toc, toc. Tic, tic. Puag dio unos golpecitos en la rodilla al tipo que encontró delante de la puerta de su casa. –Hola, niñita. ¿Vives aquí? –Chup, chup.

Toc, toc. –Viec abre, que yo estoy limándole las uñas al dragón –gritó mamá bruja a todo pulmón. El horno a dragón funcionaba de maravilla, dejaba en su punto las pizzas de gusanos con telarañas derretidas y churruscadas, pero había que retocarle las uñas todas las semanas para que no arañase las baldosas del suelo. Toc, toc. –¡Que alguien abra la puerta! –volvió a chillar mamá bruja. –Agg, ve a abrir, que yo me estoy sacando bolitas negras del pie –dijo Viec, muy en su papel de hermana mayor.

Una máxima que procuro aplicar en mi vida la leí en un libro de Torcuato Luca de Tena. Aunque en el libro no está expresada literalmente así, la máxima dice: "Piensa todo lo que digas y no digas todo lo que piensas".

¿Sabes cómo es una cocina "chocolateada"? Yo no lo sabía hasta ayer. Sucedió que estaba preparando un tazón de leche con cacao y unas tostadas. De repente, cuando yo me disponía a echar una cucharada bien colmada de cacao en la taza, la tostadora dio un chispazo. Me sobresalté, pero mantuve el tipo y no me moví del sitio, no así la cucharilla, que dio un bote espectacular en mi mano y lanzó una lluvia de cacao por toda la cocina. ¡Increíble lo que cabe en una cucharita colmada!

Hemos dado con un sistema casi infalible para que los gatos se dejen cepillar el pelo: ponemos alpiste en la ventana por fuera de la mosquitera. En cuanto escuchan chirridos de gorriones los tres gatos acuden a la carrera y se quedan atontados pendientes del "programa de los pajaritos". Entonces se les puede cepillar sin temor a mordiscos y arañazos. 😁

Una enorme pelusa rueda por el pasillo rumbo a mi habitación. No es la única, la casa ha sido invadida por pelusas rodantes. Cierto es que tenemos tres gatos y un perro, pero cuando los adultos responsables están en casa, no sé qué hacen que no hay pelusas por todas partes... Voy a prohibirles que se vayan de vacaciones y nos dejen solas en casa.

"En tiempos de los aposTOles Eran los hombres muy barBAros Se subían a los arBOles Y se comían los paJAros". Hay que leerlo haciendo tónica la sílaba resaltada. Este ripio siempre me recuerda a mi abuelo, que fue quien me lo enseñó. Por lo visto era típico usarlo con los estudiantes que no ponían tildes.

Ya he contado que mi hermana pequeña tiene una maleta sin deshacer desde la vuelta de Semana Santa. Pues bien, ahora estoy segura de que hay vida en esa maleta de aspecto inofensivo porque mi hermana se resfrió y la ha contagiado. La pobre maleta tose y moquea, la hemos tenido que acostar en la cama del gato y darle jarabe.

No sé por qué la gente me mira raro cuando digo que aunque hago por ir al gimnasio todas las semanas, el ejercicio que más practico es rescatar al gato de las alturas. ¡Si es la pura realidad!

El otro día me bañé en leche. Literalmente. Aunque fue mucho menos glamuroso que lo de Cleopatra en una bañera de oro. Sucedió así: Yo bebía mi leche del desayuno cuando el gato negro decidió propinarme un cabezazo en el brazo y... ¡Zas! Ya digo, como Cleopatra pero vestida y sin glamour. Sin embargo, a mi pelo le ha sentado muy bien el baño de leche. Está más suave que antes. 🐈‍⬛😄

Una prueba infalible de que mi hermana pequeña tiene demasiada ropa es que todavía no ha deshecho la maleta de las vacaciones de Semana Santa. ¡Ahí está la maleta, peripuesta en un rincón de su cuarto! Mamá dice que mi hermana espera a ver si le salen patitas y se deshace sola. A mí me hacía gracia, pero desde hace un par de días oigo roncar a la maleta por la noche. Me temo que sea una nueva forma de vida. ¡A ver quién le mete mano ahora!

Acariciar a un felino y oírlo ronronear tiene un algo de magia ancestral que es difícil de describir. Me encantan las escenas de ficción en las que alguien acaricia a un gato. Es tan idílico, tan relajante, tan... Irreal. En la vida real hay que pagar un peaje por darse el gusto de sostener a un gato sobre las piernas: te llenará de pelos la ropa, las manos y todo lo que quede en su radio de acción. Hoy Remi, que es un gato negro como un tizón, estaba mimoso. Y yo iba vestida de blanco. Iba.

Hoy ha venido de visita la hermana de mi perro, que es una perrita hiperactiva (porque también hay perros hiperactivos). Como era previsible, lo primero que ha hecho la perra ha sido inspeccionar la casa, y cagarse y mearse donde le ha venido en gana (es su forma de extender su olor). Claro, mi perro se ha sentido desplazado y ¡también se ha meado en casa!

Si el viento es la voz del planeta, las flores son su sonrisa.

La hora del desayuno, en mi casa, suena así: Yo: Zzzzzz. La gata naranja, que es una princesa guerrera: ... La gata blanquinegra, la más intrépida: ... El gato negro: ... (Ninguno de los tres hace ruido). El perro: ÑAM, ÑAM, GROFF, ÑAM, ÑAM, ÑAM, GROFF, GRUOF, GRUOFF, ÑAM... Y hasta en el edificio de enfrente se enteran de que está desayunando.

Todos los días lleno un cuenquito con arroz y alpiste y lo pongo en la ventana para los gorriones. Vienen muchos. En cuanto escuchan los píos y los revoloteos, los tres gatos corren a agazaparse tras la ventana. ¡Les encanta el programa de los pajaritos! Aunque todos los capítulos son casi iguales, no se pierden uno. Es su serie favorita,

Reconozco que no me es simpática la gente que sacude la escoba por la ventana y deja caer pelos y pelusas sobre la ropa tendida de otros vecinos. O sacude el mantel para que caigan las migas de pan, en compañía de alguna servilleta olvidada. Una vez cayó un cuchillo. Pero lo más desconcertante fue la vez que alguien tiró por la ventana ¡una piscinita hinchable! ¿Sería para proporcionar un mar artificial a los gorriones?

El novio de Nina sí que sabe. Por San Valentín no se anda con tontadas, sino que le ha regalado un bocadillo de jamón pata negra.

Para quien usa gafas la mascarilla es un engorro. Esa mañana, además, llovía, y mis gafas estaban doblemente empañadas, pese a lo cual me esforzaba por seguir a mi compañera de curro rumbo a la cafetería. Fue ella quién me advirtió de que una pareja resguardada bajo la marquesina de una tienda me miraba mal. Gané tres cruces: por no saludar a mis suegros, por ir con una joven que no era su hija y por el taco que se me escapó cuando, al final, los vi. ¡Necesito gafas antivaho!

Hoy he frustrado un robo. Entraba a barrer el baño cuando lo vi, negro, esbelto, estirado entre el borde de la bañera y la encimera del armario de cajoncitos para alcanzar los bastoncillos de algodón y apoderarse de ellos. Me miró insolente con sus ojos amarillos y huyó. Ha corrido al rascador a afilarse las uñas, dispuesto a vender caras sus siete vidas. Este gato debe de tener una bola de algodón en el estómago en lugar de una bola de pelo.

Una civilización que premia la mediocridad, mima la falta de iniciativas, castiga la excelencia y desconfía del ingenio ha pulsado el botón de autodestrucción. Sus adversarios se la merendarán.

Caminaba con mi sobrina asida de la mano cuando me dio hipo. Aunque infrecuente, cuando tengo hipo siempre es fuerte, así que daba un salto con cada hipido. La granuja de Sofía se puso a imitarme. Por suerte la calle estaba vacía... hasta que la inundó una riada de niños a cargo de dos monitores. Y de repente la chiquillería reía, saltaba y alborotaba a mi alrededor. Los monitores me regañaron a mí, ¡ni que yo hubiera elegido tener hipo!

Paseaba distraído cuando irrumpió un grupo de mujeres con vestido de volantes, mantón de flecos y abanico en la mano, que canturreaban y daban palmas con más ganas que tino. "¡Viva la novia!", grité, impulsivo y bocazas. No era una despedida de soltera. La habían plantado en el altar y las amigas buscaban animarla. Me sentí fatal, y por eso dejé que me liaran y bailé con ella en la calle y... ¡Nos casamos mañana!

Parpadearon las luces, se cortó la megafonía con un chirrido de los que dan dentera y la estación quedó a oscuras. Las luces de emergencia resistieron un poco más antes de claudicar. Hubo algunos gritos, pero la mayoría guardamos el aliento y procedimos a encender la linterna del móvil. Alguien tomó la responsabilidad de apartar a la gente de las vías. "Pruébalo con pimienta y orégano", me dijo. El sinsentido me hizo abrir los ojos. El tren entraba en mi estación. Desperté justo a tiempo.

Caminaba por el andén cuando escuché el maullido. Por los altavoces sonaba una locución grabada y, de fondo, el rumor de un músico callejero, pero fue el maullido lo que me hizo mirar en torno. No vi ningún transportin de mascotas. El letrero anunciaba la llegada del tren en un minuto. Me asomaba a las vías cuando el maullido se repitió a mi espalda. Me giré con tal ímpetu que chocamos. Fue un flechazo. Al gatito, una bolita peluda que él envolvía con su bufanda, la hemos llamado Celestina.

Tenía ya más de veinte años cuando una compañera me espabiló y me contó una de las grandes verdades de la vida: ¡La crema de chocolate y avellanas puede comerse a cucharadas! Os parecerá mentira, pero nunca se me había ocurrido y no sé si lo habría probado de no ser por ella. Ana, el cucharón repleto de crema que voy a devorar va por ti.

Mi hermana menor es muy lista, pero a veces desconecta las neuronas para que no se recalienten. Ayer hizo espaguetis por primera vez. Hermana: Mamáááá, cómo mido un litro. Mamá: Con el cazo medidor. Hermana: No sirve, no tiene indicador de litros. Mamá: Tiene mililitros. Hasta 600. Hermana: ¿De qué me sirve eso? Mamá: ¡Mmm! Prueba a medir 500 mililitros por dos veces. A lo mejor funciona. ¡Qué insoportables son las madres listillas!

El navegador del coche ha salido aventurero. Cada vez que se le pide una ruta, aunque sea a dos manzanas de distancia, se monta unos recorridos increíbles, caóticos y, siempre que puede, plagados de baches.

La gata naranja es una cazadora. Comer de su cuenco le parece aburrido. Lo que a ella le gusta es que le lancemos las bolitas de pienso o los cubitos de pollo por el aire. Se lanza a por ellos, los arrincona, los caza, los agita de un lado a otro y luego se los come con la satisfacción de haber derrotado a la presa. Es una fiera.

El otro día me sucedió una cosa muy absurda. Fui a recoger un paquete y no me lo querían dar porque estaba a nombre de Mavi y en mi documento de identidad me llamo María Victoria. Expliqué que Mavi es un hipocoristico y que como podían ver los apellidos y el domicilio coincidían... Se negaron a entenderlo. Tuve que hacerme una autorización a mí misma en la que Mavi autorizaba a María Victoria a retirar el dichoso paquete. Me sentí tan absurda...

Mi hermana mediana está cursando una de las ingenierías más difíciles. Este año uno de los profesores le ha advertido de que para cursar su asignatura -que es del primer trimestre- conviene haber superado antes otra asignatura ¡que se cursa en el segundo trimestre! Son tan listos que es para echarles de comer aparte.

Esta noche el gato negro ha cazado. Encuentro dos víctimas en el baño y en el salón hay más: tres, cuatro... siete... ¡Nueve! Son nueve las víctimas. Os preguntaréis qué caza el gato. ¿Polillas, moscas, ratones, pájaros...? Nada de eso. En casa la cazadora de insectos es la gata naranja. El gato negro solo caza bastoncillos de algodón. Cada vez que alguien se deja la caja abierta hace una escabechina y destroza los algodones.

Hoy he tenido un duro enfrentamiento con el gato, mis manos arañadas y mordidas son la prueba. Es un gatito sociable y pacífico, pero no sé de qué tallo vegetal están hechos los botones de mi vestido que le enloquecen y se los quiere comer. Ya digo, he tenido que defender mi ropa de un gato loco.

En casa nos repartimos las tareas. Mi madre pasea al perro por la mañana y yo lo hago por la noche, salvo cuando quedó para salir, que delego la tarea. Todo iría bien de no ser porque mi perro me prefiere a mí (obvio) y me hace saber su disgusto y disconformidad de una forma muy efectiva: se aguanta las ganas hasta regresar del paseo y se "alivia' en mi habitación. 😞😞😞 Mi madre dice que el perro no quiere privarme del "placer' de recoger su popó.

El capitán pirata tuvo una idea singular. Su barco, el Zampavientos, estaba en pésimas condiciones, así que lo repararon con los árboles espinosos de la isla del Fin del Mundo y tejieron nuevas velas con las hojas de copos de nieve. El renovado Gélido Zampavientos, blanco y tan veloz como su nombre pronosticaba, se deslizaba sobre hielo tan bien como sobre agua. Y cuando nevaba, se elevaba y flotaba para danzar con la tormenta.

Además de mariposas con estrellas de hielo por alas, en la isla del Fin del Mundo los piratas descubrieron pequeños erizos azules con púas de cristal y árboles que eran altas espinas de hielo que se ramifican en la copa, donde las hojas eran copos de nieve. Cuando retornaron a la civilización llevaron consigo algunos ejemplares. Inesperadamente fueron un éxito. Consiguieron buen oro y alcohol a cambio de las mariposas, los bichillos pinchosos y los arbolitos.

La isla del Fin del Mundo, la llamaban. La última roca cubierta de hielo y perdida en medio del helado mar boreal. Un peñasco helado sin el menor interés, pensaba el capitán pirata. Hasta que tuvo que refugiarse allí. Sucedió al pisar tierra: empezó a nevar hacia arriba. Cada vez se alzaban más y más estrellas de hielo blanco y traslúcido. El vigía, que tenía buena vista para todo, fue quien lo advirtió primero: no era nieve, eran mariposas de hielo.

El buhonero ofrecía telas, hilos, herramientas, utensilios de cocina y de jardín, lazos, abalorios y perfumes. Pero también vendía frasquitos vacíos etiquetados con nombres ocurrentes como brisa marina, olor a hierba mojada, caricias de madre, besos en el cuello... El alguacil dijo que era una estafa y quiso confiscar la mercancía. El buhonero esgrimió contra él un frasco de "tornado tropical" y el alguacil voló por los aires hasta el campanario. Nadie volvió a dudar de sus productos.

El brillo de la luna llena teñía de blanco y de plata la negra agua de la laguna. El majestuoso unicornio níveo salió del bosque y agachó la testa para beber. Su largo cuerno rozó la estela de luz de luna, que explotó como un globo. La noche se volvió tiniebla. La luna había desaparecido.

Tras el preceptivo luto, la joven reina se casó con el bufón, y tuvieron una descendencia de príncipes y princesas bajitos, risueños, astutos y ocurrentes. La hechicera jovencita aceptó al desterrado como ayudante, y de ellos nacieron brujas guerreras y guerreros brujos, todos, ellas y ellos, altos, recios y capaces de escuchar a la naturaleza y sus criaturas. Todo fue bien hasta que uno de los príncipes se prendó de una de las hijas de la hechicera. Pero esa es otra historia.

Fueron los avisos de los árboles y los consejos de las piedras los que hicieron posible que el desterrado escapase de cazadores y perros. Y fueron los silfos los que le llevaron hasta la jovencita. —Te ves... diferente —dijo ella, pues él estaba cubierto de polvo, barro y arañazos, vestido con un trenzado de juncos anudado a las caderas y agotado tras varios días sin dormir apenas—. ¿Descubriste quién te quiere muerto? —Más de los que puedo enfrentar, por eso... acéptame a tu servicio —pidió.

El ex campeón del rey miró anonadado a la nueva reina. Ayer ella era su prometida, hoy lo había declarado responsable de la muerte de su padre y su madrastra y lo había despojado de todo. No le había dejado nada. Ni dinero, ni su caballo, ni armas, ni la armadura, ni sus ropas. Nada. —Desterrado, te concedo una hora de ventaja -dijo la nueva reina—. Después mis caballeros y yo saldremos a darte caza. Los perros ladraban alborotados cuando el desterrado echó a correr.

—¿Por qué? -preguntó el campeón a su agresor. —Ella me lo ordenó. —¿Ella? ¿Quién es ella? La reina surgió entre los setos armada con arco y flechas. —¡Yo! Prefiero verte muerto que casado con la princesa. —¡Traidora! Lo sospechaba —rugió el rey que salió de detrás de un árbol con una lanza en la mano. —¡Auxilio! —gritó la princesa desde la copa de un roble. —Parad —pidió él campeón. Pero la fecha de la reina ya se había hundido en las tripas del rey, y la lanza de él en las de ella.

Las tarifas de la joven hechicera eran elevadas. El campeón solo pudo pagar un día. Pidió al rey un día de asueto para meditar sobre su futuro y se retiró a un rincón del jardín. Durante horas estuvo inmóvil, sentado en el suelo, con los ojos cerrados y las manos abiertas sobre las rodillas, parecía una estatua. De madrugada una sombra sigilosa llegó hasta él y lo acuchilló en el cuello. Entonces el señuelo se desinfló y el verdadero campeón saltó sobre el agresor y lo atrapó. Era el bufón.

El campeón localizó a la jovencita donde dijo la princesa, en lo más intrincado de la cañada. No habría dado con ella sin la guía de los silfos, pero desde que superara su extraña enfermedad veía espíritus de aire y seres que vivían bajo las rocas y oía cantar a los árboles y musitar a los muros. Espantó a los juguetones silfos a manotazos y se plantó ante la jovencita. —Esto que me pasa es cosa tuya. -Ella lo miraba en silencio, serena y curiosa-. ¿Se mitigará, desaparecerá? —Lo dudo -repuso.

—Alguien me contrató para matarte. Y luego otro alguien me pagó para curarte. —La princesa cree que fue su madrastra quien me quiere muerto -dijo el campeón. La jovencita esbozó una mueca irónica. ¡Qué lista la princesa sembrando confusión! —Nunca hablo de mis clientes. —¿Y si te contrato? —¿Cuál sería tu encargo? El campeón del rey sonrió torvamente. —Te lo diré...

La jovencita volvía a lucir agujas en el moño cuando la princesa la localizó en las cuadras, a punto de partir tras su derrota. —¿Qué has hecho? -demandó la recién llegada--. El campeón se está muriendo. --Lo que me pediste. No tendrás que casarte con él. --¡No te pedí que lo envenenaras! --He cumplido tu encargo. Te librarás de él para siempre. --No. Así no. Tienes que curarlo. --¿Tengo qué? --Está en tu contrato. Si no quedo satisfecha tengo derecho a reclamar una compensación.

El campeón del rey avanzó cabizbajo. La larga espada temblaba en su mano y apuntaba hacia el suelo en lugar de estar alzada ante él. —Por favor, ríndete. No quiero hacerte daño. La jovencita le escupió a los pies y saltó al ataque con el puñal en una mano y una larga aguja en la otra. En lugar de ir a por ella, el campeón retrocedió, pero la muchacha le clavó la aguja en el muslo. Y luego otra en el brazo. Y otra más antes de que él consiguiera inmovilizarla y desarmarla.

El campeón del rey medía más de dos metros, era sobradamente hábil con la espada e incluso mejor con la lanza y su agilidad y resistencia legendarias le daban fama de casi invencible. Su rival, treinta centímetros más bajo y mucho más enjuto, se despojó de la capa gris que lo ocultaba. Era una mujer. Una jovencita con el pelo recogido en un moño del que sobresalían varias agujas y un puñal al cinto. —No puedo enfrentarme a ella -dijo el campeón. —Si renuncias, pierdes -le advirtieron.

Mi hermana es la única persona que conozco que tiene en cuenta echarse protector solar en la planta de los pies pero se olvida de hacerlo en el empeine. Ahora parece una pies rojos, pero las plantas de los pies no se le han quemado ni un poquito.

Pareciera que ha pasado un tornado por el cuarto de baño. O un terremoto. Todo está desordenado y tirado. Gurruños de toallas alfombran el suelo, peines y cepillos asoman entre ellas, bajo el lavabo hay botes de crema, desparramados por la bañera hay champús, pintauñas, colonias y acetona... El gato ha vuelto a hacer de las suyas.

El gato lleva en la boca algo rosado y algodonoso. Trato de atraparlo, pero me esquiva, galopa por el pasillo, salta contra la pared para girar y entrar en el salón, se encarama al respaldo del sofá, que recorre a la carrera, salta al suelo y da la vuelta entre las patas de las sillas. Por fin lo arrinconó cuando vuelve al sofá. Entonces suelta lo que atrapa en la boca y se aparta como si su intención siempre hubiese sido entregármelo. La víctima es un bastoncillo chupado y rotos los algodones.

Pensó que estaría preparado cuando llegase el momento. Durante años había soñado con esto, había elaborado listas de todos los pasos que habría que dan en función de las posibles circunstancias y condicionantes. Sabía el modo y el momento de anunciar al mundo que habían contactado con una inteligencia alienígena. Lo había previsto todo, menos que en el momento en que confirmaron la procedencia extrasolar del mensaje, mojaria los pantalones.

Calor a secas: el perro jadea y asoma la lengua. Mucho calor: el perro enseña unos tres centímetros de lengua. Todavía más calor: la lengua del perro se arrastra por el suelo.

Veo manchas azules por todas partes. Hay manchas en la puerta, en las paredes, en el suelo. Mogollón de manchas en el espejo. El perro tiene manchas azules en las orejas y el lomo. El gato negro se ha vuelto azul y la gata pelirroja tiene una pata y varios bigotes azules. No, no son visiones ni una pesadilla, es que mi hermana ha decidido volver a teñirse el pelo de color azul.

Hoy me ha tocado estar de acompañante en el hospital. Cirugías sencillas, corrección de miopía y tal. El caso es que pacientes y acompañantes iban y venían, y yo seguía en la sala de espera. He ascendido a veterana del lugar, nadie lleva aquí tanto tiempo como yo. Me duermo de aburrimiento. Zzzzzzz

Las clases telemáticas han alterado mis hábitos. Me levanto cinco minutos antes de que empiece la primera clase y la escucho repantigada en la cama, en pijama, con un zumo en la mano y mi perro recostado sobre mis piernas. El perro presta más atención que yo. Y se le da bien el cálculo de estructuras, me ayuda en las prácticas. Cada vez que pone la pata sobre el teclado del ordenador descubro que ha corregido algo o ha aportado una idea mejor. ¡Lastima que no me lo pueda llevar al examen! 😅

Voy a contar una de las anécdotas vergonzosas de mi vida. Había ido a la playa con unos amigos. Hacia viento y la mar estaba picada. Cuando nos cansamos de masticar arena copamos las dos duchas más cercanas. Me sacaba la arena que había invadido mi calzón de baño cuando alguien se puso a mi vera. Pensé que sería uno de mis amigos, pero era una rubia con pinta de guiri a quien yo le estaba contando que tenía arena en la raja del culo. Huí. ¿Qué hubieras hecho tú?

Esta mañana mamá ha cazado un par de moco-monstruos. Los ha metido en una caja y ha llamado a una protectora de bichos exóticos. Los que han venido a hacerse cargo de los mocos saltaban de alegría, quieren averiguar dónde está el nido de cromañomocones.

En mi escuela las clases son telemáticas y los exámenes presenciales. Ayer fuimos a un examen mi nariz congestionada, el batallón de mocos que la ocupa y yo. Se acababa el tiempo cuando se me escapó un moco, sorteo las barreras de pañuelos y se escurrió por el lateral de la mesa. Me reía a carcajadas al entregar el examen a la profe. Imaginaba al moco devorando la mesa, la silla y todo el mobiliario del aula de exámenes. Pensaron que yo deliraba... hasta que la mesa se cayó rota y mordida.

Si hubiera categorías de resfriados los míos serían de clase A+++ plus ultra, por lo menos. Tengo mocos verdosos, espesos, tan consistentes que el gato juega con ellos como si fueran babosas. ¡Ay! No puedo seguir escribiendo, tengo que rescatar al gato, que el moco-monstruo se lo quiere comer.

Sierra radial, taladro, martillo, serrucho, barnizador, pulidora... Desde hace meses del piso de arriba llegan ruidos de todas las herramientas que conozco y de varias decenas más desconocidas. Hoy le he preguntado al dueño si queda mucho para que finalice la obra. Me ha contestado que no son obras, que con esto de la pandemia trabaja desde casa. Es escultor.

Hoy he ido yo a comprar. He pasado por el frigorífico a leer la lista de productos faltantes y luego he bajado al mercado con la lista fresca en mi memoria... Al regresar -con 40 € menos- he comprobado asombrada que solo podía tachar uno de los artículos de la lista de la compra... ¿Cómo es posible que mi mamá haga tan mal la lista que no incluya en ella artículos vitales como chocolate, gominolas, bollitos, natillas, caramelos y chicles? ¡Menos mal que me tiene a mí para hacer la compra!

Se cruzaron por la calle. Ella era menuda y delgada, toda ojazos claros y larguísima melena azul. sí, azul. Él quedó atrapado por su andar cadencioso de sílfide hasta que una farola le trajo de vuelta a la realidad. A su espalda, la risa de la sílfide era ligera y vivaz como una brisa. Pero cuando la buscó había desaparecido como un espejismo.

La luz no necesita la sombra para ser luz. En cambio, sin luz la sombra no existe, no es.

Al atardecer el sol pinta de rosa y violeta las nubes y es entonces cuando se perfila un castillo encantado encaramado sobre el ocaso, un castillo de altas torres y pináculos coronados por banderas de niebla añil. Todos sabían que en ese castillo había una gallina que ponía huevos de oro. No tenían ni idea de que la "gallina" tenía cuerpo de leona y cabeza y alas de águila.

El bardo aseguraba que sus coplas se las susurraba el fuego. Cada noche cantaba y tocaba el laúd con la mirada perdida en las llamas crepitantes de la gran chimenea. El bardo, un soñador, veía en el fuego una danzarina que bailaba para él al son de su música y su voz.

De niña al azul marino yo lo llamaba azul moreno. Para mí tenía toda la lógica del mundo.

Sospecho que mis comunicaciones están intervenidas. A veces los correos tardan en llegar, en ocasiones los mensajes de salida se pierden, con irritante frecuencia el editor de textos cobra vida y hace cosas raras... Hoy he tenido otro indicio de intromisiones no deseada: el día está nublado y gris, chispea a ratos y no he llegado a ver el sol, pero mi ordenador afirma que el tiempo está ¡muy soleado! Me pregunto desde qué lugar muy soleado soy espiado.

Mi perro es de decisiones firmes, no es fácil hacerle cambiar de idea. Ayer mi hermana lo pilló meando es su habitación, así que le gritó, lo pegó y lo echó fuera. En cuanto mi hermana se distrajo, el perro volvió a entrar y concluyó su meada. No hay que dejar las cosas a medias.

"¿Qué haces tú aquí? ¿Quién te ha dejado entrar", preguntó con aspereza. No contestó. Para qué iba a decirle que se encontró la puerta abierta.

En forma de lluvia cae para deslizarse por el suelo; en forma de granizo, golpea la tierra y rebota para volver a golpear; en forma de niebla, flota y acaricia lo que roza, y en forma de nieve... ¡Ah, cuando es nieve, cada copo es un beso!

"Lo bueno es que mi encantamiento tiene cura. Lo malo es que el remedio pasa por bañarme en la sangre de quién me elija", dijo el enano chepudo. Había sido un joven atlético y agraciado durante la noche, pero con la luz del día volvía a verse como un gnomo. "Tranquila, no fuiste tú quien me eligió", añadió al advertir la alarma de ella. Pero ese era el problema. La hermana mayor ya estaría muerta y sin gota de sangre en el cuerpo. No habría cura para el encantamiento.

La hermana menor tenía el don de ver bajo las apariencias. Miró a los candidatos a obtener su mano y supo que uno era un brujo; otro, un vampiro; otro era hijo de Reyes y muy rico, y el cuarto estaba encantado y solo de noche recuperaba su verdadera figura. Respiró hondo. Su hermana la desposaría con uno de los feos y seleccionaría para sí misma al guapo vampiro que la mataría esa misma noche. Daba igual con quién la casase. Valía la pena por librarse de ella. La mayor levantó el brazo: "Tú".

Delante de ella había cuatro hombres. El primero era un enano pelirrojo cargado de hombros; el segundo era un gañán enorme, peludo y con la cara picada de viruela; el tercero era un adonis moreno de sonrisa cautivadora, y el cuarto hubiera sido atractivo de no estar tan gordo. Tenía que elegir a uno de ellos para casar a su hermana, a la que detestaba. Respiró hondo, dio un paso al frente... y señaló a uno. Estaba hecho.

Una larga melena lisa es como un manto sobre los hombros. Una larga melena rizada es como una tormenta personal.

Hay dos cosas que me hacen ver la vida con más color. Una es un buen café y la otra, una jaqueca oftálmica, que logra que mi cerebro inventé colores que no existen.

Mi perro es muy señorito. Cuando llueve no le da la gana pasear, no le gusta mancharse las patas. Por eso, los días de lluvia la terraza de convierte en un campo de coprolitos caninos. 🙁

Una vez mi hermana vino del cole asegurando que para el festival de Navidad tenía que disfrazarse de "drogadita". Por supuesto, lo que había pedido la profe era que los niños fuesen de TROGLODITAS.

Durante unos días se escucharon cuernos de guerra en el interior del bosque, al amanecer, cuando las sombras brotaban de la tiniebla impenetrable de la noche en retirada. Pero nadie surgió del bosque. Por otros cuantos días, hubo ruido de golpes contra la puerta de la muralla, pero no había nadie fuera. Luego sucedió que el rey despertó al alba, pues oía una respiración jadeante a su lado, pero la reina dormía, relejada... No hubo más ruidos. Tres semanas después la reina dijo estar encinta.

Parece una nube. Es blanca y de aspecto algodonosa, flota y se desliza por el cielo azul, es hermosa. Pero se estira y se encoge como un ser vivo y el viento no la gobierna. No es una nube. Al aproximarse veo sus grandes alas y sus blancos cascos. Una bandada de pegasos pasa sobre mí.

El superpoder de los gatos es desconcertante. Pueden estar dormidos en la punta más alejada de la casa, pero en cuanto te pones a cambiar la ropa de cama acuden a toda prisa para boicotear tu tarea. Parecen pensar que su misión en esta vida es impedir que las camas queden bien hechas.

El faro se alza sobre una inmensa pradera de nubes. La isla está rodeada de nubes algodonosas que ocultan el mar que cubre el mundo. A veces vemos cetáceos que se elevan sobre las nubes para volver a desaparecer. El abuelo dice que cuando él era niño la tierra firme ocupaba una extensión gigantesca y que nuestra isla era un pico de una montaña en medio de un continente. Supongo que chochea y que en realidad el mundo siempre ha sido un mar infinito y unas pocas islas.

La princesa era más lista que el hambre, pero también era exigente y perfeccionista. Le llevaron montones de ranas para que las besara y deshechizara, pero a todos los príncipes resultantes les encontró defectos y los rechazó. Ese verano la falta de ranas hizo que hubiera más moscas y mosquitos que nunca. Pero también hubo más costureras felices por la súbita abundancia de príncipes casaderos.

Sabes que has ganado la partida cuando llegues a la hora que llegues o te levantes a la hora que te levantes, tu madre deja lo que sea que esté haciendo, entra en la cocina y te prepara la comida.

Supongo que todas las familias establecen una suerte de código secreto que solo entienden los que están en el ajo. En mi casa al pienso de los gatos se le llama "alpiste gatuno", a los areneros, "cagalares" y al cordero lo bautizó mi hermana como "pollo mutante".

Años atrás se divertía hechizado marineros. Era muy fácil: ella cantaba y se mecía sobre las olas y ellos enloquecían y se tiraban al mar. Pero con el tiempo se cansó de ese juego. ¡Eran tan frágiles los humanos! Y tampoco eran su comida favorita. Ahora que tiene más experiencia, elude los barcos y solo danza con el mar y solo canta para la luna.

Cada vez que viene un repartidor a casa trabajamos coordinadamente hasta cuatro personas: una atiende la puerta, otra sujeta al perro, otra al gato explorador y otra sigue al gatito que se esconde, porque lo hace tan bien que si no luego no lo encontramos.

El atasco era tan gigantesco y monstruoso que llamaron a los mejores cazadores para acabar con él.

En casa, la más tragona es la secadora: a la que te descuidas, devora calcetines. Mi mamá nos culpa a nosotros, pero yo sé la verdad: ella está compinchada con la secadora.

Soy daltónico. No entiendo nada de colores. Pero desde que te conozco sé cuál es mi favorito: el color de tu sonrisa cuando me miras.

Últimamente salgo poco. Es por causa del gato que se me sube a las piernas y lleva días empollándome. Me da pena echarlo.