Jacqueline Frayre
Introducción
Una mañana desperté sin tener previo conocimiento alguno acerca de mi infancia. Recuerdo sentir que desconocía mi pasado, pese a escuchar anécdotas de mi padre y verle atesorar fotografías de mi hermana y yo, en nuestras infantes vidas. Aun así, después de aquel día en que abrí mis ojos sin reconocer nada a mi alrededor, comencé a pensar que había algo extraño.
Siempre he sentido que hay algo más, algo que no estoy viendo. Pero, he logrado entender que es normal olvidar ciertas cosas de la infancia, así que eso me mantiene tranquilo.
Han pasado algunos años, y aunque continúo con aquella inquietante sensación, he crecido bastante normal. Hoy, a mis doce años de edad, asisto a clases y mi cotidianidad incluso se ha vuelto aburrida.
Algunas noches tengo pesadillas que perturban mi sueño, por lo que tiendo a despertar muy agitado, con sudor escurriendo de mi frente. Generalmente solo me toma un par de minutos el relajarme y volver a dormir, pero se ha vuelto recurrente y muy molesto.
En ocasiones, después de tomar el almuerzo junto a mi familia conformada por tres integrantes, contemplo las fotografías que están enmarcadas y bien colgadas en la pared. Las observo por algunos segundos y de pronto es como si no pudiera reconocerme. Siento que mi pecho quema y tenso la mandíbula al par que miles de ideas se entrelazan en mi cabeza. Se vuelve asfixiante y confuso, tanto que mis manos comienzan a temblar.
Me he sentido tan abrumado, que entonces me inmiscuí en el laboratorio de mi padre, buscando algún invento que pudiese darle vida a mis memorias, pero fue en vano. No había nada aún. Pensé que quizá sería yo quien debía crearlo, pues heredé la inteligencia de mi padre, quien por años se ha dedicado a la ciencia. Sin embargo, el nulo éxito acabó por frustrarme.
Después pensé que podría deberse a otra cosa. ¿Y si no se trataba de ciencia?, ¿y si había algo más allá? Fue entonces que me adentré al mundo de lo paranormal. Me volví creyente y un fiel fanático del programa televisivo “Misterios Misteriosos” donde, cada noche y sin falta, reproducían vídeos que otras personas mandaban con el afán de demostrar que existen otros seres.
La superstición de otros me arrastró hasta el fanatismo y decidí volverme un investigador de lo paranormal. Estaba fascinado por la idea, pues quizá aquello podría darme pistas sobre mi vida o mi propósito. Me llevó mucho tiempo lograr algo real, algo concreto, algo que pudiera darle un sentido a mis investigaciones. ¿Y que fue eso? Pues, Zim.
Mi nombre es Dib Membrada, un joven investigador de lo paranormal, que ahora se dedica a buscar la forma de mostrar al resto la verdad sobre Zim. Bienvenido a mi vida.
Capítulo 1
La mañana daba comienzo y los pajarillos emitían aquella ruidosa melodía desde sus picos. Dib abrió sus ojos, pero frunció el ceño cuando se percató de que faltaban un par de minutos para que su alarma sonara. «Maldición…», pensó de forma fugaz antes de levantar su torso para tallar sus ojos con ambas manos. Tomó sus anteojos de armazón redondeado y emitió un leve suspiro. Se quedó estático por un momento, procesando que el día daba comienzo, y entonces su alarma cumplió con su función. Dib silenció con fastidio aquel sonido y de inmediato se puso de pie.
Después de arreglarse para la escuela, bajó las escaleras para ir a desayunar. Bostezaba mientras se dirigía hasta la cocina.
— Buenos días, papá.
— ¡Ah, buenos días, hijo! —exclamó desde el otro lado de una pantalla flotante.
— ¿Hoy tampoco nos acompañas? —cuestionó en tono triste, aunque se había vuelto costumbre.
— ¡De ninguna manera! He estado trabajando en algo muy importante, y si despego un ojo de esto, alg… ¡Oh! —el sonido de una pequeña explosión interrumpió la trasmisión.
— ¿No estás harta de esto, Gaz?
— Tu voz es un fastidio. —gruñó y se retiró de la mesa apenas el otro tomaba asiento.
El niño, cabizbajo, tomó su almuerzo y lo guardó para llevarlo a la escuela. Caminó junto a su hermana, quien mantuvo su atención en el videojuego que llevaba entre sus manos. Una vez en la escuela, se dirigieron a sus respectivas aulas y Dib tomó asiento en su pupitre, absorto entre sus pensamientos. La clase daría comienzo en cualquier momento.
Dirigió su mirada hacia el exterior, a través del gran ventanal, y anheló cómo nunca, el deshacerse de su monótona vida. Fijó sus ojos en un muy brillante cuerpo celeste, lo que era bastante extraño a plena luz del día. Éste parecía parpadear, lo que emocionó a Dib, aunque mantenía en su mente que podría deberse a un fenómeno astronómico cualquiera. Entonces, cuando parecía sentirse acompañado por el espacio, su concentración fue destruida cuando la profesora llamó al nuevo estudiante.
— Niños, quiero presentarles al nuevo apéndice sin esperanzas de nuestro cuerpo estudiantil. Se llama Zim. —explicó la profesora, quien de inmediato se giró hacia el nuevo— Si tienes algo qué decir, que sea ahora, porque después de este momento… ¡No quiero escuchar ningún otro sonido de ti!
— Uhm…Hola, amigos. Soy una larva humana, perfectamente normal. No tienen nada, absolutamente nada que temer de mí. Tan solo no me pongan atención y nos llevaremos muy bien.
Nadie parecía prestar atención, pero Dib abrió sus grandes ojos por completo y se quedó atónito ante lo que veía. ¡Era un sujeto de piel verdosa! ¡¿Y qué demonios, no tenía orejas?! Por supuesto, nadie creyó lo que comentó sobre ello, haciendo referencia a extraterrestres. Incluso el niño nuevo se mofó ante sus teorías.
Desde entonces, la rivalidad entre Zim, quien pertenecía a la especie Irken, y Dib, comenzó. Se volvieron grandes enemigos, pues el objetivo del pequeño alíen era destruir a la raza humana y conquistar el planeta, mientras que el humano se empeñaba en sabotear sus planes malévolos.
Así fue por mucho tiempo. Dib intentó exponer a Zim, pero nadie le creyó. Zim, por otro lado, estuvo muy cerca de destruir al planeta Tierra, sin embargo, sus planes solían fracasar porque su enemigo lograba tener éxito para impedir su victoria. La lucha se alargó, hasta que un día, cuando Zim transportó a la Tierra cerca de sus líderes, creó accidentalmente el Florpus. La humanidad tuvo un nivel de afectación relevante y aquello logró que, por algunos instantes de lucidez, el resto de la gente fuera capaz de percibir aquello que Dib tanto anhelaba hacerles ver.
Pero entonces las cosas se restauraron y nuevamente la ignorancia reinó. El pequeño de anteojos acabó sintiéndose derrotado, aunque su mundo estaba a salvo. La soledad le carcomía sus adentros y le mantenía aislado de otros. Su enemigo, por otro lado, había perdido la esperanza de ser reconocido por sus altos líderes, pues les llamó por meses y no hubo respuesta alguna. Pensó que quizá ahora se había convertido en una deshonra por no finalizar su último plan. Sin embargo, después de una larga espera, en medio de un cruce de emisiones, logró contactarse con Tak, quien muy molesta le recriminó por la muerte de los más altos y gran parte de su raza.
Zim no comprendió del todo, y como siempre, al principio su actitud fue indiferente y se negó a creer.
Una tarde, después de la escuela, Zim se apresuró para caminar al lado de Dib. El de anteojos arrugó el entrecejo y decidió ignorarle.
— Hey, humano apestoso.
— Uhm… —desvió su mirada.
— Tch. ¡No puedes ignorar al gran Zim! ¡¿Cómo te atreves?!
— ¡Cállate, Zim! Eres muy ruidoso. —el ser verdoso se encogió de hombros. Era extraño en su conducta y el contrario lo notó de inmediato. Aun así, mantuvo el margen.
— He escuchado que mis más altos están muertos.
— Pft, claro. Debieron entrar al Florpus y aquello los trituró.
— ¡No están muertos! —gritó con fuerza, encolerizado por las palabras ajenas.
— ¡Por favor, Zim! —se giró para verle— ¡Entraron al Florpus! ¡Es tu culpa que estén muertos! —el alíen mantuvo su mirada en quien le inculpaba injustamente. Parecía sollozar y esto le confundió a Dib— U-Uh… ¿Zim?
— ¿Entonces es verdad?, ¿están muertos por mi culpa?
— ¿Realmente no lo sabías?
Zim parecía triste, sin una gota de malicia ahora. Caminó por delante de Dib y simplemente se fue. El otro se quedó de pie en el mismo lugar, cuestionándose sobre el comportamiento de Zim. Quizá sí tenía sentimientos, después de todo.
Pasaron un par de semanas y Zim no volvió a la escuela. Dib, cada mañana, giraba un poco su cabeza para observar el pupitre donde el alíen solía tomar asiento, solo para percatarse de que seguía vacío. Confuso ante la situación, tomó la iniciativa de buscarle en su falso hogar.
— ¡Zim, abre la puerta! —golpeó la madera con una de sus manos— ¡Sé que estás ahí!
No hubo respuesta alguna, así que caminó hasta una de las ventanas y le abrió sin problema alguno. No parecía haber seguridad esta vez. Observó alrededor, pero todo estaba quieto, sin ningún cambio: el televisor estaba apagado, no había nadie en el sofá y sólo los grandes ojos del mono en el cuadro le hacían sentir vigilado por alguien más.
Se dirigió a la cocina con cautela. Se percató del sanitario al lado de refrigerador y aquello le pareció bastante extraño, pero no tardó en comprender que su enemigo no conocía la estructura común de una casa. Con poco esfuerzo, encontró una de las entradas a la base de Zim, así que se introdujo y cayó por el largo conducto.
La gran computadora estaba apagada y los controles de mando también, pero justo en el tablero, se encontraban algunos papeles y una fotografía al reverso. Dib la tomó con su mano diestra y la giró para verla.
— ¿Una foto de mi familia? Ah, supongo que Zim me investigaba. Quizá estos papeles sean sobre mí. —esbozó una sonrisa y tomó los papeles para leerlos.
«Experimento #1001
Se han detectado fallos en las creaciones predecesoras, las cuales sufrieron mejoras para la calidad del actual experimento con número de serie #1001. El desarrollo cognitivo ha sido un éxito y se han establecido parámetros eficaces para que continúe en desarrollo como un humano normal. Parece mantener un coeficiente intelectual elevado y sus cualidades físicas son altamente funcionales para su crecimiento. No se han detectado fallos relevantes, pero existe el 0.000001% de que el sujeto logre establecer una autoconsciencia completa. De ser esto posible, sus emociones artificiales podrían ser similares a las de un humano y el nivel de afectación sería crítico, pues habría un desbalance en su procesamiento cerebral.
El experimento #1001 ha sido un éxito gracias al ADN utilizado durante su creación y a su estructura androide con la más alta tecnología de los laboratorios Membrana. Hasta ahora, es el experimento con mejor calidad de todos, y es el pionero de futuras descendencias.
Membrana Labs»
La manó que sostenía aquel papel comenzó a temblar. No era del todo claro, pero sentía ese usual dolor en su pecho. Algo estaba mal, muy mal, y le tenía inquieto.
— Zim quería hacer algo bueno por una vez en su vida aquí en este asqueroso planeta —se escuchó repentinamente y de la oscuridad apareció el verdoso sujeto—, ya que tú, Dib-cosa, le mostraste a Zim la verdad.
— ¿Qué es esto, Zim?, ¿de qué demonios hablas? ¡Por Júpiter! ¡¿Es otro de tus planes malvados?! ¡¿Por eso desapareciste por semanas?! ¡¡Debí saberlo!! —dejó caer los papeles y la fotografía al suelo.
— ¡No es así! —tomó los papeles— ¡Es tu verdad, tonto!
— ¡¿Qué verdad?!, ¡¿qué has estado haciendo aquí?!, ¡¿dónde está tu robot diabólico?!
— Está en modo hibernación. Sus servicios me son innecesarios en estos momentos… No sé qué hacer ahora. Sin los más altos, mi objetivo no tiene sentido alguno. Aun no hay otros líderes Irken y mi raza está casi extinta.
— Felicidades, idiota. Al fin te das cuenta de lo inútil que eres. —frunció el ceño.
— ¡Al menos yo sí pertenezco a mi especie, estúpido no-humano!
— ¡¿Ah?!
— Hace tiempo investigué todo sobre ti, porque eres el único que me ha desafiado. Creí que nadie desafiaría al increíble Zim, porque, ¡soy Zim! Pero tú lo hiciste y representabas un peligro para mi misión. ¡Creíste que no lo lograría, pero lo hice!
— No sé de qué hablas.
— ¡Lo logré!
— Zim, no sé de qué hablas.
— ¡Entré al laboratorio de tu casa!
— Oh, vaya. En verdad no me lo espe-
— ¡Mientes!
— Dije que no me lo esp-
— ¡Sucias mentiras!
— Zim, dije que-
— ¡MIENTES!
— ¡Maldición, Zim! ¡En verdad tienes problemas al escuchar!
— ¡GHHHH! —lanzó los papeles por el aire— ¡Entré a tu casa, Dib! ¡Y robé archivos secretos de tu padre! Burlé la seguridad con mi maravillosa tecnología Irken y me escapé sin problema alguno.
— Muy emocionante, Zim. —se cruzó de brazos y se mostró indiferente.
— ¡Entonces lo descubrí! ¡Descubrí que no eres más que un experimento, Dib! Tú… No eres humano.
— ¿Eh? —le miró desconcertado, aunque con un aire de escepticismo.
— Eres un clon de Membrana. Así es, Dib. Estos papeles hablan sobre ti. Tú eres el experimento uno, cero, cero, uno.
— ¡Es la tontería más grande que te has inventado, Zim! Escucha, si esto es parte de tu plan, no importa, porque de todas formas no te permitiré destruir la Tierra.
— Por qué no le preguntas a Membrana, ¿eh, Dib?, a tu padre —expresó en tono sarcástico.
— Que estupidez…
El de cabello oscuro caminó hasta donde pudiese ser succionado de nuevo por el conducto para salir de ahí. Una vez fuera de la fachada ajena, se cuestionó sobre el análisis de Zim. Quizá esta vez había elaborado un buen plan para confundirle.
Llegó a la entrada principal de su casa y se postró ahí. Tomó la manija, pero no abrió. Nuevamente le invadían millones de pensamientos que habían comenzado a perturbarle. Finalmente entró y caminó hasta su habitación; colocó su maletín en el suelo y se recostó en su cama, observando detenidamente su techo. Las palabras de Zim retumbaban en sus tímpanos. Entonces se dispuso a investigar.
Bajó hasta el laboratorio de su padre, en donde el acceso era restringido. Sin embargo, Dib sabía perfectamente cómo entrar, pues su inteligencia se lo permitía. Ya adentro, con cautela buscó expedientes de experimentos en un archivero. Eran demasiados y apenas comenzaba a revisar.
Después de un rato se quedó dormido sobre un escritorio al lado del archivero, con un expediente al frente. En sueños logró ver paredes grisáceas y borrosas siluetas, además de luces que parpadeaban, lastimando sus ojos. Sintió un dolor que recorrió toda su espalda, concentrándose en la nuca y volviéndose mucho más agudo al expandirse. Aquello le despertó de golpe, agitado, con sudor en su frente. Era una de sus usuales pesadillas. Se trataba del mismo sueño.
Fijó su mirada hasta una puerta blanca con manija plateada. De pronto pareciera familiar, así que caminó hasta allí e intentó abrir, aunque estaba asegurada. No representó ningún reto para Dib, quien rápidamente tomó algunas partes de experimentos de su padre para construir algo que pudiese ayudarlo a abrir la puerta. Se introdujo a la habitación, que más bien parecía un quirófano. Las paredes eran grisáceas y sólo había una camilla al centro, con una mesa plateada al lado, llena de instrumentos quirúrgicos.
Caminó cerca de la camilla, pero tropezó y golpeó accidentalmente un control que estaba sobre la cama, provocando que una ranura se abriera desde abajo, desplegando escaleras. Dib quedó boquiabierto y no dudó en bajar. Mientras lo hacía, observaba las paredes, pues éstas estaban cubiertas por notas escritas por Membrana. Una vez abajo, caminó por un largo pasillo con piso húmedo y temperatura templada.
Cruzó a través de dos puertas que se desplazaron apenas se colocó al frente y se encontró con una enorme sala que resguardaba partes humanas, en espaciosos contenedores llenos de líquido que les mantenía frescos. Dio un grito a causa de la espeluznante escena, pero cubrió su boca de inmediato. Continuó hasta el final, en donde había un escritorio con papeles encima, otros arrugados y algunos en el suelo.
Había un sobre amarillo con la fotografía de Dib pegada al reverso y el número #1001. Lo tomó y abrió el sobre para deslizar el papel, pero justo cuando estaba por sacarlo, la alarma del laboratorio se activó. Salió a toda velocidad del lugar, atemorizado por ser descubierto. Y, apenas logró llegar a la planta alta del laboratorio, Membrana le detuvo.
— Hijo, ¿qué haces aquí?
— ¡Papá! ¡Oh, eh! —titubeó.
— ¿Por qué sudas como puerco, hijo? Acaso tú… —le miró con seriedad y Dib imaginó lo peor— ¡¿Acaso te has interesado por la ciencia?! ¡Estoy muy orgulloso, hijo!
— ¡Ah, sí, sí! ¡Es que quería inventar algo, papá!
— ¡Espléndido!
— Pero no lo he conseguido, así que me iré ya mismo. Debo…Debo, ya sabes, buscar a pie grande y esas cosas. Algún día te demostraré que existen y eso… —corrió a toda velocidad.
— Mi pobre hijo loco…
Llegó hasta su habitación y cerró la puerta con seguro. Esperó a recuperar el aliento para levantar su camisa y sacar el sobre que pegó en su torso. Sudar le había dado la ventaja de que éste se prensara allí, aunque también se había mojado un poco.
Le abrió y sacó el papel. Lo tomó con ambas manos y leyó cada renglón con detenimiento. Aquel era un expediente, su expediente. No lograba comprender si era un experimento o un paciente, quizá simplemente una creación a base de ambas.
Lo cierto es que, Dib Membrana jamás existió como tal. De niño había sufrido un accidente que le atrofió su cuerpo entero, por lo que cruelmente fue donado a la ciencia, ya que era huérfano y vivía en las calles. Membrana logró traerlo de nuevo a la vida, pero modificó su ADN por completo, usando el suyo y le otorgó partes corporales ajenas, además de darle funciones artificiales, quedando como un hibrido: mitad humano, mitad artificial.
Dib cayó de rodillas al suelo. Sujetó su cabeza con ambas manos y clavó sus uñas en el cráneo. Derramó lágrimas sin parar, pues, aunque se sentía aliviado por comprender por qué durante tanto tiempo se sintió diferente al resto, el dolor que le causaba saber la verdad, era estremecedor.
— Una fracción de tu mundo es un experimento, Dib.
— ¿Zim?... —el alienígena entraba por la ventana de la habitación. Se sentó sobre la cama del otro y le miró con sus grandes ojos color magenta.
— No eres el único que se siente como un idiota. Yo estuve tratando de arruinar la vida de tu especie, pero me instalé justo en el lugar experimental de tu padre.
— ¿Qué?
— Cada integrante de tu ciudad, ha sido un experimento fallido de Membrana. Este lugar está apartado de otras poblaciones. Me di cuenta muy tarde. Pareciera una clase de cuarentena, pero no están del todo aislados, pues yo pude acceder desde el exterior.
— ¿Ninguno es humano?
— Bueno, lo son… de cierta forma. Siguen siendo asquerosos e inferiores.
— Maldición, Zim… ¿Cómo sé que tú eres real? —le señaló con el índice diestro.
— ¿Te atreves a desafiar la existencia del gran Zim? ¡Humano patético!
— No soy un humano… —desvió la mirada. El otro se sintió arrepentido de sus palabras. Quizá sentía culpa— No soy nada… ¿Qué diablos soy?
— Eres un Dib-cosa. —cruzaron miradas, y aunque Dib entristecía al recordar todo, aquello le pareció extrañamente agradable. Esbozó una sonrisa de entre las comisuras de sus labios y el alienígena le regresó el gesto.
— ¡Dib! ¡Es hora de cenar! —la voz de su hermana le llamaba desde la planta baja.
— Uh… Suerte. —extendió los brazos robóticos de su pack y salió de la habitación.
El de anteojos arrugó su frente y salió de su habitación con firmeza. Caminó a paso seguro hasta la cocina y tomó asiento al lado de su hermana. Esta vez su padre les acompañaba. El invento que Membrana creó para cocinar la cena les sirvió apenas tomaron asiento. Gaz y su padre comenzaron la cena, pero Dib no probó alimento alguno.
— ¿Qué pasa, hijo?, ¿tu cena está fría? Quizá el robot necesite algunos ajustes.
— No. Está caliente.
— Noto en tu tono de voz algo de frustración, hijo. ¿Has estado viendo pornografía? Eso no es muy científico.
— ¿Qué? ¡No! —mostró una expresión de desagrado— Padre… Hay algo que está mal. Me siento diferente al resto.
— ¿A qué te refieres? Debe ser tu crecimiento natural.
— ¿Natural? No lo creo… ¡Hay algo más!
— Tu paranoia arruina mi cena, Dib. —refunfuñó Gaz, golpeando su cubierto contra la mesa.
— Dib, ya hablamos de esto. Los extraterrestres no existen, ni los fantasmas, ni pie grande, ni nada de lo que tus programas muestran.
— ¡Sí existen! ¡No puedo creer que sea un alíen quien me haga ver lo que es real! —golpeó la mesa con las palmas de sus manos al par que se ponía de pie— ¡No puedo creer que todo esto sea falso!
— ¿Hijo? —extendió su mano, pero Dib la golpeó para alejarla.
— ¿Dónde está mi verdadera madre?, ¿dónde están mis padres reales?, ¿por qué jamás me dijiste que soy sólo un experimento? —Gaz se quedó quieta, Membrana mantuvo su mirada en la de Dib, quien arrugaba cada vez más su frente a causa de todo el cólera que sentía.
— ¡Todo este tiempo he creído que nadie me quería! ¡Que era extraño y que no había forma de responder a mis incógnitas al respecto! ¡Tú me hiciste esto! ¡Tú arruinaste mi vida!
— Genial, el cabezón lo sabe. —expresó en tono de indiferencia la única fémina del lugar.
— ¿Gaz?, ¿tú lo sabías?, ¿me lo ocultaste también?
— Es que eres demasiado fastidioso. Además, de vez en cuando era divertido que Zim y tú estuvieran igual de confundidos.
— ¿Zim?, ¿qué tiene que ver Zim aquí?
— Oh, no… —expresó Membrana.
— ¡¿Qué está sucediendo?!
Capítulo 2:
La oscura noche arrasaba con la poca luz artificial de las lúgubres calles de la ciudad. Las grisáceas nubes habían cubierto la luna y una llovizna daba comienzo. Todo estaría en total silencio, de no ser por las pisadas de una persona, una sola que corría a toda velocidad, con la respiración agitada. El llanto se le escapaba con cada paso bien colocado en el pavimento, con cada centímetro lejos de su hogar y cada lágrima que escurría por sus mejillas, se mezclaba con la lluvia.
Se detuvo justo al frente de aquella casa que estaba acostumbrado a invadir. Golpeó la puerta, sin importarle que hubiera personas —experimentos— durmiendo. La madera vieja abriéndose hizo un leve rechinido y al otro lado, desconcertado, estaba el Irken sin disfraz alguno. Sus antenas se erizaron al ver de quién se trataba.
— ¿Dib-cosa?
— Zim, tenemos que hablar.
— Oh, pobre ser apestoso. Debes estar tan confundido, que necesitas que alguien te escuche y ahora que sabes sobre la falsedad de tu padre, vienes hasta Zim para que te apoye con su grandiosidad. ¡No lo haré, Dib!
— Zim… Escúchame, en verdad tengo que hablarte de algo. Me repugna hacerlo. Me aborrece la simple idea de estar aquí para hablar contigo.
— ¡Nunca! ¡Me niego!
El vecino de Zim encendió las luces de su habitación y desde la ventana, solo su silueta se marcaba. Dib le miró, pero el sujeto no hizo movimiento alguno por escasos segundos, hasta que ladeó su cabeza hacia la izquierda, y aunque su silueta se mantenía oscura, de sus ojos se desprendía un extraño brillo.
— Entraré de todas formas. —dio un leve empujón al otro y se adentró al falso hogar. Zim se percató del vecino y sintió escalofríos. Cerró la puerta de inmediato.
— ¿Y bien?, ¿qué es lo que quieres?
— Ambos fuimos engañados, Zim.
— ¿Ah?
— Mi padre…No, Membrana; él siempre supo de la existencia de tu especie. Hace tiempo tus líderes tuvieron contacto con señales de la Tierra, gracias a la tecnología de Membrana. ¡Por Saturno, todo cuadra ahora! ¡Es imposible que la ciencia evite el buscar vida en otros planetas! Jamás tuvo sentido que mi padre se negara a ello.
— ¿De qué estás hablando? ¡Mientes! ¡Mientes!
— ¡Presta atención!
— ¡Sghhh!
— Tus líderes y Membrana hablaron sobre un Irken que era una amenaza para su propia especie e hicieron un intercambio. El Irken, con fines científicos, por caramelos terrícolas. Por eso te enviaron a la Tierra, Zim. ¡Estás aquí porque tus líderes te intercambiaron por dulces!
— ¡Mis líderes jamás harían eso! ¡Es estúpido!
— ¡Despierta de una vez, Zim! ¡Eres una amenaza hasta para ti mismo!
El de ojos magenta se abalanzó sobre el otro y comenzaron un duelo de golpes mientras se gritaban el uno al otro. Zim rasguñó el rostro de Dib y éste último lo golpeó directamente en su torso, provocándole sofoco.
— ¡Mataste a tus más altos por el Florpus, no lo olvides, Zim!
— Ugh… —con mucho esfuerzo, se puso de pie, aunque mantuvo una de sus manos en su torso— Eso fue… Fue un error. No debía suceder así.
— Por favor, escúchame por una vez en tu asquerosa existencia, Zim. —suplicaba con el rostro sangrándole.
— Bien, te escucharé… Más vale que seas breve.
Tomaron asiento en el suelo y Dib limpió la sangre con la manga de su gabardina oscura. Inhaló profundo y se dispuso a confesar lo que sabía.
— Membrana siempre supo de tu existencia aquí en la Tierra porque tuvo contacto con tu especie gracias a la ciencia. Hasta ahí todo tiene lógica, pero… ¿por qué me lo ocultó? Zim… Membrana planeaba mezclarnos algún día para volvernos una especie nueva. ¡Es un maldito Hitler de la era moderna!
— ¡¿QUÉ?! —exclamó con fuerza y se puso de pie— ¡No hay manera de que crea esa tontería! ¡¿Y quién rayos es Hitler?!
— ¡Tienes que creerme, Zim! ¡No tenía ningún sentido que Membrana no supiera de ti! Estaba ocultándome que lo sabía, porque tarde o temprano me mezclaría contigo. Yo seguiría siendo parte de un experimento hasta el final… Nunca fui como un hijo para él… —bajó la mirada— No somos tan diferentes, Zim; a los dos nos han hecho a un lado por diferentes razones.
— N-No hay manera de que eso tenga sentido. No tienes cómo comprobarlo. No hay forma…
— Zim, si nos quedamos aquí, nos usarán como ratas de laboratorio. Tenemos que irnos cuanto antes.
Los ojos redondeados del alíen no se apartaban de aquellos tras el cristal de los anteojos. El ajeno ser estaba tan sorprendido y confuso, que no lograba aterrizar en una sola idea. Había visto a Dib como su enemigo por mucho tiempo y, ¿ahora compartían destino? Eran muchas cosas en que pensar. Sus antenas se encorvaron, casi como las orejas de un cachorro triste, y bajó la mirada, intentando buscarle un sentido a todo lo que el otro decía.
De pronto se escuchó un horrible estruendo al otro lado de la puerta. Algo parecía arrastrarse hasta el lugar. Ambos se giraron para mirar a través de la ventana, en donde ahora una silueta pequeña se marcaba; sólo una sonrisa de oreja a oreja se podía contemplar, al igual que los brillantes ojos que el anterior vecino mostró también. «Abre la puerta, hermanito», había varios tonos de voz en uno. Se escuchaba una mezcla macabra que provocó que a ambos se les erizara la piel.
— ¡Tenemos que irnos, Zim!
— ¡A la nave, a la nave!
Ambos se echaron a correr hasta la nave de Zim, después de que tomaran a Gir. Una vez adentro, el verdoso ser puso en marcha a la máquina y tan pronto como esta despegó, se percataron de una enorme mancha que absorbía la casa.
— ¡¿Qué rayos era eso?!
— ¡Era Gaz! Ta-También es un experimento fallido.
— Sabía que tenía algo de temerse.
— ¿Qué haremos ahora? —mordió sus uñas por la ansiedad.
— ¡Salgamos de este asqueroso planeta!
— ¡Si salgo sin protección, moriré! —hizo una breve pausa y luego suspiró— No…espera, lo he hecho antes. No me ha sucedido nada porque… No soy completamente humano. —se encogió de hombros y Zim le miró con lástima.
— Larguémonos entonces.
«[Interferencia] Dib [interferencia] Hijo… No te vayas… [interferencia]», el mensaje se trasmitía desde la radio en la nave de Zim. Dib curveó sus cejas, pues en sus adentros aún sentía que se trataba de su padre. Dolía recordar que había sido solo un experimento, pero la voz de Membrana pidiéndole quedarse, le tranquilizaba un poco. Tomó el contestador con su mano, pese a que Zim le advirtió no caer en las palabras falsas de aquel hombre.
— Papá… —sollozó un poco.
— Hijo… [interferencia]. Vuelve, este es tu hogar. Prometo que… [interferencia continua por cinco segundos].
— ¡Papá! —gritó ante la exasperante sensación de no escucharle.
— Prometo que… [interferencia] Prometo que no dolerá, hijo.
— ¿Qué?...
El de cabellos oscuros y alborotados quedó atónito ante las palabras de su creador, tanto, que de pronto enfureció, y mientras lloraba sin cesar, cortó la comunicación por completo. Se abrazó de sus rodillas en un rincón de la nave y se quedó ahí por un rato. Zim maniobraba en silencio al par que encendía a Gir, quien se tardaría unos minutos en despertar, debido a que la hibernación era un proceso lento.
Al cabo de un rato, colocó a la nave en automático y se dirigió al lado de Dib para sentarse. Suspiró, pero se quedó allí con él, hasta que éste se quedó dormido. Luego se puso de pie y caminó hasta su asiento de mando; contempló el espacio manteniéndose sin expresión alguna. Miró a su ayudante robótico estabilizándose para despertar y nuevamente observó hacia el exterior. «Es raro, ¿no, Gir? Viajar por todo el espacio, saber que hay miles de vidas aquí afuera, y a su vez, sentirse tan solitario. Es abrumador, si lo pienso así. Y, entonces, de todas las situaciones extrañas que le pueden suceder a un Irken, termino siendo intercambiado por caramelos. Acabé en un planeta con sujetos repugnantes, con asquerosas costumbres. Ha sido la peor experiencia de mis cien sesenta años, ¡la peor, sin duda! Pero… Gracias a eso, conocí al único ser que no me hace sentir solo. Extraño, ¿cierto, Gir?». Tomó asiento y se acurrucó en sí mismo. Dib, desde su lugar, le escuchó atentamente y en silencio; sonrió un poco y luego volvió a ocultar su mirada.
Después de algunas horas, fijaron destino hacia una galaxia cercana, en un planeta poco poblado. Decidieron hacer una parada allí para llenar el tanque de combustible de la nave y alimentarse. No sabían bien qué harían después, ni a dónde se dirigirían, pero estaban aliviados de haber escapado a tiempo.
O, eso creían…
Gracias por leer!
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