Eleonorus era una gimnasta polémica que obtuvo fama, tanto por de sus métodos poco convencionales de entrenamiento, como por las innumerables competencias ganadas.
A fin de año, sus vecinos se encontraban con los trofeos que ella descartaba a la calle como basura. Asombrados, llegaron a contabilizar hasta quince bolsas repletas de medallas y copas que eran desechadas sin ningún atisbo de sentimentalismo.
Entrenaba y daba clases en el Club Río de La Plata y vivía con su gato Oli, un felino con cara de rabioso que la acompañaba adonde fuese, colgado de su hombro. El animal amenazaba con sus garras a cualquier persona que osara tocarlo o dirigirle alguna palabra cariñosa. Dueña y gato eran intolerantes a las pantomimas melosas de las personas, que consideraban un signo de debilidad y estupidez. Ambos funcionaban como por simbiosis.
Compartían cada instante de sus vidas muy de cerca, en especial los momentos de entrenamiento extra, que ella realizaba los fines de semana en el parque. Humana y felino, ejecutaban contorsiones que desnaturalizaban toda lógica física, a tal punto que una vez, una pareja de ancianos que circulaba por allí se infartó del susto al verlos reposar en posiciones abrumadoras.
Pero eso no fue nada, comparado con el alboroto que armó un rabino al intentar exorcizarlos leyéndoles a gritos La Torá, suponiendo que solo el demonio podía hacer que tomen esos portes. En aquella oportunidad la situación llegó a su fin cuando la gimnasta, provista de su balster, un almohadón circular y alargado, golpeó al hombre de fe en la cabeza y le clavo la mirada. Fue entonces cuando él pudo constatar la existencia del fuego infernal a través de aquellos ojos. Algo que años después le serviría como inspiración, para escribir el libro “Yoga, una actividad Satánica”.
Eleonorus era hija de una familia terrateniente, que la crió en la más estricta educación. Forjada bajo leyes religiosas férreas, siempre se las arregló para cumplir con las mismas, al tiempo que deslizaba su voluntad entre medio.
De pequeña le agrada jugar a los centros de concentración con sus peluches y solía despellejar muñecas como pasatiempo preferido, a tal punto que a los ocho años se declaró abiertamente frente a su clase, admiradora de Francisco Pizarro, por sus métodos de tortura y descuartizamiento. La hermana Nilda que estaba presente en ese momento y conociendo cómo venía la cosa, creyó que le daría un soponcio. Luego de recuperarse y evaluar la situación, tomó cartas en el asunto enviando una nota a sus superiores, solicitando la intervención del Vaticano, ya que la niña daba muestras de estar poseída por el espíritu errático de Hitler. O al menos eso era lo que creía.
De Roma enviaron clérigos de alto rango para examinarla. Ambos se toparon con una niña sumisa y aterrada, que abrazaba a una humilde marioneta sin ojos. Luego de obtenidos los resultados de las pruebas y aliviados por la falsa alarma, quedaron apenados frente a la criatura. Por ello, antes de partir, decidieron regalarle un nuevo muñeco como compensación a las molestias ocasionadas. Presente que Eleonorus recibió más que contenta, evaluando qué tipo de padecimiento practicaría con ese nuevo ejemplar, tras haber engañado muy fácilmente a esos hombres.
A los quince años, ya sabía leer el tarot y realizaba brujerías en las noches de luna llena, con tal efectividad, que tenía en su haber varias sequías, plagas y muertes, sin remordimiento de conciencia alguno.
Aproximadamente a los dieciséis años, dio de lleno con su vocación, aquella que la acompañaría hasta los últimos momentos de su vida. Se halló con ella, en un día como cualquiera, cuando entraba al gimnasio del barrio en el que vivía, con la excusa de ir al tocador y allí provocar un incendio al establecimiento. Portaba en su mochila todos los elementos para cumplir con dicha tarea, pero camino a los sanitarios su misión quedó repentinamente olvidada. Sus ojos se habían posado sobre una profesora que tenía atado a un alumno por ambas extremidades y al grito de “¡vamos por más!”, tensaba las sogas infringiéndole severos espasmos de dolor. La actividad duró aproximadamente una hora, tiempo en que sólo la música del lugar amortiguaba las exclamaciones de sufrimiento. Obnubilada por la escena que estaba contemplando y plena de felicidad, por encontrar una forma de tortura legal, Eleonorus, se acercó a la mujer para dedicarle su admiración y solicitarle ser su aprendiz. Tal fue el entusiasmo, que concertó de forma inmediata, día y hora para poder iniciarse.
Pasados los años, se volvió especialista en dicha profesión llegando a realizar múltiples postgrados de la misma. La promocionaba inocentemente como “trabajo corporal, cuerpo y conciencia”. Se hizo de múltiples adminículos de diversos tamaños y formas, que usaba para llevar a cabo los tormentos. Miles de víctimas cayeron en sus garras, movidos por el deseo de mejorar su elongación y calidad de vida, padeciendo un surtido de martirios provocados por tal actividad, la que eran incapaces de abandonar, temiendo el dolor de las represalias que se sabían, eran peor que lo vivido en sus clases.
Pero ocurrió que esta gimnasta tuvo una muerte repentina y muy sangrienta, por causas desconocidas. Y como su alma no fue recibida en el cielo, por muy mala y tampoco en el infierno, por temor a que imponga allí una dictadura genocida entre los habitantes del inframundo, quedó atascada en la tierra, vagando de gimnasio en gimnasio, atormentando a sus concurrentes.
Eleonorus, como fantasma, tenía la cualidad de dejarse ver cuando se lo proponía, caso contrario deambulaba en modo invisible.
Solía hacer apariciones sorpresivas a aquellas personas que no podían levantar más de diez kilos en pesas, como así también a los que no podían seguir de manera coordinada las clases de zumba. Pero tenía especial debilidad por el sector donde se practicaba pilates o streching. Allí al notar cualquier indicio de poca elongación, o trabajos de estiramiento mal realizados, se materializaba en medio del grupo, ejemplificando cómo se debía realizar el movimiento, dejando a todos pasmados de terror.
Era un espíritu risueño que anunciaba su presencia entre risas, pues planificar maldades le arrancaba carcajadas. Siempre trataba de superarse y hacer que el mal vaya en alza. Para ello, pasaba las horas, observando y analizando, para luego perpetrar sus planes con claridad y certeza. En una de sus últimas apariciones, tomó por sorpresa a un señor entrado en kilos que intentaba correr sobre la cinta. Se le materializó por sobre el tablero del aparato, en una apertura de piernas de 180 grados, con una gran risa socarrona dibujada en el rostro, al tiempo que apoyaba sus manos sobre los botones de comando, para aumentar la velocidad. Como resultado del hecho, el hombre se orinó encima del espanto y perdió el equilibrio, saliendo fuertemente empujado hacia atrás por consecuencia de la aceleración, terminando sobre dos mujeres que hacían ejercicio en una pelota. Ambas culminaron aplastadas bajo el peso del señor, al tiempo que la bola salía disparada sobre un dispenser de agua, que con el impacto, derramó su contenido sobre el piso, haciendo patinar a media clase de aeróbic que no se percató del incidente por estar concentrada en la música y los movimientos. El saldo total fue de varias lesiones musculares por desgarro y fracturas, siendo el caso más grave una conmoción cerebral que tuvo que ser inmediatamente hospitalizada.
Casos similares, se sucedían a diario en diversos gimnasios de la ciudad. Algunos locales decidieron cerrar, producto del asedio de esta alma perturbada que los rondaba. En cambio otros con más determinación, presentaron batalla, difundiendo retratos del fantasma y poniendo una alta recompensa a quien pudiese desterrarlo para siempre al más allá. Chamanes, parapsicólogos y videntes naturales desfilaban, tentados por el dinero, pero todos se marchaban burlados por el espíritu de la gimnasta que los volvía locos, divirtiéndose con ellos a más no poder.
Sólo sería el pequeño Fran, el que casi sin querer, daría algo de luz a la situación.
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