lux-matnifica Lux Matnifica

Un grupo de viajeros misteriosos suben a bordo de El Santuario, un barco que transporta esclavos muy inquietantes, pero una tormenta les hará desviarse de la ruta. Una misteriosa luz verde tratará de guiarles..., pero se supone que el faro de esa bahía lleva años abandonado.


Cuento No para niños menores de 13.

#fantasia #misterio #sobrenatural #paranormal #barco-maldito #leiriu #lux #terror #vampiro #sucubo #bardo #esclavitud #xenofobia #giro-inesperado
Cuento corto
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El faro


El mar, negro como la tinta y revuelto por el terrible tiempo que hacía, les arrastraba sin piedad con la misma facilidad que una ráfaga de aire hace bailar a una cometa. Violento, agitado y cubierto de telarañas de espuma, daba la sensación de que, bajo la superficie, había un terrible monstruo que escupía lo que tragaba. Esa imagen mental no le hacía sentir mejor a su estómago, pero al mismo tiempo le ayudaba a superar la perturbadora atracción que sentía por el fondo oceánico. Si había algo que siempre le había aterrado, era el mar y sus múltiples misterios. El saberse fascinado por algo que le aterraba, le asqueaba y le hacía sentirse masoquista.


Tras él, media centena de esclavos remaban siendo azuzados por el terrible cómitre de abordo. Restallaban el látigo y los gritos. Los jadeos y maldiciones eran ahogados por la furia de las olas al empeñarse en chocar contra ellos.

Y el mar seguía allí, fluctuante, abismal, susurrándole cosas que su mente no quería escuchar.


—¡Estás afuera! Te vas a empapar... Baja con nosotros a la bodega —reconoció la femenina voz de Anane detrás de él.

Él quería ir con ella, pero ¿cómo le explicaba que no podía desclavar sus ojos de la turbulenta superficie marina? Se veía a él mismo hundiéndose, cayendo hacia el fondo con algas viscosas enredadas a su cuerpo y la oscuridad del fondo cerniéndose sobre él...

—Vamos, Lucian. Te necesito para que me ayudes a soportar a Killian, está histérico...


Finalmente Lucian se volvió, topándose con los inquietantes ojos violeta de Anane, enmarcados por unas cejas muy oscuras, pero también muy finas. Su cabello castaño oscuro se le pegaba a la cara, hecho un caos por culpa del viento.


En la bodega, todos se encontraban apiñados alrededor de una mesa para entrar mejor en calor. Por este motivo, Lucian se mantuvo alejado del grupo. No estaban solos: el capitán bebía copiosamente cerveza aromatizada con especias y esclavos demasiado débiles para remar también se encontraban allí abajo. Lucian trató de ignorar las miradas recelosas que éstos últimos le enviaban, sabía que le despreciaban por la palidez extrema de su piel en contraposición a la oscura de los esclavos, procedentes de las exóticas tierras del sur. Ninguno de sus compañeros parecía mostrarse muy a gusto en presencia de estos esclavos. Tenían la oscura tez grabada con tatuajes crípticos y agujereada por pendientes de hueso. Sus dientes eran muy amarillos y torcidos y los ojos saltones estaban inyectados en sangre. Una mujer acunaba a su bebé susurrándole cánticos que más que para dormir, parecía que servían para producir pesadillas. Si Ellette llegaba a enterarse de la clase de navío a la que habían subido, les regañaría, pero no les había quedado más remedio. El Santuario era la única nave lista para zarpar que les había aceptado.


Se trataba de una vieja galeota de dos mástiles y con capacidad de hasta sesenta remeros, por lo que no era muy grande, pero precisamente por ello y por solo ir armada con unos pocos cañones pequeños, resultaba bastante rápida y ágil. Su nombre era irónico; en realidad se dedicaba a transportar esclavos que compraban en la bulliciosa Farraige hasta las isla del archipiélago Go Léir, un riesgo extra, porque si descubrían quiénes eran ellos realmente, les esclavizarían también. En realidad, Lucian dudaba seriamente de que la tripulación de aquel barco pudiera contra ellos, eran las cadenas alrededor del cuello lo que más le preocupaba. Si lograban ponerles esas cadenas estaban perdidos, pero los esclavos se compraban ya con ellas, era por eso que tampoco le preocupaba demasiado.


Un niño empezó a llorar. Los cánticos de la madre se hicieron más audibles, aunque no por ello se entendían mejor, ya que hablaban una lengua demasiado salvaje y exótica para todos ellos.


—Se trata de una canción sobre el mar —les explicó el capitán que, debido a los numerosos viajes que había realizado, algo comprendía de ese extraño idioma—. Habla de cómo su pueblo adoró el mar y cómo éste les traicionó llevando hasta sus costas a los Sin Magia. Ellos creen que hicieron algo mal y, por eso, fueron castigados, pero igual que el mar les traicionó a ellos, también nos la puede jugar a nosotros. El mar es indomable y caprichoso y solo el Oscuro puede controlarlo a su antojo. El Oscuro yace en el fondo del océano y su odio y rencor contamina las aguas, volviéndolas turbulentas. Eso molesta a sus antepasados, pues los nurai echan el cuerpo de sus difuntos al mar para que puedan hallar la Ciudad Submarina, donde deben dormir por siempre. Ellos auguran que El Oscuro despertará a sus antepasados que saldrán de la Ciudad Submarina y se vengarán.


La historia en sí no era demasiado terrorífica y menos para ellos que habían visto con sus propios ojos las atrocidades cometidas por Kra Dereth, pero a Lucian igualmente se le encogió el estómago. La idea de una ciudad submarina habitada por espíritus no le reconfortaba.

Killian parecía bastante irritado por la voz del capitán.

—Ya empiezo a cansarme de historias sobre nurais supersticiosos —estalló—. ¡Necesitamos navegar más rápido! ¡Nos aseguraste que este barcucho era el más rápido de todo el puerto!

—Con este temporal, ningún barco puede ser rápido —le acalló Anane con una mirada inquisitiva. Comprendía que estuviera preocupado por Ellette, todos lo estaban, pero si seguía así iban a descubrir el verdadero motivo por el que habían embarcado.

—Iré a hablar con el navegante. La verdad es que en esta época del año es raro semejante tormenta.

—¡El Oscuro! ¡El Oscuro! —bramó la nurai. Aquella vez todos pudieron entenderla perfectamente.

El capitán se levantó, tambaleándose, y tropezó con la cadena de un esclavo. Finalmente logró salir, dejándoles solos.

Lucian emitió un suspiro y Anane aprovechó para golpear a Killian. De pronto los esclavos se levantaron del suelo y se acercaron a la mesa tan rápido como las cadenas se lo permitieron. Un joven, famélico como un perro abandonado, extrajo de sus harapos un cubilete y unos dados de hueso y comenzaron a jugar. Lucian apartó la mirada de ellos, incómodo y sintiéndose cobarde. Anane y Killian acabaron imitándole. Se sentían culpables de no poder hacer nada por ellos.

«Matemos al capitán y a la tripulación y tomemos nosotros el mando», le transmitió con la mirada a la joven.

«No podemos hacer eso, no tenemos ni idea sobre navegación»

Eso hirió a Lucian, aunque ella no podía saberlo. Si no le tuviera tanto miedo al mar, él podría encargarse...

«Entonces matemos a todos menos al navegante y a éste le forzamos a obedecernos»

Anane le dirigió una mirada preocupada. A fin de cuentas, llevaban tres larguísimos días en aquel maldito barco. Uno de los esclavos golpeó flojito el hombro de Anane para llamar su atención y ésta se volvió, sobresaltada. El niño esclavo le tendía un cubilete.

—¿Quieres que juegue?

—Ey, ¿acaso no saben de brujería y chamanismo? Quizás pueden adivinar dónde está Ellette —propuso Killian, recuperando un atisbo de esperanza.

—Estamos buscando a nuestra amiga, unos piratas se la llevaron. Ella es... es especial, como vosotros —probó.

«Y como nosotros»

El niño se puso a berrear y a agitar frenéticamente la mano que sostenía el cubilete. Todos temieron que el cómitre les hubiera escuchado y apareciera para poner orden.

—Está bien, está bien. Jugaré como tú quieras...

Anane le arrebató el cubilete y se sentó junto a los otros esclavos. Las sensaciones que le transmitían no eran muy tranquilizadoras.

«Saben lo que soy»

La madre del bebé agarró su brazo y señaló su propia piel, acariciándosela. Anane comprendió lo que quería decirle: la piel de ella, aunque no tan oscura como la de los nurai, era también morena, al menos más que la de los hombres con los que viajaba, sobre todo comparándola con el pálido Lucian. El otro compañerode piel oscura se encontraba en su camarote, recuperándose... Lucian esbozó una sonrisa triste.

—Cada uno venimos de una parte del mundo diferente. Nos unimos para luchar contra Kra Dereth —les explicó la joven, afablemente.

Al escuchar el nombre del tirano, un pánico atroz poseyó a los aborígenes, cuyos rostros se deformaron y un grito murió en sus gargantas. Justo en ese instante alguien había lanzado un cubilete. Los huesos con forma de habas titilaron sobre la mesa. Mientras oscilaban, Lucian y todos los demás sintieron cómo dejaban de respirar. Quizás se estaba volviendo loco por la claustrofobia, pero Lucian juraría que los dados giraban al compás de una música macabra.

—OAHMA AAEAN MAAAEEE —cantaba la madre, con esa voz quebrada y cargada de sufrimiento y miseria.

Los dados dejaron de girar y se depositaron desparramados sobre la mesa.

El silencio era tan pesado que sabía a sal.

—Vamos, vamos —le instaron a Anane—. Ahora tú.

—¡Tú! ¡Tú!

Anane lanzó su cubilete para acabar con todo aquel paripé de una vez. Los dados giraron hasta caer junto a los otros. Lucian entornó los ojos, pues le pareció que habían conformado el dibujo de un faro.

—¡Auch! ¿Qué haces? —gimió Anane ante un pinchazo que sintió en el dedo. Le habían clavado una aguja.

—¡¡¿¿Qué le estáis haciendo??!! —estalló Killian, furioso.

El que la había pinchado apretó el dedo herido contra el dado del centro, hasta impregnarlo de sangre.

—Vosotross no ssois como nosotross. Nosotross sobrevivir. Kra Deress. Osscuro. El Osscuro.

—¡Ya basta! —les mandó callar Killian—. ¿¿Dónde está Ellette?? ¡¡Contestad!!

Lucian había preferido apartar la mirada. La sangre le daba náuseas. Tal vez por eso fue el único que recayó en que el bebé se había puesto a mamar del pecho de su madre. La mujer tenía unas mamas realmente feas, le colgaban hasta casi la tripa y eso que no eran muy carnosas, pero lo que más le perturbó fue el líquido negro que regó los labios del bebé. Fue un momento muy rápido, pero las llamas de la hoguera y de la lámpara de aceite se tornaron verdes, cegándolos por tanto un repentino halo de luz verdosa.

—¿¿Qué diablos ha sido eso?? —cuestionó Lucian.

—No lo sé, yo también lo he visto. —Anane temblaba.

—¿De qué habláis? Yo no he visto nada —se extrañó Killian.

«Tal vez porque eres el único humano aquí», quiso comunicarle Anane.

—¿Queréisss ssaber dónde vuessstra amiga? ¡Essstá muerta! ¡Muerta!

—¡DEAD! ¡DEAD! —corearon todos los demás esclavos.

La puerta se abrió repentinamente. Todos callaron de golpe. Se trataba del capitán que traía un semblante muy sombrío.

—Me temo que nos hemos perdido —anunció con voz lúgubre—. No entiendo cómo ha podido pasar. La ruta marítima es segura. El problema es que parece que nos dirigimos a la Bahía de los Caídos. Me preocupa desembocar en el Paso de los Espíritus porque es un cementerio de barcos, y más con esta oscuridad.


***


Anane decidió regresar a su camarote. Los demás se habían quedado bebiendo con los miembros de la tripulación. Bueno, Lucian no bebía alcohol, pero él llevaba todo el día muy raro. Le preocupaba que su amigo acabara perdiendo el control, al fin y al cabo llevaban tres días atrapados en aquel barco. En la cama seguía donde le había dejado el Bardo, su cuarto compañero. En realidad tenía un nombre propio, pero cuando le conoció, todos le llamaban Bardo, así que con ese apodo se había quedado.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó con voz suave.

—Creo que la fiebre ha remitido algo —contestó Bardo con una débil sonrisa. Estaba más pálido de lo normal y tenía los labios resecos, pero al menos parecía estable.

Anane le acercó un vaso de agua que él bebió con avidez y, cuando terminó, le despegó las trenzas morenas que se le habían pegado a la frente.

Allí abajo, el fuerte oleaje se notaba aún más, por lo que le preocupaba la salud de su compañero, pero éste no se había quejado ni una sola vez. Estaba demasiado acostumbrado a las travesías.

—¿Qué tal va todo por allá?

Anane suspiró.

—Los esclavos son bastante inquietantes y Killian anda de los nervios. Alguien profetizó que Ellette estaba muerta y eso le hizo enfurecer.

—Ellette no puede estar muerta, él no lo permitiría.

Quizás la fiebre le estaba haciendo hablar más de la cuenta. Anane comprendió a quién se refería y supo que estaba en lo cierto: Kra Dereth jamás dejaría morir a Ellette, estaba obsesionado con ella.

—Anane... Esa canción nurai sobre la venganza del mar... Hay algo inquietante en ella.

—¿La conoces?

—Soy un buen bardo, conozco muchas canciones.

—Al parecer nos hemos perdido. El Capitán mencionó algo de una Bahía de los Espíritus o algo así.

El bardo frunció el ceño.

—Allá había un faro que sirvió de prisión dos siglos atrás, pero hace tiempo que ese lugar quedó deshabitado.

—Así no vamos a encontrar a Ellette, ¿verdad? —inquirió, desanimada.

—Piensa positivo: a los piratas también debe de haberles pillado el temporal. De ser así, la corriente también les empujará contra la bahía.

Ese razonamiento arrojaba luz sobre encontrarla, el problema era en qué estado.


El reloj de cuerda daba ya más de las dos de la madrugada; aunque se encontraban envueltos por la penumbra y la luna se hallaba atrapada entre los densos nubarrones, Anane podía verlo perfectamente en la oscuridad. Sus ojos lila mostraban un brillo esmerilado por la niebla que se filtraba entre los más estrechos recovecos. La tormenta había arreciado, todo crujía y se tambaleaba demasiado. Así no había forma de que pudiera conciliar el sueño y, como resultado, acababa dándole vueltas a la cabeza. Estaba preocupada por Ellette, pero más empezaba a preocuparse por ellos mismos. Al fin y al cabo, el hada siempre se metía en líos y, como Bardo había dicho, siempre aparecía intacta. Ellette les mentía al respecto, pero Anane podía sentir las emociones de los demás como suyas y sabía que esa mezcla de agitación, excitación y culpabilidad sólo podía ocasionársela Kra Dereth. No se había atrevido a hablar con el hada sobre el tema porque no quería agobiarla, pero a Anane cada vez le preocupaba más que se estuviera enamorando de verdad de ese maldito tirano. Solo faltaba que tras todo lo que estaban pasando por ir en su búsqueda, ella estuviera pasándoselo estupendamente en la cama del enemigo al que perseguían.

«Ella no nos traicionaría nunca de esa forma», se dijo a sí misma.

Una fuerte sacudida le hizo irse hacia delante y por poco se salió de la cama. A través de la escotilla, volvió a ver un resplandor verde.

—¡¿Estás bien?! —le preguntó a su compañero, sobresaltada.

—Sí, creo que sí... —gimió desde el suelo, pero lo cierto es que su voz no sonó demasiado bien.

Anane fue a ayudarle a incorporarse y, al hacerlo, reparó en la asquerosa herida negra que relucía en la espalda de su amigo.

—¡¿Qué es eso?! ¿Seguro que te encuentras bien?

—Bueno, me duele un poco la espalda... y me he aplastado la nariz contra el suelo, pero no creo que eso arruine demasiado mi atractivo. Sobreviviré.

Anane quería llorar, pero se contuvo y le ayudó a meterse en la cama de nuevo. Jamás había visto una herida así; parecía una mancha de tinta, pero con relieve, que se estaba extendiendo por toda la piel. Tenían que encontrar a Ellette, ella podría curarle con su magia.

—Voy a salir a la cubierta.

—¿A estas horas? Es peligroso.

—Creo que he visto la luz de un faro.

—Pero el faro del que te hablé lleva décadas abandonado...

Anane le ignoró. Algo muy extraño estaba pasando en esa zona e iba a averiguar de qué se trataba.



***

A Lucian le gustaba la oscuridad, por lo que incluso agradecía la inesperada tormenta. Se había dado cuenta de que una de las esclavas, bastante atractiva por cierto, llevaba toda la velada comiéndose con la mirada a Killian, así que prefirió dejarles intimidad. Ya era hora de que su amigo superara su obsesión por Ellette.


Se detuvo al darse cuenta de que caminaba sistemáticamente de nuevo hacia la popa. El miedo se apegó a sus huesos. Era el mar de nuevo. Siempre el mar.

A esas horas de la madrugada, la cubierta se hallaba demasiado silenciosa. Habían echado el ancla porque tenían miedo de que la liviana galeota volcara, así que todos los remeros se encontraban durmiendo en la alacena. Vacía, parecía mucho más grande de lo que realmente era. Lucian avanzó hacia la popa sin importarle que las frías gotas de lluvia golpearan su cara. La ropa se le estaba calando, mas eso tampoco le importaba. Había algo embriagador en el sabor de la sal que abrasaba sus labios.

Al asomarse, sintió toda la inmensidad del océano en cada célula de su cuerpo. Entre el fondo y él, nada se oponía, solo la barrera del miedo.

Dos intensos ojos rojos aparecieron, devorando su reflejo distorsionado. Parecían dos hogueras, dos focos de luz que ardían incluso en mitad del mar. Entonces, comprendió por qué el mar le seducía de esa forma: en aquella noche sin luna parecía sangre; un pozo repleto de fluido vital que le llamaba y perturbaba. Se forzó a retirarse, resbalando y dejándose apoyar la espalda contra la madera. Estaba temblando descontroladamente. Se abrazó a sí mismo y no pudo impedir que dos espesas lágrimas se formaran en sus lagrimales; dos gotas oscuras que resbalaron lentamente por sus heladas mejillas.

...U...i..A...

...L..u..C...i...

...Lucian... LuCIaN...


¿Por qué el mar se había obsesionado con él? Desde pequeño se había criado en una ciudad marítima. Para él, el olor a salitre y a pescado era el olor del hogar. No fue hasta que se encontraba trabajando como grumete en un crucero que descubrió su verdadera naturaleza. El mar siempre había sido cómplice suyo. ¿Desde cuándo había empezado aquel terror? Recordó los ojos rojos y, al fin, todo encajó.



Las estrellas, más allá del espeso capote de nubes, ya estaban cambiando cuando Lucian se decidió a volver al camarote. Avanzaba sin soltarse del borde, pues sus piernas se habían vaciado de fuerzas. Se negaba a admitir la verdad, la cruel verdad. Oyó gritos procedentes del interior de la alacena. Como un zombi, se acercó.


El cómitre era un hombre desmesuradamente corpulento que llevaba la cabeza rapada. El sol había dorado su piel, resaltando más las cicatrices que adornaban toda su masa corporal. Pero lo que más miedo daba de aquel terrible hombre no era su halo brutal, sino la ausencia de movimiento muscular de su rostro. Debido a un síndrome de desarrollo, sus pequeños ojos coléricos estaban siempre fijos. Su mandíbula estaba siempre fija. Como consecuencia, un hilillo de baba resbalaba continuamente entre las comisuras de su boca mezquina y hasta le costaba pronunciar correctamente, aunque para comprender la amenaza de sus insultos, bastaba con la ira con que envolvía las palabras.


Allí estaba el cómitre, abusando del esclavo que marcaba fuertemente las eses. Arrancaba su piel con una fusta, le embestía y le hacía gemir de dolor mientras que su rostro permanecía impasible. Los dedos de Lucian se crisparon.



***


Anane oteaba el horizonte, frustrada por no dar con la dichosa luz verde. La niebla se había adensado, burlándose de su tenacidad.

—¿Qué haces aquí sola?

Anane se volvió hacia el capitán. No se había quitado todavía su traje de oficial. Una medalla dorada florecía en su pecho. Ella sabía que había estado bebiendo hasta tarde, por lo que no pudo explicar el acuciante deseo que la sacudió. El hambre que había estado tratando de ignorar, se hizo presente. Al embarcarse se había dicho a sí misma que sobreviviría a base de las emociones de los demás, pero en ese momento comprendió que no bastaría.


El capitán se sentía intranquilo por todos los fenómenos extraños que estaban ocurriendo desde que habían partido de Farraige. Sabía que los nurai podían lanzar potentes maldiciones, pero para eso estaban las cadenas fabricadas con un mineral especial que anulaban toda posibilidad de magia. Durante los tres días había tenido potentes pesadillas con unos espíritus marinos. Probó a contarles la historia a los pasajeros, por si ellos tenían algo que ver, sin embargo, a juzgar por sus reacciones, no parecían saber nada del tema. La tripulación llevaba quejándose de bajadas de temperatura y ruidos extraños esos tres días. Teniendo en cuenta la proximidad del Paso de los Espíritus, todo era posible...

Salió de sus cavilaciones cuando pisó un charco. ¿Acaso tenían fugas de agua? Ya sólo les faltaba que El Santuario comenzara a caerse a cachos antes de las fuertes corrientes del paso. Pero no era agua, sino sangre que provenía de dentro de la alacena. Se dirigía a por un arma, cuando la vio: exótica y sensual, con su larga melena al viento marino. No pudo resistirse a acercarse. Cuando ella le miró, se sintió caer en la inmensidad de esos ojos violeta sin fondo.


Anane se acercó a él y le empujó hasta llevarlo a un pequeño cuarto donde se guardaban los utensilios de la limpieza. Él no se resistió, parecía ansioso por enredarse a ese cuerpo estrecho, pero fuerte. Sus iris le quemaban, jamás había visto unos ojos como esos. Los labios de ella le besuqueaban la piel, pegándole pequeños mordiscos que solo le excitaban más. Ella se estremecía y gemía como respuesta a sus ávidas caricias. Cada beso intensificaba el contacto entre ambos. Anane se había vuelto salvaje, descontrolada. Cuando el capitán comprendió que una mujer así solo podía tratarse de un ser sobrenatural, de esos con los que comercializaba, ya era demasiado tarde. Las uñas —ahora garras— de la joven se aferraban a su espalda y su boca se había vuelto muy candente, cada beso sabía a oro fundido. Y lo peor era que el capitán no podía parar de buscarla. Aunque sabía que esa boca le estaba absorbiendo cada brizna de fuerza, necesitaba besarla, poseerla.

Anane había cerrado los ojos y se limitaba a disfrutar y a saciarse. Era un cabrón, se lo merecía. Para un súcubo como ella que se alimentaba de la energía de los demás, no había nada más delicioso que la energía sexual de un ser despreciable. Era puro combustible que la encendía hasta el último de los sentidos. Se aferró a él hasta que su grito se extenuó. Entonces sintió un peso frío caer sobre ella.

Muerto. Muerto. Muerto.

Se encontraba abrazada a un esqueleto cuya piel se había deshecho en polvo. Anane pudo acariciar los recovecos de su clavícula y pasar los dedos serpenteantes por su columna vertebral. Se incorporó, aturdida, pues esto que acababa de pasar no era muy habitual, jamás había llegado tan lejos.


Se dirigió a su camarote, ya más recompuesta. Una ola más fuerte que las demás debió de chocar contra el barco, empujándolo. Al agarrarse a lo primero que pilló, le pareció detectar una sombra verdosa por una de las escotillas, pero decidió no darle muchas vueltas. Al entrar, se asustó del aspecto del pobre Bardo.

—Oh no, no, no...

La herida de la espalda se le había extendido, pudriendo el resto del cuerpo.

—Anane... —la llamó.

—¿Puedes moverte?

—Estoy desapareciendo... pero está bien. Todos lo haremos.

—¡¡¡Dijiste que encontraríamos a Ellette!!! —le reprochó, furiosa y asustada.

—Piénsalo bien... ¿No crees que algo falla aquí?

—¿¡El qué!?

Pero el bardo jamás respondió. El último resquicio de su piel que quedaba sano, su boca, se ennegreció y después, su cuerpo se disolvió en cenizas, como papel quemado, que un destello de luz verde se llevó.

Anane estaba demasiado confusa, pero no tuvo tiempo ni para llorar por la pérdida de su amigo porque una nueva sacudida, esta vez más fuerte, logró derribarla. Mientras se incorporaba, sus pupilas se expandieron al recaer en lo que había pegado a la escotilla. Un ser que desprendía una luz blancuzca se hallaba pegado al cristal con dedos que parecían ventosas. Tenía el pelo largo, revuelto y ondulante. Sus ojos eran dos cuencas vacías. Anane echó a correr, pero había más cosas de ésas por fuera que la perseguían y daban golpes al cristal.



***


Al sentir las fuertes sacudidas del barco, Killian salió a comprobar qué diantres pasaba. Lo primero que pensó al ver el charco de sangre del suelo que provenía de la alacena fue Kra Dereth, pero eso no tenía mucho sentido, él no podía estar ahí.


Al entrar, se encontró con un fuerte y nauseabundo olor a sangre. El gran cadáver del cómitre se encontraba tirado en el suelo, con el cuello y medio rostro devorados. Le faltaba una oreja y los sesos se escapaban por ahí. Siguió avanzando y más cadáveres iban apareciendo. Todos ellos habían sido miembros de la tripulación y todos ellos tenían alguna parte del cuerpo devorada hasta el tuétano. Había tripas y mechones de pelo esparcidos por el suelo que, a la vez, resbalaba por el agua de mar que se filtraba de las olas más grandes.

Killian se detuvo al llegar junto a su amigo Lucian que permanecía de espaldas. Sostenía entre sus manos ensangrentadas una cadena quebrada. Les había roto las cadenas, pero los esclavos permanecían arrinconados contra la pared, muertos de miedo.

—¿Qué has hecho, Luci? Tú eres más fuerte que esto, sabes controlarte. Vas a echarlo todo a perder...

—Esta sangre sabía muy real, Killian. Jodidamente real. Eran unos cabronazos que se creían superiores por poder dominar a las criaturas mágicas con sus malditas cadenas. Y tu sangre también huele jodidamente real. ¿Cierto?

La sangre goteaba por su mentón, le teñía los labios y los dientes de carmesí y le había salpicado hasta los zapatos, completamente rojos también. Killian tragó saliva porque comprendía perfectamente lo que estaba preguntando en verdad el vampiro.

—Lo es.

—¡Al fin os encuentro! —llegó una alterada Anane.

—¡Ana! ¡Tu mano! —exclamó Killian, aterrorizado.

Anane se miró la mano, la intuición sabía que se refería a la misma en la que el nurai le había pinchado. Al igual que con el bardo, la mancha negra se había extendido desde la yema hasta el codo, trazando espirales negras y complejos signos que no comprendía.

—Eso ahora no importa, ¡esas cosas están intentando subirse a la cubierta!

—¿De qué cosas hablas?

—Son como... ¡cómo espíritus marinos!

—¡Echadle al marrr! ¡Al marrr! —gritaron unos nurai señalando acusadoramente a Lucian.

—No pueden subir porque el barco está hecho del mismo material que las cadenas —les explicó el vampiro con cierta aflicción.

Otra fuerte sacudida les hizo caerse hacia la derecha.

—¡Es por eso que intentan volcarlo! —comprendió el súcubo.


El mar se embraveció todavía más, ayudando a que el barco terminara de volcar. Trataron de evitarlo haciendo todos peso en el lado contrario, pero terminó por darse la vuelta. Comenzó a entrar el agua, tiñéndose de rosado, y varios barriles con brea en su interior se cayeron, liberando el negro líquido. Una de las lámparas de aceite se cayó frente a una nueva sacudida y la llama prendió y se extendió al contacto con el alquitrán. Se habían quedado a oscuras salvo la intensa luz que emitía el fuego chisporroteante. Podían sentir a los seres marinos trepando por el casco del barco y golpeando los cristales.

—¡Echadle al marrr!

—Están en lo cierto, es a mí a quien buscan.

—¡¿Por qué?! —lloró Anane. La tristeza que sentía proveniente de su amigo solo le irritaba más.

—¿Acaso no lo ves?

El súcubo parpadeó, confundida. ¿Qué tenía que ver?

—Buena la has liado, Killian —habló de repentinamente una voz que todos conocían.

El corazón le dio un vuelco a Anane que no podía creerse lo que sus ojos estaban viendo.

—¡¡Estás bien!! —exclamó al reconocer a su amigo Bardo—. Pero si te vi desa...

—Aquel no era yo.

El bardo estaba tal cual le recordaba, sin ninguna mancha negra y completamente recuperado. Las llamas trazaban sombras sobre su piel. Los ojos querían sonreír, pero se esforzaba por mantenerse impertérrito.

—¿Qué está pasando aquí, Killian? —le preguntó. Tenía la impresión de que todos comprendían lo que pasaba menos ella.

Él sacudía la cabeza, negando con sus ojos verdes y su pelo castaño.

—...¿Lucian?

El vampiro no rehuyó sus ojos violeta, al contrario, los enfrentó con una calma que le sorprendió.

Los de él estaban oscuros, pero brillantes.


Hace 170 años


Las olas rompían bajo sus pies, cientos de metros más abajo. El puente sobre el que luchaban era inestable y muy resbaladizo. Los ojos de Kra Dereth destellaban rojos entre la niebla como siempre, el vampiro estaba furioso y rugía con todos sus colmillos y garras. Sabía que era una locura enfrentarse a él solo, pero así lo había querido el destino. Al menos iba a tener la oportunidad de vengarse por todos los seres queridos que le había arrebatado.

Los dos eran sobrenaturalmente fuertes y sobrenaturalmente rápidos, pero Kra Dereth seguía estando a otro nivel y logró clavarle la estaca en el corazón. Lucian vio pasar frente a sus ojos toda la sangre que había derramado mientras su cuerpo se vaciaba de energía.

¿Recuerdas todas esas víctimas del crucero que te cobraste cuando tu sed despertó? Ahora podrás ajustar cuentas con el mar —declaró el elfo oscuro, impasible.

Tenía razón. Lucian cerró los ojos y dejó que las misteriosas profundidades marinas abrazaran su cuerpo que al fin podría descansar.


—Moriste —comprendió Anane, anonadada.

—Todos lo hicimos. Kra Dereth acabó con todos nosotros, menos con Killian que milagrosamente sobrevivió. Pero yo caí al mar y éste reclamó mi cuerpo, por eso ahora pertenezco a las profundidades.

«Por eso me aterraba el mar. Una parte de mí comprendía lo que sucedía realmente, pero me aferraba a esta nueva vida que no es real...»

—No digas locuras. Tenemos que encontrar a Ellette —insistió Killian.

—¡Ellette está muerta! —estalló Lucian, perdiendo su autocontrol.

Aquella declaración hizo que Killian se rindiera, afligiéndose.

Anane había comenzado a recordarlo todo.

—Pero es cierto que nos montamos a un navío de esclavistas de criaturas mágicas para rescatar a Ellette de unos piratas.

—Pero no se llamaba El Santuario, éste es otro barco diferente, ciento setenta años después —intervino Bardo—. Killian ha tratado de revivir el pasado trayéndonos a todos de vuelta de donde fuera que estuviéramos, aunque a mí no pudo encontrarme y tuvo que conformarse con una ilusión para reconstruir aquel viaje.

—Ahora comprendo por qué no di contigo... —masculló Killian. el único humano del grupo. ¿O ahora era también una criatura sobrenatural?

Pero Anane no lo comprendía. Todos lloraron la muerte de Bardo tras ese terrible invierno. ¿Por qué era diferente a los demás? ¿Y cómo Killian, el humano del grupo, había podido hacer algo así?

—¿Y qué pasa con esa luz verde? —inquirió—. Todos podemos verla menos Killian porque es humano, ¿verdad?

El bardo negó con la cabeza.

—¿No ves que ya no lo es? Piénsalo bien, han pasado ciento setenta años... —Al ver que Anane no respondía, prosiguió—. Es una puerta, el faro guía a los espíritus como vosotros que se han perdido a encontrar el camino de vuelta. Las cosas tienen su nombre por algo, ¿no crees? El Paso de los Espíritus se llama así porque ahí está la puerta. El navío debería haber llegado ayer al archipiélagode Todo al Revés , y sin embargo, las fuerzas de la naturaleza intervinieron para guiaros hasta el faro, hasta la puerta.

Se oyeron golpes mucho más fuertes que aboyaron el casco por encima de sus cabezas. Los esclavos lloraban asustados luchando por no caer al fuego.

—Vienen a por mí. Será mejor que me vaya por mi propia cuenta o alguien inocente pagará las consecuencias. —Lucian se giró hacia Killian cuyas lágrimas se entremezclaban con la brea y la sangre—. Amigo, aún puedes ser un héroe. Deja de anclarte al pasado y mira al futuro. La lucha no ha acabado, nadie es libre todavía—. Tras despedirse del humano, se dirigió al bardo—. Por favor, toca esa canción en Puerto Nácar. —El bardo asintió, comprendiendo lo que le pedía—. Y Ana... Siempre me has parecido el súcubo más tentador de todos —le susurró al oído, haciéndola ruborizar.

Tras despedirse de sus amigos, el vampiro Lucian se lanzó al fuego, brillante e imponente, y lo atravesó para encontrar el mar. De nuevo volvía a él. Tan seductor y apacible, lejos de los molestos rayos de sol.



Las espíritus marinos comenzaron a retirarse y la tormenta disminuyó su fuerza. Un cegador destello verde les indicó que su amigo había encontrado el camino de vuelta. Anane se miró la mano, triste. El tiempo se le acababa.

—Killian... Siento haberte golpeado tantas veces. En realidad fue con cariño.

El humano cada vez dominaba menos sus lágrimas que se le desbordaban por todo el rostro. Las marcas negras que ya se le habían extendido por todo el brazo, la clavícula y el pecho terminaron por apoderarse de ella. Su cuerpo se deshizo en papel quemado y un nuevo destello verde iluminó todo el horizonte.


De repente, el barco había vuelto a su posición normal, aunque las llamas seguían crepitando y arrojando sombras a sus caras, brillantes por la sal del mar y de las lágrimas.

—Vamos, llorando no arreglarás nada —le dijo el bardo.

—Os hecho mucho de menos a todos... A ella... Sobretodo a ella. ¡Es culpa de ese bastardo de Kra Dereth! ¡¡¡Él la mató!!! —bramó con odio visceral que le supuraba desde lo más hondo del pecho.

—Sabes que él no tuvo nada que ver con la muerte de Ellette. Debo irme, el Otoño me reclama... Y Killian, no nos olvides nunca.

Tras aquellas intrigantes palabras, el bardo desapareció dejando solo tras de sí un remolino de hojas secas.



Las olas rompen contra las rocas, pero da igual con cuánto ímpetu lo hagan que, sobre ese peñón en medio del mar, en tierra de nadie, sigue erigiéndose el infranqueable faro alumbrando con su luz, solitario, triste, olvidado. Pero el faro no cesa en su tarea de guiar hasta el limbo a aquellos que se han perdido en la más turbulenta de las tormentas.

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Notas de autora:


¡Espero que hayas disfrutado leyendo este relato! Aunque imagino que también se te habrá hecho un poco confuso. Se trata de un relato independiente de mi Saga Léiriú, que escribí hace varios años para un desafío literario de Halloween. Está escrito para que quien conozca Léiriú, al principio piense que se trata de una precuela, pero luego se desvela que no es sí exactamente, pero de todas formas deja tan intrigado a quien la conozca como a quien ní, la intención era intrigar :$. Muchas gracias por haber leído hasta aquí :)



27 de Mayo de 2019 a las 15:36 0 Reporte Insertar Seguir historia
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