Doce mil trescientos años atrás el Centro Espacial Europeo a las afueras de Selfoss en Islandia, envió una muestra genética de 30 mil seres humanos a la nave interestelar Cronos, emplazada en una órbita geocéntrica a 300 kilómetros de la Tierra.
Tres minutos después la muestra genética había sido embarcada en la nave interestelar Cronos, y fue puesta en suspensión criogénica tardía.
La misión: Identificar exoplanetas 95 % similares al nuestro, en linea recta, hacia el espacio profundo, y en caso de hallarlo poblarlo.
Su regreso: Cronos no regresaría, era un viaje en una sola dirección.
El mando: La nave interestelar Cronos era un Cyborg, una simbiosis entre un programa reverberante, y un sistema límbico humano compuesto de 15 mil neuronas.
Su propulsión: Una vela de plasma de ochocientos metros de embergadura, con aceleración creciente hasta alcanzar 2500 kilómetros por segundo.
Tripulación: Seis robots cyborgs ERV-259, que actuaban como brazos de Cronos, y la cámara criogénica capaz de mantener las muestras genéticas hasta por 30 mil años.
Cronos reportaba cada mes terreste al Centro Espacial Europeo, el estado de su carga, así como la composición de los exoplanetas detectados en la cercanía de la nave. Lo hizo de manera puntual, generación tras generación.
Para la especie humana, ninguna misión podía ser más valiosa que aquella cuya finalidad fuere, su propia preservación.
La nave interestelar Cronos era un portento de nave, y siguió siéndolo por milenios. Ninguna nave podría ser más rápida, ni alcanzar mayor distancia.
Pero el universo conocido es insondable e interminable. Cual sea su origen no lo entendimos.
Cronos, siempre repitió el mismo mensaje «exoplaneta no idóneo, continúo la búsqueda».
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