Se creyó muerto hasta que vio la luz de la esperanza erigiéndose imponente en lo alto del acantilado. Remó con fuerzas renovadas, rogando por alimento después de tan horrible naufragio. Sus plegarias fueron escuchadas, en la orilla descansaba la presa perfecta. ¡Ah, bendita juventud! Esperaba que la botella de aquel joven fuera vino, no había nada mejor que la tierna carne de la juventud acompañada de un buen vino.

Pese a mostrarse tan segura y firme frente a Jena, la verdad era que le sudaban las manos y el temblor en sus piernas apenas le permitía mantenerse en pie. Domar a un dragón nunca fue tarea fácil; menos cuando el domador debía preocuparse no solo de su propia vida, sino también de que su compañía no muriera carbonizada.

La dragona sopló su aliento de fuego sobre ellas. Agnes las protegió con un escudo de magia y luego comenzó un combate real con la bestia que atacaba al ver invadido su territorio. Bruja y dragón combatían fuego contra fuego en un espectáculo que Jena nunca imaginó vería en vivo y en directo. Su respeto por la bruja ascendió a 1000% al observar la peligrosa doma que debía hacer para salvarle la vida a esa criatura.

Se conmovió profundamente cuando la bruja construyó una improvisada sepultura junto al nido del dragón, en especial por las palabras que acompañaron su acción: «Esta es la tercera vez que pasa, pero no me acostumbro. No importa que vuelva a aparecer, no es la misma amiga que me acompañó». Quiso abrazarla, pero en ese momento apareció la dragona convertida en una bestia enfurecida.

Tenía que reconocer que la bruja era astuta. No había nada de malo en su teatro con el dragón para obtener comida porque los aldeanos no lo recordaban si regresaba hasta el capítulo previo al ataque. Podían tener su batalla ficticia cuántas veces quisieran sin afectar realmente a la gente del libro que recompensaba su hazaña.

Nunca se había sentido tan libre como durante ese vuelo a lomos del dragón. Extendió los brazos y rio con una alegría que había olvidado hace mucho. Era irónico sentirse tan viva en un mundo ficticio cuando se sentía tan muerta en el mundo real.

Después de asesinar al caballero por veinteava vez, Agnes montó en la madre dragón y le tendió una mano a Jena para que subiera. Una vez ambas estuvieron sentadas en el lomo del animal, esta despegó seguida de sus crías, a lo lejos divisaron al caballero reapareciendo en el camino. Le gritó maldiciones a Agnes, al parecer él tenía como misión matar al dragón y ella siempre se lo impedía.

Otro caballero apareció en el camino. Agnes resopló y, nuevamente, usó su magia para arrojarlo al abismo. Jena la observó sin sorpresa alguna. Se había alarmado con los primeros cinco, pensando que eran caballeros distintos, pero en el sexto reconoció la voz del primero, confirmó con el octavo y cuando apareció el décimo decidió preguntar. Sí, era el mismo caballero, una y otra vez. Estaban dentro de su libro y, según la trama, no moría. Así que la bruja nunca iba a matarlo de verdad.

No entendía por qué tanto escándalo. Él solo quería saber qué se sentía, luego se dejó llevar por la curiosidad y quiso saber si la sensación era igual en diferentes zonas del cuerpo humano. Su compañero había muerto, sí, pero la escuela de medicina nunca le iba a entregar los conocimientos adquiridos con la experiencia. Apuñalar cadáveres no era lo mismo.

Haciendo de tripas corazón dejó su escondite hecho de cuerpos y corrió con todas sus fuerzas hasta la puerta antigua con diseño de enredaderas que había aparecido en medio del bosque. El monstruo rugió provocándole un dolor agudo en los oídos, pero no se detuvo, encajó la llave, cruzó, cerró veloz, y la bestia azotó contra la puerta. Alguien llamó a sus espaldas, era su hermana, corrió a abrazarla llorando de alegría. Llave y puerta desaparecieron y él nunca volvió a tocar una llave antigua.

Su corazón se detuvo un instante cuando el monstruo comenzó a revolver la pila de huesos y cadáveres que era su escondite. Supo que debía salir de allí rápido, seguro que el olor a humano era algo particular para aquella criatura y ser encontrado era cuestión de tiempo. Se arrastró con cuidado y en silencio, alejándose lento pero seguro. La llave comenzó a quemar en su mano otra vez y la puerta apareció de nuevo, a solo unos metros de distancia. Había esperanza, solo debía correr.

Los pasos pesados del monstruo y sus gruñidos llegaron hasta él. Aguantó la respiración, el deseo de llorar, de gritar y de vomitar. Solo quería salir de allí con vida, ver a su madre y a su hermana, volver a su aburrida vida de estudiante de contabilidad. Si salía vivo, nunca más iba a quejarse de la monotonía, ni de otros quitándole oportunidades, ni a insultar a las chicas que no querían salir con él. Iba a dejar de culpar a otros por sus fracasos y a ser la mejor versión de sí mismo.

Fue como una descarga eléctrica, su cuerpo reaccionó de pronto saltando a un lado para evitar la mordida del monstruo. Corrió desesperado por el bosque, era imposible llegar a la puerta mientras no se deshiciera de la criatura, tenía que despistarla y sobrevivir en el intento. El entorno no era alentador: había cuerpos sin vida regados por todas partes. Entonces vio su oportunidad, se enterró a sí mismo entre los esqueletos y cadáveres aguantando el llanto y las náuseas.

Dos palabras: majestuoso y aterrador. Su cuerpo dejó de responder frente a ese enorme reptil negro con alas y aliento de fuego. Ni siquiera pudo gritar, el aliento cálido del dragón llegó hasta ella mientras internamente recitaba sus oraciones. Que sí, su vida no era maravillosa, pero quería seguir viviendo. Cerró los ojos, la criatura resopló en su cara, la empujó al nido y las crías se acercaron. Algo pegajoso golpeó su cara, abrió los ojos: pescado. Los pequeños le ofrecían comida.

Volteó con cuidado, sus músculos dejaron de responder al ver a la criatura que lo observaba como si fuera un jugoso trozo de carne. Se quedó allí, a merced del repugnante hocico de esa mezcla entre insecto y bestia peluda de seis patas, al ojo podía decir que medía unos tres metros de alto. Entonces lo vio: la puerta había aparecido… detrás de aquel monstruo.

Corrió a todo lo que daban sus piernas, la llave quemando en su mano y la puerta rehusándose a aparecer. Los habitantes del pueblo ahora eran de color rojo, estaban furiosos y llevaban cuchillas de luz verde en cada una de sus cuatro manos. Dejaron de seguirlo cuando entró en un bosque y él suspiró aliviado hasta que notó los cuerpos sin vida a su alrededor. Tragó nervioso al reconocer el sonido viscoso de fauces masticando y luego el gruñido de una bestia que no sonaba ni pequeña ni amigable.

Su abuela decía: «La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena». Entonces… ¿Por qué era tan satisfactorio ver cómo la ricina hacía su trabajo en él? La venganza resultaba ser un veneno bastante dulce en su opinión.

Lo entendió porque ella hacía exactamente lo mismo: usar las letras para escapar de la realidad. La diferencia entre aquella bruja llamada Agnes y ella era, simplemente, que la hechicera lo había llevado a otro nivel mudándose al interior de un libro sin intenciones de dejar aquel mundo de fantasía. Ahora, frente al nido de dragones, Jena se preguntaba si había sido buena idea aceptar la invitación de la bruja para vivir una aventura en carne y hueso.

Un muro de enredaderas espinosas le bloqueó el paso a la salida del pueblo obligándolo a retroceder. Supuso que tenía que buscar una llave y abrir alguna de las puertas para dejar ese sitio. Recorrió el lugar de cabo a rabo, buscó debajo de cada piedra y miró en cada rincón, mas no encontró ninguna. Se dejó caer en el asfalto, resignado a pasar el resto de su vida solo en ese pueblo fantasma cuando un destello llegó a sus ojos. En lo alto del muro había una flor, sobre ella descansaba una llave.

Desconocía el origen de su ira, a veces pensaba que era solo la acumulación de tantas injusticias vividas y la frustración de no poder avanzar en ese sistema podrido. Solo sabía que ese ardor en el pecho no se iba, que el rencor crecía día a día y que estaba llegando a un punto de no retorno. Miró con desprecio al hombre que suplicaba en el piso, la bestia en su interior rugió y no pudo contenerse. Curioso, el monstruo de cuello y corbata que destruyó su vida también sabía aullar de dolor.

Lo más sensato era dejar el asunto allí y nunca hablar de ello, pero su consciencia no le permitía abandonar a alguien que quizás necesitaba ayuda. Carraspeó llamando la atención de la joven bruja que nadaba en las aguas del río ilustrado en el libro. Un chorro de agua salió desde las páginas dejándola empapada. —Te dije que no molestaras. —¿No necesitas ayuda? La bruja sonrió. En un pestañeo, la biblioteca se esfumó y Jena se encontró a sí misma de pie junto al río. Sí, estaba enloqueciendo.

Recorrió las calles de aquel pueblo fantasma gritando el nombre de su hermana. Los únicos que respondían a sus llamados eran el viento y su propio eco. Trató de entrar en las casas abandonadas: todas cerradas con llave. Siguió avanzando en medio del rosario de maldiciones que salía de su boca por ser tan tonto. ¡¿Por qué demonios abrió la puerta misteriosa que apareció de la nada?! ¡Era 2020! ¡¿Quién sería tan idiota como para tentar al universo con puertas mágicas?! Respuesta: él. Obvio.

«La sangre es más espesa que el agua. Lo siento, José», pensó e ignoró los gritos de auxilio de su mejor amigo. La decisión estaba entre su madre y hermana. La primera lo odiaría por no salvar a la segunda, así que encajó la llave en la cerradura y abrió la puerta que encerraba a Clara. Los gritos cesaron, hubo un destello y, de pronto, estaba en medio de un pueblo fantasma. Ni rastro de la sangre ni de su hermana. Se maldijo por tomar esa maldita llave. ¡Otra puerta que lo llevaba a la nada!

Debía ser solo un mal sueño o un engaño. Entró a casa, llamó a su hermana Clara y a su madre, las buscó en cada rincón sin encontrar rastro de ellas. Tampoco respondieron al teléfono cuando se cansó de buscar. Comenzaba a desesperar cuando la puerta de entrada se abrió, debían ser ellas. Fue a ver, no estaban. Palideció al toparse solo con las tres puertas cerradas y los gritos. La llave comenzó a quemar en su mano y lo comprendió: el acceso a casa solo apareció para mostrarle que todo era real.

No supo cuánto tiempo se quedó frente al estante pensando que había perdido la cordura. Tomó otro libro, revisó todas las ilustraciones y ninguna se movía ni gritaba como la chica del libro rojo. «¿No estoy loca?», pensó confundida. Sonrió, seguro era el estrés. Volvió a tomar su elección inicial y la ojeó de nuevo, ya no había chica en la ilustración, se encontraba varias páginas más adelante nadando en un río… ¡¿Era real?! ¡¿Por qué diablos estaba encerrada allí?!

Gritos ahogados provenían de cada una de las tres puertas, los reconoció: José, Clara, mamá. Trató de abrirlas, pero estaban cerradas con llave. Miró alrededor desesperado: nada. Estaba solo en medio de la nada, lo único que había eran tres puertas y gritos de auxilio. Un destello lo hizo mirar al piso. ¡Una llave! Los gritos se intensificaron y sangre fluyó por debajo de las puertas. Solo una llave y tres puertas. Entonces apareció una cuarta, abierta, veía su casa. ¿Salvaba a uno o a ninguno?

Una llave. No tenía idea de qué abría, pero la guardó en su bolsillo porque lucía antigua y por el diseño de pequeñas enredaderas entrelazadas con una flor en el centro. Avanzó por las oscuras y vacías calles hasta que una enorme puerta apareció frente a él: tenía el mismo diseño de la llave. La curiosidad pudo más que la razón. Encajó la llave en la cerradura, un «clic» y todo se volvió oscuridad. Cuando recuperó la consciencia se encontró frente a tres puertas, sin llave ni forma de regresar.

Amaba aquella antigua biblioteca en donde el silencio, la soledad y los libros eran su refugio. Recorrió los estantes buscando su siguiente escape de la realidad hasta que un tomo de cubierta roja brillante la llamó desde un rincón. Alcanzó el libro y ojeó las páginas, se detuvo en la ilustración de una joven que la observó sorprendida y luego gritó: «¡No molestes!». El libro se cerró y regresó a su lugar por sí solo. Jena quedó perpleja, ¡¿desde cuándo las brujas vivían en libros?!

Alguna vez escuché que todos tenemos diferentes visiones al morir... Siempre me gustó el sonido de las olas rompiendo en las rocas, el burbujeo del agua en la arena y el viento frío susurrando en mis oídos, no puede existir nada más hermoso que la inmensa paz del océano. Es la despedida más agradable que la vida me pudo entregar; no viví mucho, pero creo que esto significa que partí en paz. Lo disfrutaré por última vez, dudo que el más allá tenga horarios restringidos después de todo.

Estaba orgulloso: sus granjas eran las más productivas de la zona y sus productos Premium superaban con creces a los de la competencia. La cosecha había sido muchísimo más provechosa de lo que esperaba, definitivamente había acertado con la decisión de dejar al ganado a cargo del planeta durante los últimos 3000 años terrestres. Casi 8 billones de cabezas. ¡Fantástico!

Llegó a la residencia unos 10 minutos después, entregó el pedido y se despidió. De camino a la tienda se detuvo a observar cómo llevaban otro encargo, se compadeció del pobre hombre que sollozaba en la jaula. Lamentablemente, la mayoría de los vampiros en la zona seguían alimentándose de forma tradicional y preferían a sus presas vivas, conscientes y dispuestas a huir para poder cazarlas como en los viejos tiempos.

Podía olerlo: la bruja y su máquina infernal. Se refugió tembloroso y con el pulso acelerado. Quién debía protegerlo llamó, pero no respondió, sabía que era un traidor. Trató de huir, se resistió cuando lo atrapó para llevarlo ante ella, la bruja sonreía… Pidió auxilio con la mirada, pero su protector solo sonrió. ―No seas dramático. Es solo un corte de pelo, Leo. Leo ladró a modo de protesta. Para su humano sería «solo un corte de pelo», para él eran 60 minutos en el infierno.

Sentidos alerta, músculos tensos, ni un solo sonido en la habitación, nada podía distraerlo de su misión. Apenas el insolente apareció se abalanzó sobre él, esta vez lo tenía, estaba seguro. Miró bajo sus patas... ¡NO! Otra vez había escapado y se burlaba paseando sobre la pared. Saltó al ataque nuevamente mientras su humana sonreía enternecida al ver su instinto de cazador despertado por un simple láser.

Pudo pasarse la vida odiando a quién la abandonó, culparla de todas sus desgracias y dejar que el rencor le carcomiera el alma. Pero decidió que ya era suficiente tormento y que su corazón herido necesitaba un respiro. Eligió el perdón, no por aquella persona que debió protegerla y nunca estuvo allí, sino por la paz de su alma y por su futura felicidad.

A veces se preguntaba si en su afán de encontrar respuestas había perdido toda su humanidad. El llanto de su hija ya no removía nada en él, tampoco ver a su nieta casi sin vida. Quizás años atrás hubiera admirado el proceder de la chica, pero ahora solo parecía absurdo. Sacrificarse por el enemigo. Ridículo.

Tomó a la temblorosa criatura que lo miraba con ojos desorbitados y se resistía a entender que lo sacaba de ese basurero para llevarlo a un paraíso. ¿Quién lo diría? Que una expedición sorpresa a la Tierra terminaría con él llevando una adorable mascota humana a casa para sus niños.

Después de 7 años aún estaba allí, esa calma que sentía con solo tenerla a su lado. Eran tan diferentes y a la vez tan iguales. Una sosteniendo una copa de vino tinto y la otra con una jarra de cerveza Stout. Sus conversaciones siempre tenían más de algún beso intermedio seguido del típico reclamo "sabes a cerveza" o "sabes a vino", pero que nunca era impedimento para uno nuevo después de un "a ver si esta vez me convence tu dichoso vino" o "a ver si consigues que me guste esa cerveza".

Confianza. Desde aquel día aquella palabra venía a su mente cada vez que miraba las flores del jardín y sus labios se torcían en esa mueca amarga. ¿Cómo podía volver a confiar en alguien cuando el amor de su vida la había traicionado así? Ya no podía confiar ni en sí misma; toda la vida meditando y recitando mantras para después traicionarse cediendo a la ira... Por lo menos el desgraciado había cavado la fosa con anticipación... También era un excelente abono, tenía que decirlo.

Esos ojos emocionados, la sonrisa y los gestos nerviosos... Se parecía tanto a él. Nadie podría negar que su hija era, en definitiva, el retrato vivo de su difunto marido. —¿Qué pasa? —preguntó la joven, luego añadió con tono travieso—: ¿No me digas que eres de la que llora en las bodas? Solo entonces notó sus propias lágrimas, las limpió con rapidez y rio con ligereza. Abrazó a la joven que sonreía enternecida y le besó la mejilla, deseándole toda la felicidad que ellos no pudieron tener.

No pudo con el esfuerzo de atacar y de mantener la barrera mágica alrededor de Jena a la vez. Le ordenó a la chica que huyera mientras ella distraía a la bestia, su compañera obedeció al instante. Minutos después, Jena se escondía en una cueva; Agnes suspiraba aliviada al pensar que ahora, con su amiga a salvo, sí podría concentrarse; la dragona abría sus enormes alas para volar furiosa hasta la cueva.

«Lo siento, esta es su única vida. Tú tienes muchas» murmuró. Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla cuando le lanzó un disparo letal al dragón que cayó haciendo un estruendo. Agnes corrió hasta Jena, espantó a las crías y trató de curar las heridas de la chica sin éxito. Gritó furiosa y frustrada, tendría que llevarla con alguien que sí supiera magia de sanación; el problema era que ese alguien no estaba en el libro y no quería verle.

Le disparó un rayo a la bestia en un vano intento de hacerla retroceder. Siguió disparando sin descanso, pero no conseguía alejarla de la cueva. La dragona tampoco soplaba su aliento de fuego. «¿Por qué?», se preguntó Agnes. El grito de auxilio de Jena llegó hasta sus oídos y entonces lo recordó: las crías. Las crías de dragón debían estar en la cueva… y Jena era una desconocida para ellas.

Retrocedió aterrada, tropezó, cayó y se arrastró torpemente para alejarse de esos gigantescos y afilados dientes. Tuvo un sobresalto cuando sus manos se posaron sobre algo escamoso que soltó una especie de gruñido agudo, lo reconoció: eran las crías de dragón.

Jena se dejó caer contra la fría pared rocosa sin poder controlar su tembloroso cuerpo. Nunca en la vida había visto a alguien tratando de domar un dragón. «Agnes definitivamente es la persona más valiente que he conocido», pensó con admiración mientras intentaba calmar a su galopante corazón. Mas fue imposible encontrar calma, en ese instante las gigantescas fauces del dragón trataron de sacarla desde el interior de la cueva.

Al poco tiempo comprendió las dinámicas de vivir en un libro: sin importar sus acciones, la trama seguiría su curso de una u otra manera. El caballero consiguió matar al dragón mientras Agnes y ella dormían, de esa manera se desposó con la hija del rey consiguiendo la corona. Jena tuvo que consolar a su compañera mientras caminaban de regreso al capítulo en donde el dragón aparecía por primera vez.

Le ayudó a cargar las recompensas en el lomo del dragón de mala gana, sin perder oportunidad de reprocharle que engañara a un montón de aldeanos para obtener comida. Agnes la miró con ojos entornados y le preguntó si prefería regresar al lugar podrido que era el mundo real. Jena se mordió el labio, montó en el dragón y no dijo nada más. Prefería eso a regresar.

Lo entendió todo cuando la bruja Agnes lanzó una bola de fuego en dirección al dragón. Los aldeanos dejaron de escapar cuando ella se anunció como su salvadora, todos vitorearon su «heroica hazaña» y le agradecieron con donaciones por salvarlos. «¿No te avergüenza timarlos?», preguntó Jena molesta. «De algo hay que vivir», respondió ella encogiéndose de hombros y acariciando a la dragona a quien luego felicitó por su impecable actuación.

Aterrizaron cerca de un poblado. Las crías se escondieron en una cueva, la madre dragón emprendió el vuelo, y Agnes la guio hasta la villa. Jena se preguntó adónde iría la madre, tuvo su respuesta cuando el dragón apareció sobrevolando las casas y escupiendo fuego, provocando el pánico de los pobladores. Miró a su compañera aterrada, pero ella solo reía por lo bajo con el espectáculo… Lo estaba disfrutando.

Jugaron con las crías de dragón hasta que un destello plateado apareció en el camino: un caballero y su escudero. El hombre habló en un español antiguo que no pudo comprender, solo entendió que, según él, ella era una damisela en peligro y Agnes una bruja malvada. Iba a gritarle que la bruja era buena cuando esta lo empujó al abismo usando su magia y regresó a jugar con una enorme sonrisa, como si nada hubiese pasado. Quedó fría. ¿Y si era capaz de acabar con ella con la misma sonrisa?

Pensó en buscar alguna apertura, en correr, en luchar, pero su cuerpo no respondía. La bestia se acercaba lentamente, relamiéndose con esa lengua larga y delgada. «Seguro que para esta cosa soy como un platillo exótico», pensó Dani al mirar los cuerpos que había alrededor. Todos tenían cuatro brazos, por lo que quizás era el primer humano que esa criatura veía en la vida. El hocico se abrió como una flor con pétalos recubiertos por cientos de dientes afilados, estaba lista para engullirlo.

Terminó en medio de otro pueblo. Pero, en esta ocasión, no estaba vacío. Cada uno de los habitantes tenía seis ojos, cuatro brazos, y la piel de diferentes tonos azulinos. Lo miraban como si fuera un bicho raro. Trató de explicar su situación, pero ninguno hablaba su idioma. Fue entonces cuando vio la primera llave colgando del cuello de uno de ellos, se abalanzó sobre él y la arrancó, esperando que la primera puerta apareciera. Nada pasó, solo él enfrentando a una turba que gritaba enfurecida.

Tenía rasguños en los rasguños, astillas por todo el cuerpo y sus fuerzas ya casi lo habían abandonado. Ese muro lleno de espinas resultaba más alto de lo que había pensado, pero debía llegar hasta la llave que estaba en la cima si quería salir de allí. El golpe de alegría que tuvo cuando lo consiguió se desvaneció tan rápido como llegó al recordar que debía bajar tan tortuosamente como había subido. Al bajar ya no existía pueblo, solo seis puertas. Dudó. ¿Lo llevarían a casa o a más torturas?

Siempre llegas sin que te inviten a pesar de no ser bienvenida. ¡¿Cuántas veces tengo que echarte para que entiendas?! A estas alturas es hasta gracioso que tu absurda insistencia siempre rinda frutos, porque no importa lo bien que marche todo, siempre terminas arrancando de raíz mi bienestar con tus palabras venenosas. Lo triste es que las pronuncias con mi voz... Solo márchate y déjame en paz, aquí no eres bienvenida y no importa que ganes mil batallas porque no ganarás la guerra.