mrpuhn Mr Puhn

"No puedo morir aún doctor. Todavía no. Tengo cosas que hacer. Después de todo, tendré una vida entera en la que morir." Basándome en esta cita elegida de forma completamente aleatoria, me di la tarea de escribir una pequeña historia.


Romance Suspenso romántico No para niños menores de 13.

#258 #amor #suicidio #misterio #corto #español #novela
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I.

“Dígame qué es lo que ve cuando le muestro esta imagen”, empieza el hombre.

“Ya le había dicho a la dama de la recepción que no quería que iniciara cada tarde con la misma actividad, doctor”, le respondo.

“¿Y con qué le gustaría empezar las sesiones entonces, señor Fernández?”, me preguntó con su tranquila voz, mirándome fijamente a los ojos mientras tomaba un sorbo de su taza de café.

La verdad, no sabía con qué me hubiese gustado empezar cada sesión, y no me importaba de todas formas, yo nunca quise estar aquí en primer lugar.

“¿Le parecería…”, continuó el doctor, “si comienza entonces contándome cómo le ha ido el día?”.

“Claro, doctor.... Williams”, le respondí fijándome en la placa metálica sobre su escritorio que llevaba su nombre, “como usted quiera”.

“Hoy me desperté a las cinco y media de la mañana, como todos los días; apagué la alarma y me dirigí al comedor como de costumbre a desayunar otros de los cereales de esos que no tienen ningún sabor. Mi madre, como siempre, me esperaba en la mesa, con los ojos cerrados y la mirada baja…”

“¿Así que vive con su madre?”, me interrumpió el doctor abriendo un poco los ojos.

“Eh… Sí, así es, pero está de viaje actualmente”, continué, “Como le decía, después de haber desayunado, bañado y vestido, me fui caminando al Cinefolio, el lugar donde trabajo, como taquillero…. Ya sabe, no suele ser muy interesante, pregunta por la película, el asiento, las personas y, de vez en cuando hasta le toca soportar a uno de esos imbéciles que se enfadan por cualquier cosa.”

“¿Y no tiene usted un coche, señor Fernández”, me interrumpió por segunda vez.

Suspiré profundamente y luego le dije: “Sí tengo doctor, pero el cine me queda cerca, por lo cual puedo llegar solo caminando”, y añadí, “Y no se preocupe por preguntar que también tengo mi licencia y no está caducada”.

El doctor Williams se quedó completamente callado, dando otro lento sorbo a su taza de café, por lo que decidí continuar contando mi día.

“Bueno, y, al final de todo regresé a mi casa a la hora habitual, me duché y aquí estoy”, terminé.

“Un día muy interesante por lo que he podido escuchar”, replicó el señor Williams agarrando una bolsita de comida.

“Sin duda alguna, un día lleno de adrenalina, doctor”, le seguí irónicamente el juego.

“Y dígame Eduardo, ¿puedo llamarlo Eduardo?”

“Sí”

“¿Qué lo trae por aquí?”

“Doctor Williams”, le dije de un tono serio, “siento estar perdiendo su tiempo ya que, en realidad, no estoy aquí por voluntad propia. Es mi hermana Sara que no paraba de insistir pero, si le digo la verdad (y sin intenciones de ofender), usted no puede hacer nada por mí”.

“¿No le pasa nada entonces?”, me preguntó viendo el pan dulce que recién había sacado de la bolsa.

“No doctor, como ya le dije, es solo mi hermana que se alarma exageradamente siempre que le menciono que me quiero suicidar”.

En ese instante, el doctor dejó de ver su pan, levantó su rostro y me miró fijamente a los ojos. Tenía un aspecto sombrío en la cara.

Se quedó unos segundos en silencio, mirándome, sin moverse, completamente inexpresivo.

Luego, acercó con sus dos manos el pan que tenía a su boca y le dio un mordisco:

“Ah ya... ¿entonces se quiere suicidar?”, retomó como si nada hubiese pasado.

“Exactamente”, le respondí con la misma normalidad.

“Suicida arrogante…”, le oí murmurar mientras escribía en su libreta, “Eduardo…”, me dijo levantando la voz.

“¿Sí?”

“Dices que no puedo hacer yo nada por ti”

“Sí”

“Entonces hagamos una apuesta”

Esa última réplica me dejó completamente anonadado. No me la esperaba, pero aun así me pareció interesante así que me quedé en silencio para escuchar lo que tenía que decir”

“Hoy es 14 de febrero”; prosiguió el doctor, “supongo que sabe lo que sucede este día”.

Asentí con la cabeza y el doctor siguió: “Exacto, hoy es el día de los enamorados y de la amistad, así que puede que el hecho de que esté usted aquí hoy signifique algo”. El doctor soltó una pequeña risa maliciosa, se levantó y se dirigió a su escritorio. Una vez ahí, levantó una gran tapa transparente que estaba sobre la mesa y presionó un botón de un color rosáceo. Después, regresó a su puesto inicial, en frente de mí.

“Así que”, replicó el doctor mientras se sentaba en una pequeña silla de madera, “la apuesta consiste en lo siguiente: puedo hacer que cambie su forma de pensar en dos semanas exactas”

No pude aguantarme la risa y mis carcajadas rebotaron por toda la sala.

“¿Hacerme cambiar de opinión? ¿En dos semanas?”, le dije hasta con lágrimas en los ojos.

“¿Acepta la apuesta o no?”, prosiguió siempre de un tono serio.

“Claro, claro, lo que usted diga… pero, ¿qué gano yo si usted pierde?”, le pregunté interesado.

“Me podrá dar cualquier orden, ya sea para humillarme o para deleitarse o lo que quiera; sin mencionar que claramente no lo detendré en su decisión final de terminar con su vida”, me respondió rápidamente.

“Me parece…”, acepté.

“Sin embargo”, retomó el doctor, “si gano, tiene que prometer que no volverá a verme nunca más y que me olvidará para siempre”.

Me quedé viéndolo, confundido, pero sin darle mucha importancia a lo que me decía.

“Además”, agregó, “tiene que cumplir una condición, ya que sin ella estaría yo en extrema desventaja”.

“¿Qué quiere?”, le miré a los ojos.

“Tiene que aceptar toda petición que haga, sin dudarlo”.

Lo pensé por un momento y, finalmente, le respondí: “Está bien”, me levanté del sofá, “trato hecho”, alargué mi mano derecha hacia él.

“Hecho”, dijo él mientras me cerraba la mano.

“Como primera instrucción”, siguió el doctor Williams, “tendrá usted que fijarse con extremo detalle en cada cosa que vea de camino a su casa. Como sé ahora que va caminando, tiene usted el tiempo necesario para pararse y admirar todo lo que le rodea”.

“Ah… y también”, continuó, “deme su número de teléfono”.

“No se preocupe doctor”, le respondí, “mi número ya lo tiene la recepcionista”.

“No, no”, prosiguió él, “el suyo personal, no el número del teléfono fijo”.

Su petición me sorprendió y me confundió a la vez, pero decidí hacerle caso.

Salí del apartamento lujoso en el cual se encontraba aquel hombre y seguí sus instrucciones, con calma pero sin interés. Durante el camino no vi nada específicamente interesante, solo lo mismo, lo habitual: en las calles, el tráfico turbulento del anochecer; sobre el paseo, personas que no conocía y a las que no les importaría en lo más mínimo lo que yo estuviese pensando en hacer y, arriba, algunos pájaros negros volando junto a unas nubes grises y un cielo apagado. Lo único que vi que logró despertar en mí una pequeña curiosidad fue una dama de aspecto triste, piel pálida como la de los vampiros y pelo castaño que estaba de rodillas viendo la televisión en una vitrina de tienda electrodoméstica. Eso fue lo primero que me extrañó, no es muy usual ver a una mujer adulta, arrodillada, viendo la televisión en la calle de una ciudad. Pero, por si fuera poco, fui lo suficientemente curioso para interesarme por lo que esa dama triste podría estar viendo y me acerqué sigilosamente a las vitrinas. Al acercarme, me di cuenta que solo se trataba de una vieja telenovela mejicana y estaba por irme cuando me percaté de que los ojos de esa mujer no estaban ya en esas televisiones, sino que se estaban fijando exclusivamente en mí. Sus ojos reflejaban intensamente las luces multicolores de las televisiones pero, al verlos bien me pareció que eran en realidad de color negro, pero de un negro especialmente oscuro, tan negro que seguramente absorbió los colores de esas teles y por eso reflejaban tanto. No era fea, es más, me atrevería a decir que era hermosa, aunque la belleza suele ser siempre superficial así como sus ojos, que ocultaban su oscuridad detrás de su ráfaga de colores.

Fue un momento un tanto incómodo por lo que, acto seguido, di media vuelta y continué mi camino contemplativo que más que de observación, se había convertido en uno de reflexión, pensando en lo que podría estar pasando por la mente de una pobre mujer como esa.

19 de Mayo de 2019 a las 18:43 0 Reporte Insertar Seguir historia
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