azofai Henry Ramirez

Después de ser llevado por la fuerza a una casa loca, nuestro personaje vive los peores días de su vida. Con dolor comienza a valorar la vida y a ser consciente de la muerte.


Cuento Todo público.

#español #347 #honduras #catracho #crimen
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Día Uno


He tomado buenas decisiones en mi vida y tales decisiones me han llevado a lograr muchas cosas buenas como, por ejemplo, tener una bella familia. Pero también he tomado malas decisiones y estas malas decisiones han sido más que las buenas.

Bendita naturaleza, siempre tiendo a cagarla, siempre tiendo a estropear y desbaratar las cosa cuando lo estoy haciendo bien, ahora de nada me sirve pensar en eso, pues estoy con la soga al cuello.

¡Y vaya que no es literal la expresión!

Esta situación me ha atormentado, en ocasiones he optado por tomar una posición firme y ser frío, pero es muy difícil querer tomar una decisión cuando al final sabes que hay otros que dependen de ti. Ni tampoco creo que sea fácil cuando al final eres un completo cobarde. El peor error de todos los errores, es que cuando al final te decides por dar un paso, comienzas a caminar y luego, a mitad del camino, te arrepientes y decides, por así decirlo, “saltar del barco”, lo triste es saltar y no saber nadar.

En fin, esta es mi situación y este es mi caso, las malas decisiones me tienen aquí sentado en la oscuridad de la noche, con el cuello atado y un par de costillas rotas que dificulta mi respiración y hacen que mis movimientos disminuyan. El sabor a sangre ya está en mi paladar, el dolor es terrible.

¡Maldita sea!

¿Por qué yo?

Creo que no hay nada más que hacer, si no esperar a que todo esto termine; es algo confuso, porque, cuando no tienes más salida ni más opciones, lo único que puedes hacer es pensar en cómo diablos te metiste en todo esto.

Todo empezó en la madrugada de un lunes, para ser exacto a las 5 de la mañana, un niño lloraba en el hospital, rompiendo el silencio de la sala, ese niño era yo, que acababa de nacer.

Mi infancia fue normal, claro que no tenía todo lo que un niño deseaba, andaba en las calles descalzo y con los pies polvosos, las uñas negras de tierra y los dedos llenos de ampollas por jugar pelota en las calles de la colonia, más de alguna vez dejé un dedo en alguna que otra piedra de la calle. No me críe teniéndolo todo y creo que no me hizo falta o por lo menos nunca sentí que me hiciera falta, mis padres hacían todo lo posible para llevarnos el alimento a casa, eso si debo agradecerles a mis viejos, dieron lo mejor por nosotros.

De mi infancia tengo muchos recuerdos que siempre me sacan una sonrisa, acordarme de las travesuras o de la vez que nos fuimos a robar unas mazorcas de elotes a una milpa para luego asarlas, pero como dice el dicho: “El que jode, jodiendo se jode”, el resultado de esa travesura fue una diarrea por no haber asado bien el elote y comérmelo casi crudo.

Mi adolescencia fue un poco caótica, como la de todos, amores imposibles, amistades falsas y amistades sinceras, desilusiones y sueños por querer cumplir. Tenía muchas ilusiones y comencé a pensar en un futuro lleno de logros y éxitos. Pero la vida, como siempre, dándonos las lecciones con un golpe en los dientes, complicando cada paso y aumentando las luchas, en algunos momentos sacándote el aire y en otros inflándote como globo aerostático, llevándote a lo más alto para luego pincharlo de improvisto y hacer que te estrelles con el piso para que aprendas a recoger los dientes con total humildad y sin quejarte.

¡Pues así es la vida señores!

Un vaivén de sentimientos y emociones, que solo son espejismos que duran como las estrellas fugaces en el cielo de la media noche.

Haz fallado como ser humano si nunca has sentido el amor o por lo menos si no lo has experimentado, siempre en la vida hay alguien que llega y se cruza en tu camino y marca tu existencia de tal modo que se vuelve imposible olvidar a ese alguien.

La forma en cómo la conocí a ella fue una buena jugada del destino, por así decirlo, fue como esos momentos que solo pasan rara vez en la vida y donde parece que los planetas y las estrellas se alinean para producir esos instantes, los cuales dudas que puedan suceder, pero cuando suceden, llegan para cambiar tu vida.

Yo no quería perder el autobús, así que iba apresurado, corriendo con tanta fuerza y energía que al subirme a la unidad de transporte iba hecho un río de sudor, con la respiración agitada y con el corazón que no me cabía en el pecho, súmale a eso, que esa noche era una de esas noches típicas de San Pedro Sula con temperaturas diabólicamente elevadas. Pagué mi pasaje y levantando la mirada hacia los asientos del fondo, noté que todos estaban llenos; pero luego me percaté que a mi lado estaba una muchacha sentada en un asiento y sin acompañante, le pregunté si la podía acompañar durante el viaje, ella me respondió que sí.

¡Que iba a saber que ese “Sí” y ese viaje, iban a ser para toda una vida!

Ella tenía unos ojos hermosos, redondos y oscuros como la noche misma, su mirada llegaba hasta el alma y las pecas sobre sus mejillas eran tan tiernas que parecían danzar al son de un vals, ella era sencillamente hermosa, su sonrisa tímida adornaba su rostro como flores en un campo en plena primavera, me miraba de reojo, su cabello rojo vino era tan brillante y su aroma llegaba hasta mi, haciendo que mis pensamientos no se pudiera coordinar, mis manos no dejaban de sudar por los nervios que gobernaban mi ser, no podía coordinar ni una sola palabra y entre tosederas y carrasperas un ¡Hola! Comenzó aquella conversación que amarraría nuestras vidas para siempre.

Los caminos no se cruzan al asar, como dados tirados al vacío, creo que el universo decidió que ya era el tiempo de que nos conociéramos, porque estábamos destinados a ser uno y porque desde el origen de los tiempos ya éramos lo que dudábamos en ese momento que podíamos ser. En la eternidad se escribió que seríamos el uno para el otro, una sola carne.

Ahora la tristeza me embarga al saber que ya no la podré ver. Nunca me he arrepentido de nada de lo que he hecho, ya sea bueno o malo, pero ahora tengo un grandísimo remordimiento por haber tomado la decisión que ahora me tiene en este estado agónico y en esta situación sin salida.

¡Estoy en el fondo!

Es una sensación muy extraña, esa combinación que viene como resultado de cuando tienes este dolor agudo y al mismo tiempo, recuerdas esas cosas que te hacen feliz, es algo tan real y tan efímero, no sabes si reír o llorar, si gritar o guardar silencio, lo cierto es que duele y muchísimo; había oído casos de cómo estos pandilleros torturaban a sus víctimas a tal grado de despedazarlos en vida, a mí solo me han golpeado y ya no aguanto más, esto que me hayan dejado solo no me da buena espina, creo que andan buscando el saco y las herramientas para descuartizarme.

¿Que estarán haciendo ellas en este momento?

Amaba estar recostado con mis hijas una a cada brazo y ver la televisión con ellas, sentir sus manitas en mi pecho y ese calor tan tierno que producían sus palmas sobre mi rostro cuando me acariciaban y me miraban con sus ojos tiernos y me decían:

Papi, te amo.

Las personas buscamos todos los días la felicidad, salimos cada mañana con el deseo de encontrar y lograr alcanzar eso que nos hace feliz, algunos buscan esa felicidad en otras personas, otros la buscan en logros personales y otros muy pobres la buscan en el dinero. Pero estar en mi condición, así como me encuentro en estos momentos, con las manos y pies atados, con los ojos inflamados de tanto golpe y ésta herida en mi costado izquierdo que no para de sangrar, las cosas toman un valor distinto y tu visión de la vida comienza a cambiar. Aprendes que la vida vale mucho más y que hay cosas que tienen un valor tan grande que hasta te comienza a doler el solo hecho de pensar que la puedes perder.

La agonía más grande que puede tener un ser humano es la de llegar a amar a alguien y saber que perderás a esa persona, lo más cruel es que la veas con tus propios ojos mientras se va y se pierde para siempre en el horizonte.

Recuerdo aquellas tardes lluviosas de noviembre, cuando llegaba a casa y ella me recibía con un beso y un cálido abrazo, ver su sonrisa que era la misma que tenía cuando nos casamos. Su rostro hermoso, lleno de luz y un celestial brillo, sus ojos ardían, cálidos de amor y sus palabras eran como bálsamo para mi día agitado.

Todo iba tan bien, era un placer divino compartir las noches junto a ella. Pero yo siempre fui testarudo, necio y ciego. Nunca quise aceptar mi realidad y buscaba una realidad que solo existía en mi mente.

La búsqueda de esa realidad me llevó a darle la espalda a todo y desbaratar lo que tenía. Era una realidad tan efímera, creada por mis propias ambiciones y esas me hicieron entrar a un mundo oscuro, inhóspito, lleno de confusión y caos. Llegué tan adentro como pude, a tal punto de volverme frío y déspota.

Mi ego se infló al más alto nivel y mi orgullo se hizo cada vez más grande, no aceptaba otra verdad que no fuera la que yo creía tener, mi vida y mis reglas, nadie podía decirme todo lo contrario, trataba día con día de convencerme que estaba haciendo algo bueno y que todos estaban equivocados y nunca podrían entender mi forma de pensar y mucho menos estar en mi posición, el vacío se fue haciendo inmenso porque entre más grande se volvía mi “Yo” más necesidad tenía por llenar ese espacio y saciar esa necesidad.

No sé qué hora es, he perdido la noción del tiempo, todo ha sido muy confuso desde que me capturaron hasta este momento.

No he hecho mal a nadie, eso está más que claro, no creo que en esta colonia le caiga mal a alguien, pues esta es mi segunda vez en venir por estos rumbos, llegué en horas de la mañana, recuerdo que iba a visitar a un amigo, pero en el cuarto pasaje había un grupo de chavos fumando marihuana; evito tener contacto con este tipo de personas y por eso traté de rodearlos y pasar de lejos; pero uno de ellos me gritó:

¡Hey!, ¿Para dónde vas?

Aquí, a visitar a un amigo. - Le respondí.

Poco te creo. - Me dijo él con un tono desafiante y una mirada profundamente perdida por el mismo efecto de la droga que consumía, mirada que al mismo tiempo sembraba temor debido al odio que se reflejaba por el ceño fruncido que tenía.

Que se me hace que andas de espía, ya que nunca te hemos visto por aquí - me dijo mientras se acercaba a mí y sus amigos me comenzaron a rodear.

Cuando menos lo esperé, todos ellos estaban a un metro de mí y sin mediar palabras me golpearon, me tiraron al piso y me agarraron a patadas, todo esto mientras yo cubría mi rostro y cabeza con mis brazos, gritaba por el dolor producido por esa embestida salvaje que con saña me daban.

Después de unos minutos la lluvia de golpes cesó, en ese momento solo podía ver el cielo opaco y una tenue luz que brillaba y no podía distinguir debido a lo borroso que miraba, producto de la sangre que corría por mis ojos, dos de ellos me levantaron y me arrastraron por la calle principal, a vista de toda la gente que mostraba en su rostro la tristeza y el temor que les causaba esos pandilleros. Cuando pude abrir bien los ojos, volteé mi vista al costado derecho, en ese momento pasábamos por un puesto de tortillas y pude distinguir en el rostro desencajado de una anciana el destino que me deparaba, en esos momentos mi ser se llenó de miedo haciéndome perder las fuerzas y la esperanza.

Me llevaron a rastras por toda la calle hasta llegar a una vieja casa, al entrar me dejaron caer al suelo y pude distinguir el lúgubre escenario en el que me encontraba, las paredes curtidas con manchas oscuras y laqueadas con símbolos que solo Dios sabe qué significaban, con un viejo foco que despedía una luz amarillenta y rechinaba cuando se encendía, el piso cubierto por una capa delgada de tierra, donde se distinguía el cemento rústico del piso sin pulir, también habían unos pedazos de ropa vieja y manchadas con sangre, el techo rechinaba al mismo tiempo que el aire soplaba y una esquina de la lámina oxidada se levantaba como si fuera a salir volando. En la habitación se respira un olor a rincón húmedo y las partes bajas de las paredes estaban blanquecidas por una capa gruesa de hongo y moho, se notaba que esta casa fue abandonada o lo más probable es que estos individuos sacaron a los propietarios a punta de amenazas, por cómo es su manera de actuar y de hacer las cosas, no dudo que eso hayan hecho.

Cuando me trajeron a esta casa me comenzaron a preguntar por el barrio que rifaba, yo pues les dije que no lo sé y de mi boca salió la pura verdad, no rifo nada, solo había llegado ahí para visitar a un amigo.

Me demostraron que no me creían, de la mejor forma que ellos podían hacerlo, con una reverenda patada al rostro, aún tengo adormecida y caliente mi mejilla izquierda, una de mis muelas está floja y mis labios reventados y llenos de sangre.

Estando en el suelo, mientras todo me daba vuelta, uno de los pandilleros se sacó una pistola, la acerrojo y me la puso en la frente.

“¡De hoy no pasas, hijo de puta!” - me dijo mientras empujaba mi cabeza con la punta del arma y sus labios se partían del odio que lo llenaba.

En cuestión de segundos apretó el gatillo y fue en ese momento donde mi vida saltó de mi cuerpo como una explosión, para mi suerte el arma era vieja y no se disparó, fue ahí donde regresé a la vida, el rostro del pandillero se llenó de furia y volvió a acerrojar el arma para luego ponerla en mi sien y volvió a apretar el gatillo, pero el arma se trabó, yo sudaba en frío y mi respiración era fuerte, lenta y muy pausada.

Es curioso que en esos momentos en que tu vida pende de un hilo no pienses en nada más que sobrevivir, no piensas en Dios, ni en tu familia, ni en nada, desde las mismas entrañas brota ese deseo de vivir de tal forma que tu cuerpo se niega a la idea de abandonar este mundo.

El valor de la vida está en esos momentos que te llenan de felicidad y que, al recordarlos, aun así te dibujan una sonrisa en el rostro. También esos momentos que no quisieras haber vivido, pero que es necesario que los vivas para apreciar los momentos de felicidad.

Esa primera vez que la vi, ese hola, ese primer beso, la primera vez que le tomé la mano, la última vez que la tuve en mis brazos, el último beso que le di, ese adiós y verla desaparecer en el horizonte con un tapiz rojo, triste y melancólico me llenan de tristeza y dolor aún más grande que el que tengo en el cuerpo, porque las heridas más grandes son las que tengo en el alma, ya que cuando ella se fue dejó una gran herida que aún no ha sanado y no da señales por cerrarse. Herida que me hice a mí mismo cuando comencé a alejarme de ella, cuando perdí el interés por su presencia y me dejé hipnotizar por otros ojos, otras palabras y otras manos que, para ser sincero, no se comparan en nada a lo que antes tenía a su lado.

5 de Mayo de 2019 a las 03:14 4 Reporte Insertar Seguir historia
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Gigi Arteaga Gigi Arteaga
Estoy fascinada
May 08, 2019, 19:48

Adriethan Ortega Adriethan Ortega
Realmente muy profunda la historia y me sentí muy conectada con el autor.
May 05, 2019, 12:28

  • Henry Ramirez Henry Ramirez
    Gracias, me alegra que le haya gustado.. May 06, 2019, 16:40
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