La ventisca se había desatado no hacía mucho, aún así, las gotas de lluvia ya habían convertido en fango todo el camino.
Sus pies se hundían a cada paso impidiéndole avanzar con normalidad, pero sabía que si no lo hacía, su fin estaría todavía más cerca.
El cabello pelirrojo, que le caía en mechones gordos apelmazados por la lluvia, se estrellaba contra su rostro.
Los jadeos emergían de entre sus labios, proporcionándole durante un instante el calor que tanto necesitaba.
Un par de disparos resonaron a lo lejos. <<Está loco>>, pensó ella justo antes de que una bala impactara en su brazo, haciéndola caer al suelo.
Ya había conseguido salir del bosque, aún así, no estaba a salvo.
Se sujetó el brazo con fuerza, pero eso no impidió que la hemorragia continuara. El líquido pegajoso carmesí resbalaba entre sus dedos, calentando su mano y enfriando su cuerpo al mismo tiempo.
Su mirada se tornó borrosa, pero su oído se agudizó, permitiéndole escuchar los pasos de su agresor.
Ella avanzó con dificultad hasta la casa más cercana, dejando la marca de su mano ensangrentada al golpear la puerta. No obtuvo respuesta.
—¡Por favor! —gritó.
—La gente como tú no debería existir —dijo una voz masculina desde el otro lado de la puerta.
—No soy una bruja —susurró cabizbajo cuando escuchó a su agresor recargar su arma a sus espaldas. El color de su cabello le había traído problemas desde el día de su nacimiento, pero nunca se imaginó hasta qué punto le complicaría la vida.
La brutalidad se personificó en tan solo un segundo, la calle victoriana de la ciudad se tiñó de rojo intenso mientras los gritos desgarradores de aquella mujer, se abrían paso a través de su garganta.
El observador de la ventana retrocedió ante tal imagen, la mujer pelirroja tenía razón, no era una bruja y, tal vez, si le hubiese dejado entrar, él estaría a salvo de una muerte segura. Al fin y al cabo, acababa de ser testigo de un asesinato a sangre fría.
La puerta se abrió con un golpe sordo y el testigo pudo ver con mucha más claridad la masa sanguinolenta al pie del escalón de su propiedad.
Los pasos pesados que indicaban su propio final, le obligaron a retroceder hasta encontrarse con la fría pared, que se tiñó de rojo antes de que pudiera siquiera cerrar los ojos para clamarle a su Dios que le protegiera.
La calma sucedió a los espantosos gritos que resonaron por segunda vez en una noche aparentemente normal.
Las tenues llamas de las farolas iluminaban con debilidad todo el largo de la calle, los pesados pasos que caían como mazazos sobre los charcos, se alejaban poco a poco hasta acabar reducidos a pasos torpes de una joven asustada y semi desnuda.
La lluvia caía ahora con más fuerza, llevándose consigo los rastros de sangre de su cuerpo, mientras ella se sujetaba torpemente un trozo de tela ensangrentado y hecho jirones, en un intento de cubrir su maltratado cuerpo lleno de moratones, y se llevaba la mano libre a sus fauces para quitarse los restos de carne, antes de que su mandíbula volviera a encajarse con un chasquido sonoro y doloroso.
La imagen aquellos asesinatos sin piedad quedó atrás, mientras la mujer volvía a poner sus pies desnudos sobre el fangoso camino que llevaba de vuelta al bosque.
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