Mis pies tocaron un gran jardín, que se extendía más allá de lo que mis ojos me permitían ver. No sabía dónde estaba... No sabía hacia dónde me dirigía... No sabía qué hacía ahí... Pero algo tenía claro: Debía llegar a mi destino.
«Tal vez él pueda ayudarme», pensé viendo la silueta de un anciano que arreglaba el hermoso jardín.
—Disculpe... ¿Sabe cómo puedo salir de aquí?- pregunté.
—Sí —respondió sin distraer su vista del jardín— Debes usar tus pies, ellos te llevarán hacia la salida.
—¿Pero hacia dónde se encuentra la salida? —volví a preguntar.
—Puedes caminar hacia la derecha, o puedes caminar hacia la izquierda... Tú decides.
—¿Y si camino hacia el centro? —pregunté confundido.
—Si caminas a la derecha, estarás a salvo. Si caminas a la izquierda, estarás a salvo. Si caminas al centro, tarde o temprano serás aplastado —dijo mientras tomaba una pequeña fruta del jardín entre sus dedos y la oprimía con fuerza hasta extraer el jugo de ella— Aplastado como una uva...
Lo miré confundido unos instantes, tratando de descifrar algo: ¿Quién era ese hombre y por qué estaba arreglando un jardín en mis sueños?
—Lo que necesito realmente es saber cómo puedo salir de aquí —dije esperando una respuesta más clara.
—¿Lo que buscas entonces es conocimiento?
—Supongo... —dije— Quiero el conocimiento necesario para poder salir.
—Entonces no es conocimiento lo que buscas... Fue solo tu ambición por salir lo que movió a tus pies hasta estar al lado mío.
—Supongo... —repetí mi respuesta.
—Tienes la ambición de salir, pero no el conocimiento de cómo hacerlo. Y tener ambición sin conocimiento, es como tener un barco en tierra firme.
La conversación comenzaba a molestarme. Ese pequeño hombre, que no miraba a mis ojos, seguía esquivando una simple pregunta... ¿Acaso estaba jugando conmigo?
—¿Cree que es gracioso? —le pregunté.
—¿Qué cosa podría pensar que es graciosa? —respondió él.
—Será mejor que deje de jugar conmigo. Créame que soy más fuerte de lo que parezco —Le advertí, pensando que tal vez responda frente a un tono más intimidante.
—No importa quién es más fuerte, sino quién es más listo —respondió él.
—¿Acaso realmente quiere pelear conmigo? —le dije, y sus ojos por primera vez se posaron sobre los míos.
—Pelear no es bueno, pero si debes hacerlo, gana —expresó, y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
En ese momento comprendí que si peleaba con ese pequeño hombre, sin lugar a dudas sería derrotado.
Volvió a posar sus ojos sobre el jardín, y mi cuerpo se relajó por eso.
—¿Por qué quieres salir? ¿A dónde estás tan apurado por llegar? —me preguntó.
—No lo sé... —respondí— No sé dónde estoy, no sé hacia dónde me dirijo, y no sé qué hago aquí... Pero algo tengo claro: Debo llegar a mi destino.
—Cuando empieces un viaje, es mejor que sepas en dónde vas a terminar. Si no, es como quedarse en casa —me respondió.
Miré alrededor, pensando que tal vez nunca encontraría la salida.
—¿Entonces no va a ayudarme? —le pregunté.
—Puedo ayudarte si quieres. Pero debes decirme en qué necesitas ayuda.
—¡Ya se lo he dicho! —respondí, y nuevamente mi tono sonó amenazante— ¡No sé dónde estoy, no sé hacia dónde me dirijo, y no sé qué hago aquí! ¡Lo único que sé es que debo llegar a mi destino!
—Entonces hay algo que sabes.
—Solo sé una cosa, pero hay muchas más que desconozco.
—Confía en la calidad de lo que sabes, no en la cantidad —me respondió, y con esas palabras mi mente comenzó a aclararse.
Volví a mirar el jardín, y esta vez pude ver cientos de salidas posibles. A la derecha, a la izquierda, e incluso al medio.
—¿No importa el camino, lo importante es caminarlo? —le pregunté, pero él no dijo nada.
Di unos pequeños pasos hacia la derecha y me detuve.
—¿Tienes miedo de llegar a tu destino? —me preguntó.
—No... —respondí— A lo que le temo es al camino. El camino siempre ha sido mi enemigo...
—Está bien perder contra el enemigo, pero nunca debes perder contra el miedo —me dijo.
—¿Usted no vendrá conmigo? —pregunté, aunque sabía la respuesta.
Sus ojos se posaron nuevamente sobre los míos, pero esta vez no transmitían miedo. Esa no era la mirada de un guerrero, era la mirada de un sabio.
—Para hacer miel las abejas necesitan flores jóvenes, no hierbas viejas... —añadió finalmente, sin que yo pudiese comprender qué estaba diciendo.
Mis pies comenzaron a caminar hacia una de las salidas, y aunque muchas de las plantas del jardín intentaron detenerme logré llegar a ella.
Abrí los ojos en el momento justo en el que abandonaba ese extraño lugar. Ahora estaba en mi cama nuevamente. Miré las paredes de mi habitación, todo estaba exactamente igual... Todo salvo una cosa: Yo ya no era la misma persona.
Aún seguía sin saber qué hacer de mi vida, pero sabía que debía hacer algo. Sin importar cuantas veces deba intentarlo, sin importar cuantas veces pueda fracasar, lograría llegar a ese destino que desconocía, pero que tanto anhelaba.
Gracias por leer!
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