¿Dar un salto hacia el misterio de la propia existencia?
Esta fue aquella pregunta hecha por el mocetón Igor Oslo, la madrugada del 5 de julio de 1897.
Tal interrogante resulta quizá mínima para su vida nórdica.
Convencido de que sólo hay poder para aprender de la vida lo que en esta se aprende haciendo, está decidido a tirar sus cartas propias como también a intentar interpretar cada tiro de las mismas, fuera del alcance que marca su destino.
Y se encuentra en medio de la habitación, con actitud de calentar su increíble cuerpo.
Soporta el temblor recurrente de sus miembros.
Se limita a batir las palmas, enrojecidas por momentáneos intentos de fricción que no ayudan a superar las exhalaciones vaporosas que salen, tanto de su boca como de las, ahora, protuberantes fosas nasales.
Parece sobrevenir un inminente mensaje de hipotermia.
Los garfios dedos se transforman ya, de manera elástica y poderosa.
Los poros de la piel, bajo el principio de contradicción, se abren más de lo necesario.
Los bellos y tristes ojos grises se tornan de un color obscuro.
El cuero cabelludo y los vellos de todo el vasto cuerpo se engrosan también.
La existencia misma de por qué está aquí y no en otro sitio, resulta nuevo aprendizaje.
Avanza con lentitud hacia la ventana.
La abre sigilosamente.
Otea la mirada en todas direcciones y reprime su grito: así inicia la leyenda del abominable hombre que crees tú que es el que creemos todos...
Gracias por leer!
Historia que plantea el nacimiento de un mito, de manera alterna al mito de lo que evoca y a quien lo alude. Narración hecha en un contexto contemporáneo y bajo circunstancias expuestas en su contenido. Este acontecer humano, desdoblado en acontecer sobrenatural es clave de lectura y gusto temático.
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