angetgiu Angelo Giuliano

El salvaje oeste posee las maldiciones mas antiguas de toda América: las repercusiones de un asesinato sin intenciones llegarán a Joanne


Cuento Todo público.

#terror #desierto #horror #thriller
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Páramos de venganza

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Instantáneamente. Cual vaso que se rompe. Tal como cuando uno, descuidadamente, le da un codazo a una copa y esta cae y rueda hasta el suelo. Se quiebra. Se despedaza en mil fragmentos. Uno admira el desastre de piezas de vidrio. Lo contempla, especialmente sabiendo que es obra de nadie más que suya; y que no hay vuelta atrás.

Joanne escondió el cuerpo de sus víctimas entre unos arbustos. No era un buen escondite, pero no había otro lugar al alcance de la mano. Sabía que todos en el pueblo habían escuchado sus disparos. El aguacil no iba a tardar en llegar. Oyó galopes a lo lejos. Corrió a las afueras del pueblo y no se detuvo hasta que hubo perdido de vista las luces de los faroles.

Entonces imprevistamente metió el pie en un pozo y rodó por el suelo hasta chocarse con un árbol. Era de noche, y todo alrededor suyo parecía estar sumergido en oscuridad absoluta.

Solo oía el chirrido de los insectos a su alrededor, y el leve sonido de los escasos y secos árboles al ser sacudidos por el viento. El oeste era aún más desértico de lo que le habían contado.

Había pasado un rato de inactividad. El cansancio y el dolor la habían obligado a descansar. El sol aún no se levantaba, pero podía ver un poco más que antes. Así, divisó una extraña figura cerca de ella.

Al reconocer de qué se trataba, intentó huir, pero no pudo hacer nada. Antes de dar dos pasos, recibió un golpe muy fuerte en la cabeza. Aterrorizada pero impotente, vio cómo su agresor recogía su maza del suelo. Se preparó para un segundo golpe, pero solo sintió como sus manos eran rodeadas por una soga. Una vez apresada, fue obligada a levantarse.

Observó su piel colorada, sus vestiduras y la cinta decorada con plumas que llevaba sobre la cabeza. El nativo le quitó su pistola y la llevó a punta de cuchillo hasta su pueblo.

Se trataba de un conjunto abandonado de edificaciones en los que su tribu había encontrado refugio. Probablemente montado provisoriamente para alguna excavación, pensó Joanne.

La ataron a un poste que sostenía el techo de una casa.

Las horas pasaron, y el alba comenzó a levantarse.

Pensaba en el hombre y en el niño que había asesinado a sangre fría. No había sido su intención castigar a alguien de esa forma.

Era cierto que no deseaba estar en el pueblo, en el que seguramente la gente estaría pidiendo la cabeza del homicida. Pero, por otro lado, había oído relatos salvajes y sanguinarios sobre lo que los “pieles rojas” eran capaces de hacer.

Mientras desayunaban, uno de ellos se le acercó. Le dio agua y le preguntó qué hacía en el medio del desierto. Era la primera vez que oía a uno de ellos hablar inglés.

Joanne le explicó su historia. Era una esclava que había logrado escapar de una explotación minera cercana. Vagó por los páramos hasta que encontró un pueblo en el cual esconderse.

En un pueblo de blancos, ricos y, por lo tanto, todos constituían una amenaza para ella.

Había robado una colt de uno de los busca fortunas que la tenían apresada. No pensó tener que usarla, hasta que en su segunda noche, un señor anciano la invitó a subir a su carroza. Temía que la llevaran devuelta a las minas, por lo que se negó. El hombre insistió hasta desenfundar algo de su saco. Sin dudarlo, Joanne gatilló hacia su cuerpo tres veces. Había sido su instinto quien la hizo cometer tal cosa.

A pesar de que solo era un monedero lo que tenía en el bolsillo, lo hecho, hecho estaba. Aún estaba sobresaltada cuando oyó una voz detrás. Se dio vuelta y disparó otra vez, aunque ahora se trataba de un niño, probablemente el hijo de aquel señor. Escapó hasta ser capturada por aquella tribu.

Los nativos oían aterrados. Dijeron que lo que había hecho no tenía perdón, y que los espíritus de sus víctimas la perseguirían buscando justicia.

Tomó por absurdas sus advertencias y pidió que la liberaran. Uno de ellos, aparentemente el líder, se acercó con una navaja, cortó sus ataduras. Le ordenaron que se aleje de ellos y que nunca vuelva.

Se encontraba entonces en la misma posición que antes. Sin transporte, ni agua, ni lugar para quedarse.

Pero de todas formas corrió. Sin detenerse a descansar. Corrió, corrió y corrió. De pronto, se encontró ante una estación de ferrocarril. Había construcciones alrededor, pero todas parecían estar vacías. Había, también, una pulpería, la cual se hallaba cerrada.

Miró alrededor suyo para comprobar que no había nada más. En eso, divisó a lo lejos una extraña figura. Parecía humana, pero era más pálida y delgada de lo normal. Extrañada, entró a la estación.

Tenía un sentimiento espantoso. Estaba asustada, en el medio de la nada, sin signo alguno de civilización, y sin idea alguna de que hacer.

Se heló de pies a cabeza cuando vio, parada en el ferrocarril, a la misma figura. Caminó hacia otro lado amedrentada.

Intentó descartar todas las teorías sobrenaturales que se le ocurrían. Le temblaba todo el cuerpo. Examinó salidas del edificio para deducir cual sería más rápida.

Pero ya era demasiado tarde.

Porque no podía parar de oír a aquel niño llamar a su padre, llorando. Estaba por todas partes. No eran dos, sino decenas de figuras estremecedoras del más allá. La rodearon. La apresaron, con sus brazos. No había escapatoria. La envolvieron. La raptaron. Se la llevaron con ellos. Pues, decían, debía pagar por lo que había hecho…

22 de Septiembre de 2019 a las 06:12 1 Reporte Insertar Seguir historia
2
Fin

Conoce al autor

Angelo Giuliano Me llamo a mí mismo escritor. Por abajo de 18, aún comenzando... Cualquier persona que no haya probado un churro o un libro de Jorge Luis Borges debería hacerlo. Pasate por mi blog https://agiulianolibros.wordpress.com para más contenido, historias y posts sobre el arte de escribir. Nos vemos allá

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Lautaro Martin Lautaro Martin
Me encanto
October 12, 2019, 16:20
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