Aún recuerdo aquella última noche y cómo con un beso me despedí de nuestra historia. Nunca tuve el valor de decirte adiós porque en el fondo sabía que si te lo decía jamás me dejarías ir y este venir constante terminaría matándonos entre promesas rotas y palabras agridulces llenas de “lo siento” y “te perdono”.

Hoy me busco... Me mando mensajes e intenta recordarme nuestros días felices pero en mi solo quedan sus palabras hirientes, gritos y malos tratos. Me pidió perdón como en los viejos tiempos pero se le olvida que yo ya conozco sus técnicas así que prosiguió con el chantaje de estar al borde del abismo, de beber para poder seguir... solo que ya no le creo nada y entonces me llamo “puta” porque piensa que eso me duele. Pero se equivoca porque yo ya soy libre y feliz... al estar sin él.

La primera vez me compara con su ex novia y lo bella que ella es. La segunda vez me dijo que yo buscaba a alguien más cuando era al revés. La tercera vez se alejó y la buscó a ella. La cuarta vez me lastimó los brazos y dejo llorando. La quinta vez me tacho de actuar y ser una mujerzuela. La sexta vez me llamo por teléfono para gritarme “te odio”. No hubo séptima vez porque logré escapar de todo aquello.

Mi madre siempre me ha dicho que la felicidad son los instantes que jamás se vuelven a repetir, los recuerdos que nos calientan un poco el corazón. Y mi felicidad es poder tomar una taza de café con ella, reír sobre chistes que solo nosotras conocemos, escuchar su risa y poder darle un abrazo antes de decirle “te quiero”.

Me he bañado en la luces de la gran ciudad. He nadado entre su gente y resurgido cual naufrago llegando al puerto. Entre sus calles encontré el significado de la palabra amistad. Y es que si miras con cuidado y después de algún tiempo le encuentras su encanto. Porque aún ante los kilómetros y años que no separan, sigo recorriéndola y amando esas luces neones que me recuerdan mis año de juventud.

Hay partes de mí esparcidas por efímeros instantes y lugares así que cuando cierro los ojos me transporto a esos momentos, veo esas calles, puedo percibir los olores, sonidos y sabores de esos preciados minutos. Es cuando entiendo que no hay tesoro más predicado que nuestros recuerdos.

Hay días en los que mi memoria me lleva a viajar hasta esas mañanas sentada en esa mesa donde un plato lleno de fruta me da la bienvenida, mi licuado favorito está servido y la voz de mamá mientas tararea una de sus canciones favoritas me da los buenos días y durante ese instante yo vuelvo a ser aquella feliz niña que no tiene problemas, miedos ni inseguridades.

Algunas noches te busco en la cama, estiro mi mano derecha e intento recordar la sensación de tu cálida piel sobre mi palma aunque cada noche que avanza me resulta más difícil, quizás de eso se trata el seguir adelante sin ti.

La memoria es misteriosa, hay días que recuerdo claramente tus labios y otros en que olvidó el sonido de tu voz al decir mi nombre, temo que esto pasa al ocultar mis sentimientos por ti y mantenerte alejada como si lo nuestro fuera un pecado... un maravilloso pecado que me gusta recordar en mis tardes de soledad.

Emma siempre fue una mujer observadora quien disfrutaba de las pequeñas cosas como el olor de la tierra húmeda, el canto de las aves o leer un buen libro mientras tomaba una taza de té. Ella amaba esos pequeños instantes dónde podía voltear a ver al cielo y recordar lo maravilloso que es vivir.