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Francisco perdió a sus seres queridos en un accidente. Ahora busca venganza.


Cuento No para niños menores de 13.

#venganza #la-cena #amistad #odio
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La cena.

Había pasado casi un año y Francisco todavía no lo superaba: Había sido el cumpleaños de su mujer y la bebida daba vueltas por todo el salón. Él había tomado demasiado, por lo que no podía manejar. Luis, su amigo, se ofreció a llevarlos de vuelta a su casa. Resulta que Luis estaba demasiado agotado (aunque no quisiera admitirlo), por lo que se durmió en el camino y chocaron. Él y Francisco se salvaron, pero la mujer y el hijo de este último no. Horas después, ya en el hospital, le preguntaron a Francisco si quería hacer una denuncia. Dijo que no, pero no por amistad, sino porque estaba totalmente destrozado por dentro y tenía una profunda lucha interna. Lucha interna que no había terminado aún. Se culpaba a él por no haber estado en buenas condiciones. Si no hubiera tomado y hubiera manejado él. Quizás… tan solo quizás… Se odiaba a sí mismo, y también odiaba a Luis, ya que pensaba que iba a ser más responsable cuando se trataba de la seguridad de sus seres queridos. Claro que Francisco sabía que su amigo era un irresponsable, pero no imaginaba que lo fuera hasta el punto de arrebatarle a su familia. No paraba de culparse a sí mismo por no haberlo imaginado. Pero su amigo también tenía la culpa. Pero él… Pero su amigo… Pero él… Ya no importaba, porque se había decidido a vengarse y acabar con todo. Sabía que la venganza no le devolvería a su familia, y que solo arruinaría a quienes aún le quedaban, pero a él no le importaba. Alguien debía pagar. Se había ganado ese derecho con sangre ajena. Ya no era más él mismo, y ya tenía elegida a su víctima. Ahora era cuestión de ver cómo acabaría con su vida. No podía ser de cualquier forma. Pensó en la ejecución perfecta por días, hasta que la misma palabra le dio la idea: “ejecución”. Decidió que, a la manera de los antiguos condenados, su víctima tendría una última cena, pero no cualquier última cena. El lugar estaría lleno de todo aquello que su víctima amaba, para que, en sus últimos momentos de vida, lo relacionara todo con su inminente final y odiara aquello que alguna vez amó. Era la venganza perfecta. También decidió que el condenado estuviera acompañado por quien alguna vez había sido su mejor amigo, para que vea lo que provocó. No podía estar solo, tenía que sufrir acompañado. Fue así que invitó a Luis a una cena para “arreglar las cosas”. Luis no estaba muy convencido de esto, pero se sentía tan culpable por lo sucedido que decidió seguirle el juego. La juntada sería en la casa de Francisco, y la comida y música de fondo serían también elegidas por él. Luis consideraba que Francisco se merecía al menos eso, así que no le puso traba alguna. El día de la reunión, Luis fue a la casa, y Francisco lo recibió. Lo primero que notó fue que Francisco llevaba puesta la remera de The Velvet Underground que le había regalado su mujer de su viaje a Londres. Esa remera que tan orgullosamente exhibía siempre que podía antes del accidente. Le parecía extraño que se decidiera a usarla de nuevo, y hasta llegó a sentir culpa, pero se obligó a pensar que era porque había superado el duelo. No quería creer nada más. Entró, se sentó a la mesa y, mientras esperaban la comida, Francisco puso una playlist de Spotify seleccionada al azar. Pasaban los minutos y sonaban diversas bandas: desde algunas más antiguas como The Beatles o Nirvana a otras más modernas como The Strokes y Arctic Monkeys. Música que Francisco había descubierto gracias a Luis y que había aprendido a amar. Luis siempre había sentido una especie de orgullo por ser el mentor musical de su amigo, y un poco le alegraba ver que algo de él había perdurado en Francisco, a pesar de lo que había ocurrido. De aquello que ÉL había hecho. Tras casi una hora de charlar y ponerse al día como en los viejos tiempos (pero sin ser los viejos tiempos), llegó la comida. Francisco había elegido comida mexicana, que es la que él ama. Era un tipo de cocina que a Luis solía no gustarle, hasta que un día Francisco ganó un concurso organizado por un restaurante especializado y fue invitado. Quizás por haberla probado en ese momento, quizás por influencia de su mejor amigo, se había convertido en su comida favorita. Desde entonces, ambos eran mexicanos de paladar. Tardaron una media hora en terminar de comer, y justo cuando terminaron empezó el tema “Turn! Turn! Turn!”, de The Byrds. Canción que ambos amaban. Tras su famoso riff arpegiado, las voces comenzaron a cantar: “Para todo hay una estación, y un tiempo para cada propósito bajo el paraíso”. Siguió el estribillo: “Un tiempo para nacer, un tiempo para morir. Un tiempo para plantar, un tiempo para cosechar. Un tiempo para matar, un tiempo para sanar”. En el aire se respiraba algo bastante cercano a la felicidad y la amistad que alguna vez tuvieron. Esta era la señal. Francisco sacó un arma y apuntó a la cabeza de a quien ahora simplemente llamaba “su víctima”. Luis, apenas creyendo lo que veía, le suplicó que no lo hiciera: “Tu mujer y tu hijo no querrían esto”. “¿Eso es todo lo que tenés para decirme?” Preguntó Francisco furioso. “¿Las palabras típicas que le dice el héroe de la película al vengador? Te recuerdo que fui YO quien te enseñó esas palabras. Todo lo que sabés sobre ficción me lo debés a mí. Me debés tantas cosas”. “No importan las palabras. No dejan de ser ciertas. ¿De verdad querés esto?”. “Sí” Dijo Francisco. “Te odio, pero más me odio a mí mismo por haber confiado en vos”. Tras esto, apretó el gatillo y se voló la cabeza. La venganza fue un éxito.

10 de Julio de 2019 a las 15:49 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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