winston_k3 Winston Keane

Un naufragio luego del hundimiento del trasatlántico, obliga a cuatro personas a decidir quienes se quedan a bordo del pequeño bote que zozobrará en cualquier momento si es que no quitan carga de encima. Comienzan cada uno a relatar su historia frente al otro para argumentar el por qué deben ser ellos los que sigan. Es así como este relato en primera persona narra una de esas.


Cuento Todo público.

#2019 #cuento
Cuento corto
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I

A pesar de haberme acostumbrado a estar muy transido y entumecido dentro de mi realidad de jubilado hace un año, ahora no soy capaz de soportar, como consecuencia de mi alta edad, a este hielo que me abraza fuertemente con todo su esplendor en medio de la nada. La gran tormenta en algún lugar del océano Atlántico que hace unas horas atravesamos, nos trajo a un estado crítico, a un estado de naufragio. Al instante de zarpar en Nueva York quizás cuántos éramos, sólo sé que en la popa del gran crucero actualmente me acompañan unas tres personas que intentan colocar en posición al último bote salvavidas. Sin la suficiencia de brindar ayuda, sólo contemplo asombrado y agitado a mi entorno que me muestra a un barco más de la mitad hundido. Por último, tengo la esperanza de zafarme de esta, pensé. No hacía un par de minutos que el fin era inminente para mí, experimentando al agua y el vaivén del gran trasatlántico en los angostos pasillos de paredes blancas y opacas sin poder mantenerme en pie por mucho tiempo, no obstante, a toda costa di mi más dura lucha para llegar acá a donde estoy, subiendo tres pisos despavoridamente por las escaleras. Todo debido al objetivo de llegar al puerto de Málaga de manera urgente.

Entre todo este caos y desconcierto que me cubre, la tarea terminada de esos jóvenes más los puntos luminosos sobre mi extremidad superior, resulta darme un alivio y hacerme recordar aquellas caminatas por el cerro colmado de verdes arbustos con mi hijo Gerardo, quien siempre añoraba a un acompañante con el propósito de observar por horas y horas a las estrellas en el lugar más elevado de Santiago en el momento que yo solía ser mucho más joven de lo que hoy en día soy, y para darle en el gusto de vez en cuando, algo molesto ponía de lado al trabajo, entregándole un poco de tiempo.

Hace cuatro noches, en mi pequeño apartamento de Brooklyn, recibí una videollamada de él. Hacía semanas que no tenía una conversación con mi único hijo, entonces atendí impaciente esperando a que me relatara su situación actual, pues sucedió que allá en España un grupo de políticos dio inicio en su búsqueda a fin de sacarlo del camino por la gran sensatez en sus ediciones periodísticas, ganándose el rechazo de estos. Y no habían pasado más de veinticuatro horas desde que un íntimo amigo mío, integrante de tal sociedad, me dio la escabrosa noticia, así que de inmediato después de ese hecho por la mañana, descoloqué a toda mi rutina para obtener un viaje hacia Madrid y de allí perseguir los rastros de mentiras que mi hijo me venía relatando en nuestros últimos comunicados, pero no conseguí ninguno que no fuera una semana más tarde. Sin embargo, esa noche de la videollamada, mi primogénito salió con un as bajo la manga, afirmando haber encontrado a su abuela y tener un boleto de ida a Málaga para mí que se había ganado como premio en la línea de cruceros Norwegian, dándomelo con el propósito de entregarme lo que por más de cuatro décadas había estado investigando por mi propia cuenta y que sólo me ha traído respuestas ambiguas y perversión a mi persona… Como escuchaba de joven: “Si sorprender quieres, sorprendido serás”.

Pude notar en sus ojos acuosos a través de la pantalla, las tantas ganas que tenía de sacarme a pasear por los puntos más altos con el fin de vislumbrar todo destello inserto en la bóveda oscura e infinita de las urbes. Después de trece años nos reencontraríamos, esto a causa de mi travesía hacia el país del sueño americano aún con la esperanza de hallar, al menos, el cadáver de mi madre luego de su repentino y extraño abandono que me hizo a mis diecisiete años. De esa manera, nunca más tuve la coyuntura de verle a los ojos azules que combinaban maravillosamente con su cabello dorado ni de sentir esa esencia que me apaciguaba en la penumbra. Papá solía decirme que la razón era otro hombre, creyéndoselo a sí mismo y llevándolo así, a un cuadro depresivo que lo carcomió hasta su muerte. Yo, al mirar prolijamente los más rebuscados rincones de las obras artísticas que ella confeccionaba, decidí estudiar periodismo con el dinero que dejó antes de marcharse e intentar averiguar su ubicación para honrar su legado. Seguro estaba de que ella no había cometido una falta grave…

No conseguí ignorar en mi conciencia la culpabilidad de no haber prestado el interés idóneo en mi vida de periodista a mi muchacho, por lo que acepté sin dudar el regalo. Y aquí me hallo, subiéndome a duras penas a lo que se supone será mi puente hacia el consenso que tenía planeado llegar con la entidad de corruptos de la que alguna vez fui parte para indagar más a fondo el emplazamiento de María, mi madre. Aquel, era el nombre con el que el mundo la conocía por sus esplendorosas pinturas…

Sin conocer sus caras ni sus almas, siento un gran apego hacia ellos. Después de todo, me esperanzan en seguir mi rumbo. Contribuyeron a dedicar auxilio a un pobre viejo como yo que estaba perplejo allá arriba en la popa. El problema ahora reside en quién remaría, puesto que nadie se atreve a mover y a lanzar como mínimo un balbuceo porque el frío engulló nuestros cuerpos. Mismo silencio en el que cuando hace quince años el círculo que escuchaba a sus líderes enviciados con el tráfico de armas anunciando sus metas revolucionarias contra la corona española, quedaba sin habla, ni ética, ni misericordia con el pueblo que sufriría los grandes estragos. Y de remate, yo era uno de ellos, cegado totalmente por mi deseo de vida. Ya a estas instancias, tengo concienciado que su bomba estallaría en no más de un mes, ya que Gerardo con su titular me hizo inferir aquello.

Todas estas noches sobreviví con el miedo de perderlo, no sería esta madrugada que me rendiría, así que trato de conservar mi compostura ante la catástrofe frotando mis palmas para dar todo de mí y cooperar a salir adelante. A lo lejos, se ve el completo hundimiento del navío, acompañado con las miradas frente a mí que emiten preocupación de que el bote zozobre en poco tiempo.

—Caballero, por favor déjenos el puesto a nosotros. Usted ya debe tener su vida resuelta, mírenos a nosotros, aún nos queda mucho camino por recorrer —una muchacha casi congelada se dignó a romper el tenso sosiego con bastante nerviosismo y tartamudeo, apuntándose a sí misma en conjunto con un joven para llamarme la atención—. Además, soy una enfermera de segundo año que puede ayudar médicamente al que se quede conmigo —agrega culminando con sus argumentos.

En ese segundo, no pude pensar en nada más que no fuera mi pequeño chiquillo. Sólo tenía, con suerte, recuerdos contundentes de su temprana edad, lo que me apenaba más aún.

—¿Puedes distinguir las fluctuaciones de opacidades de los circulitos que nos gobiernan en tiempos de oscuridad por allá arriba? —le repliqué—. Esas esferas diminutas que emiten luz son como las personas, puesto que desde sus perspectivas nunca sabrán si la que más brilla es porque: o es la más cercana a ellas, o simplemente es la más grande de todas —a su vez comprendía que en los cerebros humanos no hay edades. Ahora concluyo todos esos viajes que mi hijo confeccionaba cuando era joven, en un lindo plano manipulado en mi mente por él, o más bien lo que alcancé a conocer de él.

Me miran todos los presentes allí, dando pie a narrar resumidamente mi historia para luego escuchar las suyas y así llegar a una tan difícil decisión de quienes seguirán a bordo y quienes no. Mientras tanto en mi psique, me encuentro ilusionado de que estos jóvenes a mi alrededor me den la oportunidad de vivir una última alegría, y hasta en una de esas, disuadir a mis viejos socios de sus malos actos salvaguardando la paz.

4 de Mayo de 2019 a las 12:28 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

Winston Keane Joven chileno y so�ador limitado, que m�s bien, escribe por hobby y da el tiempo necesario a todo. Se encuentra en busca de nuevas aristas a fin de confeccionar su propia figura del futuro. La inspiraci�n para la escritura de sus textos florece de partes impensadas, surge de los m�s vagos rincones de su cabeza y/o momentos vividos por personas cercanas a su entorno. Tiene gusto por la filosof�a y el pensamiento inerino de cada ser humano, en conjunto con el pacifismo relativo que se puede lograr centrando nuestras mentes.

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