jcoyuela Juan Carlos Oyuela Pavón

Roberto es un jóven al que el destino parece sonreirle. Pero descubrirá a través de algunos acontecimietos que más se crece en las dificultades que en la soñada vida exitosa.


Historias de vida Todo público.

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El testamento

La fotografía familiar mostraba al abuelo en centro, rodeado de una familia numerosa. Se le veía sonriente, con la expresión de persona satisfecha por los logros conseguidos en la vida; una familia y la prosperidad en los negocios...por el color desvaído se diría que era bastante antigua. Allí estaba él cuando era  niño, rodeado de sus tíos y unos treinta primos.

Roberto pensó entonces que sus estudios en el extranjero le permitieron conocer poco a su familia. La película de sus recuerdos con los suyos se había detenido a los doce años, cuando salió de la casa paterna para estudiar en un college en Inglaterra. Del abuelo solo recordaba algunos momentos en la adolescencia, cuando había regresado de vacaciones. No tenía hacia él un especial afecto, sin embargo hoy estaba dispuesto a fingir. Las reglas del comportamiento dictaban que tenía que mostrar cierto pesar en la lectura del testamento.

Estaba esperando impacientemente, nervioso. No dejaba de repasar las posibilidades; tal vez sería la hacienda en la cual estaban los caballos más caros de todo el país. O tal vez se trataría de la casa en la playa que seguramente incluiría el yate más preciado de su abuelo. Aunque también estaba el hotel en la costa mediterránea, el primer negocio con el que su abuelo ganó el primer millón de dólares.

De pronto se abrió la puerta y entró el abogado de la familia junto con una esbelta secretaria. Llevaba en la mano un sobre en el que seguramente estaba el testamento. Ambos estaban vestidos de negro. Daba la impresión que querían dar una solemnidad excesiva al encuentro.

Roberto se estrujó las manos con cierto nerviosismo. Estaban sudorosas. Necesitaba la herencia, como el aire para respirar. Después de graduarse en Harvard, sin muchos honores por cierto, se implicó en un proyecto especialmente riesgoso. Los amigos le habían asegurado unas altas ganancias en poco tiempo. Aunque no contaban con la convulsión social que surgió en Honduras precisamente cuando se disponía a comenzar a construir el centro de datos. Ya habían pasado tres años y los intereses de los bancos no hacían más que aumentar su millonario déficit. En un lance desesperado intentó engañar a un conocido empresario que le prestó varios millones de dólares. Luego reconoció que había cometido un gran error al haber entrado en relación con uno de los principales mafiosos de América. Ahora, si no pagaba con los billetes contantes y sonantes lo haría con su propia vida.

El abogado comenzó con la lectura del documento. Sus palabras se deslizaban lentamente.

-Tu abuelo fue muy generoso en su testamento. No se olvidó de nadie, incluso dejó a Juana, la nana de la familia, una casa en la que pasar sus últimos días.

-Evitemos los detalles innecesarios -dijo Roberto -Por favor, vayamos al grano.

-Si, si, por supuesto. En tu caso, el testamento tiene un acertijo -dijo el abogado.

Roberto se puso rígido en la silla en la que llevaba media hora. La impaciencia comenzó a transformarse en desesperación. Había olvidado que su abuelo no era de esos que sueltan el dinero con facilidad.

-Tu mismo escogerás qué te corresponderá por la herencia. Una opción es contar con la sabiduría y el conocimiento más importante y la otra es mi baúl con objetos de oro más preciados. ¿Qué eliges?

Roberto no se esperaba esta pregunta. Conocía la tendencia de su abuelo a dar continuas lecciones. Así que pensó que tal vez sería más prudente y correcto decir que se inclinaba por la sabiduría. Aunque también tenía en su mente las agobiantes deudas que le habían llevado a vender todo lo que tenía y a esconderse con constante zozobra. Mejor pájaro en mano que ciento volando pensó, así que si aceptaba la bolsa de oro por lo menos podría hacer frente a sus necesidades más inmediatas y cubrir al menos las deudas con el matón que había puesto precio a su cabeza. Aunque, si se inclinaba por esta alternativa posiblemente ya no recibiría nada más.

-Escojo la sabiduría, dijo Roberto.

El abogado leyó la respuesta prevista en el testamento en caso de dicha elección: "cada uno escoge lo que más le hace falta. Como has elegido la sabiduría, te entrego un libro que escribí en donde están contenidos todos mis consejos para que construyas una vida próspera y feliz".

En ese momento, Roberto pensó con rabia que lo que menos necesitaba eran los sermones de un anciano.

-¿No me dejó nada más el abuelo? -preguntó Roberto

El abogado guardó silencio como única respuesta.

-¿Puedo cambiar mi elección? -dijo Roberto con una desesperación que ya se hacía más que evidente.

El abogado dijo: tu abuelo había previsto también esta posibilidad. En este caso se indicaba la siguiente respuesta en el testamento: "Como supuse que no has cambiado y que continuarás siendo mal agradecido, en este caso tampoco tendrás el libro que me acompañó durante toda mi vida. Lamento el exceso de comodidades en el que te tuvimos tus padres y yo. Eso te hizo pensar que tenías derecho a todo, incluso a pisotear a los que te rodeaban. El odio que me guardes se encargará de darte tu castigo".

Lejos de reconocer su error, Roberto se levantó de forma airada, salió del despacho con un sonoro portazo. No se daba cuenta que con ella se cerraban cientos de posibilidades para resolver sus problemas. Tampoco pensó en que en pocos días le haría compañía a su abuelo.

10 de Octubre de 2019 a las 19:04 0 Reporte Insertar Seguir historia
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