christian-rivera1555990824 Christian Rivera

Los cuentos de está antología son de diversas temáticas, pero comparten como común denominador algún elemento fantástico o surreal así como también un tono de tristeza mezclado con un poco de suspenso. (Acepto críticas constructivas xD) Índice 1-Arrebol 2-Alondra, despliega tus alas y vuela lejos 3- María y Aíram 4- Licántropa o (Me como mis penas con salsa picante) 5- Vienes con el viento


Cuento No para niños menores de 13.

#cuentos #locura #239 #surrealismo
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Arrebol

Seis frías y gomosas manos azules me arrancan la ropa de un estirón. No puedo moverme, tampoco mirar con nitidez. ¿Quiénes son ellos? ¿dónde estoy? Un tentáculo metálico emerge del pecho de una de esas borrosas siluetas azules y se conecta en mi pectoral izquierdo. Tengo miedo, mucho miedo. El sudor invade mis manos, mi frente y el dorso de mi nariz. Mis parpados se abren más de lo normal intentando reconocer mi entorno, pero una cegadora luz me dispara directo al rostro. No puedo apreciar sus facciones, pero se que están mirándome, analizándome. Uno de ellos toma una especie de utensilio filoso y lo aproxima a mis ojos. Se da el lujo de hacerlo de manera pausada, pues el infeliz sabe que estoy a su merced igual que una rana en un laboratorio de química. Más cerca, cada vez más cerca hasta que… despierto de este sueño recurrente o mejor dicho pesadilla.

Son las 7:17 de la mañana. Hoy también amaneció nublado. Hace tiempo que no veo la luz del día como se debe.

La cafetera exprés vierte el café con aroma tostado en mi taza verde favorita. Con mi café, en mano, camino hacia la segunda habitación del departamento. Las paredes y el piso de la habitación parecen una pintura abstracta, de esas que dan la impresión que un niño salpico todo de pintura. Algunos cuadros están colgados, otros apilados y el resto recargados sobre una de las paredes. Tubos de pintura de óleo yacen sobre una vieja mesa de madera con una cubeta reemplazando una de las patas. Un bote de yogurt vacío guarda pinceles manchados con pintura seca. Me coloco frente al lienzo que deje puesto en el caballete anoche. Cierro los ojos mientras me concentro, y con las yemas de los dedos toco la tela blanca delineando las infinitas posibilidades que podrían llenar el vacío. El frio me hace añorar los días calurosos en mi pueblo natal cuando de chiquillo me sentaba en el techo de la casa de mis padres. Desde ahí se podía observar el mar. Adoraba contemplar los atardeceres, especialmente cuando había arreboles. Esa hermosa mezcla de color rojo, naranja con rosado del que se teñían las nubes. Era como un regalo por parte del sol antes de ocultarse para dejarle el lugar a la oscuridad. Abro los ojos. Sin darme cuenta descubrí un arrebol plasmado en el lienzo de igual forma que un invidente descifra las palabras en braille.

Ordeno los óleos y me dispongo a empezar con la pintura, pero no veo el color rojo por ningún lado, que extraño, estoy seguro que si tenía. Reviso entre mi desorden, detrás de la mesa y en los cajones; nada.

Me acomodo mi gorro beanie y me subo el cierre del rompevientos. Tras cerrar con llave el cerrojo, giro la chapa para asegurarme que tiene bien puesto el seguro. No es que desconfié de los vecinos solo es una manía que tengo. El día se ve gris con olor a tristeza. Cae llovizna ,apenas perceptible, pero humedece más que las gotas gordas de lluvia.

Los taxis pasan al lado de la privada, pero prefiero caminar. En el trayecto noto que las calles están vacías como si fuera un 25 de diciembre.

Después de preguntar en varias tiendas, por alguna extraña razón, ninguna está surtida del color rojo. Observando el camino me percato que no hay color rojo en ningún objeto. Es casi como si ese color estuviera prohibido en la ciudad o hubiese desaparecido por completo. Quizá estoy exagerando y no he prestado la suficiente atención. Alcanzo a divisar a una pareja que se come a besos recargados en uno de los postes de luz, lo cual me abre el apetito.

Decido hacer una parada en el Waffle’s Place. La mayoría de las mesas se encuentran desocupadas. Tomo asiento en uno de los lugares pegados a la ventana. Una bella mujer joven con el cabello negro azabache y piel morena, con un brillo peculiar que la hace ver casi dorada, se acerca a mí.

-Franco, mi amor no me dijiste que vendrías hoy -me dice sorprendida.

Denisse se acerca a mi y nos damos un beso rápido en los labios.

-Quería sorprenderte –esboce una sonrisa.

-Te voy a traer lo que te gusta. Ahora vuelvo –me dice con voz baja.

En cuestión de minutos un plato de huevos benedictinos con pan tostado y fruta fresca picada está sobre la mesa. Las ventajas de tener una novia mesera.

-La casa invita –dice guiñándome un ojo.

Denisse se retira para atender a un comensal que le pide la cuenta con un ademán. La combinación de la salsa holandesa con el muffin recién horneado y las fresas provoca una explosión de sabores en mi lengua al mismo tiempo que mis oídos se deleitan con las suaves palabras “But in your dreams, whatever they be, Dream a little dream of me” pronunciadas por Doris Day, desde las bocinas del restaurante, creando un clima pacifico y agradable. Al terminar mi almuerzo Denisse recoge el plato vacío, agachandose un poco exponiendo el collar de ballena que lleva puesto. Le dejo unas monedas en la mesa.

-Que poquito –bromea mientras tuerce la boca.

Antes de que se vaya le doy una leve nalgada. Denisse se ríe. Una familia con niños nos observa a dos mesas a la izquierda. Ambos reímos como si las miradas de aquella familia nos hicieran cosquillas. Antes de retirarme acordamos vernos mañana por la noche.

En mi trayecto de regreso a casa la lluvia me sorprende. Camino más a prisa, pero me detengo debajo de un puente peatonal para resguardarme. Un vagabundo bien abrigado con la capucha puesta yace recargado en el pilar del puente, con la cabeza inclinada. Me recargo a un lado de él mientras me froto las manos para obtener algo de calor.

El hombre encapuchado deja de mirar al suelo, alza la cabeza y voltea hacía mí. Al ver el rostro del sujeto hace que el calor que había logrado en mis manos se desvanezca. El vagabundo solo tiene medio rostro como si la otra mitad hubiera sido borrada. El único ojo con el que me mira transmite dolor y depresión. Retrocedo unos pasos sin saber como reaccionar. Su ojo logra atravesarme hasta tocar mis nervios. Me alejo de ahí. En estos momentos considero que la lluvia es mejor y de inmediato le hago la parada a un taxi.

Entro a mi depa y arrojo las llaves a la mesa. Ha sido un día algo extraño.

Al amanecer el cielo está nublado, para variar. Decido empezar con el cuadro del arrebol, dejando al final las partes que llevan rojo. Combino el magenta con amarillo para crear rojo, pero de forma inexplicable estos actúan como el agua y el aceite; imposibles de mezclar. Ni hablar tendré que buscar de nuevo el tan codiciado color.

Al ir por la calle me percato que hay varios charcos que reflejan el cielo gris igual que espejos. Una de mis agujetas se desamarra. Me agacho para atarla. Una persona se refleja en el charco. La punta de mi agujeta toca el charco llenándolo de ondas impidiendo ver con nitidez al individuo que se detuvo frente a mí. Alzo la mirada y descubro que el charco no era el culpable de hacerme ver borroso al sujeto. El rostro del hombre, si pudiera llamársele así, está nebuloso pareciera que le censuraron el rostro en algún programa de televisión. Me levanto y doy media vuelta. Varias siluetas negras de diferentes estaturas caminan a mis lados. Me tallo los ojos. Algo anda mal. Corro salpicándome las piernas con el agua de los charcos cada que doy un paso para alejarme de esas siluetas negras hasta que uno de mis pies patina en el suelo mojado y caigo. El golpe no fue tan duro, pero creo que algo trono en mi espalda. Mi visión da vueltas como una ruleta de casino y se detiene en el rostro de la silueta azul del utensilio filoso de mi pesadilla. Despierto. La noche me ha sorprendido tirado en la calle. Estoy confundido y asustado como un niño perdido en el supermercado.

A las 8:00 p.m. espero a Denisse en la parada tal y como acordamos. Ella llega y se acerca a mí, disimulando su cansancio con una sonrisa. De la mano caminamos hasta abordar un taxi. Trato de actuar normal, pero Denisse no es tonta, yo se que ya sabe que algo me pasa. Sus ojos de miel me lo preguntan, pero por ahora no quiero hablar al respecto, así que esquivo su mirada volteando hacia la ventana. Denisse recarga su cabeza en mi hombro haciéndome sentir mejor. Ahora todo parece normal. Las luces de los espectaculares y los foquitos navideños que decoran los centros comerciales. La gente abrigada camina con regalos y bolsas. Los estacionamientos ahora se han vuelto en un lugar para vender pinos naturales ¿negros?, curiosamente ninguna envoltura de regalo o luz de navidad es verde mucho menos roja. El paisaje de la ventana se torna borroso debido a la velocidad que el taxista aumenta de golpe. El resto de los pasajeros actúa como si nada, ¿a caso soy el único que nota el cambio brutal de velocidad?

-¡Baje la velocidad!, ¡baje la velocidad!, ¡nos vamos a estrellar, carajo! –le grito al conductor como todo un desquiciado.

¡Cálmate! –me grita Denisse enojada para callarme.

Reacciono para darme cuenta que la velocidad del taxi es normal.

Al llegar a casa entro con urgencia buscando entre mis cosas con desesperación. No hay color rojo y ahora resulta que mi taza verde es color carbón. Denisse me mira confundida, me abraza y apaga la luz dejando solo las luces navideñas encendidas. Siento tanta calma que podría quedarme así hasta enero. De un instante a otro los dos terminamos envueltos entre las sabanas fundiéndonos por el calor de nuestros cuerpos.

Seis frías y gomosas manos azules se acercan a mí. No puedo moverme, tampoco mirar con nitidez. Es la pesadilla recurrente, lo sé, pero esta vez el utensilio afilado si se clava en mi ojo izquierdo provocándome un ardor terrible. Despierto de manera abrupta sacudiéndome como pez en el anzuelo. Denisse se despierta.

-¿Ese sueño otra vez? –me pregunta fastidiada.

-Ya no estoy seguro de que haya sido un sueño. Más bien parece un recuerdo que me come o quizá fui abducido por aliens una noche y me regresaron al terminar sus exámenes.

-No digas disparates –me dice Denisse incrédula.

Denisse se levanta y se viste para ir al trabajo. La acompaño a la salida de la privada y antes de irse coloca su collar de ballena en mi cuello. Un trueno acaba con el silencio. La lluvia cae y se intensifica conforme pasan los segundos. Denisse me acaricia con ternura el rostro. La ropa de Denisse se despinta con la lluvia, volviéndose negra. Su rostro se derrite como cera expuesta al calor resbalándose entre lo que queda de su cuerpo hasta llegar al suelo de igual forma que el resto de su cuerpo. Retrocedo asustado. Los departamentos alrededor del mío se derriten con las gotas de agua. Incluso el color gris del cielo cae junto con la lluvia. La poca luz del día que había ahora se oscurece. Entro corriendo al depa y cierro la puerta. Veo por la ventana como todo pierde color y se derrite hasta reducirse al negro absoluto. El único color que queda es lo que hay en mi departamento. Enciendo los focos de todas las habitaciones para no quedarme a oscuras. ¡Esto no está pasando!, ¡no está pasando! Me arrincono en la cocina sentado en el suelo como niño regañado. Una polilla atraída por la luz del foco vuela alrededor. La polilla del color de la madera se vuelve borrosa ante mis ojos, después se hace una silueta y finalmente una sombra que se desvanece.

Han pasado meses o quizá solo fueron semanas que se sintieron como años. No lo se con exactitud porque el reloj se detuvo. No he tenido contacto con nadie desde la lluvia que despinto todo. Tengo miedo salir y ser consumido por la negrura. Me veo frente al espejo del baño. Mi barba ha crecido. Sin entusiasmo abro la puertilla del espejo, tomo un rastrillo y la espuma para afeitar, sirve que me distraigo en algo. Me aplico la espuma en el rostro y comienzo a rasurarme con cuidado pensando en lo triste que es saber que ya nada es igual, que solo será cuestión de tiempo para que muera de hambre o sea consumido por la oscuridad y lo peor, que mis sueños de ser pintor se verán truncados. Si tuviera un deseo final al menos quisiera terminar mi última obra. Mis pensamientos son cortados por la hoja afilada del rastrillo. Eureka, por un momento me sentí como Arquímedes. Unas gotas de sangre mancharon el lavabo. ¡Sangre! La sangre es rojo. Veo la herida en mi barbilla reflejada en el espejo con alegría, como si hubiera descubierto el color rojo. Coloco bajo mi barbilla el vaso que uso para enjuagarme la boca, me corto más la barbilla con el rastrillo, afeitándome profundamente hasta sangrar lo suficiente para medio llenar el vaso. Corro hacia el lienzo incompleto y utilizando la sangre, como si fuera pintura, doy pinceladas al cuadro del arrebol con entusiasmo. Nunca creí volver a ver el color rojo de nuevo. Pincelada tras pincelada hasta que termino. Mi último deseo se cumplió. Concluí mi obra. Sonrío con todos los dientes que se ven mas blancos por la sangre que los rodea. Mi camisa se pinta del rojo que cae de mi barbilla y cuello, pero no me importa, nadie puede quitarme la felicidad que siento en este momento. Una gota cae sobre mi cabello, la toco y descubro que la yema de mi dedo se manchó de negro. Alzo la vista al techo. Una gotera deja entrar el color negro al cuarto. La gotera se expande haciendo un gran hoyo en el techo dejando entrar el liquido turbio. Agarro el cuadro del arrebol y corro por el pasillo huyendo de la negrura. El techo se rompe inundándolo todo hasta que una ola negra me tumba cubriéndome por completo. Abro los ojos a mi pesadilla. Son las siluetas azules sin boca analizándome otra vez, pero ahora se vuelven nítidos; ¡son doctores!

Despierto, pero no veo nada. Creo que algo cubre mis ojos.

-Tranquilo –me dice una voz grave.

-Quítenme la venda, ¿dónde estoy? –pregunto exaltado.

-En el hospital. Póngame mucha atención joven Franco –me dice con seriedad. -Usted tuvo un accidente en el transporte publico hace días y estuvo delicado.

Me desamarro la venda con frenesí. La oscuridad no se desvanece -¿Por qué no veo nada?–grito desconcertado.

Tras un suspiro de resignación el doctor me informa que perdí la vista. Me operaron para tratar de devolvérmela, pero no lo lograron. Denisse iba conmigo en el taxi que se estrello, pero ella no sobrevivió. Siento un dolor horrible en el estómago que me hace querer vomitar, pero el vomito se me queda atorado en la tráquea quemándome a tal grado que lloro como un recién nacido. Un recién nacido ante está nueva realidad de tinieblas.


Tras la resiliencia camino por la playa guiándome con un bastón. El sonido de las olas me ayuda a recordar el azul del mar. Muy apenas puedo recrear las facciones delicadas de Denisse. La imagino adentro del mar esperándome con los brazos abiertos. Seria un cuadro hermoso para pintar. Me quito los zapatos y suelto el bastón. Siento los suaves granos de arena bajo los pies. Doy uno, dos, tres pasos hasta que el suelo se siente húmedo y liso. Las uñas de mis pies son lamidas por una ola espumosa. Avanzo mar adentro hasta que el agua alcanza mi cintura. Una ola choca contra mi cuerpo salpicándome el rostro. La sal entra en mis ojos. Me tallo los parpados. Los abro poco a poco recuperando milagrosamente la visión. Frente a mí se mece el imponente azul. En el cielo veo el rojo, naranja y rosa. Es el arrebol. El último que pinté. Una lágrima se me escapa por lo inefable que siento. Debajo de mí emerge algo gigantesco, que al salir a la superficie quedo montado en su lomo. Se trata de una ballena, ésta salta del mar para nadar entre las corrientes de aire, elevándose tan alto como un avión. Me lleva con ella haciéndome olvidar, en la playa, los zapatos, el bastón y mi último respiro para empezar una nueva vida adentro del arrebol.

27 de Marzo de 2020 a las 20:14 0 Reporte Insertar Seguir historia
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