u15519752281551975228 Ibán José Velázquez de Castro Castillo

¿Alguna vez habéis estado en un sueño en los que erais meros espectadores?, ¿habéis querido despertar? Imaginad que no podáis y que ese sueño pareciera real. Así está el protagonista de nuestra historia. Entrad a descubrir que le pasa y por qué el color de la sangre no le molesta.


Suspenso/Misterio Sólo para mayores de 18.

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EL COLOR DE SU SANGRE NO ES LO QUE MÁS ME IMPORTA

Como siempre en esas fechas, la gente iba y venía. La calle era un bullicio constante. Algunos llevaban bajo el brazo regalos de último momento, comprados con prisas y malos modos. Otros más amables avanzaban con una sonrisa gentil en su rostro, creyendo todas esas falacias sobre la navidad y el tiempo de paz. Todos intentaban ultimar los últimos detalles, preparándose para la inolvidable noche que en el mejor de los casos resultaba ser anodina para la mayor parte de las familias. Cuánto mal había hecho la televisión en estas fechas.

Incluso los indigentes tenían donde pasar esas fiestas, algunos se creían buenos y daban un lugar donde dormir y una comida caliente a aquellos que llegaban a tiempo, pero entre todos esos hijos de la calle había un pequeño de diez años, que no tenía a donde ir, o tal vez, prefiriese la soledad.

Hacía un tiempo, que el pequeño Juan Álvarez había quedado huérfano por la muerte de sus padres. Un vulgar asalto dijeron, les volaron los sesos delante del niño, el cual huyó, con toda esa sangre alrededor de sus labios. Había visto a sus asaltantes, sabía que volverían a por él. El socio de su padre no querría testigos y nadie podría salvarlo de esa risa cargada de la seguridad de quién no tiene nada que temer de las autoridades.

Con lo días había aprendido todo lo que necesitaba saber para sobrevivir en las calles. Había llorado, y mucho, a sus padres. Pero allí no se podía permitir el lujo del dolor, por eso no acudió a nadie más, esa desesperanza mantenía ocupada su mente, día tras día, noche tras noche. Esa necesidad constante no le permitía pensar en sus padres ni en esa sangre cubriendo sus labios.

Esa noche en particular necesitaba encontrar un lugar donde dormir, acababa de empezar a nevar y el frío combinado con la nieve y el agua no auguraban una noche segura en la calle.

Buscó por callejones oscuros y barrios con casas desiertas, pero no encontró nada seguro para él. Pasó mucho tiempo hasta que vio la pequeña casa en ruinas que aún mantenía alguno de sus cuartos en pie. Era un lugar ideal para celebrar la navidad, alejado de todos, escondido de la nieve y el frío, sin pensar en nada más que en sobrevivir a una noche más. No quería pensar.

Esperaba que hubiera, aunque fuera, una cama para poder dormir tranquilo por primera vez en meses. La suerte estuvo de su parte, estaba algo carcomida y sucia, pero era una cama. Con cuidado se adentró en el cuarto que la exhibía en el centro, y observó el lugar. No se fiaba de que su dueño volviera a media noche, pero siendo realistas, ¡quién coño iba a querer dormir allí la noche de navidad más que él!. Ansiaba poder descubrir que el lugar era seguro para quedarse por un largo tiempo allí. Estaba cómodo y aislado del resto de los humanos. Su vida no era más que un hilo fino que pendía del filo de una navaja.

Sin preámbulos comenzó a desempacar las pocas cosas que tenía en su mochila, se la había agenciado de una tienda de deportes y le era realmente útil. Preparó un pequeño fuego en mitad del comedor. Pensó que eso lo mantendría caliente esa noche.

Aún faltaban dos horas para la llegada de la Nochebuena, ¡cómo esperaba que pasase ese día!

Recordaba a sus padres y los añoraba muchísimo. Había conseguido comida en la basura de un restaurante. No se atrevía a pedir, ya que alguien podría reconocerlo o simplemente llevarlo a servicios sociales por su edad. No quería arriesgarse, así que la comida de allí estaba bien.

Después de cenar las sobras, se acomodó en la cama con la manta que había pertenecido a otro mendigo, al cuál robó. Al momento cayó completamente dormido.

Pasaron solo unos segundos, pensó, hasta que empezó el sueño.

Todo estaba oscuro y él avanzaba en solitario por medio de una acera. Los transeúntes no le prestaron atención, al menos la mayoría. Un hombre grande, de hombros enormes le cortó el paso.

— ¿Dónde vas pequeño?

La voz del hombre era melosa, pero traslucía un deseo oscuro indefinido. El chico no contestó, lo cuál transformó la cara del gigante, que poco a poco mostró una desagradable mueca de rabia. Agarró al chico con sus dos poderosas manos y lo alzó hasta tenerlo a la mismísima altura de sus ojos. Lo que vio reflejado en ellos pareció asustarle. En los ojos del hombre vio el reflejo de los suyos, negros como un gran agujero excavado por un castor en estiércol.

El hombre empezó a contorsionarse por el dolor más intenso que jamás hubiera conocido hasta ese momento. Juan Álvarez llevaba en sus manos una botella de cerveza de cristal, partida por la mitad, con el filo de la misma introducida con fuerza en la garganta del hombre.

“El color de su sangre no es lo que más me preocupa”, pensó en el extraño sueño el chico.

La sangre acababa de salpicar todo su rostro, como aquella vez con la de sus padres, eso sí le preocupó.

El hombre cayó a plomo contra el duro asfalto, que aún no estaba cubierto de nieve suficientemente.

Sin más el pequeño, simplemente, se alejó como si nada hubiera ocurrido allí mismo.

Estuvo otro rato merodeando por las calles hasta que se detuvo en un callejón, frente a él se hallaba una mujer ebria, era relativamente joven, treinta y algo años, como su madre y se tambaleaba de un lado a otro, estando a punto de caerse en varias ocasiones. Era una mendiga como él. Antes de llegar hasta donde estaba el niño, rodó y se golpeó la cabeza. Sangraba por el labio cuándo se incorporó, pero intentó decir algo, aunque el chico en su sueño no podía entender absolutamente nada. Era como si no tuviera el control de su cuerpo o lo que pasara fuera ajeno completamente a él.

Sin decir una sola palabra Juan se acercó con paso tranquilo y luego simplemente atravesó con el cuchillo su pecho hasta llegar al corazón o cerca imaginó. La mujer llevaba muerta unos minutos y él aún continuaba revolviendo dentro de ella con el arma blanca, hasta quedar satisfecho con lo que salía por ese gran orificio.

Una parte de Juan trataba de despertar de esa pesadilla, pero lo más extraño es que no despertaba en él ningún sentimiento de repulsa nada de lo que estaba haciendo, era casi como si fuera un buen sueño aquel.

Paró un rato a disfrutar del macabro espectáculo e incluso se atrevió a disfrutar pintando en la nieve miembros desmembrados con la sangre abundante que le servía de tinta improvisada. Al poco rato se cansó y continuó su camino onírico.

Las calles desiertas fueron cubriéndose poco a poco de blanco sucio. El rojo adornaba su recorrido, su piel y sus ropas.

El pequeño estaba empapado de ese rojo vivo que incluso saboreaba en sus labios.

Cerca de una tienda de regalos, se encontró a un hombre delgado, cerrando su local. Era bajo, pero fornido, algo calvo y con la mirada cansada.

— ¿Pequeño? — el horror se dibujó en su rostro al verlo — ¿Y tus padres?, ¿te han herido?, ¿dónde están?

El hombre preocupado se agachó y se acercó rápido al niño.

— Dime algo, espera, vente a mi coche, llamaremos inmediatamente a la policía — le dijo exaltado.

Juan con un simple gruñido realizó un tajo en todo su cuello, ya había hablado mucho. Le gustaba oír como se iba desangrando poco a poco.

  1. — ¡¿Porrr.. qué…?!—dijo el hombre antes de exhalar el aire de sus pulmones por última vez y antes de que el pequeño arrancara por completo su cabeza manteniéndola unos instantes entre sus manos.

Faltando un minuto para que fuera Nochebuena, una mujer joven, resuelta y ágil se acercó al chico por detrás de él.

— Todo va a estar bien — le susurró y al momento, el niño despertó. Le costó abrir los ojos e imaginó que lo primero que vería sería el colchón mugriento, pero no. Estaba allí de pie en medio de un charco de sangre, con el cuchillo entre sus manos y la sangre goteando por sus labios, al igual que cuando mató a sus padres.

El terror volvió a invadirlo, como aquella vez. Incluso pidió ayuda, lloró y llamó a sus padres. Sus quejidos se volvieron toscos y roncos mientras el cuchillo de la joven de mirada salvaje, uno más grande que el suyo se internaba entre sus órganos, desgarrando su piel y agujereando su estómago. Justo en ese momento se escucharon las campanadas de la iglesia. Ya era navidad.

La mujer lo miró largo rato con los ojos negros como antes los tuvo él y se quedó disfrutando del espectáculo hasta que la vida se escapó completamente del cuerpo inerte del muchacho.

—Es mi turno Juan — dijo mientras caminaba resueltamente con esa mirada vidriosa enfocada en una pareja que andaba por la acera de enfrente.

24 de Junio de 2019 a las 01:04 2 Reporte Insertar Seguir historia
3
Fin

Conoce al autor

Ibán José Velázquez de Castro Castillo Soy un pequeño alma errante devoradora de historias que quiera aportar su pequeño granito de arena a las cientos de palabras escritas para el deleite de las personas. La historia que traigo lleva muchos años en mi cabeza y algunos otros en el papel. Ya tenía cerca de 60 páginas escritas a máquina hasta que pasó lo impensable, me atasqué, la di de leer a más gente y decidí reestructurarla toda y dar más profundidad y un enfoque de tiempos a mi novela diferente.

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a1 aenean 13
me sorprendió bastante la historia,da una sensación extraña de tristeza y amargura en todo el relato... y el final es impactante... quedo genial la historia.
August 23, 2019, 02:19
Samantha G Samantha G
Quedo maravillosa :) Gracias
June 24, 2019, 07:18
~