Miraba el espejo, las heridas de guerra, las ojeras tras días sin dormir. El agua caía del grifo, gota a gota, con ese sonido, gota a gota, retumbando en las esquinas del cuarto. Arañazos en las paredes decían “Odi te amo”, y bajo esa frase yacía un rastro de sangre, que terminaba en ninguna parte. Odio y amo la vida, estar aquí atado a lo mío; odio y amo ser fiel a lo que he logrado, mas lo que he logrado no me ha dado nada más que pensamientos, porque en una guerra, una victoria te da más cosas que perder.
Una batalla no es suficiente para ganar una guerra; sino que debe ser un corte, directo y tajante, el que acabe con ese hilo que conecta todos los males, las causas de nuestros encierros mentales.
Con una piedra escribieron debajo de esa frase, “Non metuit mortem qui scit contemnere vitam, et ex nihilo nihil fit”. Por no hacer nada, en la nada he quedado, magullado, roto por dentro. La vida es una constante guerra, con sus batallas, sus bajas y sus pensamientos, suficiente para despreciarla, y aunque viviera realmente, un día estaré muerto.
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