Antes de descuartizarle, la luna pregunto al sol a gritos que la hicieron perder la voz si su luz era propia, de si misma, suya, el sol mudo no respondió, y la pregunta continua haciendo eco por el cosmos.

No ha de sorprender a nadie, que al momento de arrancar un trozo de su cuerpo tomaron el que más se parecía a si mismos. Su belleza era íntegra, pura, al ser un simple reflejo de otro que la creía así.

Y ambas cantaron a la vez, sin distinción de cuerdas o voz, sin lengua y a través de todas las cosas, con las pieles cosidas entonaban vitalidad y desesperación. Su voz hacía eco en todo lo existente, y antes de que se diese cuenta, su carne se hizo verbo

Cómodamente, a la sombra del árbol Ningúna flor crece y ningún pájaro canta. Cómodamente, a la sombra del árbol. Los perros ladran a lo que no conocen y las polillas persiguen las luciérnagas. Cómodamente, en la sombra del árbol. Se oxidan las cadenas por las lágrimas y los cuellos se tuercen lentamente. Cómodamente, bajo la sombra del árbol. El cadáver del sol mudo yace encadenado. Incomodamente, fuera de la sombra del árbol. Se escucha el aullar estridente de un hambre insaciable.

Me arranqué el rostro para parecerme a ti, pero no podía ser tu, pues ya estás muerta.

Di todo lo que tenía, queme todo lo que tenía, olvide todo lo que tenía, espero lo sepas una vez muera en tus manos, que es a día de hoy, lo único que me mantiene con vida siquiera

Piensas con lo que sabes, ves lo que sabes, lo que sabes es lo que existe. Por eso no puedes pensarme, por eso no puedes verme, por eso no existo, por qué solo existes tú.

Tu tiempo ha llegado amigo mío, deja las armas, deshazte de tus tesoros, abandona tus conocimientos y tus miedos, deja atrás todo lo que jurabas ser. Escucha sus latidos estridentes, marcha al ritmo del tambor acrisolante de su pecho, ella nos llama, la Tejecorazones, cesa tus esfuerzos, son inútiles.

A más miedo tengas al fuego, más lento arderá la cera que es tu piel y más prolongado será tu sufrimiento. Derrite todo lo sobrante, quema todo lo que a ella no pertenezca.

Los perros de la tradición me escupieron sus sobras desde pequeño, imaginaron que me tragaría sus falacias y viviría acordé a ellas. Los rugidos de mi hambre fueron incapaces de contener, los huesos sin carne que me arrojaron crujieron bajo mis colmillos hasta que no quedo nada de ellos aparte de mi, y ahora, lo único que se interpone entre sus interiores y mis dientes afilados son sus hocicos viejos que han olvidado lo que es morder. Una vez los destripe, sabré si hay algun buen sabor en ellos.

Repiten su nombre vanamente, en los lugares más oscuros y de las formas más osadas, portan su voz como si en ella estuviesen sus cuerdas vocales, juran que el oropel salido de sus bocas goza de dureza, mas solo una mordida basta para mostrar su fragilidad. No todo lo que brilla es oro.

Cómo reunir, como reunificar, cómo coser con mis manos cuando a los que pido ayuda entre ellos toman los trozos caídos y se los guardan en los bolsillos. No comprenden aquello que es incapaz de poseerse, algo que es imposible de asirse a cualquier voluntad individual, pero aún así lo intentan, y como el agua tomada del mar, se les resbala de las manos, y mientras más intentan tenerla, más desesperación hay en ellos.

Raja de par en par a quienes intentaron ocultarla en su interior, de sus tripas toma y expone aquello que los cobardes son incapaces de mostrar al mundo.

Arráncale los ojos a un hombre que ve mentiras dónde solo hay verdades

En épocas de escasez, cuando la paja superaba al grano en numero, y cuando el hambre era una necesidad y no un placer, se usaba el cuerpo de la tejecorazones como comida, para algunos era repulsivo, otros una delicia de exclusivo consumo. Entre los verdugos que la despedazaban no quedaban ya muchos cuerdos. Aun en esas épocas, su cuerpo esplendoroso solía guardarse como tesoro, y pese la desolación causada por el hambre algunos estaban dispuestos a aguantarla por poner su ración en un altar.

¿Por qué permanecieron callados, escuchando con sus corazones los gritos que de su garganta cortada provenían?

Su belleza es más que cada una de sus partes arrancadas, más que cada uno de sus órganos pulverizados, más que cada trozo de su cuerpo tomado por los hombres, puedes aferrarte a las pequeñas frivolidades de un tesoro propio, pero atente a las consecuencias.

El fuego blanco que quema es también el fuego negro que consume.

Mis letras sangran, sangran por lo que intentan contener, por lo que han visto y testimoniado, sangran ríos por qué no pueden retener lo que contienen. Forman mares desde sus interiores, entregan todo lo que tienen al que esté dispuesto a abrirlas de par en par y tomar lo que hay dentro de ellas.

Esas grietas en tu piel, permíteme ver a través de ellas.

Los tambores latientes de su pecho anuncian la muerte de los hombres, arrancandoles su órgano más noble y cosiendolo a si, buscando semejantes entre las masas de carne, limpiando los ríos de sangre con sus lágrimas de rutilo esplendoroso, con ese trémulo caminar que la hace topar con quienes no la buscan. Con esa belleza de variaciónes perceptibles, que hace a algunos tomarla por monstruo y a otros infatuarse neuróticamente de esa amalgama que ella es. Mujer recosida y crisol de todo hombre.

No hay lugar en mi mesa para ellos, estos perros sin bozal, de paladares groseros y lenguas grasientas y sencillas no comprenden los sabores que les presento a catar, y con tanta audacia discuten mis gustos, aun cuando del hocico les desborda la carne. En los apetitos voraces de estos catacaldos hay cierta virtud, si, eso lo reconozco, pero solo cuando es usada centradamente, esta desmesura no es selectiva en sus comidas, pues traga y traga, no saborea, ni destripa, no trocea ni mastica.

A mayor bestialidad el hombre, de mayor calidad es la parte arrancada de ella. Mas cuando sea tu turno, ¿habrá entre tus carnes algo que ella reconozca como suyo?

Hablemos de gustos cuando puedas distinguir los sabores.

Entonces los sarcófagos devoraron al sol, y cada vez que abrían la boca el esplendor de sus entrañas quemaba a los demás, y por cada herida y grieta en su piel la luz se les desbordaba. Tanto esmero en consumirle, sabiendo como era de incontenible.

Deja que tus apetitos se desborden y muerde su rostro, saborea lentamente la tierna carne de sus labios y deléitate en los rubores palpitantes de sus mejillas. Ahoga tu sed en sus lagrimas agrias hasta encontrar su dulzura, embriágate del icor de sus venas y deja a tu paladar y nariz gozar de la exquisitez que es su cuerpo. Oh, pero que la embriaguez no te pase en cuenta, borra todo rastro de su consumo, que quienes ya han saboreado al sol mudo cambian eternamente.