N
Nabu Hegal


Es un pequeño e interesante giro del inicio del Génesis, primer libro de la biblia.


Cuento No para niños menores de 13.

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GÉNESIS


Y díjole Dios a sus hijos: “no comáis del fruto de aquel árbol”, pero sus hijos comieron y Dios los desterró para siempre de su casa. Y yo, aquel que invitó a los hijos de ese Dios a comer del fruto de ese árbol, fui condenado a la ignominia sempiterna que hasta hoy me estigmatiza. Pero déjenme, pues, contar mi versión de la historia, y sean ustedes al fin testigos de lo que realmente sucedió en el secreto jardín de la vida eterna y felicidad.


Eva caminaba por el jardín, desnuda, con sus largos rizos ondeantes en el límpido viento del paraíso, adornada con una flor de azahar sobre la oreja y pensativa como nunca antes la vi. Me acerqué a hablarle y me dijo que un algo, un llamado, un sentimiento la impelía a querer comer del fruto de la prohibida planta. Yo solo atiné a decirle: “si eso es lo que sientes, hazlo”. “¡Cómo crees que voy a desoír las ordenes de mi Dios!” dijo ella.


Al día siguiente, Eva mojaba sus rizos en las cristalinas aguas de una lagunita panda, bajo la luz del amanecer, en el sosiego que evocaba el bisbiseo de una cercana cascada. Ese día no me atreví a hablarle, pues su respuesta del día anterior me dejaba claro que para ella era más importante su lealtad a Dios que a sí misma. Pero en su mirada de nuevo observé la misma inquietud del día anterior…


Días después, Eva alumbraba el paraíso con su sonrisa. Me acerqué a preguntarle por el motivo de su inusitado cambio de humor. Ella me respondió con un parco “te hice caso”. En ese momento, Adán pasó detrás de nosotros, silbando una tonadita y brincando de roca en roca como conejo. Pero el cielo se encapotó de repente, y entre nubes grises y ominosos truenos un dedo apareció señalando a Eva, señalándome a mí. La atronadora voz disparó su enojada imprecación: “habéis traicionado a vuestro padre, al creador de vuestra vida y dicha. Os advertí no comer del fruto del bien y del mal, de la sabiduría vedada a los ojos del mortal. Mis vástagos mal habidos, del paraíso os destierro por traicioneros e impíos. Y tú, ave de mal agüero, agradeced que no os condeno al hirviente caldero, sino a perder las patas y el vuelo, y a arrastrarte en la vergüenza y el duelo. Desde hoy y para siempre tu nombre será serpiente. ¡Pero esto es insuficiente, mi ira no se sosiega con este castigo deficiente!” Se hizo el silencio. Eva sollozaba y Adán le acariciaba la cabeza, intentando calmarla. Entonces Dios volvió a hablar: “¡Lo he decidido por fin! ¡El hombre del hambre será esclavo, trabajará para comer y no morir! ¡Y la mujer que me indigna y ofende, sufrirá dolores al parir! ¡He dicho! ¡Largaos de aquí!”


Expatriados ya del país de las maravillas y de la gloria de su amoroso monarca, vagamos por la estepa, en silencio; hasta que Eva, caída la noche, con trémula voz, preguntó: “¿Qué es parir?” Adán alzó los hombros en señal de ignorancia. Tiempo después, supieron la respuesta, pues el fruto no era un fruto sino una simiente, de la cual nacieron dos frutos: el uno Abel, el otro Caín. Entonces Eva y Adán fueron vida, fueron creación, fueron como Dios, pero su fruto no era uno prohibido y la simiente era aquel sentimiento que en Eva nació: era aquello a lo que ustedes suelen llamar amor.

3 de Mayo de 2019 a las 03:59 0 Reporte Insertar Seguir historia
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