maripino María del Pino Gil Rodríguez

Un niño se encuentra un teléfono móvil en la playa, y se desata el caos más grande que nadie puede imaginar, dónde bomberos y policías tienen que ingeniárselas para intentar salvar a alguien...


Aventura Todo público.

#caos #playa #bomberos #celular #risa
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Barahúnda

Barahúnda

La arena calentaba los pies descalzos del niño que, eufórico, corría sobre la arena con pasos largos, dando resoplidos. A pocos metros de distancia divisó la toalla de su madre, junto a una sombrilla de color amarillo y a una nevera portátil de color azul. Sus dos hermanas gemelas jugaban a la pelota con otras dos niñas cerca de la orilla del mar. Nacho quiso colocar sus pies desnudos sobre algo que no estuviese tan caliente, así que tomó aire profundamente, y dio un salto gigantesco para alcanzar un poco de arena húmeda; pero en su intento desesperado, se torció el tobillo, y perdió el equilibrio, cayendo de lado sobre la arena. Cuando intentó incorporarse, su pequeña mano tocó un objeto rectangular. Era un aparato de color negro, también tenía una pantalla y teclas grandes. El niño lo apretó con fuerza como si fuera un gran tesoro, y corrió hacia la toalla de su madre. Ella leía una revista del corazón mientras escuchaba música con los auriculares. El pequeño se tendió boca abajo, estiró la mano para coger su camiseta, y se cubrió la cabeza, ya que no quería que nadie descubriera su nuevo juguete. Luego le dio la vuelta investigándolo a fondo para ver cómo funcionaba. Presionó un botón lateral, y la pantalla se iluminó repentinamente. La imagen de un reloj digital se hizo visible. Seguidamente, con la curiosidad que un niño de cuatro años puede sentir, continuó pulsando todas las teclas que se le antojaba. Como por arte de magia, el celular se desbloqueó, quedando libre para hacer llamadas. La playa estaba abarrotada de gente. Las sombrillas formaban un paisaje multicolor. Los adolescentes, en pandillas, se lanzaban miradas de reojo. Las chicas lucían cuerpos esbeltos con sus bikinis de última moda; sin embargo, los chicos resaltaban sus músculos haciendo piruetas para captar la mirada de las muchachas. El fútbol era el juego más demandado por los jóvenes. Se respiraba alegría, amor, paz… Nacho no estaba dispuesto a perder su juguete nuevo, puesto que su madre siempre le había recalcado que no podía recoger nada del suelo a no ser que fuera dinero. Si se encontraba algo, tenía la obligación de enseñárselo primero a ella para que le diera el visto bueno; en caso contrario, tendría que tirarlo. El niño se sentía tan feliz, que decidió ocultarlo de los grandes ojos saltones de su mamá. En uno de sus inocentes juegos pulsando botones, Nacho presionó el botón de llamada de emergencia. La voz de una mujer respondió al aviso rápidamente. La cara de asombro que se le puso al niño era merecedora de una fotografía. La misteriosa señora insistió, pero el pequeño, con sus cuatro años de edad, solo conseguía decir palabras sueltas o sílabas en su distorsionado lenguaje. “Bu, bu, uno…”, respondió el pequeño. La mujer detectó algo raro, y quiso conseguir más información. “Por favor, me puede decir su nombre”, preguntó. “Naa…”, intentó decir el pequeño sin éxito. “No se preocupe que no está solo”, le respondió la operadora. “Avisen a la policía; tengo a alguien en la línea que me habla con un código que no consigo descifrar. Es urgente”, solicitó preocupada. “¡¡¡Cuidado que te matan!!!”, gritó la madre de Nacho a una de sus hijas gemelas cuando corrían delante de un grupo de niños traviesos. Al otro lado del teléfono, la operadora escuchó lo que dijo la señora e informó a los dos agentes que tenía a su lado: “creo que van a matar a alguien”. “Hay que intentar localizar la llamada”, sugirió uno de los policías. Nacho seguía intrigado con su aparato parlante, por lo que se atrevió a decir algo más. “Fuego”. Para finalizar, sopló el teléfono e imitó el relinchar de un caballo. “¡¡¡Atentos!!! Acabo de escuchar el relincho de un caballo. También, gritaron “fuego”. Avisen a los bomberos para que estén preparados”, ordenó el policía. Nacho se entusiasmó imitando al caballo, que se atrevió con otros animales: el croar de una rana, el cacareo de una gallina… “Creo que están en una granja”, se apresuró a decir la chica de emergencia. “Quiero un listado de todas las granjas de la zona”, exigió el agente. El niño empezó a sentirse agobiado debajo de la camiseta. Muy despacio, se la quitó para echar un vistazo a su madre, ya que no quería que descubriera su juguete. La mujer se había quedado dormida. Los ronquidos empezaron a ser cada vez más intensos. El chiquillo se colocó de pie junto a ella para observarla durante unos segundos. De repente, algo llamó su atención justo donde había encontrado su teléfono móvil. Un anciano vestido con pantalón azul, camisa blanca y zapatos negros, estaba tumbado boca arriba sobre la arena. Tenía la cara roja como un tómate maduro y molido. De su boca salía espuma, mientras que su cuerpo sufría una serie de movimientos incontrolados de forma repetitiva. El pequeño lo observó con naturalidad hasta que, finalmente, consiguió gesticular la palabra: “viejo”. “¡¡¡Ya hemos localizado la llamada, y está en la playa La Paz!!!”, gritó uno de los agentes. En ese momento se movilizaron todos los policías, los bomberos y algunas ambulancias. Cuando llegaron a la zona costera, el mar estaba en calma; no se apreciaba ningún alboroto o preocupación en el ambiente. Las sirenas irrumpieron de golpe en la tranquilidad de los lugareños que no entendían lo que estaba pasando. Los agentes se dispersaron buscando a todas las personas que hablaban por el celular. Los policías iban armados, pasando por encima de las toallas, y derribando las sombrillas con la rapidez de una repentina ráfaga de viento. La multitud empezó a dar gritos, otros corrían arrastrando sus bártulos, y los más ancianos se tiraban manos a la cabeza sin saber qué hacer. El recorrido de la playa era muy corto, con lo cual, cuando había mucha gente, se juntaban unos a otros, y dejaban un corto espacio para caminar. Divisaron a una chica que hablaba por el móvil, y se lo quitaron de las manos. “¿Eres la chica de emergencia?”, preguntó el agente a la persona que estaba al otro lado de la línea. “¿Tú quién eres?”, preguntó un chico algo mosqueado. La misma situación se repitió varias veces con todas las personas que estaban usando el teléfono en ese momento. Uno de los agentes más jóvenes, que había ingresado recientemente en el cuerpo, descubrió al pequeño Nacho con el teléfono pegado a su oreja. Muy despacio, se dirigió hacia él, y aparentando tranquilidad, se puso en cuclillas para estar a su altura. Entonces, lo miró fijamente a los ojos, y le preguntó qué con quién hablaba. El niño lo miró con extrañeza como si no entendiera su idioma. El policía perdió los nervios al ver que el pequeño no le dirigía la palabra, y le arrancó el teléfono de la mano. “¡¿Eres la chica de emergencia?!”, preguntó elevando la voz. Inesperadamente, el niño dio un grito alertando a su madre, y ella, que ya se había quitado los cascos ante tanto alboroto, corrió con su voluminoso trasero hacia él. Levantó al niño, y cuando lo tenía en brazos, se encaró al policía diciéndole: “¡¿Qué le ha hecho usted a mi hijo?!”. El joven agente, que además era algo tímido, no sabía cómo afrontar esa situación, puesto que la mujer no debería hablarle así a un policía; sin embargo, le dio igual su uniforme. Entonces, se armó de valor, y le elevó la voz diciéndole que su hijo había montado una buena, y que ella lo iba a tener que pagar muy caro por no haber educado bien a su hijo. Posteriormente, le relató con mucho enfado, que su hijo había llamado al servicio de emergencia, y les había hecho creer que había un incendio, incluso que iban a matar a alguien”. A lo que la madre le respondió que su hijo no podía haber hecho eso por varias razones, ya que su hijo no sabía hablar bien. Le informó que Nacho estaba en terapia con un logopeda, y que solo era capaz de decir palabras sueltas o sílabas sin sentido. La multitud se fue agrupando alrededor de ellos. Unos empezaron a reírse, otros seguían discutiendo con los agentes por la manera en la que habían irrumpido en la playa, asustando a todo el mundo. Esta situación se alargó durante unos minutos hasta que, inesperadamente, el pequeño Nacho dijo en voz alta casi gritando: “¡¡¡viejo!!!”, a la vez que señalaba con su dedo índice al anciano que permanecía tirado en el suelo luchando por su vida. Cientos de ojos se posaron en el hombre mayor que reposaba en el suelo, convulsionando y con espuma en su boca. “¡¡¡Rápido, los de la ambulancia, por aquí!!!”, gritó el agente que había estado discutiendo con la madre del niño. De repente, todo se centró en salvar la vida de aquel desconocido. Cuando ya se había acabado todo, y estaban a punto de llevarse al enfermo; la policía empezó a retirarse también. Entonces, una voz salió de entre la muchedumbre diciendo a gritos: “El niño es un héroe, ha salvado una vida”. Seguidamente, un aplauso inesperado de la multitud hizo que los policías se giraran. La madre de Nacho levantaba en brazos, con orgullo, a su hijo. El jefe de policía pensó en ese mismo instante, que iban a quedar muy mal delante de toda esa gente por no dar las gracias al pequeño valiente. Entonces, ordenó a sus agentes que se reunieran con él. “Tenemos que hacer algo por ese niño. Gracias a él hemos salvado a ese hombre. ¿Alguna idea de cómo podemos agradecer esta labor a un niño de cuatro años?”. Los agentes se miraron entre ellos sin saber qué decir. Una de las agentes femeninas levantó la mano para pedir la palabra. “Como yo también soy madre, aparte de policía, opino que si ese fuera mi hijo, un niño con trastorno en el habla, lo primero que haría sería regalarle un buen teléfono móvil para animarlo a hablar mucho más, aunque sea de juguete. Después, tanto los bomberos como los policías, le podríamos dar un paseo en el coche con las sirenas sonando para hacerlo sentir un héroe. ¿A qué niño no le gustaría dar una vuelta en un coche con las sirenas haciendo ruido?” “Me parece una buena idea”, señaló otra de las compañeras, y poco a poco, se fueron sumando los demás. “Bueno, entonces eso será lo que haremos”, concluyó el inspector jefe. Otro de esos maravillosos días del verano en el que los lugareños estaban disfrutando de la hermosa y tranquila playa, Nacho jugaba tranquilamente con sus pies descalzos sobre la arena caliente. La escena se repetía de nuevo. El chiquillo divisó a lo lejos la toalla de su madre. En su intento desesperado de buscar algo para apoyar sus pies, y no quemarse con la arena caliente; vislumbró una alfombra roja, que había sido colocada en la playa desde por la mañana muy temprano. En ese mismo instante, una voz por megafonía dijo: “ha llegado la hora”. Entonces, empezó a escucharse la banda sonora de la película “En busca del arca perdida”. El niño, extrañado, observó como todo el mundo se ponía en pie, y miraban para él. De nuevo, la voz por megafonía dijo: “Nacho, ¡si tú!, el héroe que está sobre la alfombra roja”. El pequeño se quedó estupefacto al escuchar su nombre, y abrió los ojos con asombro. Ahora sólo se oía el rugir de las olas y algunas gaviotas cantoras. “Nacho, mira hacia tu derecha, hacia dónde están los árboles”, le indicó la voz por megafonía. El niño giró la cabeza hacia allí, y de repente, vio al mismo anciano del otro día tumbado sobre la arena. Sin embargo, ésta vez había algo diferente, ya que sobre su estómago reposaba un paquete cuadrado con un gran lazo rojo. La madre de Nacho se acercó a él para ponerle sus chanclas de playa, y lo acompañó de la mano hasta donde estaba el hombre. El niño la miró sorprendido, pero su mamá le guiñó un ojo a la vez que le dedicaba una de sus mejores sonrisas. El niño caminó muy despacio hacia el hombre mayor que yacía en el suelo con los ojos cerrados. Justo cuando llegaron a su lado, Nacho lo miró temeroso, pensando que estaría muerto, pero en ese momento, el hombre dibujó una sonrisa en su cara, y abrió los ojos. El niño fue a retroceder, pero su madre se lo impidió. Con un leve movimiento de cabeza le señaló el regalo que reposaba sobre su estómago. El señor mayor estiró sus manos, y le ofreció el paquete al niño. Él lo cogió con sus manitas temblorosas, y se lo mostró a su mamá con una gran sonrisa. Su madre agarró la caja para que él pudiera quitar el lazo, y abrir la tapa. Cuando el pequeño vio aquel maravilloso teléfono móvil de última generación, dio un grito tan fuerte, que su madre no pudo hacer otra cosa que ponerse a llorar. El anciano se levantó, y extendió su mano para estrechársela. “Quiero agradecerte que hayas salvado mi vida. Ese regalo es para que lo uses para llamarme, y para que aprendas hablar lo antes posible. Eres un héroe, y todavía te quedan muchas vidas por salvar”. El pequeño no entendía demasiado lo que le quería decir; sin embargo, movió su cabeza en un gesto de asentimiento. Muchas de las mamás que estaban viendo el espectáculo empezaron a llorar también. Los jóvenes se pusieron a bailar al ritmo de la música aventurera que sonaba por los altavoces. Un policía le indicó a la madre del niño que el camión de bomberos estaba listo, así que se encaminaron hasta allí. Nacho seguía sin entender nada, pero su madre estaba tan contenta que apenas podía contener las lágrimas, además del orgullo que sentía por su hijo. Empezó a contonearse hasta llegar al camión de los bomberos. Quería dar envidia a algunas de sus amigas chismosas que siempre criticaban el hecho de que su hijo todavía no hablara bien. El regalo que le hicieron al pequeño valiente fue un éxito total. Durante meses no se hablaba de otra cosa. Finalmente, las autoridades del municipio decidieron cambiarle el nombre a la playa, y sustituyeron el nombre de “La Paz” por el de “Barahúnda”, ya que el caos que se vivió en esa hermosa zona costera, marcó como algo positivo a los visitantes de la zona.


María del Pino Gil Rodríguez

23 de Enero de 2020 a las 12:37 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

María del Pino Gil Rodríguez María del Pino Gil Rodríguez, nacida en Gran Canaria. Estudié Técnico de empresas y actividades turísticas (TEAT), luego estudié oposiciones para la Administración Local y aquí es dónde trabajo. Siempre he sido apasionada de los libros, y me encanta crear historias que hagan soñar a la gente. El Realismo mágico parece que siempre se ha estado cruzando en mi camino y así lo reflejo en la mayoría de las cosas que escribo.

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