"Lo siento" musitó el chico, impotente ante el sufrimiento del anciano. "Siempre pensamos que todo se solucionaría si te encontrábamos... no es tu culpa" La decepción de no llenar la expectativa lo invadió de súbito. "Deben llevar a este niño al Nacimiento de la Luna, en esos valles que antes fueron hogar de dragones, puede que exista el único portal con el exterior. Si él lo ve ahí... la búsqueda no habrá sido en vano" Hubo silencio entre los presentes, hasta que la capitana aceptó con sequedad

Aún cuando las velas hacia tiempo se habían consumido, y solo los acompañaba luz de luna y el canto de un grillo; acababan la conversación en susurros de vino. Con un toque de aguarrás y oleo de olivo. "El mundo pudo haber sido tuyo, si lo hubieses querido" sentenció el vampiro. "El mundo ya es mío, querido amigo. Si algo de ti anhelo es tu compañía y tu deseo" respondió antes de cerrarle los labios en un beso.

Aquel que en algún momento me pareció altanero y soberbio; que caminaba entre hierbajos y setas al sol poniente, que dejaba una estela de la luz que su cabello blanco reflejaba, y cuyos ojos de azul gélido todo vigilaban. Aquel de quien sus desgracias celebraba, después de tantos tormentos, era el hombre al que rendía lealtad y reverencia. Una y otra vez, desde que había salvado mi vida, me demostraba que era alguien en quien podía confiar sin remordimientos.

Si hay que gritar, que sea por todas. Por la anciana que vivió callando. Por la madre que fue obligada a parir. Por la audaz que se divorció. Por la que aún no descubre su valor. Por la que desea un hogar tradicional. Por la que desea mas de lo que le dan. Por la idiota que compite contigo. Por la que no entiende el movimiento. Por las hermanas de camino. Por las amigas que tenemos y hemos perdido. Por nuestras ancestras y las que vendrán. Por las que recién nacen, y las que ya no están.

He encontrado tesoros siguiendo los cantos mas tímidos, en un mar de ruidos urbanos. He encontrado a amigos y hermanos antiguos, llendo por aceras rotas y callejones comunes. He encontrado corazones hundidos en pozos desesperados, y les he hecho compañía hasta que recordaron como brillar. He encontrado a quien mas amo, tras una mirada de cielo a punto de llover. Los mejores hallazgos no se encuentran ocultos, sino a la vista de quien ponga sobre el acorde del tiempo, un latido de su corazón.

La madre de María había tenido que quedarse hasta mas tarde en el trabajo por un error de caja, y ello había retrasado a la propia niña para asistir a la pijamada con sus amiguitas. Podría haberse ido con Gabriela y su hermana, de no haberse puesto tozuda de que quería llevar las coletas que solo su madre sabía hacer. Tal vez así, se hubiera enterado porqué al ingresar a la habitación de Natalia, ninguna chica le dirigía palabra a las otras.

Tiene algo curioso mirar la noche bajo un techo y paredes, pues finalmente su oscuridad te refleja en la ventana y terminas contemplando tu propia alma, y esa oscuridad profunda te hace espejo, y te aislas en silencio.

"¡Aquí está. Te hemos traído al hijo que tanto buscabas!" gritó la líder, desde el límite de vegetación que parecía indicar la existencia del portal. El chico estaba parado justo en medio, con mas inseguridades de las que nunca había sentido. De pronto un estruendo metálico resonó en el valle, y las nubes se abrieron dejando ver un ojo celestial, cuyos colores eran el universo dimensional mismo. Jadeó. El portal estaba abierto. Por fin podría existir un verdadero final para el mundo olvidado.

Para cuando tomaron el segundo barco, la comitiva se había reducido a tres personas. Los otros compañeros no habían podido resistir el peso de sus corazones en aquellas tierras regadas con sangre. Era curioso que existiera un punto de luz en medio de aquel horror, pensó el muchacho, mientras se acercaban cada vez mas a la isla cuyas montañas, daban origen al valle del Nacimiento de la Luna. Al tocar tierra, todos pudieron notar que ese sitio llevaba mucho tiempo sin ser habitado.

Tras recibir un par de indicaciones de los camaradas del norte, la comitiva volvió a tomar rumbo por tierra, aunque con un Pateacaminos menos. Mas que nunca, mantenían vigilado al pequeño rebelde, pero también dándole su cuota de libertad. Mientras mas se acercaban a tierras bálticas, mas corrompido se volvía el ambiente. Pues el horror que habían realizado los antiguos en nombre de la venganza, aún permanecía impregnado. Cada vez se haría mas difícil mantener el espíritu en paz.

Un grito desgarrador lo despertó en medio de la noche portuaria. Se asomó por la pared derrumbada, y tras un vistazo rápido, vio el resplandor casi extinto de una lámpara, no muy lejos de ahí. Armándose de un fierro, corrió en auxilio. El Sinaspecto estaba sobre una muchacha, aún sin dañar, pero tras propinarle un golpe, cambió su interés por él. Estaba listo para volver a atacar, cuando la flecha de una ballesta le atravesó el cuello al monstruo. A lo lejos, vio la silueta de uno de sus amigos.

"No te apartes" ordenó la lider cuando ayudaban a desembarcar a los heridos. Durante la travesía se habían enfrentado a espíritus corrompidos del mar, y varios tripulantes, incluido uno de sus amigos había resultado herido. Ahora, debían desviar un poco su camino para llevarlo a un refugio aliado. El chico ya estaba harto de la sobreprotección de la comitiva. Después de todo, antes de encontrarse, había sobrevivido bien solo. Tomó su mochila, y partió furtivo por el puerto en ruinas.

Durante esos seis días de viaje, se había logrado amistar con sus compañeros, e incluso tomarle cariño a su malhumorada líder. Aquel día, ella había conseguido que les dejaran montarse en un barco, que los acercaría un poco mas a su destino. Cruzando el puente, el pequeño contempló las aguas negras que lo rodearían durante semanas en esa vieja nave. "¿Nunca habías estado en el mar?" preguntó su compañera. "No" musitó el niño, incapaz de recordar nada antes de que el mundo llegara a su fin.

Al salir del refugio, con ropa seca y provisiones a cuestas, subieron la colina hasta donde pudieron contemplar los primeros atisbos del amanecer. Aquella luz mortecina, pronto habría de ocultarse tras las nubes tóxicas que cortaban el cielo. Se dio un instante para empaparse del escenario, y luego, mirando a la comisión de cinco Pateacaminos, se dispuso a comenzar un viaje que, según decían, estaba grabado en su destino.

¿Cómo confiar en el hombre? Cuántas mentiras han salido de sus labios, cuántas traiciones ha protagonizado, cuánto su corazón se ha sumido en la avaricia. ¡Hombre embustero! Vendedor de ilusiones en amistad férrea y amor que atraviesa los universos. ¡Ciega, necia la mente que de su veneno se alimenta! Quien de su compañía aproveche, y de sus tretas sea cómplice, ha de pagar también por todo aquello que realice por sus embustes. ¿Cómo confiar en quien se alimenta de sus propias mentiras?

Aquella tarde tuvieron que retirar a Gabriela. Por mas que lo intentaron, las parvularias no consiguieron que dejara de llorar, ni enterarse de la causa de su pesar. Cuando María fue a mostrar su tarea a la maestra, secretamente ella le interrogó por su amiga. "Es que Tomás la engañó" afirmó con solemnidad. "En el recreo aceptó ser el padre de la muñeca de Tonia, y él siempre es el papá de la de Gaby" La maestra suspiró, compadeciéndose de los dramas amorosos que aún le quedaban por vivir.

La espada te refleja, para que no te embriaguez de poder y tengas presente quién la empuña. El filo baila con tu imágen, y aunque ves el límite del camino al pelear debes mirar al enemigo. Y dañarlo. Se tiñe de rojo y no te puedes ver, y se limpia con las lágrimas que no la llegan a tocar. Me pregunto si los herreros lloran al forjarlas. Espero que nadie llore mi partida, pues deseo de corazón que cuando mi espada se manche por última vez oxide para siempre los pecados que juntas cometimos.

─No iré a ningún lado. ¿Cómo te atreves a hacer todo esto a mis espaldas? ─gritó la albina. ─No quiero que te hagas esto. ─No necesito que decidas por mí ─vociferó, soltándose de su mano finalmente, y dirigiendo una mirada fiera a Robin, que intentaba arrastrar a su hermana hacia el pasillo─. Quietas. Ni se les ocurra hacer lo que ha dicho, porque no voy a huir, y por tanto ustedes tampoco. . . Extracto de "Shiina: Torbellino" de Memorias Perdidas.

"El otro día me encontré con uno de los gemelos Villa, más no sé con cuál. Nunca los pude distinguir. Se veía bien conservado." "Comadre, solo queda un gemelo. Al otro lo mató el que vivo está." "¡Que horrendo comadre...! ¿Y cuál es el asesino? ¿Matías o Marco?" "Yo supe que Matías, pero cuando salió de la cárcel parece que se cambió el nombre a Marco." "Con razón se puso misterioso cuando le pregunté por la familia. A mi nunca me gustó Matías ¡Tan bueno que era Marquito, Dios lo guarde...!"

Se cambiaba de cuenta como un actor cambia de accesorio, en medio de una obra unipersonal. Tenía caras para escoger, pues esos eran los nuevos rostros del internet: los perfiles. Debía hacerlos siempre nuevos, pues así eliminaba su historial, y nadie que levantara sospecha de ella, podría seguir sus pasos que, a medida que se internaban en el agujero, se transformaban en algo que mas que pasos, parecía avanzar arrastrándose.

A pesar del enorme caos y maldiciones que a su alrededor pululaban, no tenía ni un solo rasguño en su piel pálida. Miró a su alrededor, triste por el reflejo de unos corazones tan contaminados. "Aléjate de mi esposa" advirtió el elegante dragón blanco, del cual solo la doncella podía vislumbrar su fuerte espalda. Aquellas escasas palabras, provenientes de un ser tan amado, le provocaron explotar en amor, y de pronto, todo el ambiente podrido se disipó.

El día no pintaba favorable. Lo peor, era afrontar el compromiso del medio día, teniendo de antecedente los numerosos incidentes de aquella mañana. De pronto, una mariposa pasó sobre su cabeza, volando graciosamente como una mancha de esperanza colorida en aquel día gris. Revoloteó un segundo a su lado, y continuó en alegre camino. Mas allá de ser una señal, o simple casualidad, de pronto se sintió lleno de paz.

"He rechazado tu apellido, y con ello la ponzoña inmunda de lo que haces llamar amor. Sin embargo, y aunque te cueste la vida creerlo, soy y siempre he sido mucho mas que tu esposa. Mi vida nunca fue ser tu sombra, y no se acaba por estar lejos de ti" sentenció la duquesa, desde lo alto de las escaleras, tan elegante como de costumbre. Parecía insólito que tuviera que aclarar aquello a un hombre que hacía mucho, significaba para ella poco mas que una piedra bajo el zapato.

De tanto pensar en su amado, con la vista perdida en el cielo que imitaba el tono de sus ojos, incontables flores silvestres comenzaron a brotar de la hierba, justo debajo de su sombra. Ni siquiera aquel dulce aroma que liberaban, para intentar acompañar su sentir, le hizo apartar el corazón de sus mas dulces recuerdos.

"Tienes bonitos ojos..." murmuró el hombre de traje, con voz ronca y una caricia suave por la mejilla de su compañero. "¿De verdad lo cree?" preguntó con inocencia el muchacho, dejando que el alto lo atrajera a su cuerpo, rozando las yemas de sus largos dedos por el rostro , hasta detenerse bajo la ceja izquierda. Tras un momento de contemplación casi amorosa, hundió los dedos en la cuenca. "Lo creo" afirmó, mientras el joven intentaba desesperadamente librarse de aquel demonio.

"¿Porqué no podemos hablar con ellos?" Preguntó Anhk, observando desde las traslúcidas paredes de la nave, a un grupo de humanos que marchaba a casa después del trabajo. "La ironía de la humanidad, es que temen que otras razas, como la nuestra, les hagan lo que ellos mismos llevan haciendo durante milenios, tanto a otras especies, como a ellos mismos" respondió la capitana, sin apartar la vista del frente.

Amaba sus momentos de intimidad. Aquellos en los que el crepúsculo teñía sus cabellos de rojo, y descalzo, con su zurrón al lado, partía a recolectar hierbas y setas del bosque. Aquellos en los que sin mediar palabra, se acompañaban con la sinfonía de sus pasos sobre la hojarasca del piso, el canto de aves nocturnas y el palpitar de sus corazones conectados. Aquellos en los que comían juntos, y luego iban dando la bienvenida a la noche entre sonidos de arpa, y miradas acarameladas.

¡Oh, amada madre! Entre todas la mas bella, seductora, peculiar y fascinante cual secreto casto. Reina entre las ninfas de tierra y mar, otorgas a cada una la elegancia y alegría de un trabajo orfebre. Artesana de la feminidad en todas sus expresiones, has dotado de tu carácter indómito a esta, tu hija alada; y obsequiado con cuerpos cándidos a cuantas inocentes damas. ¡Oh, amada madre! Cubres tu rostro con un velo celoso, que oculta la fiera natural que posee la misma feminidad.

¡Un brindis por mi padre! que me dio el conocimiento del placer, con el que el castigo de esta tierra, se vuelve mas ameno. ¡Un brindis por mi padre! cuyas huellas danzarinas se grabaron en los pueblos por el vino que preparó. ¡Un brindis por mi padre! cuya bravura le heredó a su hija mas mimada, de ojos verde uva. ¡Un brindis por mi padre! Y por su festivo humor, que contagia de buen grado, ¡con un trago de licor!

Contempló con cautela a aquel intruso humano con su extraña ropa de atmósfera artificial. Miraba atentamente a través del cristal cualquier señal de alguna existencia como la suya. Sus ojos físicos iban muy abiertos, mas los del alma continuaban cerrados. De aquel modo, sería imposible poder saludarlo, o darle una bienvenida adecuada. Como bien había dicho el regente de Marte, ojalá se aburriese pronto, y no destruyera demasiado a su paso, antes de volver a su planeta orgánico.

En su lecho, la inconsciencia resultaba grata al poder omitir los llantos desgarrados de la esposa, y sus tres hijas, de otro modo, aquella transición resultaría un tormento. Ni siquiera sentía lo agotado del cuerpo, únicamente su corazón repasaba armoniosamente los días de la infancia. De pronto, entre la oscuridad que las velas no lograban alejar, se abrió paso un jinete encapuchado sobre un negro corcel. El hombre entonces perdió la paz, y rezó, seguro de que lo habían condenado al infierno.

Te asienta ese ramo, es pretencioso y un poco trillado. Soy flores silvestres, pues nada me ata. Por sendas y ríos, por bosques y playas. Soy amapola, soy clavel y soy jazmín. No soy girasol, pero florezco junto a uno. No soy azahar, pero lo amo con locura. Soy lavanda francesa, soy flor de cerezo, soy manzanilla y hoy me visto cual árbol desnudo de magnolias blancas en esplendor.

Mi lengua es afilada, mas no domesticada en rimas y sonetos, porque nací con el Haiku y no con los occidentales rezos. Nací en el cerezo y no como rosa, aunque bien es sabido que eran blancas las que Alicia tuvo que pintar de carmesí. Fui el rojo intenso de un labial, fui el rojo opaco del óleo, fui el rojo caliente del sello de una carta. Mi tono sin embargo, es diluido en agua, como la tinta que retrata en papel de arroz las memorias en la historia olvidadas.

Era una mujer con espada. Una mujer de lengua afilada. Una mujer con mala fama. Pero esa mala fama se la tenía ganada por bocas de hombre y de viejas viciadas al síndrome de estocolmo. Cuanta doncella se cruzaba y que con una sola mirada parecía piar cual ave enjaulada; era prontamente presentada al filo ardiente de la espada que la tomaba como ama, y por honor la cuidaba de cuanto hombre tratara de volver a tomarla cual objeto y usarla sin respeto. De aquella mala fama hacía gracia la dama.

Como si una blanca paloma descendiera hasta posarse junto a sus pies, Sarah percibió un destello ligero que tocó su zapato derecho. Al inclinarse, vio que se trataba de un pañuelo bordado, que probablemente se había deslizado en una caricia, del violín de su compañero de asiento. Se lo devolvió en el acto, sin mediar mucha palabra, ni considerar que ese dulce gesto dejaría eternamente prendado al despistado príncipe de una estirpe legendaria.

La chica abrió las puertas de su armario con desgano, después de una larga noche de batalla contra las fuerzas oscuras. Junto a los pantalones de pronto un destello blanco captó su atención: Una pequeña pluma blanca, prueba de la protección y amor de quienes la cuidaban. Su día comenzó entonces con una sonrisa de amor.

Gabriela, María y Emilia se quedaron perplejas: La casa de su compañerita Natalia no parecía una mansión americana, ni tenía una piscina, ni un coche tirado por corceles blancos. Se veía tan humilde como el hogar de ellas tres, difiriendo con lo que la niña llevaba años contando. La malvada madrastra, inclusive, tenía los mismos ojos y nariz de Natalia, y un tono amoroso con el que les ofreció galletas mientras insistía a su hija que saliera de la habitación.

"Un ingenioso balance en la composición, llamativo y coqueto sin llegar a lo vulgar. Una joya en bruto" concluyó el rubio, contemplando la pintura junto a su autora. "¿Es usted un experto en arte, o únicamente un casanova?" aventuró la muchacha, sin apartarse de su evidente asecho. "Algunos dirán que un poco de ambas, mon amour, sin embargo, si debo presentarme ante usted, solo diré que soy un vampiro admirado de las mujeres que se atreven a surgir en este mundo masculino" sonrió, encantador.

La joven llevó emocionada los ingredientes a la mesa, y tras colgarse el delantal del cuello puso toda su concentración en el video de su teléfono: Aquel sería su primer hechizo. "Endulzamiento para el 14 de febrero" Pasó toda la tarde mezclando ingredientes, ferviente en ganas de conseguir la atención de su amado. Nadie le dijo que hubiera sido mas efectivo solo invitarlo a tomar una taza de té, pastel, y galletitas con miel.

Destacaba como ninguna por su elegancia natural. El cuerpo era esbelto y bien proporcionado, facciones simétricas acabando en un botón de rosa sobre sus labios. Algún lunar la hacía destacar, y el vestido a juego con el sombrero de ala ancha la convertían en un postre digno de los mejores escaparates de Paris. El encanto de la cuna de oro se rompió cuando con sus delicadas manos cogió el triángulo chorreante de pizza de queso, y se la metió a la boca, manchando el traje de ingredientes varios.

Todas las amiguitas se quedaron mirando a María con la boca abierta, hombro con hombro como si fuesen a ser atacadas en cualquier momento Acababa de decir una mala palabra, de esas que sus mayores les amenazaban con lavar la boca con jabón.

"¿Qué trajo de nuevo, señorita?" "Mire nada mas. Tenemos esta hermosa decoración de pajarito... este lápiz... y este libro de 'Pepa tiene fiebre'" "¡Oh! Ya sé, Gaby, juguemos a que nos enfermabamos y no podíamos ir a clases... ¡No! Que íbamos a clases y me sentía enferma, pero tu no me dejabas ir" "Pero si recién empezamos a..." "Y tenía que leer este libro, pero no podía porque tenía malos los ojos" "A veces no me gusta jugar contigo, María"

Su nombre es una canción mi canción favorita. Y amo cantarla en cada lugar que me recuerda la tierra que ha guardado sus pasos de pies descalzos. El aire que guardó su aroma a incienso, a humo y tierra removida. También a las flores con que trencé su cabello blanco. A cada gota de agua que guardó mi canción, y me la canta en cada caracola. Su nombre es una canción mi canción favorita.

"¡Toc toc! ¿Está en casa, vecina?" "Sí, pase" concedió la niña imitando el tono de su madre exageradamente cantado. La niña atravesó la puerta imaginaria que su amiguita abrió, con las manitos juntas extendidas, llevando el pastel de manjar que su abuela le preparó el verano pasado. "Le tomaré la temperatura y aquí tiene alcohol gel" aventuró la dueña de casa con una artesanía en mano. "Eso es para los supermercados, María" "Bueno... Hagamos que venías a un supermercado ¡Yo soy la guardia!"

Era fácil ver lo que había sido antes de que supieran quiénes eran. Porque una vez mas, siempre terminaban por estar el uno para el otro. Porque una vez mas, sentían el vínculo fraterno genuino. Porque un vez mas, eran la llave que abría las puertas cerradas. No era necesario ser vidente, bastaba con poner atención, y actuar desde el corazón antes que de la mente.

Su sangre llovió sobre la arena, que dócilmente envolvió con manos de brisa, ocultando así su rastro de cualquier testigo, al igual que las huellas que podrían haber delatado su destino: el inmenso mar que se abría iracundo, recogiendo sus dominios en una engañosa bienvenida, que culminaría uniendo a ambos en su profundidad.

Nada le arrancaba una sonrisa tan genuina como caminar junto a su pequeño enamorado. Y aquel mismo gesto, enmarcado por los hilos del blanco mas inocente; los trozos de cielo que contemplaban el milagro de las estrellas, y esa figura noble, elegante y esbelta de la que hacía gracia frente a los escasos ojos que podían contemplarle; era la razón mas pura de su genuino amor.

Sofocante, protectora que interpreta su papel siendo un alma infante aún. Alma de higuera. Alma de agua contenida en una estructura de aguamarina. Conciliadora, que mece a su corazón como la luna en la marea a sus navegantes. No basta con parir, el espíritu trasciende las generaciones, y así se mantiene la diosa viva.

Era la diosa Fortuna quien poseía un gran sentido del humor, e inventaba ingeniosos diseños de tejido en el Samsara, mientras se comía un tentempié de media noche. "¡No te angusties mi estrellita!" le susurró a su gramática protagonista, ansiosa por continuar escribiendo el desenlace de la maraña de destinos que insistía en complicar.

Estar a su lado era la prueba de todo aquello que trascendía el mundo físico. Era como sentir el sabor de una fruta dulce al comerla. Como oír cantar un nana al mar. Como observar los juegos que la luz hace en las gotas de rocío. Como tocar las estrellas. Como olerlo a él, y sentir el ritmo del universo, que hacía conjugar perfectamente las líneas del karma y darma. Tal vez por tamaño ensimismamiento que le causaba, le tenían prohibido acercarse mientras fuera su hora de estudiar.

No era la primera vez que causaba suspiros, ni miradas de envidia a su alrededor. Tal vez la sorpresa venía de la mano del tiempo, con el que tantas veces había bailado vals; o la ironía de que perdiera la elegancia al tratar de imitarla. De igual manera, se apartó de las cortinas aterciopeladas, y volvió a disfrutar de su mesa preparada para la hora del té. Mas que un mero chisme, era un asunto realmente irrelevante.

Celosa por su amor no correspondido, la deidad del mar decidió separar a cada amante que hiciera gala de su amor en el puerto. De ese modo, se reflejaba, vanidosa, en cada corazón que esperaba expectante mirando sus aguas; sin embargo se movía inquieta cada vez que alguien intentaba ver su reflejo en ella.

Lo que mas amaba de ese mal amor, era estar sufriendo por él. No es que fuera masoquista, es solo que la hacía sentir como la protagonista de sus novelas favoritas.

Incluso si lo llenaba de poemas y cartas de amor, si componía serenatas o conversaban largas horas, era imposible que entendiera el amor que ella le profesaba. Era cosa de crianza: sus corazones hablaban distintos idiomas. Mientras que una hablaba el lenguaje de Odiocity, con un ligero acento rencoroso, la otra lo hacía en "entreguez" fluido.

Había sido una velada estimulante con sus viejos amigos de la universidad, y todo parecía indicar que la noche a penas comenzaba. Al menos así lo pensó él, hasta que su encantadora acompañante le tiró suavemente de la manga de la camisa. Llevaba cabizbaja desde el postre, pero a penas ahora entendía su secreta señal. Necesitaba cuanto antes encontrar un enchufe para ella.

De algún modo se sentía extraño mirar al cielo nocturno, y saber que a partir de ahora nadie rodearía sus hombros para darle calor.

Porque ni el más macabro de los escenarios que un escritor pueda plantear, le hace el equivalente a la injusticia y falta de empatía del mundo real. Bien lo supieron en la plaza del pueblo, al ver el titular de "un joven muerto", cuando realmente todos vieron como había sido asesinado.

Se levantaba pensando en fastidiarle, comía pensando en que la otra no tuviese qué comer, se acostaba con su novia, pensando en la venganza que significaba entregarse a alguien más. Y aunque podía seguir así años, la respuesta que obtenía era prácticamente nula. Quién sabe, tal vez, a su tan amada y odiada, ella ya no le interesaba en lo más mínimo, pero eso era algo que no estaba dispuesta a asumir, pues significaría su final.

Era una vista privilegiada. No solo observaba a los agotados músicos de la orquesta, ni a los sudorosos actores interpretando la comedia; además estaba el drama del general controlador, que mantenía aislado el palco de la duquesa a la que pretendía. También, estaban el exiliado y su mujer, que no le quitaban el ojo al palco vacío de sus tan envidiados Rey y Reina. Definitivamente, pensó entre risas, aquel sitio era mucho mejor para disfrutar el espectáculo.

¿Y qué mas daba si no era correspondido? Nunca le había contado a nadie lo que me provocabas, ni como me nublabas el pensamiento, ni como me llenabas el corazón. Incluso si me sentía una guiñapo indigno, a ojos de los demás, seguía digna y completa. ¿Y qué mas daba si no era correspondido? Incluso si al morir, te hicieran pagar por este mal amor, no sabrías a quién hiciste tanto sufrir. ¿Y qué mas daba? Si nadie lo sabía, seguramente en la mañana el dolor desaparería, me dije antes de dormir.

Quizás fue la luz del faro, o la resistencia del diseño. Quizás fue hecho con la madera del árbol mas sabio y tozudo del lugar. Cual fuera la razón, cuando el sol tocó aquella mañana la salada costa oeste, con la luz azulada de costumbre, se dejó ver el triunfante regreso del bote de pesca que había zarpado hace mas de medio mes. Cual caballo que regresa sin jinete, y sin silla de montar, simplemente se vio guiada hasta el establo de los navíos: un puerto seguro donde podría descansar.

No importaba cuantas luces de faro pudiera vislumbrar desde su pequeño barco, la única luz que deseaba seguir era la de las estrellas, y solo hasta alcanzarlas, no dejaría de remar...